12/8/18 Editados capítulos del 1 al 7: Más que nada guiones y algunos diálogos que no alteran la trama. Disculpen si hay errores, dedazos y blablabla... no lo repaso tras editarlo.
Este fic alterna partes del presente con escenas del pasado pero que al mismo tiempo son del futuro ya que el pasado del protagonista, Yuujou, es el futuro porque es un viajero del tiempo. Esas escenas están en cursiva.
Advertencia: muerte de personajes, violencia, blablabla…
Digimon y sus personajes no me pertenecen y menos mal así no tengo nada que ver con tri y futuros proyectos de la franquicia *escalofrio*
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DIGIMON ADVENTURE FORWARD
LA ÚLTIMA ESPERANZA
Sintió un fuerte golpe en el pecho. No era la primera vez que algo lo golpeaba con brutalidad pero sin duda jamás había sido tan dolorosa. La onda expansiva lo empotró contra esa gigante bola oscura la cual había odiado desde que tenía memoria, aquel que era conocido como Dios del Mal.
Se trataba del ser causante del apocalíptico presente.
Estaba rodeada entre sombras de oscuridad que helaban incluso el corazón más valiente y fogoso, atrapaba todo entre sus sentimientos de maldad.
Escuchó gritos de batalla al fondo, los alaridos de su primo, los rugidos de esos monstruos, pero no desvió la cabeza para ver lo que sucedía en ningún momento, porque esa esfera tenía algo extraño que le cautivó. Repleta de maldad, pero una gama de colores lleno de vida salía de lo más profundo de su interior, dando luz y esperanza, ¿acaso la oscuridad no pertenecía a ese ser?
Quiso tocarla pero una nueva explosión le hizo perder el equilibrio y en medio del caos, el laboratorio empezó a parpadear, sobre todo la bola, dando la impresión de que iba a salir volando y desaparecer del mundo en cualquier momento. Tal vez, todos tenían razón y esta era la última batalla, sin duda, para ellos sí que lo sería.
Grandes gotas de saliva y mocos cayeron sobre su cabeza y sintió que también empapaban su espalda. Logró darse la vuelta dándose cuenta de que el caos ya era irreversible, si no habían muerto todos, estarían a punto y el próximo sería él a manos de ese Kagemon.
Todos los Kagemon eran iguales. Se había llegado a creer que era una leyenda el hecho de que esos monstruos alguna vez hubiesen sido distintos, hubiesen compartido sus vidas y hubiesen tenido corazón. A veces, él creía que eso era imposible, que la vida antes del ataque no había existido pero entonces sentía el tacto de su blandito y peludo cuerpo contra su cara, su mirada de amor y su sonrisa de ilusión por tenerlo en brazos.
Apenas era capaz de recordarlo, solo eran sensaciones que le hacían creer que aún había esperanza. Porque hubo un tiempo en donde los digimon tenían nombres, tenían formas y digievolucionaban en seres asombrosos, porque hubo un tiempo donde él tuve un compañero, que puede, que fuese el mismo monstruo que le estaba a punto de matar.
Ya no tenían nombre, los empezaron a denominar Kagemon unos tres años después del ataque, cuando se dieron cuenta de que todos sus amigos se habían convertido en esos seres de las tinieblas. Eran sombras de lo que algún día podrían haber llegado a ser.
Solían medir alrededor de seis metros, sus brazos eran unas garras de las que chorreaban un líquido viscoso y en su cabeza apenas se apreciaban sus ojos escarlatas porque la boca ocupaba prácticamente todo su rostro. Podría comer fácilmente a una persona de un bocado, de hecho, el niño había presenciado ese suceso en más de una ocasión. Había visto como lo iba desgarrando con sus tres filas de dientes y lo engullía, muchas veces, todavía con vida.
No era algo agradable de ver, de hecho, la primera vez que lo vio tuvo pesadillas durante mucho tiempo, en realidad las seguía teniendo, pero como todo, al final se acostumbró también a las pesadillas, donde olía el efluvio de la sangre como si le impregnase la cara y escuchaba los gritos de dolor de una forma tan nítida que le atravesaba el oído.
Mentiría si dijese que no tenía miedo, porque estaba aterrado, pero pensándolo mejor, tampoco tenía nada de malo morir, más cuando había visto a todas las personas que alguna vez le quisieron y quiso abandonar este mundo.
Sus piernas temblaban, así como su mano que fue incapaz de reaccionar en busca de la única arma con la que se podría defender. Estaba rendido, solo quería sufrir lo menos posible y reencontrarse, si en verdad los humanos tenían derecho a tal cosa, con sus seres queridos.
Metiendo la mano en el bolsillo, apretó con fuerza el colgante que le acababa de dar su hermana, justo antes de morir en sus brazos.
―Siento no poder conseguirlo ―musitó, dolido no por morir, sino por defraudarla a ella.
Pero entonces escuchó un débil gemido que le devolvió a la realidad.
―Puedes conseguirlo, eres nuestra esperanza. Aún puedes conseguirlo ―susurró su primo, mientras trataba de arrastrarse hasta su posición.
