Titulo: 1. lo que soy.
Personajes: Alice.
Clasificación Especial(s): A.U.
Advertencia: +13.
Disclaimer: Todos los personajes públicamente conocidos pertenecen a Stephenie Meyer con quien no tengo ningún tipo de conexión, y asociados de la autora. Esta es una historia de entretenimiento sin fines de lucro.
1. En la nada.
Abrí los ojos lentamente mientras que mi vista se acostumbraba a la inusual claridad. Me encontraba tumbada en el incómodo suelo mientras inhalaba un olor penetrante debajo de mi nariz. Rodé por el suelo y quedé boca arriba.
Luces brillantes se filtraban desde lo alto a través de un gran dosel verde, pero… ¿Qué era eso que brillaba en lo alto?...
Mi respiración acompasada se mezclaba con los sonidos que reinaban a mi alrededor. Me consideré con las fuerzas suficientes para levantarme, más no lo hice. Me sentía extrañamente desubicada, como si estuviera en el lugar errado en el momento menos preciso.
Me incorporé despacio, totalmente confundida. No sabía quién era y tampoco donde me encontraba.
Después de varios intentos logré recordar que me hallaba en un bosque, a juzgar por las apariencias. Lo que se encontraba a mis pies era tierra, y lo que brillaba en lo alto era el sol, mientras sus rayos se filtraban por las verdes hojas de los árboles…
A medida que examinaba mi entorno, empezaba a recordar lánguidamente. Reconocía las plantas, flores, piedras, insectos y sonidos… Y al cabo de un rato supe identificar todo cuanto me rodeaba.
Era consiente de todo a mi alrededor. De los extraños sonidos que provenían de los árboles, el extraño susurro de las aguas, y hasta las vibraciones de los grandes árboles.
No obstante, había algo que no me gustaba. Intentaba recordar quién era yo sin éxito alguno. Cuando intentaba hacer memoria, lo único que veía era una oscuridad impenetrable.
Pasé distraídamente la mano lentamente por mi antebrazo, notando mi piel extremadamente fría a pesar de hacer un día caluroso. Sentía una sed inhumana, predominaba un instinto salvaje y una necesidad de alimentarme a toda costa. Me pregunté si era normal sentirse así.
Me sobresalté al notar que cuando el sol me pegaba directamente a la piel, esta brillaba, y desprendía muchos colores. Caminé dando tumbos durante un rato, aferrándome a la dura y rugosa corteza de los árboles cada vez que perdía el equilibrio, acostumbrándome a la idea de mover las piernas, que parecían que no haberse movido nunca. Mis pies descalzos no parecían asimilar de buena manera la calidez de la tierra. Pero, a pesar de mis muchos tropiezos, no se escudaba más allá de un ligero roce de hojas caídas.
Pasados varios minutos me acostumbré a la idea de desplazarme y dejé que mi oído me guiara al arrollo más cercano. Quería saciar la sed abrasadora que me carcomía por dentro y me irritaba la garganta.
El arroyo era pequeño y fluía por el suelo del bosque como una centella plateada, con un apacible sonido. Me arrodille junto a este y me incliné para beber agua.
Pero cuanto me incliné lo suficiente para mirar mi reflejo en el agua. Mi rostro me devolvía la mirada, perplejo. Jamás me había preguntado cómo sería mi aspecto.
Admiré mis rasgos faciales con premura. Tenía rasgos delicados y finos. Mi pelaje era corto y puntiagudo. Tenía la piel blanca. Mis ojos estaban dilatados por la sorpresa, y estos eran de un intenso color carmín, remarcados por una suave sombra púrpura.
Un vago recuerdo surcó mi mente de manera fugaz. Sin duda no era un animal… Me parecía que yo era humana, o al menos eso era a lo que más me parecía. Porque pájaro no era, tampoco pez ni nada que se le pareciera… No… Yo tenía que ser otra cosa… Una especie diferente.
Eso me inquietó. ¿Qué era yo?
Otra cosa que me llamaba la atención era mi vestimenta. Mi delgado cuerpo llevaba una ligera y sencilla bata blanca de mangas cortas que llegaba hasta mis pálidas rodillas.
