Con todo mi cariño para Aomine Daiki.


NEVADO

Nijimura & Akashi


Teikou. Primer año.

El sonido de las zapatillas chirriando enérgicamente contra el piso de madera del gimnasio. Los gritos eufóricos que demandan se pase el balón. El constante pitido del silbato, seguido de una orden concisa. Era la melodía del último entrenamiento del año.

Ya iniciaban las vacaciones navideñas, los alumnos de Teikou se retiraban a sus casas, envueltos en bufandas tejidas, abrigos gruesos y guantes multicolores. Pero el equipo de baloncesto aún permanece, exprimiendo lo último de sus energías con un partido de práctica entre la primera y segunda categoría.

Akashi Seijuuro permanece de pie, junto a la cancha, con una expresión serena y analítica. Sus rojizas pupilas viajan según la trayectoria del esférico. Que va de un jugador a otro.

— ¿Deberíamos sacar a Aomine?— pregunta una voz conocida, junto a él.

— Quedan tan sólo dos minutos del partido, Nijimura-senpai. — responde, con ligerísima diversión en su voz.

— Oh. ¿Tanto tiempo me entretuvo el supervisor?— un suspiro resignado se le escapa entre los labios.

— Así parece.

El silbato suena, dando por terminado el encuentro. Los jugadores se dispersan casi arrastrándose hacia los vestidores. Ellos dos incluidos.

— ¡Estoy exhausto!— exhala Aomine, derribándose sobre el banquillo.

— Mido-chin, ¿me alcanzas la bolsa de chocolates?~

— Toma Murasakibara, ya no molestes.

Los observa y por alguna extraña razón no puede evitar sonreír.

— ¡Hey, ya dejen de haraganear!— le escucha gritar y su corazón se agita con el tono de esa voz. Akashi ha dejado de respirar sin siquiera percatarse. Se enfoca ahora en él. Aquel que es el capitán. Y aquel que le produce tan extrañas sensaciones — ¿Akashi?— una mano se agita frente a sus ojos. Despierta del trance en el que no se sintió sumergir y halla a Nijimura, inclinado hacia él.

No se sorprende, no quiere demostrarlo. Se siente agitando ante la cercanía. Y necesita responder.

— ¿Qué sucede?— articula, con firmeza.

— Te quedaste pasmado de repente, idiota. — dice el otro y se yergue. Suspira. — Ya todos se han ido, termina de vestirte. — sugiere. Está por moverse, pero le mira de nueva cuenta, deja caer la palma sobre el rojo cabello y lo desordena toscamente.

El menor no dice más. Siente caliente esa zona que acaba de ser acariciada, su médula es electrificada agradablemente y el cosquilleo en la boca del estómago es inminente.

¿Qué es esto?— se cuestiona. No lo sabe, y le hastía no saberlo. Aunque sabe algo con certeza, sólo Shuuzou se lo provoca.

Se anuda la corbata. Está sólo en la habitación, encerrado con ese característico olor masculino que sólo se desprende del vigoroso cuerpo de un atleta después de un arduo entrenamiento. Arruga la nariz, se cuelga la mochila al hombro y sale.

El gimnasio está oscuro, pero no le atemoriza. Cierra la colosal puerta y echa llave. La brisa es fría, muy fría. Tiembla y se acurruca sin pensarlo en la bufanda que lleva enredada al cuello.

— Tardaste demasiado. — él le está esperando, más adelante, envuelto en un sencillo abrigo. Sei le da alcance y caminan a la par— ¿Estás enfermo?— suelta de pronto.

— No, senpai. ¿Por qué lo preguntas?

— En los últimos días, fuera de la cancha, divagas sin reparo. — dice.

— ¿El capitán está preocupado? Interesante. — esboza una sonrisa, en parte burlona y en parte contenta.

— Lo estoy. — afirma sin mirarle— ¿Están bien las cosas con tu padre?— el pelirrojo se crispa, no entiende a qué viene eso.

— Lo normal. — acota llanamente.