Fue lo necesario para que las fuerzas regresasen a él o por lo menos el valor, porque como dijo el capitán, lo único que les quedaba era morir como héroes.
Agarró su DigiDes, sabiendo que seguramente fuese la última vez que tuviese algo entre sus manos y miró firmemente a ese monstruo, sabiendo también, que puede que su repulsiva cara fuese lo último que viese antes de morir.
Gritó, mientras accionaba el arma y saltaba para intentar darle pero en ese momento un arco iris procedente de la gigante orbe que presidía la estancia la iluminó. Se giró para contemplarla y todo empezó a dar vueltas a su alrededor. Trató de correr hasta su primo pero no pudo escapar porque una luz cegadora se abrió paso entre la oscuridad que rodeaba el núcleo del sistema. Sintió que flotaba, como si su cuerpo se despedazase en añicos o en datos. Jamás podría explicar que le estaba pasando, solo que se acababa, que desaparecía de este mundo y quizá hubiese cumplido su misión y había esperanza para el futuro, en el caso de que hubiese futuro.
...
...
Sus ojos rubí siguieron la trayectoria de esa pelota con máxima atención. La jugada duró unos tres o cuatro golpeos más, hasta que una de las chicas falló y la pelota quedó contra la red.
En ese momento, Sora desvió la vista a su teléfono móvil y gruñó. Lo abrió y lo cerró un par de veces y finalmente lo guardó, recogiendo también su bolsa de deporte y su raqueta.
Saltó del respaldo del banco donde estaba sentada al campo de tierra y se dirigió a la salida.
―¿Ya te vas? ―preguntó una compañera.
―Sí, hasta mañana ―se despidió, sin dar pie a ningún tipo de conversación.
Ya no le apetecía entrenar más, en teoría tenía otros planes esa tarde, pero visto lo visto, iría a casa a maldecir a su novio. Eso lo tenía claro, ya no lo iba a esperar más.
Si algo caracterizaba a Sora Takenouchi era que sus enfados de "nunca más voy a volver a llamarle" que parecía que iban a durar hasta la eternidad solían diluirse en escasos minutos y por eso, a tres calles ya de la escuela marcó su número, no sin antes maldecirle por no molestarse en mandarle ni un mísero mensaje.
Esperó los tonos cada vez más furiosa, hasta que por fin descolgó la llamada. La sangre le hirvió al escucharle como si nada.
―Sora, ¿qué ocurre?
No hubo respuesta por parte de ella, Yamato solo podía escuchar su respiración cada vez más fuerte y furiosa. Se oía música al fondo y a alguno de sus compañeros.
―Yamato, ¿miraste la hora?
Hubo un silencio.
―¡Habíamos quedado! Lo lamento pero se nos fue el tiempo con el ensayo.
Sora resopló.
―Se supone que íbamos a ir a comprarle el regalo de cumpleaños a Ken.
No lo veía, pero Takenouchi podía imaginar a la perfección la cara de apuro de su novio. Supo que no se equivocaba al empezar a escuchar sus tartamudeos.
―Ah… bueno… eh… ya… podemos ir… oh… ¿luego?
―¿Cuándo? ―inquirió la pelirroja con firmeza.
No estaba dispuesta a escuchar evasivas sin fundamento, ya que de sobra sabía que comprar regalos para sus amigos era algo que Yamato encontraba bastante tedioso.
―No sé, es que ahora estamos sacando un tema muy bueno y hay que aprovechar los momentos de inspiración ―entendió que lo había estropeado al escuchar el suspiró disconforme de su novia.
Hastiada, Sora paró de andar y se llevó la mano a la cabeza. Se detestaba por ser tan débil y ceder con tanta facilidad, pero es que, le costaría muchos menos dolores de cabeza ir sola a comprarlo que intentar programar una cita con su novio para ese menester.
―Déjalo, ya lo compro yo.
―¿No te importa? ―Yamato tampoco estaba demasiado sorprendido. Conocía a Sora―, ¿y en qué has pensado?
Sora sonrió con sinceridad.
―Sorpresa.
―Sora, dímelo.
―Ni hablar. Haberme querido acompañar.
En realidad no tenía ni la menor idea de que comprarle a Ken pero si lo supiese tampoco tenía intención de revelarlo. Era más divertido así.
Prosiguió la charla durante unos segundos, quizá el momento de inspiración de Yamato no era tan sagrado o era posible que Sora contribuyese inconscientemente a el pero daba la sensación de que aunque no le acompañase físicamente, si iba a estar telemáticamente a su lado comprando ese regalo. Pero entonces la comunicación empezó a resultar dificultosa debido a unas inesperadas interferencias.
―Qué raro ―agitó el teléfono la muchacha, viendo que la barrita que indicaba la cobertura estaba al máximo. Sin embargo, cuando se lo llevaba al oído solo escuchaba unos molestos pitidos―. ¿Yamato, estás ahí?
―Sora ―Él la escuchaba perfectamente―, estoy aquí, ¿no me oyes?
