Disclaimer: Los personajes que se presentan en esta historia son propiedad de la autoría de Masami Kuromada y Toei Animation. La historia que se presenta es ficción ya que nunca ocurre en la serie original, y su fin es meramente de entretenimiento sin intención de ofender o plagiar a alguien.
"El fuego de la vida".
Primer Capítulo: "Diálogo entre Dioses".
El ocaso de destellos broncíneos teñía el territorio celestial en lo alto, cayendo los cálidos toques del agonizante sol sobre las columnas de pálida piedra en el Santuario, que poco a poco se ensombrecía con la llegada de la noche. Pronto, los destellos dorados fueron remplazados por la anémica luz de la luna en el firmamento oscuro; su luz viajaba a través del edificio agrietado del antiguo recinto de la Diosa, quien débilmente admiraba la belleza que creaba Nix, Diosa de la noche. Una blanca mano se apoyaba sobre la base de la enorme escultura de su deidad engendradora, admirando todo aquello que era cubierto por el manto de la penumbra nocturna.
Grandes cúmulos de nubes grisáceas velaban de cerca las montañas que circundaban el Santuario sagrado; la luna, grande y plena, estaba sobre ellas en un despejado éter pleno de estrellas oscilantes. Después, sus orbes se posaron sobre las cimas eclipsadas, que bajo las nubes sus curvas rocosas eran delineadas delicadamente.
El viento apacible acarició la piel de la silente Diosa, llevando consigo una indescifrable voz consigo, portadora de una elegía por los caídos en batallas. Su cuerpo se estremeció por un momento ante la frialdad del céfiro que llegaba inclemente de robar la calidez de cualquiera a su paso. Y entonces recordó la agonía que le hacía perder el sueño noche tras noche, encerrándola en deseos noctámbulos invasores de su mente dividida.
Sí, era la sombra de la nostalgia la que opacaba su razón. El recuerdo aún no era borrado, la herida no sanaba. Tres años, tres largas cadenas de tiempo se habían cumplido desde aquella guerra que le había dejado perdida en la utopía más cruel: la tristeza.
Los ecos fantasmas recorrían las ruinas de todo lo que estuvo un día erigido en honor al sabio ser y que ahora yacían como escombros polvorientos en la tierra. Pensó por un instante en los que a su lado estuvieron, y que ahora se mantenían distantes, recuperándose de un estigma en el alma. Pero así era la guerra; en ella se perdían esperanzas, sangre… vidas.
-Nada… no me queda…nada- susurró Athena afligidamente.
Retiró la mano de la escultura y caminó unos pasos adelante, siendo absorbida por la blanquecina luz lunar que iluminaba su rostro desolado. Bajó el semblante con cansancio y una húmeda lágrima resbaló por su pómulo de hermosa facción, siendo secada por sus delicados dedos para no permitirse llorar, aún deseando desbordar en lágrimas, y así retirar aquello que la hacía tan humana.
Se sentía desvanecer lentamente con el viento de la noche, tan ligera como una pluma a la deriva en el cielo, siendo arrastrada sin poder hacer nada para escapar de la voluntad de la inminente corriente. El cansancio la invadió rápidamente. Era extraño, ella no lo deseaba, y sin embargo Morfeo quería atraparla en su red con sus dotes inmortales para hacerla soñar.
Desde hacía tiempo soñaba con encontrar un significado, un sentido para entender el secreto de la vida, por qué estaba allí para intentar una vez más aún cuando sentía que sus pies se quebraban y la hacían caer. ¿Acaso alguna vez se liberaría a sí misma rompiendo las cadenas del destino?
-Que eterno es este silencio- se dijo Athena internamente, observando por última vez el paisaje.
Casi flotando, se deslizó sigilosamente entre las sombras de su recinto privado para así, recostarse en el rústico lecho de piedra, el cual sostenía su inerte cuerpo por las madrugadas vigilantes de su sueño, entrando a su propio mundo. Pesadamente cayeron sus párpados e inconsciente quedó sumida en las arenas del cansancio.
