The Secret Purge

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"You hold me down in the best way

No quarter from these chains that I've

Slept on my heart for a feeling

Why can't I let my demons out?".

o

Podía decir que estaba en un momento alto de su vida. Su relación sentimental estaba nuevamente en marcha, más fuerte que nunca, y experimentando la convivencia. Su trabajo era tan productivo como siempre. Sus amistades seguían fuertes y su círculo social era sólido.

Podía decir que tenía todo lo que deseaba en la vida. Podía decir que era feliz.

Podía decirlo, expresarlo, y fingirlo con sonrisas, mas no lo sentía. Aunque su vida había mejorado en muchos aspectos, aunque estaba enamorada, aunque ya no estaba sola, aún debía soportar la presencia de una sombra aplastante en todo momento.

La sombra de un secreto.

Los secretos eran cosas curiosas, se escondían en el interior del sujeto portador para expandirse como un virus y tomar completo control de la persona, la carcomía desde el centro hacia afuera, destrozando lo máximo posible. Ella aprendió, con el tiempo, a dejar libre su secreto en pequeñas dosis; como un adicto a la heroína que intenta sobrevivir un día completo sin una nueva aguja penetrando sus venas.

Sin embargo, desde que vivía con Sheldon no había tenido la oportunidad de dejar correr libres a sus impulsos. Y estaba empezando a sufrir lo que podría considerarse como un fuerte síndrome de abstinencia. Necesitaba hacerlo. Necesitaba volver a desatar esa parte autodestructiva y enfermiza que vivió dentro suyo durante mucho tiempo.

De hecho, vivió dentro de ella desde que era una niña… recuerda su niñez, cuando sentía como anciana. Solía jugar a ser una huésped indeseada dentro de su casa, caminando con cuidado de no romper nada, contando sus pasos y parpadeando con recaudo. No fue una niña feliz. "Padre ocupado, madre creyente" podría ser la frase que representara perfectamente a su familia.

Y su madre era una fuerte creyente de muchas cosas.

En la cultura general, en los cuentos de hadas o en las películas de comedia, las madres cumplen el papel de una amiga fiel. Mamá es el ser que posee todas las respuestas, reparten abrazos, besos y consejos como si fuesen exhalaciones de oxigeno. Incluso las madres que no son de cuentos, esas madres reales con ropa de gimnasia y cabello despeinado poseen el poder de hacer sentir queridos a sus retoños. El acto de amar y demostrar amor es lo que crea a una madre real.

Sin embargo, hay mujeres incapaces de amar, suponía Amy. Su madre había sido una de esas, más allá del Armario del pecado, los discursos interminables o las constantes muestras de decepción, hubo algo más. Su recuerdo más antiguo lo demostraba: Como en una película de terror, veía su reflejo en un gran espejo. Sus píes estaban de puntillas sobre un pequeño banco, y detrás de su figura, veía el rostro adusto de su madre. "Las niñas deben ser gráciles, Amelia" decía, para luego pellizcar con sus largos dedos la carne blanda y tierna de sus brazos llenos. "Las niñas deben ser delgadas, Amelia" volvía a decir, algo más fuerte esta vez, mientras pasaba un cepillo por su cabello con violencia. "Las niñas deben ser hermosas, Amelia".

Su recuerdo más antiguo: la maldita voz de su madre marcando su destino, regalándole un vistazo a su futuro enfermo.

La sombra de una enfermedad.

La soledad de cada persona. No ser objeto de las miradas. Mirar en vez de ser mirada. Eran fantasmas que la perseguían constantemente. Se resignó a ser la última mujer, el final de un degradé bello, alguien mustio, algo que no merecía recibir dos miradas seguidas. Era reconocida por su mente e ignorada por su imagen; y exteriormente, estaba bien con eso.

Pero en el exterior, los humanos pueden estar bien con muchas cosas, mientras, dentro, miles de tornados y tormentas eléctricas se desatan en la batalla épica de cada noche solitaria. Todos poseen un trozo de superficialidad oculto en el interior, y Amy abrazó el suyo.

La primera vez, supo que era incorrecto; pero lo incorrecto jamás se sintió tan bien. Fue una manera de vaciar su cuerpo y su mente, eliminar estrés, una pequeña compulsión inofensiva que no dejaría consecuencias mayores: Las personas rotas suelen mentirse con demasiada facilidad.

Estaba perdiendo algo a través los dedos: su vida, se aferraba a su vida con las yemas de sus dedos, con las puntas de sus uñas. Sólo un centímetro se mantenía en contacto con su piel, el centímetro que desaparecía cada día en la fría loza del retrete. Era sólo un centímetro, y es frágil, es diminuto, y era todo lo que tenía. Sin embargo, no paraba de desecharlo adrede. Cada vómito era un pequeño suicidio silencioso que la ayudaba a mantenerse viva. Y aún no entendía cómo demonios eso podía ser posible.