En ese instante un haz de luz quebró el cielo que empezó a deformarse y concentrarse en un vórtice. Era como si se estuviese replegando sobre sí mismo. Absorta y sin capacidad de reacción, la chica bajó el teléfono hasta su tripa.
Todo empezó a fluctuar en un milagro cromático. Sora dio un paso para atrás. En su experiencia en cosas extrañas, esto solo podía ser producido por el mundo digital.
El insólito vórtice relampagueó un par de veces, que provocó que absolutamente todas las cosas tecnológicas que había en un pequeño radio se volviesen locas. Semáforos cambiaron de color sin ton ni son, haciendo que los coches parasen y algunos colisionasen. Los conductores desconcertados y atemorizados miraron ese prodigio con reservas, algunos peatones también habían parado para presenciarlo, aunque la mayoría se empezaba a dejar guiar por el pánico y corrían a resguardarse.
No fue el caso de Sora, que por si acaso, tomó el digivice en su mano.
Cuando los relámpagos empezaron a remitir se pudo apreciar el contorno de una figura que emanaba verdadera angustia. Eso sí que asustó a la pelirroja, porque si bien lo más seguro era que se tratase de un digimon, también era verdad que nunca había visto un ser tan monstruoso como ese.
El inesperado suceso había finalizado, los semáforos regresaban a la normalidad, igual que las comunicaciones, sin embargo, Sora no pudo cerciorarse de eso ya que el teléfono había resbalado de su mano, impactando en el suelo. Aún se oían los gritos de su novio llamándola, aunque pronto fueron solapados por un aterrador gruñido.
El desorden ya era general, con gente gritando y huyendo hacia todas las direcciones, lo único que buscaban era alejarse de ese ser que daba la impresión de que había aparecido del mismísimo infierno.
La única que no se movió fue Sora, que seguía paralizada.
―¿Qué digimon es? ―se preguntó, dándose cuenta entonces, por su voz temblorosa, que todo su cuerpo temblaba.
Mediría más de seis metros, su cuerpo era ancho con aspecto de una bestia. Su color era grisáceo, cubierto por una especie de moco repugnante que goteaba desde sus extremidades y cabeza. Apenas se le veían sus pequeños ojos, que eran tan rojos como la sangre, y cuando abrió su enorme boca, pudo ver sus afiladas filas de dientes, así como su lengua blanca y pastosa.
Sintió un escalofrió por todo el cuerpo, más terror que en toda su vida, entonces, después de gruñir con salvajismo, el monstruo cruzó la calle a un vertiginoso trote, llevándose por delante todo lo que había y si seguía así, chocaría contra ella en breves segundos.
Solo al verlo tan claro, pese a su mente paralizada, su instinto de supervivencia primó en ella y corrió más rápido que nunca hacia dirección contraria. Milésimas después de que Sora hubiese abandonado ese lugar, su móvil quedó hecho añicos bajo el pie de la bestia.
No quería mirar hacia atrás, porque sentía su apestoso aliento rozar su pelo y las pisadas retumbaban el suelo de la calle por la que corría sin descanso. Sin darse cuenta, se había metido por estrechas callejuelas, las cuales conducían a un callejón sin salida.
Tropezó cayendo al suelo, pero no se preocupó de la herida de su rodilla. Apresuró a esconderse tras esos contenedores que había contra la pared.
Cerró los ojos, mientras como un afilado cuchillo, se clavaba en su oído el alarido de la bestia. Estaba pidiendo carne, deseaba sentir la sangre por su garganta y sobre todo, el olor a miedo que desprendían sus víctimas.
El cuerpo de la chica tenía convulsiones cada vez más fuertes, mientras sus mejillas ya se empapaban de esas lágrimas de terror, pero entonces, sintió una tremenda calidez en sus manos.
Reuniendo el suficiente valor para abrir los ojos se dio cuenta de que provenía de su digivice, que brillaba como siempre cuando estaba en peligro.
―Piyomon ―llamó esperanzada, mirando por inercia al cielo―, ¿estás aquí, verdad?
Gritó con pavor por ver a ese monstruo gigante, más concretamente como había echado su zarpa hacía atrás para coger impulso y la llevaba directa a su cuerpo.
Se encogió lo más que pudo, consciente de su final que inexplicablemente no llegó, con lo único que ese ser le tocó fue con la sustancia gelatinosa que recubría su cuerpo y que con el impulso se desprendió de él.
Todavía temblorosa y con los brazos cubriéndose la cara, se atrevió a abrir tímidamente los ojos. El ser pegaba unos espeluznantes bramidos, con los diminutos ojos bien abiertos y los brazos para atrás, era como si estuviese recibiendo una potente descarga eléctrica. Daba la impresión de que en cualquier momento saldría humo de su cráneo, pero no fue así, lo que sí empezó a salir fue una sustancia negruzca mezclada con los característicos datos de los digimons que conocía. Ya se había abierto un agujero en su pecho, donde entre tanto elemento que levitaba y desaparecía se podía distinguir un haz de luz procedente de un extraño aparato.
