Lo había dicho sin pensar pero estaba tan furioso, tan dolido que en ese momento no le importó. Retar al Conde a duelo era una derrota segura, pero ¿qué mas daba? Debía defender su honor después de todo… aunque a estas alturas ya no estaba seguro de nada.

Ahora se encontraba junto a su eterno amigo en el lugar tan propio de ellos, tan recurrido en tantas otras ocasiones; el viejo escondite.

Claro, sin siquiera imaginar la verdadera finalidad de todo eso.

Fase 1; La rabia

-Vamos, bebe esto, te sentirás mejor- Franz le ofrecía más licor al moreno.

-Aún no lo puedo creer… no puede ser…- murmuraba Albert para sí mismo.

-Escucha- el jóven vertía el líquido amarillo en su vaso- debes superar esto. Es difícil, lo sé, pero ya te había advertido en lo que te estabas metiendo. Tarde o temprano algo así sucedería y creeme, es lo mejor.

-Pero él parecía tan sincero, tan bueno conmigo… estaba seguro de que éramos grandes amigos, que para él, yo era de las personas mas cercanas que tenía- su voz temblaba. Hacía un esfuerzo por no llorar una vez más pero las lágrimas insistían en salir- soy un grandísimo idiota.

A Franz, aquella situación lo tranquilizaba bastante. Finalmente, aquel Conde había sacado a la luz sus verdaderas intenciones, finalmente Albert comprendió que la imagen que tenía de ese hombre en su mente, no existía. Y aún así, la escena de esos momentos le partía el corazón. Verlo así, destrozado, traicionado, era algo que le provocaba desesperación. Cuantas ganas tenía de abrazarlo, de decirle que olvidara todo eso, que lo tenía a él, quien jamás sería capaz de hacerle algo así, que lo amaba…

Pero sabía que eso no pasaría nunca. Sabía que lo que sentía era algo que debería guardárselo siempre, por más que doliera, por más que sufriera…

-Tranquilízate. No tienes la culpa de que sujetos como ese existan y utilicen a personas inocentes.

-Pero tú me lo dijiste. Me lo advertiste tantas veces y yo, como hipnotizado por su presencia, no quería abrir los ojos. ¿Esque acaso soy tan débil?- Albert ya terminaba su primer vaso.

-Bueno…

-¡Dímelo! ¡Necesito saberlo!- el jóven golpeó con el vaso ya vacío, la vieja mesa de madera.

-Débil talvez no sea la palabra. Yo diría que eres muy bueno.

-¿Bueno? ¿De corazón dices?

-Claro. Aún eres muy ingenuo y por lo mismo, tu corazón es más puro que el de la gran mayoría- sonrió.

-Querrás decir más estúpido…

-No digas eso. A la gente le agradas tal cual eres. Hoy en día, eso es algo inusual por lo que se valora más.

-Tú también… ¿tú también opinas eso?- el muchacho preguntó al tiempo que volvía a llenar su vaso, ofreciéndole mas a Franz.

-Por supuesto. No por nada eres mi mejor amigo, ¿verdad?

-Claro… como sea…

El rubio se limitaba a observar a Albert mientras éste bebía una vez más. Esperaría hasta que acabara la última gota de alcohol que había en el lugar.

Si, así debía ser.