Este fic lo he escrito recientemente, hace una semana así más o menos. Luego ví que había un concurso es y decidí enviarlo, pero le sobraban caracteres. de ahí que, de esta, surgiera otra verisón, la versión censurada o reducida de tan solo 1520 caracteres (esta tiene 3000). Teóricamente sería el final de la saga, la conversión de Bella en vampiresa.

La caja de música

Twlight fic

La música sonaba con melancolía en la estancia. Las notas caían desde la madera al suelo, y de allí eran arrastradas por el viento hasta sus cabellos, enredándose entre ellos. La brisa que se colaba por la ventana le acariciaba el vestido, moviéndolo a su son con delicada belleza.

Encima del piano se encontraba, la caja de música sonando mientras las teclas blancas y negras guardaban silencio. Un galán danzaba con la princesa y ella misma esperaba su propio caballero.

Tras ella estaba. Sentía su aliento en el cuello y los ojos cerró la muchacha. Por fin aquello sucedería, tras tanto tiempo esperando. Una espera que había sabido amarga a cada segundo, a pesar de su presencia. El sentimiento. La música ahora lo mitigaba, la música ahora fundía cualquier emoción en una simple escalera de tranquilidad. Todo ocurriría, tal y como habría de ocurrir, dijerase lo que se dijera, hicierase lo que se hiciera. Ya no había prisas. El pacto se sellaría.

Las manos frías, gentiles, la acariciaron la mejilla. Los labios, suaves, ardientes en su gelidez, la acariciaron con pasión helada. Su cabello fue apartado con un gesto de su cuello y ella lo inclinó, apoyando la mejilla en la almohada blanca. A través de la ventana la luna brillaba, redonda, plateada, lejana como aquella música que aparentemente sonaba tan cerca, allí, sobre el piano. Pero todo era lejano más allá de ella, de él.

Notó el beso apasionado de su cuello, la tensión de su amor. Cerró los ojos para no abrirlos nunca más en vida. Él se había encargado de convencerla, nunca más amanecería humana. Sus dedos serían fríos, su corazón, detenido por toda la eternidad y sus pasiones mitigadas por la sangre de una vida ajena que robaba. Aquel era el precio, horrible para unos… hermoso para ella. Pues estaba dispuesta a dar aquello y más por su amor.

La piel se rompió, la sangre rojiza huyó, los colmillos blancos se hundieron y ella jadeó, pero no abrió los ojos. Cuando lo hiciera estaría muerta. Muerta en vida porque se alzaría, sonreía y le abrazaría. Quizá estaría sedienta, neófita como todos, pero el precio habrá merecido la pena.

Y la música seguía sonando. Música que no provenía del piano, si no de una delicada cajita.

Él la alzó en brazos, cerrando también los ojos, dolido. La sangre había manchado las sábanas y el vestido ondeaba junto a la brisa que se colaba por el ventanal. ¿Qué había hecho? No había tenido remedio. Aunque tratara de pensar que era un error, no lo era. El anillo brillaba en el dedo de la chica, su mujer. Quizá había condenado su alma, quizá pensar así era egoísta: pero la quería, la quería siempre con él, a su lado.

Ella dormía, pero no era el sueño eterno de la muerte verdadera, si no el sueño del que despertaría días después, lo sabía él, con el brillo en los ojos.

Y la música seguía sonando. Y la pareja baila. Y él se preguntaba si era el galán auténtico de su princesa. Lo fuera o no la música sonaría. Al igual que no había vuelta atrás en lo ya hecho.

Besó sus labios, helados ambos, mientras la música seguía sonando…