Conforme el monstruo fue desapareciendo, Sora pudo ver más ese aparato, así como el brazo de la persona que lo sujetaba y hasta a la persona en sí. Un niño gritaba con energía, agarrado a lo que aún quedaba del ser, que ya se iba diluyendo en la nada, al igual que la luz del instrumento se iba debilitando. En cuestión de segundos, que a Takenouchi se le hicieron como horas, su atacante había desaparecido y en su lugar había un niño jadeante.
Agitó la cabeza desconcertada por todo lo vivido en los últimos minutos de infarto de su vida. Se concentró en ese pintoresco muchacho. Sus ropas estaban viejas y rotas, además que eran muy funcionales: un pantalón corto con múltiples bolsillos y correas, un cinturón en el que se veía la funda del arma que aún mantenía en la mano y en la parte de arriba un chaleco de explorador. También se podía ver en sus brazos algún que otro vendaje, así como una muñequera negra. En realidad parecía venido de una especie de mundo apocalíptico.
Sin embargo, lo que llamó la atención de la joven fue la cabeza del niño, el color del pelo era muy parecido al suyo y entre sus greñas despeinadas, podían apreciarse unas goggles que si no eran como las de Daisuke, eran muy similares.
El recién aparecido estaba al límite de sus fuerzas, dio un par de resoplidos más tambaleándose, pero antes de desplomarse, tuvo las fuerzas para alzar la cabeza y mirar a la chica que acababa de salvar y eso asustó todavía más a la pelirroja, porque sintió una conexión que nunca antes había sentido con nadie. Simplemente tuvo la sensación, o mejor dicho, la inexplicable certeza de que lo conocía desde siempre.
Se miraron directamente a los ojos, que parecían el reflejo el uno del otro, y sin más, el muchacho dio un gemido y cayó.
...
...
Mi hermana me dio un empujón contra los restos de ese coche que en estos momentos nos servían como escondite. De normal, solía tratarme más amablemente pero cuando salíamos de la guarida se volvía muy brusca, sobre todo hoy, que era la primera vez que formaba parte del comando que iba en misión.
Nuestro objetivo no era diferente al de casi siempre. Prácticamente siempre que nos arriesgábamos a salir a la superficie era para hacer reconocimiento de los alrededores, ver hasta donde nos habían cercado y si se podía sabotear los suministros cercanos de red oscura para así ir ganando terreno. Aunque a la mayoría de nosotros nos pareciese una estupidez, era lo único que podíamos hacer para sentir que todavía luchábamos por recuperar nuestro mundo. Hasta el día de hoy, siempre que eliminábamos una central de energía oscura para al día siguiente ya estaba reconstruida.
Desde el ataque, apenas habíamos visto el sol, el cielo siempre estaba en sombras, acabando con prácticamente toda la vida. En realidad, me empezaba a preguntar si el sol había sido destruido de verdad o si de lo contrario, tras tanta niebla, aún estaba iluminando el resto de la galaxia.
Lo que un día fue una macro ciudad estaba en escombros, casi ningún edificio quedaba en pie, solo uno, el suyo. Una enorme fortaleza con una torre vigía que podías ver desde cualquier parte del país, o por lo menos, desde ahí, seguramente sí se vería todo el país. Era la forma que tenían de mantenernos vigilados y atemorizados.
La mano de mi hermana se cruzó por delante de mis ojos y empezó a hacer unas señas. Su mirada estaba fija en Taiyou y el americano, que iban un poco más adelantados.
Según lo que pude entender, nuestro objetivo estaba custodiado por dos Kagemon.
Me asomé para intentar verlos y pude distinguir sus cabezas que sobresalían entre la estación, aunque lo que más había ahí eran adultos cargando materiales y trabajando en las redes.
Eso me enfureció, pensando que el americano tenía razón, que de verdad esos humanos traidores merecían morir.
La mayoría de los adultos que sobrevivieron a la guerra, que en realidad fue masacre, fueron muriendo por la enfermedad, y al ver lo espantosa que era y sigue siendo, muchos suplicaron por su salvación y fueron convertidos en eso. Son como esclavos sin voluntad, también son sombras de lo que fueron.
―Escucha ―me llamó mi hermana. Yo la miré y escuché el plan de ataque, aunque mi mente estaba lejos de mi cuerpo. Tenía demasiado miedo por lo que iba a pasar―... ¿has entendido?
Asentí con la cabeza. Básicamente, mi hermana y yo éramos lo encargados de colocar el explosivo mientras el grupo de Taiyou y el del capitán se encargaban de los Kagemon.
Noté como me acariciaba la mejilla y eso me reconfortó. Puede que desde hacía tiempo mi hermana no fuese la chica cariñosa y dulce que algún día fue, pero siempre tenía esa clase de gestos para mí.
De esa forma, dio comienzo nuestro asalto, mi hermana y yo permanecimos en la retaguardia mientras nuestros compañeros trataban de sorprender a los monstruos y acabar con ellos. Enseguida nos vieron, intuyeron y olieron porque empezaron a revolverse.