Transcurridos varios minutos de admirar mi reflejo, me dispuse a beber agua de nuevo. Sin embargo, cuando el líquido frío humedeció mi boca y pasó lentamente por mi esófago hasta llegar al fondo, lo único que pude sentir era cómo el agua se movía en mi estómago. No pasaba nada. No sentía mi sed saciada. Me desesperé, ya que esta se intensificaba a cada minuto.
Me levanté del suelo, molesta. ¡Tenía que encontrar una forma de saciar la maldita sed!
Caminé de nuevo por el bosque desesperada mientras el sol descendía. Sentía que la sed pronto acabaría conmigo.
Irritada, me senté en el suelo y me abracé las piernas con los brazos. Enterré la cabeza en mis rodillas. ¡Tenía que haber una forma de saturar la maldita sed!
Y así la noche llegó con finas gotas de lluvia que me empaparon en tan solo un instante, golpeando con fuerza mi dura y fría piel. Sin duda el cielo había adivinado mi estado de ánimo.
Agucé el oído, que horas atrás me había sorprendido de ser increíblemente sensible, tratando de escuchar los sonidos que me rodeaban una vez más.
Además de los grillos, no se escuchaba nada. Solo las gotas al caer.
Suspiré con rabia y me deslicé hacia un lado para caer limpiamente en la tierra. Cerré los ojos. A pesar de haber caminado desde la mañana hasta ahora, no estaba en lo absoluto cansada. Había albergado la esperanza de que así fuera para que el cansancio mitigara la sed…
En el fondo quería que acabara. No sabía con certeza e iba o no a morir… Estaba tan sedienta...
De repente, un sonido en la lejanía me sobresaltó y me hizo incorporar de un salto.
― ¡Asegúrate de ponerle el seguro al corral de las gallinas!, ¡no queremos zorros otra vez!
Era un sonido que no había escuchado antes. Sin embargo, le entendí solo la mitad de las palabras. No sabía qué eran los "zorros", tampoco "seguro", "corral" o "gallinas". A decir verdad, no me importaba si había o no entendido. Lo único que me importaba era encontrar el origen de ese sonido.
― ¡Sí, querida! ―respondió otro sonido diferente a la inicial.
Y, sin más preámbulo, me dirigí rápidamente al origen de los sonidos. Corrí rápido por el bosque, tan rápido que en un abrir y cerrar de ojos había desembocado un pequeño lugar desprovisto de árboles, con una gran roca roja deforme en el centro, de la cual salían nubes.
La roca deforme tenía agujeros de donde se podía ver claridad, y más allá de esta había otra roca deforme más pequeña que la primera.
Me llamó la atención una figura que se alejaba de la gran cosa roja y se encaminaba a la otra forma más pequeña, la cual yo estaba más cerca. Examiné sinuosamente a ese ser con mis muy sensibles ojos, como había descubierto horas atrás.
Este era más alto y musculoso que yo, y por eso pensé que era un ejemplar macho. Sin duda podría ser de mi especie, ya que tenía dos ojos, una boca, una nariz, dos orejas… Incluso tenía el pelaje corto, al igual que yo. Sin embargo, no estaba del todo segura, ya que habían pequeños aspectos en los que diferíamos, como por ejemplo el color de los ojos; los suyos eran azules, y los míos rojos.
Llegó a su destino y empezó a mascullar cosas mientras hacía algo que no alcanzaba a ver. Me situé rápidamente detrás de lo que seguramente era el "corral". Mi instinto me decía que me ocultara ya que, este era un ejemplar mucho, mucho más grande que yo en muchos sentidos.
―Ponerle el seguro… ¡como si no lo supiera ya!… hay que ver que esta mujer es…
Y, dicho esto, sonó un leve click, y se giró para volver a la roca humeante.
Tenía que hacer algo, no podía dejar que se escapara. Tal vez él supiera cómo tratar mi sed, que ya estaba alcanzando un punto alarmante. Salí de mi escondite y me situé a unos cuatro metros detrás de él.
―Ponrle l segro ―fue lo único que salió de mí. Me asombró poder articular como aquel ser. Me asombró mi el tono de mi voz, que parecía un canto de aves.
El efecto fue el deseado. Se detuvo en seco y lentamente se giró, repentinamente rígido. Sus ojos vagaban por la noche, tratando de hallarme. No entendía por qué no podía verme con la misma facilidad que yo a él.
― ¿Quién esta allí? ―dijo él. No le entendí lo que dijo, así que solo me limité a mirarlo.