A veces, en las noches donde una copa de vino tinto era su única compañía, deseaba que llegue ese intrépido héroe novelesco que cure sus males a base de amor; Se le había caído el cielo de tanto esperarlo, y cuando llegó, no fue el caballero de reluciente armadura que la salvaría de las garras de un mal peligroso. Y eso resultó mucho mejor. Ella era una mujer fuerte, no una damisela en apuros. Sobreviviría, con o sin amor. De hecho, ¿existía realmente ese "mal"?

Como neurobióloga, aceptaba que tenía un problema. Como humano, transformó el problema en un secreto, lo humanizó, lo escondió en el lugar más recóndito de su ser y lo protegió con su vida.

Y el secreto subsistió, creció, y se fortaleció.

La gente era una masa gris y ciega, la gente no sospechaba. Los amigos no sospechaban, preguntaban, o veían más allá. Y eso era justo lo que ella necesitaba para llevar su estilo de vida de un modo tranquilo e ininterrumpido: absoluto desinterés. Y, de todas formas, nunca mintió acerca de su alimentación, sólo ocultaba información que no tenía porqué ser de conocimiento público.

Sin embargo, cualquier hábito placentero se puede transformar en una adicción, como comer chocolate, como no comerlo. Como comerlo y luego deshacerse de él. Y al convivir con Sheldon, su adicción debió cesar. Vivir con él la estaba volviendo loca en más de un sentido. Existía esa contradicción estúpida: el odiar la soledad y extrañarla, el sentirse protegida y asfixiada al mismo tiempo.

Tenía una rutina secreta que seguía todos los días desde que vivía con Sheldon, algo que la ayudaba a soportar su síndrome de abstinencia secreto: iría a la universidad, donde se sentaría recta, quemaría sus pestañas y cumpliría órdenes. Escucharía los murmullos que se escabullen por su cabeza por la noche, llamándola fea y gorda y estúpida y puta y lo peor de todo, "una decepción". Se moriría de hambre disimuladamente y bebería una copa de vino tinto, porque necesita un anestésico y eso funcionaba. Durante un rato. Pero entonces el anestésico se convertiría en un veneno y para entonces ya sería demasiado tarde porque ya estaría colocada, metafóricamente, hasta el alma. Entonces Sheldon le permitiría abrazarlo por la noche, y esperaría sentirse algo mejor.

Pero sólo sentiría un fantasma temblando al ras de su piel.

El amor no sirvió para arreglarla. Sheldon no la anhelaba. No había ganas de ella en su mirada. No ser deseada por la persona amada dolía más que sus nudillos y su garganta, dolía más que las palabras de su madre y el odio.

¿Podía culparlo por no sentir atracción física hacia ella cuando su cuerpo era un desastre? Necesitaba arreglarlo, y lo hacía de la peor forma.

Por eso, cuando Sheldon se marchó por una tarde entera, cuando su estómago se retorció de hambre hasta el punto doloroso y su cuerpo temblaba de anticipación ante la perspectiva de comida, decidió volver a romperse.

Era su día ideal: un refrigerador lleno, un novio ausente, y un sentimiento hueco que rogaba a gritos ser llenado.

Era la noche de la purga, era una convulsión.

o

La cocina era un desastre cuando entró. Cajas de pizzas desparramadas por el suelo, manzanas a medio comer y helado derritiéndose.

Un acceso de pánico lo inmovilizó. Quizás Amy fue atacada por rufianes que, después de robar todas sus posesiones y secuestrarla, se dieron un banquete con todos sus alimentos... la hilera interminable de teorías exageradas acabó por un sonido apagado, procedente del baño. Frunció el ceño, con un gesto de asco al ver el desastre otra vez, caminó hacia la puerta del baño.

Esta vez lo escuchó mucho más claro: el inconfundible sonido de vómitos. La puerta entreabierta le regaló la grotesca imagen de su novia de cuclillas frente al retrete, con dos dedos introducidos dentro de su boca y el rostro rojo marcado por el esfuerzo.

Las náuseas lo invadieron por más de un motivo.

—¿Qué estás haciendo, Amy?

Nota de autora:

Me gusta escribir drama, lo disfruto bastante. De este tema en específico, he intentado escribir en demasiadas ocasiones, nunca nada se sintió lo suficientemente real ni fuerte; y creo que aún no pude plasmar todo lo que quería ni el suficiente sufrimiento o crudeza que un tema así amerita.

Esto será de cinco capítulos donde exploraré esta enfermedad, y como una persona tan peculiar como Sheldon intentará ayudar a Amy; una Amy demasiado engañada y perdida.

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