La forma más segura de acabar con uno de ellos era pillarle desprevenido, ya que el DigiDes solo funcionaba si lo clavabas contra su cuerpo y no era demasiado fácil acercarse a ellos si ya sabían de tu presencia. Ahí, el combate se ponía peligroso.
Me llevé las manos a los oídos al escuchar el estallido de las armas del americano. Era el único que tenía armas de fuego y las utilizaba. Era imposible acabar con los Kagemon con ella pero al menos los mantenía entretenidos para que un compañero pudiese accionar el DigiDes.
Lo más inquietante de todo era que los traidores ni se inmutaban por la batalla y seguían con su trabajo aunque cayesen heridos o muertos por las balas o por los manotazos de los monstruos.
Jamás entendería como un humano prefería vivir así a conservar su alma. Ellos ya no la tenían y nosotros, al menos, aunque muriésemos en la batalla o por la enfermedad, siempre seguiríamos siendo humanos. A veces, el miedo a morir y a agarrarse a la vida como fuera era totalmente irracional. No se daban cuenta de que ya no tenían vida, de que estaban muertos en vida y ayudaban al Dios del Mal.
Mi hermana me agarró de la camisa, atenta a cada lance de la batalla. El efecto sorpresa no había funcionado pero se las estaban apañando bastante bien y nuestro momento de actuar se estaba aproximando.
―Yuujou, haz lo que yo te diga y no te separes de mí, ¿entendido?
Tomó la mochila donde llevaba los explosivos y con el DigiDes en la mano, salimos hacia el reactor.
Si se mantenía ocupados a los Kagemon e incluso lograbas acabar con ellos, destrozar una central de red oscura era bastante fácil. Como siempre había trabajadores las puertas estaban abiertas, por eso no tuvimos dificultad en entrar en el pequeño edificio.
Ahí había más humanos que daban escalofríos. De cerca, te dabas cuenta de que con el tiempo todos se volvían iguales: empezaban perdiendo el color de ojos, escondiéndose en una penumbra, el color del pelo se tornaba gris y perdían las facciones representativas de sus rostros. Carecían de expresión y de nada que dijesen que algún día fueron humanos. Era la consecuencia de vender el alma al diablo.
Ellos proseguían con su trabajo como si estuviesen mecanizados y de hecho lo estaban.
El reactor era un gran tanque cilíndrico en el que brillaban caracteres extraños en sus paredes. Osamu-san nos contó que eran digicodes. Conforme más brillaban, más crecían las fibras que iban por la tierra y el cielo enmarañando hasta el último rincón de la superficie terrestre. Había oído decir que había lugares en donde ya no existía nada más que esa telaraña de cables de oscuridad. De hecho, yo estaba en la completa seguridad de que esas cosas eran las que impedían que pudiésemos ver el sol, seguro que la atmósfera estaba cubierta por ellas.
Pero su trabajo no era solo sumir el mundo bajo la oscuridad, también bajo su control, ya que como explicó alguna vez Osamu-san, era una enorme red de comunicación.
Para que estos creciesen, los humanos transportaban grandes rocas negras a la abertura del cilindro. Se pasaban todo el día haciendo eso. Yo no sabía que eran esas rocas, ni de donde las sacaban, pero todos pensaban que era algún tipo de materia oscura que alimentaba los reactores. Muchas veces se producían sobrecargas y había explosiones de oscuridad que arrasaban con todo a varios kilómetros a la redonda, por eso, nuestro trabajo era neutralizar esa materia, y entonces sí, hacer estallar la central.
―Venga deprisa ―captó mi atención mi hermana. Porque aunque había oído hablar de ellas y había visto imágenes, era la primera vez que me encontraba frente a un cilindro creador de red oscura.
Mi hermana empujó con brusquedad a los humanos que trabajaban, yo la seguí apartando las rocas con el pie. Me daba pánico tocarlas, tenía la sensación de que si lo hacía, me convertiría en uno de ellos, además podía oír como susurros que procedían de ellas y helaban mi corazón. Mi hermana dejó la mochila en el suelo y apresuró a sacar lo necesario para hacer volar ese lugar.
Lo primero que empezó a manejar fue un pequeño aparato digital, eran como mini computadoras que tenían lo necesario para modificar los códigos y desactivar el elemento oscuro del que se alimentaban. Yo nunca había manejado uno de esos pero era normal ya que no teníamos demasiados y eso que el señor Izumi y sus ayudantes crearon gran cantidad de material tecnológico en los años post-ataque. Cuando aún teníamos que organizarnos. Sin embargo, hacía ya tiempo que nada nuevo salía de su laboratorio. De hecho, hacía tiempo que, a excepción de su hija, nadie veía al señor Izumi y muy pocos sabían en que estaba trabajando.
A veces, tenía la duda de si seguía vivo.
-Yuujou arma el explosivo. Pon cinco minutos.- ordenó mi hermana, mientras introducía esos códigos y veía como poco a poco el cilindro dejaba de brillar.