Siguen caminando. Akashi se siente nervioso, es desesperante. Pero le gusta caminar en compañía del capitán. Y le tranquiliza percibir esas atenciones por parte del mayor.

— ¿Estarás enamorado?

— ¿Qué?— la cuestión le ha desencajado.

— Estás en la edad, es posible. — Nijimura sonríe— Incluso tú puedes gustar de alguien.

Se detienen justo en el punto donde sus caminos de bifurcan. Un coche negro le espera a él en un punto y Shuuzou debe continuar derecho, cruzando la avenida.

— Feliz cumpleaños, Akashi. ¿Es mañana, cierto? Feliz Navidad, también. No vemos la siguiente semana. — se despide, le palmea el hombro amistosamente, para recalcar sus felicitaciones. Y se va.

No responde, no agradece, no puede. El pelinegro ya ha cruzado la calle. El chofer abre la puerta para permitirle el paso y se introduce. Se recarga por completo contra el respaldo. Piensa, maquila, como hace siempre. Pero no puede más que concentrarse en el mayor.

¿Enamorado? Lo dudo. — pero no se convence, lo duda. Y para Akashi Seijuuro eso es una falta.

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Teikou. Segundo año.

Él fue sincero cuando le dijo a Nijimura que estaba preocupado. Y si había aceptado el puesto de capitán, a pesar de la anticipación del suceso, porque él estaba seguro que sería capitán… algún día, fue porque de esa manera sentía le estaba ayudando.

Lo haría por Shuuzou, por nadie más. El pelinegro había acertado en aquella ocasión. Estaba enamorado. Nada más y nada menos que de la misma persona que le había sugerido la posibilidad.

Akashi Seijuuro detestaba sentirse dudoso e ignorante. Por ello había analizado, hasta el punto del agotamiento, eso que el— ahora ex capitán— le hacía experimentar. Al principio creyó que era admiración y respeto puros, pero entonces, ¿por qué su pulso se aceleraba con sólo verle llegar, por qué cada que el moreno le tocaba la cabeza, la sangre se le subía a las mejillas y principalmente, por qué a él le tenía permitido todo eso que a nadie, ni siquiera a su padre concedía? Cuando se dio cuenta se abofeteó mentalmente ante lo sencillo que resultaba: amor.

— Qué estúpido. — susurra. Nadie le hacía sentir tan vulnerable y humano como Nijimura-senpai.

— ¡A ganar!— gritan los chicos de la banca. El partido está por empezar. Mira por el rabillo del ojo, allí está, concentrado, sonriéndole, transmitiéndole confianza.

Su corazón golpea fuerte. Su primer partido como la cabeza de todo el equipo, oficialmente. Debe lograrlo, por él mismo, por las expectativas de su padre, por Shuuzou. Necesita ser el mejor, es su deber ser absoluto.

Desea superar al mismo Nijimura, para ser digno de él. Cree que sólo de esa manera podrá llegar a… su corazón.

Han ganado. Como era de esperarse. Shuuzou luce tranquilo y contento. Ha aporreado a Aomine y a Kise por montar jaleo nada más salir de la cancha. Akashi camina a su lado, intercambiando unas cuantas palabras con Midorima.

Es nochebuena y el entrenador les sugiere vayan a festejar. Todos juntos. Así se ven arrastrados a un restaurante, pequeño, acogedor.

Están todos sentados, como pueden, alrededor de la mesa. Murasakibara se queja pues no puede estirarse tal cual largo es. Kise intenta tranquilizarle, prometiéndole dulces navideños, obsequios de sus admiradoras. Shintaro se ha levantado al baño, alegando que debe lavarse las manos. Aomine está dormitando sobre el hombro de Kuroko, que le sonríe con cariño.

— Se han vuelto muy íntimos, ¿no te parece?— le pregunta, haciendo alusión a los dos peliazules. Enseguida le mira.

— Tanto que parecen algo más que sólo amigos. — responde y suelta una risa cortita.