Su mirada escrutaba la noche casi con miedo. Se acercó un paso. Todavía nos separaban cuatro metros.
Y en eso, la nube que cubría la luna se esfumó, dejando así a aquel ser visualizarme mejor.
Sus ojos se dilataron por el asombro. Su mirada recorría ávida cada insignificante aspecto facial mío, deleitándose. Parecía que era la primera vez que veía un ser como yo.
Tardó varios segundos en emitir sonido alguno.
― ¿Quién eres, preciosa?, ¿Estás perdida?―. Lanzó una rápida mirada en dirección a la roca y se acercó con un paso cauteloso hacia mí.
No respondí. Él examinó mi vestimenta; la bata blanca estaba sucia y llena de tierra, y seguramente no solo eso.
―Traes bata de sanatorio, ¿no será que…? ―pero no continuó. Su mirada pasó del asombro al miedo. No entendí el por qué. Parecía asimilar algo que yo ignoraba.
― ¿Por qué no vamos adentro de la casa? ―dijo, esta vez con nerviosismo, señalando la roca―. Así podremos llamar a tus amigos para que vengan a recogerte.
―C… ca… cass... a ―repetí. Así que la gran roca roja humeante se le llamaba "casa".
―Exacto, y ahora, si me acompañas… ―se acercó más y esta vez con determinación… Y eso fue lo último que hizo ese ser.
De golpe, entendí lo que nos diferenciaba; Yo era el depredador, y él la presa. Un instinto distinto empezaba a dominarme. Un instinto salvaje que me llamaba a gritos desde el fondo de mi ser. Su olor dulce me golpeó de lleno en la cara una vez que estuvo lo suficientemente cerca como para olfatearle. Sentía una sequedad e irritación en mi garganta que era casi imposible se soportar. De pronto noté un agujero anhelante en el fondo de mi estomago. Se me agarrotaron los músculos, mientras se preparaban para atacar. Y repentinamente, sentí cómo un líquido se inundaba la boca hasta rebosar…
Mi instinto dominó y salté sobre él tan rápido como una centella, derribándolo en el suelo. Hinqué con fuerza mis dientes en su garganta, sintiendo cómo estos atravesaban fácilmente su fina piel. Este se retorcía mientras succionaba el dulce y cálido líquido que fluía por todo su cuerpo.
Lo apreté con más fuerza para que se estuviera quieto mientras hacía mi tarea. Sonaron varios cracks, y de repente, se quedó totalmente quieto.
Después de varios minutos, ya estaba completamente seco. Me levanté lentamente del suelo y miré el cuerpo.
Estaba completamente pálido. Los ojos estaban inertes. Y de la boca salía una ligera línea de ese líquido tan delicioso. El torso estaba completamente destrozado por la fuerza empleada al haberlo obligado a estar quieto.
Me sentí con una fuerza sobrenatural. Jamás me había sentido así pero…
Quería más… más de eso… Quería sentirme así de nuevo. Quería más líquido… Quería más calor…
Alcé la vista hacía lo que el había llamado casa. De allí salían más sonidos similares a los de él. Me dirigí lentamente hacia allá… Cuantos más, mejor.
Me asomé por un agujero de la casa, y descubrí que allí se encontraban dos seres iguales al otro.
Uno era casi igual al anterior, con los mismos ojos y cuerpo, pero este parecía más joven y deduje que teníamos el mismo tiempo de vida. Pero el otro tenía el pelaje largo y marrón, y su constitución física era igual a la mía. También llevaban vestimentas, al igual que yo.
El lugar en donde se encontraban era imposible de describir. Había un montón de cosas raras.
― ¿Qué le habrá pasado a tu padre que no llega, Thomas? Su comida se va a enfriar― dijo el de pelaje largo mientras sujetaba un cosa redonda y plana con un montón de cosas largas blancas y finas en ella.
―Ya llegará, madre ―respondió el otro de pelaje corto―. Seguramente se habrá complicado la vida con el seguro de nuevo.
― ¿Tu crees? ¿Por qué no vas y lo buscas mientras yo arropo a Wendy?
El otro suspiró.
―Vale ―. Y dicho esto se levantó de donde se hallaba sentado.
Salió de la casa y se encaminó al mismo lugar en donde se encontraba el otro.