Ayer mismo me enseñaron a montar una bomba. En realidad no era difícil ya que solo tenía que dar a un interruptor e introducir el tiempo, después, daba al botón verde y empezaba la cuenta atrás.
En la guarida eran Osamu-san y Chikako-san los que se solían encargar de fabricarlas, los demás solo teníamos que colocarlas y dar a un botón.
En ello estaba cuando la pared a mi espalda retumbó y se resquebrajó, seguramente por la lucha que tenía lugar en el exterior. Estaba nervioso, el sudor cubría mi cara y mis manos y con ese inesperado golpe el explosivo se me resbaló.
―¡Yuujou! ―recriminó mi hermana al verlo.
Tuve ganas de llorar y de pedirle que no me gritase de forma tan dura, que estaba nervioso y asustado y que ahora necesitaba un abrazo pero no lo hice, porque pensé en mis compañeros que arriesgaban sus vidas fuera. Ya no era el bebé del grupo, debía demostrarles que yo también era un guerrero y que podían contar conmigo.
Apresuré a recoger la bomba pero entonces un escalofrío recorrió mi cuerpo al darme cuenta de que con el golpe ya se había activado y que el tiempo del que disponíamos era un minuto.
Pensé en como arreglarlo, le di al botón verde varias veces pero lo que no me explicaron era que una vez activada, no se podía parar. Quería solucionar esto por mí solo, no defraudarles, pero no podía hacerlo y si seguía así, sería el causante de la muerte de todos.
―Ai-chan ―me volteé con el explosivo en la mano. No sé cómo reuní el aire suficiente para que me saliese la voz.
El reactor todavía no estaba neutralizado pero mi hermana me miró, más concretamente miró lo que tenía en la mano.
―Joder.
Pude ver el miedo en sus ojos.
Sin embargo, al contrario que yo, mi hermana sí tenía una gran capacidad de reacción. Rápidamente conectó por la muñequera digital con nuestros compañeros.
Tenía tanto pánico que no pude escuchar su conversación y aunque la escuchase, tampoco la entendería. En esos instantes en lo único que podía pensar era en mi madre y en cuanto me gustaría estar entre sus calentitos brazos en ese momento.
Entonces, mi hermana me agarró del brazo y tiró de mí.
―¡Hay que salir ya!
Yo le obedecí pero con las prisas noté que algo caía de mi bolsillo. Me volteé y quedé aterrorizado al darme cuenta de que era mi armónica.
Sin pensarlo me solté de mi hermana y volví a recogerla. No sabía ni cuando, ni donde, ni cómo me habían regalado esa armónica, lo único que sabía era que fue de mi padre y que él me la dio a mí. Y que era lo único que me quedaba de él. Pero antes de que la pudiese recuperar una bota la pisó con fuerza haciéndola añicos.
Eso me angustió más que la bomba que iba a estallar en escasos segundos. Miré a mi hermana ya con lágrimas en los ojos, su mirada en cambio no mostraba compasión. Me agarró con violencia y me sacó de ahí.
No fui consciente de lo que ocurrió desde aquella acción. Veía mi alrededor, pero yo sentía que me encontraba lejos de ahí, que lo veía todo desde fuera, como una película. Un Kagemon estaba desapareciendo, el otro todavía embestía contra los cascotes que servían para protegernos.
Al parecer ya estaban todos alertados de que la explosión era inminente. Nos reunimos con mis compañeros. En esta misión no había habido ninguna baja y corrimos hacia un punto en concreto, una abertura en el suelo que hacía años habría sido una boca de metro. En segundos un vehículo conducido por Shizuka-san apareció ante nosotros y aceleró por el túnel del metro. Primera norma de las misiones: ten siempre un plan alternativo de escape.
Pocos segundos después escuchamos y sentimos la explosión, las llamas y materia oscura se colaron por donde nosotros huíamos, pero no llegó a herirnos.
La explosión tendría consecuencias catastróficas porque la sustancia oscura aún no había sido desactivada del todo, por lo que hoy, en vez de erradicarla, habíamos extendido más la oscuridad y todo por mi culpa.
Sin embargo, yo no me sentía culpable, ni sentía nada. Estaba perdido y desamparado, solo sentía que lo único que me quedaba de la existencia de mi padre había desaparecido, que lo había perdido para siempre.
...
Al llegar a la guarida rompí a llorar desconsolado. Mi hermana me miró y negó decepcionada.
―No tenías derecho a hacerlo―musité.
Ella me agarró de la cara rudamente para que la mirase directamente a los ojos. Yo no me acordaba de ellos pero tenía la misma mirada que mi padre, aunque era fría y dura. Echaba de menos que Aiko me mirase con cariño, quizá, su corazón era tan sombrío y estaba tan endurecido que le era imposible ya dar amor. Entonces sentía la caricia que durante la escaramuza me había dado en la mejilla. Ahí sentí amor, ¿es que la había defraudado tanto hoy que ya no me quería?
―Nos has puesto en peligro, jamás vas a volver a salir con nosotros, no eres más que un bebé inútil.