— No me sorprendería que sean pareja. Se llevan bien, se entienden y lucen bien juntos. — afirma desinteresadamente.

— ¿Me estás diciendo que no importa si dos hombres se vuelven pareja siempre y cuando exista todo lo que mencionas, Nijimura-senpai? — interroga sin pensar, tiene curiosidad y debe aprovechar que el mayor ha tocado el tema.

— Eso mismo te estoy diciendo.

Sei le mira fijamente, ha sido sorprendido por sus palabras y la sonrisa que vuelve a dedicarle el más alto, le enciende el alma. Vira el rostro en dirección a Daiki y Tetsuya, sólo unos segundos. Les envidia. Lo detesta. Y la curiosidad sigue allí.

Los demás se envuelven en su propio desorden. Comen, beben, conversan y a él no puede importarle menos.

— ¿Saldrías con un hombre, senpai?— articula, en un susurro. Shuuzou le ve con los ojos bien abiertos, no por la pregunta sino por quién quiere saberlo.

— No lo sé. Es probable. — dice un poquito dudoso. — ¿Tú lo harías?

— Sí, sin siquiera pensarlo. — y sonríe, amplia y perladamente. Sus rojizos ojos se endulzan, deseando poder compartirle esos sentimientos que le vuelven loco.

El pelinegro está impresionado, esa seguridad es lo que siempre ha admirado de Akashi y es por ello mismo que no meditó ni un momento el dejarle su puesto. Y al mismo tiempo es una de las cualidades por las que le aprecia tanto. Para él, el pelirrojo es un hermanito del que puede sentirse orgulloso.

— Eres increíble, Seijuuro. — le dice, revolviéndole el cabello cariñosamente. Un hábito que el menor no sabe cómo interpretar.

Vuelven a casa. Ryota, Atsushi y Shintaro por su lado. Daiki lleva a Tetsuya en su espalda, pues se ha quedado dormido. Y ellos dos se quedan nuevamente solos. Copos de nieve empiezan su descenso y el ambiente enfría todavía más.

— Te voy a extrañar, Akashi. Una vez que me haya graduado. — menciona, ajustando la bufanda.

— Aún falta mucho para ello, senpai. — dice, intentando deshacer el nudo en su garganta. Es justo ese tema en el que no quiere pensar.

— Lo sé. Pero pasará y si te soy sincero, me pone un poco nervioso.

— Yo no quiero que Nijimura-senpai se vaya. — soltó en un muy quedo susurro. Creyendo que no lo escucharía.

— Podemos vernos siempre que tú lo quieras. Pero imagino que estarás muy ocupado manejando al equipo el próximo año. — murmulló

— Supongo.

— Sólo una cosa. — se detuvo y lo observó serio — Si llegas a tener problemas, lo que sea. Cuenta conmigo. — expresa.

— Gracias— la palabra le sabe tan rara en la boca, pero lo siente en el corazón.

— Idiota. Seré siempre el hermano que te fue negado. — una poderosa mano se estrelló contra la espalda del menor. — Nos vemos.

Se quedó de pie, por primera vez en su vida, sintiéndose desolado. La nieve cae más recia. Pero no le importa. Las lágrimas que bajan por sus mejillas se congelan y duelen. Como lo hace su corazón.

Y nuevamente Nijimura se sale con la suya. Pero él se lo permite. Es ingenuo, sólo cuando se trata del pelinegro. Está defraudado, es navidad y el corazón, se lo han roto.

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Winter Cup. Rakuzan contra Seirin.

El partido ha terminado. Está estático. Es imposible. ¡Inaceptable! El cuerpo le tiembla, el imperio que ha estado construyendo ha sido derribado por Tetsuya y Taiga, por todo Seirin.

— Maldita sea. — masculla.

Kotaro hipa, mientras es abrazado por Reo. Eikichi da la mano a Teppei y felicita a Hyuga. Tetsuya intercambia algunas palabras con Chihiro, quien le expresa respeto. Y en seguida se dirige a él.