Pero nunca llegó, ya que ataqué a ese otro por la espalda. Volvía sentir esa maravillosa sensación de calidez en la boca que tanto me gustaba, aunque este sabía diferente, menos dulce que el otro. Sin embargo, este se puso a gritar mientras lo mordía.
Irritada, paré mi tarea para tomar su cabeza aterrorizada y girarla. Sonó un fuerte crack y se quedó inerte, justo igual que el otro.
Más tarde de dejarlo vacío, entré en la casa. Estaba tan poco acostumbrada a eso… pero a la vez me resultaba tan familiar.
El otro ser había empezado a gritar a pleno pulmón.
― ¡NO! ¡NO! ¡ALBERT! ¡THOMAS! ¡NO!...
Hice una mueca. Lo más seguro es que viera los cuerpos desde arriba.
― ¡Quédate aquí, Wendy! ¡Mamá ya regresa! ¡Y hagas lo que hagas no bajes!
Se escuchó un llanto lastimero.
― ¡No, mamá! ¡No!
Pero la criatura de pelaje largo ya estaba bajando los extraños peldaños que subían, y esta se quedó petrificada cuando me vió.
A este sí no le di tiempo de ponerse a gritar. Me abalancé rápido sobre ella y le partí el cuello como al otro. Succioné una vez más el delicioso y tentador líquido, este era diferente a los otros dos, tenía un toque amargo.
Ahora solo quedaba uno…
Subí los peldaños de madera y llegué a una parte más reducida que la de abajo. Giré mi cabeza hacía una estancia de donde se podían escuchar amortiguados lloros.
Me desplacé lentamente hacía esta… Ya solo faltaba uno…
Entré en aquel pequeño lugar. La última criatura se hallaba debajo de un gran objeto tallado en madera, este lloraba como nunca. Me fijé en su aspecto. Este no era más que una cría, un cachorro.
Alzó la vista cuando se fijó en mi presencia. Sus grandes y aterrados ojos vidriosos me miraban, llorosos. Su carita estaba cubierta de suaves puntos marrones. Tenía el pelo largo como su madre.
― ¿Y mi mamá? ―me dijo hipando― ¿Y mi hermano? ¿Y mi papá?
Algo en su tono me detuvo un instante en hacer lo que iba a hacer. Pero desde hace rato mi mente ya no me dominaba… Me dominaba más el instinto.
Si siquiera detenerme a pensar, arrastré a la criatura por la pierna y la saqué de su escondite. Esta gritaba con todas sus fuerzas y pataleaba intensamente. Le partí el cuello e hinqué fuertemente mis dientes en su pequeña y fina garganta.
Pero mientras sorbía el sabroso líquido, me sentía la peor criatura de todo el universo.
Me levanté lentamente una vez que terminé mi labor. Los ojos inertes de la criaturita estaban fijos y aún vidriosos.
Levanté la vista hasta que me vi reflejada en algo que estaba encima del gran objeto tallado en madera.
No era lo mismo que había visto esa mañana. Era algo mucho peor y aterrador. Mis ojos rojos y despiadados me devolvían la mirada.
Me sentí mal. Salí del cuarto, lejos del cuerpo de la criatura y me recosté del muro frío.
Tenía que haber una manera de ser lo que era sin serlo… El recuerdo de la criatura me removía el estómago. Hice una mueca… Pero, ni siquiera sabía lo que era…
Si solo hubiera una forma de saberlo… De saber todo… Porque no sabía qué eran ellos… qué era yo… qué era lo que me rodeaba… No sabía nada…
Y habría seguido lamentándome de no ser porque todo repentinamente se nubló. Me alarmé. No veía nada. Mi vista se oscurecía cada vez más. Caí de rodillas, buscando a tientas con mis manos el suelo a la vez que se oscurecía más y más mi panorama.
Sin embargo, mi vista se había oscurecido para abrirle paso a otra totalmente distinta.
Eran un grupo de seres, y me sorprendió darme cuenta de que eran exactamente igual que yo, a diferencia de los ojos, que eran de un intenso color dorado. Tres de ellos con el pelo corto y dos de ellos con el pelo largo.
Se hallaban repartidos por un inmenso bosque a la vez que emboscaban a un gran oso pardo. Se movían con tanta ligereza pero a la vez con tanta rudeza…
Y así de rápido como había venido, se había ido…