Sintió en sus pies una cálida sensación que pronto recorrió todo su cuerpo; era una energía que llegaba para acogerla en su regazo. Venía desde muy lejos, no sabía de dónde y se dejó llevar por su reconfortante aura pues sentía curar sus heridas no físicas. Su ser se llenaba de aquella luz que apareció en sus sueños y que poco a poco desvanecía la oscuridad que cegaba su conciencia, para dibujar un hermoso lugar en la lejanía de su vista.
-Athena… ven conmigo…- le llamó una fina voz femenina.
De pronto, la Diosa se hallaba recostada bajo un hermoso árbol de retorcido tronco que la acunaba bajo su frondoso follaje de pardas hojas, las cuales caían lentamente al suelo como si el tiempo no existiera en ese lugar. Llevaba puesta una túnica blanca de delicada tela en su composición, con mangas cosidas en el hombro pero abiertas a lo largo de sus brazos; su cabello caía libremente a los lados descansando sobre el verde pasto al igual que sus pies descalzos.
-¿Quién eres?- preguntó Athena esperando ser contestada.
-Soy tú- respondió esa voz.
Ante ella se materializó una hermosa mujer de largo cabello castaño apegado de arriba por una tiara de oro, de hermosísimos ojos grises y la piel clara. Llevaba puesto un vestido majestuoso de dorados destellos, delineando su cintura un grueso cinturón de metal que adornaba el traje.
-Yo soy… Athena- dijo la mujer divina.
La ahora mortal Diosa de violáceos cabellos quedó sin habla ante la misteriosa presencia de esa mujer que decía ser su verdadera personalidad encarnada. La recién aparecida Diosa le tendió la mano a su igual, y ésta la aceptó, siendo levantada del suelo para quedar expuesta a esos ojos grisáceos de lechuza.
-No tengas miedo Saori, te he traído por algo muy especial- le dijo sonriendo la deidad.
Ella calló al no comprender el motivo de estar ahí. Entonces, tres cosmos ulularon en el viento, despidiendo energía poderosa alrededor, y ante ambas se presentaron tres rostros. Eran Hades, cubierto por una túnica de color vino y un listón negro que rodeaba su cintura; Julián Solo como el Dios Poseidón, en una túnica blanca igualmente con un listón pero de color azul. La última presencia era la de un ser jovial y hermoso, de cabello blanco y largo, de ojos grises y misteriosos; un largo traje greco cubría su cuerpo.
-Él es nuestro padre Saori- presentó la imponente Diosa.
-¿Por qué ellos están aquí?- preguntó desconcertada al ver al los hermanos de Zeus.
-Athena- habló el poderoso ser.
Su presencia emanaba una sensación de totalidad; era como si el universo residiera en sus ojos y el cosmos de la vida se generara con sólo hablar.
-Los Dioses no pueden morir. Aún cuando los hayas derrotado, nosotros imperamos en nuestros vastos territorios y jamás dejaremos de hacerlo; debemos mantener un delicado equilibrio en la balanza de todo tipo de vida… y muerte- le habló el de orbes místicas.
-¿Para qué he venido?- preguntó la pequeña Athena.
-Debes gobernar la tierra en nombre de la olímpica a tu lado. Pero no puedes hacerlo si tu corazón guarda tanta tristeza y agonía- le dijo Zeus contemplándola.
-¿Cómo puedo no sentir tristeza y soledad, cuando me han quitado todo?- cuestionó débilmente.
-Esas batallas sólo fueron pruebas, nada más. Si tú no podías pasarlas, nadie lo haría. Sin embargo lo hiciste, y estoy complacido por ello-
-A cambio del bienestar de la tierra, he perdido a aquellos que dieron su vida por mí. ¿Qué clase de Diosa soy si dejo que se derrame sangre por mi causa?, no lo soy entonces porque no soy capaz de proteger lo que amo- dijo tristemente Saori.
-Tu cuerpo mortal te da esa debilidad, pero ahora debes ser una Diosa fuerte, y para eso se ha convocado esta reunión- dijo la Athena olímpica.