— Gracias por no tomarnos a la ligera, Akashi-kun. — la pálida mano de Kuroko se extiende ante él.

— No tenía motivos para hacerlo, Tetsuya. — responde, áspero.

— Estaremos esperando por jugar contra ustedes el próximo año. — dice Kagami, abrazando al pelicelestel por el cuello, protectoramente.

— Y así será. Pero verán que los resultados serán otros. — expresa, con una sonrisa orgullosa, pero también sincera. Reconoce su fuerza.

Seirin emprende la retirada, seguramente para celebrar la victoria. Ve a Taiga inclinarse para depositar un casto beso en la mejilla de su sombra, y a Kuroko sonreírle, sorprendido.

Tetsuya siempre ha sido afortunado.

Su propio equipo ya está en los vestidores. Al entrar percibe en la atmósfera algo con lo que sólo había lidiado una vez hasta ese momento de su vida: la derrota.

Pero un emperador sabe mantenerse firme y arraigado a sus convicciones.

— Graben bien en sus memorias el recuerdo de lo que significa perder. Y con ello, nos levantaremos el próximo año, para coronarnos campeones. Como debe ser. — dice sin más.

Rakuzan ruge en afirmación.

La nieve es espesa, como la de aquel día. Su corazón desea contraerse dolorosamente, pero no le deja. Él ya sabe gobernarse, eso quiere creer. Su equipo va delante y él prefiere rezagarse.

— ¿Sei-chan?— Reo se detiene y le llama.

— Sigan sin mí, después los alcanzo.

Y así lo hacen.

— Ha sido un partido impresionante, Akashi.

— No creí que vendrías a presenciarlo, senpai. — musita y se mueve para quedar frente a frente.

— Me azotaría de habérmelo perdido. — dice con una sonrisa ladina — ¿Qué se siente perder?— quiere saber.

— Resulta frustrante, incluso… doloroso. — responde, un poquito indiferente.

— Es verdad.

Seijuuro le observa con minuciosidad. Hacía mucho que no se veían y sin embargo, contrario a lo que le gusta creer, sus sentimientos por el moreno siguen allí, incluso más intensos. Y está encantado de verlo una vez más, lo necesita.

Es allí cuando recuerda lo que Shuuzou le prometió entre líneas un día. Cuenta conmigo. Quiere tomarle la palabra. Un impulso le nace, le cosquillea en el vientre.

De un segundo al otro, está parado de puntas, aferrado a los hombros del mayor, arrebatándole un beso, de esos labios que siempre ansió probar y soñó le acariciaran en las noches difíciles.

— Seijuuro…— pronuncia, notablemente conflictuado.

— Hoy perdí la victoria que deseaba obtener. A cambio déjame tener este beso y prometo que será lo único que pediré de ti. — susurra, con una voz desconocida para el mayor, llena de súplica y desconsuelo.

Nijimura no responde, pero hay aceptación en sus pupilas. El pelirrojo se levanta nuevamente, une sus labios por segunda ocasión. El pelinegro corresponde con delicadeza, es Sei quien detiene el contacto. El frío se ha disipado de su cuerpo.

Se aleja y sonríe.

— ¡Gracias!— exclama — No digas nada. Yo continuo siendo tu pequeño hermano. Feliz Navidad, Shuuzou.

Se despide. Le deja allí, en el lugar donde él mismo estuvo en dos ocasiones, bajo la nieve. Solo. En un último día nevado.

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¡Daiki-san! ¿Qué te pareció? ¿Me quedó muy feo? Lo hice con mucho amor para ti. Aunque admito que tuve sentimientos encontrados al saber que eras tú a quien debía obsequiar una historia. Fui feliz y al mismo tiempo entré en pánico, no sé si cumpla con tus expectativas.

Y encima es la primera vez que escribo sobre éstos dos. Sei-chan me dio un poquito de batalla.

En fin, es sólo el primero. Mientras tanto... ¡FELIZ NAVIDAD! Mis mejores deseos para ti y quien lea ésto.

Besos.

Rizel Holmes~