Dicho esto, me volteó la cara con desprecio y se fue.
Quise replicarle algo pero me fue imposible, en parte porque estaba de acuerdo con ella y en parte también porque en ese momento la odiaba con todas mis fuerzas. Yo solo quería mi armónica, me daba igual que la oscuridad se expandiese o no. Solo quería sentir que alguna vez había tenido un padre.
Traté de no llorar delante de mis compañeros, pero no lo conseguí. Mis lágrimas eran la única forma en la que podía explicar lo que sentía. Los chicos ya curaban sus heridas y volvían a sus trabajos, porque todos teníamos funciones que hacer en la guarida, y por supuesto, en ninguna de ellas estaba darme un abrazo. Solo sentí la mano de mi primo despeinando más todavía mi pelo cuando pasé a su lado.
―No le hagas caso, solo quiere protegerte.
Intenté agradecer esas palabras con una sonrisa pero no me salió y seguí hasta nuestra habitación.
Era un cuarto, como casi toda la guarida, sin ningún tipo de decoración y arreglo. Al estar bajo tierra no había ninguna ventana y lo preferíamos así ya que tampoco había un paisaje agradable de ver en el exterior. Antes del ataque, la inmensa mayoría de la superficie que ocupaba la guarida eran aparcamientos, también oficinas, pero estaba en los pisos superiores que era donde solían trabajar el señor Izumi y los demás genios.
Las diferentes estancias estaban separadas por cortinas y algunas también por paneles, en el suelo había mantas y alguna almohada. Donde yo dormía, dormíamos cinco personas más. Solía compartir cama y rincón con mi hermana, ese lugar era como mi habitación.
Tenía un baúl donde guardábamos las ropas y cosas de utilidad. Lo único que conservaba de nuestra vieja casa era un peluche de un cohete espacial de cuando mi hermana era pequeña y en la pared, una foto de mi familia.
Siempre me dormía mirándola y esperando el día en que volviésemos a ser así de felices. Era curioso que yo reclamase una felicidad que apenas había vivido ya que en esa foto no tenía ni dos años y el ataque se produjo meses después.
Sin embargo, lo que más me gustaba mirar de esa foto era a los adultos, mis padres. Mi madre sonreía abrazada a mi hermana y mi padre me sujetaba de las manos, mirándome con orgullo.
Les acariciaba a través de la foto, deseando que esa caricia les llegase haya donde estuviesen. Ojalá hubiese podido tenerles un poco más y me hubiesen podido dar ese abrazo que tanto necesitaba.
...
...
Agitaba la cabeza con lágrimas brotando de sus ojos y empapando la almohada. Balbuceaba cosas sin sentido, apretando tanto los dientes y los puños que parecía que se iba a herir. Finalmente, tras unos bruscos movimientos, el chico abrió los ojos.
Su primera acción fue llevarse las manos a la cabeza y frotar su cara, dando las gracias por despertar y no seguir con sus pesadillas, aunque enseguida volvió a plantearse si en verdad había que dar las gracias por despertar en un mundo tan desesperanzador.
Entonces algo le sorprendió. No reconocía el lugar donde estaba. Sentía su cama mucho más mullida y cómoda a como estaba acostumbrado, también el olor era diferente. El ambiente no estaba recargado con ese olor característico mezcla de sudor, sangre y arroz cocido de la guarida. De hecho olía a flores frescas, un aroma que le trajo sentimientos de melancolía y no podía entender por qué, ya que no recordaba haber estado entre flores frescas nunca.
Arrugó el entrecejo en señal de desconcierto, fijando la vista en el techo, limpio, blanco y hasta con una lámpara. Pronto empezó a sentir un quemazón en la cara, se giró dándose cuenta que ahí había una ventana y que el sol entraba por ella. Automáticamente cerró los ojos y se cubrió. Hacía demasiado tiempo que sus ojos no veían luz natural y le causaba un profundo malestar, al igual que a su piel, que ya se había vuelto muy sensible a los rayos del sol. El quemazón se hacía todavía más doloroso en la mejilla izquierda, debido a la profunda cicatriz que tenía desde el ataque.
Al revolverse, salió del futón y se golpeó contra la silla. Una foto que estaba sobre la mesa cayó. Fue lo primero que vio al abrir los ojos, la foto de una pelirroja y un rubio entre abrazados. Por un segundo tuvo la sensación de que era la misma que solía mirar al dormirse, pero no. A pesar de que esos jóvenes le trajesen demasiados recuerdos.
Todavía con la incomodidad que le provocaba la luz en sus ojos, alzó la vista explorando su alrededor. Sin duda estaba en una perfecta y ordenada habitación, parecidas a las que había visto en fotos antiguas de antes del ataque o en alguna de las pocas películas que tenían en la guarida.
Se parecía a como le habían contado que era el mundo antes de su Apocalipsis. En ese caso, ¿qué sucedía?, ¿acaso estaba muerto y este era su cielo?
En ese instante la puerta se abrió y Yuujou vio unas piernas morenas con un apósito blanco en la rodilla.