-Desde este momento, los Dioses hemos pactado una paz para el beneficio de todos. Hades gobernará el inframundo y los campos Elíseos a pesar de su destrucción; Julián ha aceptado ser el emperador de los mares de nuevo, y tu, mi pequeña Athena, seguirás rigiendo sobre la tierra por el resto de tus días- habló el omnipotente Dios.
-Lo haré, sin embargo… estaré sola-
-¿Acaso tanto anhelas la compañía de esos mortales?- preguntó Hades.
-Hades, rey del inframundo, no creo que puedas sentir con un corazón congelado de poder. Sí, deseo tanto volver a ver a los que un día se hicieron llamar Santos de Athena- respondió Saori.
-Sobrepasaron por un instante el poder de un Dios, pero lo hicieron por proteger a otro. Está bien Athena-Saori, verás de nuevo a esos hombres ya que una nueva Era inicia. Con mi poder haré volver a tus fieles y si una nueva batalla se suscita…-
-Me tendrás de tu lado, y yo te guiaré- terminó de decir la Athena olímpica con una cálida sonrisa posando su delgada mano en el hombro de su reencarnación.
-Pero escúchame con cuidado, si deseas volver a verlos deberás verter el contenido de esta botella en una emanación de agua. Es una pequeña partícula de mi cosmo, pero a cambio también debes sacrificar parte del tuyo. Quedarás agotada después de desprender semejante cantidad de energía, pues son muchos tus guerreros y sus cuerpos deben materializarse de nuevo, ¿Estás dispuesta?-
-Sí, no importa el modo-
-De acuerdo, es tu voluntad-
Zeus depositó en las blancas manos de la encarnada divinidad la botella de diamante que contenía un pequeño destello de luz que era parte infinitesimal del poderoso cosmo del Dios. Ella la observó detenidamente, y su luz se reflejó en los inocentes ojos; la tomó con fuerza contra su pecho y levantó la mirada hacia Zeus.
-Cumpliré con mi deber como Athena- mencionó decididamente con un poderoso brillo en sus orbes verdes.
El Dios mayor sonrió ante eso, y miró hacia lo que era un cielo despejado y azul.
-Ya debemos volver- dijo él.
-Sí, hay mucho por hacer- le siguió Poseidón.
-En tres días un mensajero llevará consigo los lazos de la unión que hemos pactado- le dijo la Athena mayor.
-Es verdad, había olvidado ese detalle. Hay poco tiempo para todo lo planeado, debo empezar ya mismo. Hasta luego Athena… princesa de la tierra- Hades hizo una reverencia a ambas deidades del mismo nombre y desapareció.
-Saori, estaré ansioso de verte de nuevo- Poseidón tomó la mano de la Athena de cuerpo mortal e impregnó un delicado beso en ella antes de retirarse.
-Es momento de que tú también partas al Santuario- le dijo la Diosa.
-¿Cómo volveré?-
-Ya estás ahí-
Una oscuridad envolvió aquel hermoso lugar, haciendo que las figuras de los Dioses desaparecieran ante ella en un manto negro del que no se distinguía nada. Sintió un estremecimiento en su cuerpo a la vez de caer en un profundo pozo que no tenía fin.
Una blanquecina luz se introdujo debajo de sus párpados para abrirlos, encontrándose con la imagen de unos telones agitados por el viento en el interior de su aposento; se sentó en el borde de su cama y contempló a la luna aún predominando en el cielo.
-Debo… comenzar- se dijo a sí misma cuando observó de nuevo el objeto luminoso.
Rápidamente se levantó tomando a Niké para salir por la cortina que separaba la habitación de la sala patriarcal, con intenciones de llegar al pequeño río que bajaba por el camino de una de las montañas circundantes y donde haría regresar a sus Caballeros. Estando en la entrada del recinto principal, utilizó su propio poder para llegar a los pies de la calzada de las Doce Casas sin tener que bajar por todas ellas. Se iluminó con su dorado cosmo y lentamente se orientó al lugar que tenía en mente para tal evento.
Al encender su poder, los pocos que quedaban en su santuario, percibieron su presencia, yendo a su encuentro.
-Athena- le llamó una femínea voz.
-Marín, es tiempo- pronunció quedamente. Sólo dijo eso y siguió caminando.
-Princesa- dijo ahora Shaina.
-Por favor, traigan las mantas que se encuentren a su disposición. Es una fría noche- dijo Athena deteniéndose un momento para después seguir su camino.
Las Amazonas no trataron de comprender, y se limitaron a seguir las órdenes de su Diosa, pidiendo ayuda a los Caballeros restantes de Bronce al encontrarse ya a su lado. Estando frente a las calmas aguas del sonoro caudal, Athena se maravillaba con la hermosura de la cristalina pureza del líquido vital que reflejaba la luminosidad del satélite natural en el firmamento.
-Aun cuando dé mi corazón y mi alma… los haré volver-
-Mi señora, ¿Qué significa esto?- preguntó Shaina.
-Ya lo verán, sólo esperen- dijo ella.
Siete espectadores callados se encontraban a las espaldas de Athena, quien permanecía silenciosa con su Niké erguida. Seguidamente, su cosmo se encendió más y se introdujo en el caudal, yendo al centro donde ya el agua le llegaba a la cintura; su mano izquierda sostenía el cosmo de Zeus; lo dejó fluir hacia el agua, la cual resplandeció con intensidad.
Subió más el nivel de su poder en un aura de rayos dorados que se elevaban hasta el cielo y después caían al agua repetidamente, haciéndola resplandecer aún más casi segadoramente ante el asombro de los presentes. Pronto, la luz desapareció y el silencio reinó otra vez, Athena se sostenía en su bastón jadeando de cansancio con la cabeza baja, inundada de sus cabellos en el rostro.
-¡Athena!- gritó Jabu.
-No Jabu, espera…- Marín lo detuvo.
Burbujas comenzaban a salir del río, como si hirviese, pero no originaba vapor. Una cabellera comenzó a salir del agua, y después un cuerpo anémico se hizo presente al surgir repentinamente con la piel al descubierto. Uno más, otro, y continuamente surgían de nuevo los Santos de Athena, quiénes estaban despertando de un trance tras su muerte. Unos verdes ojos se posaron sobre la Diosa.
-Athena-
-Saga…- pronunció ella con una sonrisa.
Repentinamente, las armaduras doradas que se creían perdidas en el inframundo, se posaron sobre sus dueños ya renacidos en aquellas aguas de la montaña. Pero su brillo no era el mismo; con dificultad despedían un reflejo opaco que no hacía honor a su legendaria fama. Athena salió del agua seguida por sus Caballeros dorados, quienes le hicieron reverencia a pesar de su debilidad con una rodilla en la tierra; los Caballeros de Bronce les cubrieron con las mantas del frío.
Después, los Caballeros de plata, los cuales recibieron su armadura igualmente y a excepción de Orfeo, fueron perdonados por Athena por su rebelión en tiempo pasado. A pesar de que se creía completa la caballería, una última alma respiró el aire de la vida y se unió a su Diosa una vez más: el Patriarca Shion vivía entre los Santos.
La orden estaba completa, la noche casi se extinguía, y Athena estaba exhausta.
-Espero no estés molesto con mi decisión- se dirigió la Diosa con una sonrisa al Santo peliverde. La expresión labial se desvaneció y sus ojos se entrecerraron fatigadamente.
"Quedarás agotada después de desprender tal cantidad de energía"
Esas palabras volvieron a su cabeza en aquel instante cuando su vista se nubló y ante todos, la deidad cayó en los brazos de Shion enteramente inconsciente.
Y así el alba creada por Eos, se hacía presente en un nuevo día en un lugar antiguo y mitológico, donde muy a pesar de la creencia científica de la no resurrección, los protectores de Palas Athenea, posesionaron cuerpos materiales otra vez para seguir con su gloriosa misión.
Notas de la autora:
¡Hola!... de nuevo… jeje, sé que el último capítulo era la renovación, pero como digo, "la tercera es la vencida", y otra vez les traigo una renovación que espero les guste. Esta es la definitiva, créanme, bueno, ya saben donde dejarme a los dorados en traje de baño, es decir, los comentarios, sí, eso…