―¿Te encuentras bien? ―preguntó la chica.
Alzó lentamente la vista escaneándola por completo, dándose cuenta de que era la muchacha del traje de tenis que había salvado tras la explosión de la orbe. Había dudado de que eso fuera real o hubiese sido una alucinación.
Quedó paralizado mirándole la cara, la cual le parecía tremendamente familiar, sin duda era la chica que acababa de ver en la foto que había tirado. La joven, en cambio, se precipitó a agacharse y ayudarle a ponerse en pie.
El niño siguió preso de su rostro, sintiendo que no solo él le resultaba familiar, también el aroma que desprendía y aunque sonase absurdo, el calor de sus brazos rodeando su cuerpo.
Impresionada por la fija mirada del muchacho, Sora apartó la vista de él desconcertada. Por alguna razón que no llegaba a comprender sentía que ese chico la conocía mejor que nadie. Además, que su parecido físico era innegable. Era tan extraño que le producía un enorme temor.
El niño se dejó ayudar como en trance.
―¿Estoy muerto?
Pregunta tan directa y además convencida, sobresaltó a la pelirroja.
―Que estés con Sora no significa que estés en el "cielo" ―sonrió, tratando de calmarlo con el humor.
La mirada seria de Yuujou no desapareció. Miraba todo como si fuese un espejismo.
―¿Te llamas Sora?
―Sí, ¿y tú?
Empezando a negar dio unos pasos hacia atrás.
―¿Esto es una trampa?, ¿es una ilusión?, ¿están jugando conmigo?
Su respiración era tortuosa y los latidos tan acelerados que daba la impresión de que hasta Sora los podía notar.
―Tranquilo.
Trató de extender la mano para tocarle y calmarle, pero él se apartó.
―No, ¡no voy a dejar que me confundan! ―exclamó.
Estaba en el convencimiento de que era algún tipo de arma de confusión del enemigo.
Corrió hacia la salida, aunque para ello tuviese que empujar a su anfitriona, pero al abandonar la habitación chocó contra un hombre.
―Tranquilo chico ―dijo en tono amistoso. Sora le alcanzó.
Yuujou miraba a aquel hombre como si fuese un espectro, no era para menos, nunca había visto a un adulto sano, mejor dicho no recordaba como era su aspecto sin la enfermedad. Y ese hombre no mostraba ninguno de los síntomas.
―¿Quién eres tú? ―inquirió con pavor.
A su juicio, que un adulto estuviese sano solo podía deberse a que había hecho un pacto con la oscuridad y era un hombre de tan valor que no lo habían convertido en un esclavo.
Sin embargo, el hombre sonrió de forma afable. Tenía una sonrisa que de alguna manera le recordó a la de su madre.
―Vivo aquí― fue a revolverle el pelo pero Yuujou no lo permitió. Luego, alzó la cabeza mirando a su hija―. Sora, creo que está un poco trastocado.
Takenouchi hija ya se le acercaba para intentar llevarlo a la cama de nuevo o a la cocina a comer algo, o a algún lugar donde pudiese tranquilizarse y darse cuenta de que aquí estaba a salvo. El pelirrojo la esquivó.
―¿Por qué no estás muerto o enfermo, o eres un esclavo?, ¡que pacto has hecho traidor!
A punto estuvo de agarrarle de la camisa y golpearle pero Haruhiko fue más prudente apartándose.
―Tu amigo es interesante... ―susurró Haruhiko entre la curiosidad y el temor.
Sora le pidió paciencia con la mirada.
―Chico, aquí estás a salvo…
En ese instante, la puerta de la casa se abrió de golpe, entrando como un acalorado Yamato.
―¡Estás bien! ―exclamó jadeante y aliviado.
Se había cruzado media Odaiba corriendo.
Nada más verlo, Haruhiko rodó los ojos y cruzó los brazos con diversión.
―Tu novio también es interesante.
―¡Papá! ―pataleó Sora sonrojada, mientras Yamato, un poco intimidado por la presencia del adulto, se acercaba tímidamente a su chica para cerciorarse de que estaba bien.
El pequeño Yuujou, ahora con la vista en el recién aparecido rubio, cada vez estaba más alarmado. Esto era demasiado surrealista para que fuese verdad. Hacía demasiado tiempo que esta estampa no podía existir en la Tierra: adultos sanos, adolescentes sin preocupaciones,… en general: una familia feliz.
Esto no podía estar pasando.
―No me controlarán ―negó con firmeza―, ¡yo aún puedo conseguirlo! ―exclamó, aprovechando la distracción de sus "captores" para abandonar la casa.
―¡El chico! ―llamó Sora, al ser consciente de su huida.
―¿Quién es? ―inquirió Yamato con desconfianza.
―No lo sé, pero me ha salvado la vida.
Así era, sin saber dónde estaba y quienes eran esas personas, el pequeño Yuujou había salvado la vida de Sora, sin que aún nadie se hubiese dado cuenta que con esa acción, también se había salvado a sí mismo.
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Publicado: 1/11/2012
