Disclaimer: Ni Glee ni sus personajes me pertenecen. La historia pertenece completamente a Cathryn Fox.


Resumen.

Quinn Fabray es una sesuda y responsable científica, pero bajo su inmaculado uniforme blanco su cuerpo desea ser satisfecho. Es difícil mantener la concentración en el experimento y no en el cuerpo bien formado de Rachel, su compañera de laboratorio.

Quinn y Rachel intentan descubrir un supresor de la libido para ayudar a los adictos al sexo. La labor de Quinn es provocar a Rachel para comprobar si el supresor actúa correctamente. Pero el experimento no funciona como esperaban y la libido de ambas se dispara.

Rachel y Quinn se pasan las noches en el laboratorio intentándolo una y otra vez.

¡Todo sea por la ciencia!


1

¿Cómo era posible que tantas mujeres quisieran apaciguar el apetito sexual de sus parejas?

Quinn Fabray se hacía esta misma pregunta mientras apagaba el quemador de Bunsen y cerraba los dedos alrededor de la probeta que contenía su futuro. Agitó el vial número veinticuatro entre las palmas de sus manos y levantó una ceja en dirección a su compañera de laboratorio, Rachel Berry.

— ¿Estás segura de que no prefieres que lo haga yo?

Rachel se pasó los dedos por el pelo, café oscuro. Sus labios, tan sensuales se curvaron hacia abajo.

—El inhibidor de la libido que estamos preparando queda perfecto para mí, Quinn —Sus ojos se deslizaron por las curvas de la rubia mientras cambiaba de postura—. Créeme, no eres apta para este experimento ni por asomo. Y de todas formas, el consejo directivo que nos subvenciona se ocupará de acabar con tu carrera, y también con la mía, si no les presentamos algo concreto antes de finales de la semana que viene.

Quinn se mordió el labio inferior, como solía hacer cuando se sentía frustrada. Era evidente que Rachel tenía razón. No habían pasado los últimos meses trabajando cada día hasta tarde en el laboratorio para que ahora el consejo detuviera de pronto el proyecto.

Se sentó en un taburete y apoyó los codos sobre la superficie metálica de la mesa de trabajo.

—Pero aún no conocemos todos los efectos secundarios.

Rachel se inclinó hacia delante y cerró sus manos alrededor de las de Quinn. Sus ojos se encontraron y las angulosas líneas del rostro de Rachel parecieron suavizarse por un instante.

—Y no los conoceremos a menos que me preste a ser nuestro conejillo de indias.

Apretó los dedos de Quinn y acarició su piel con el pulgar. El gesto era inocente, sin duda, pero aún así unas intensas pulsaciones recorrieron el cuerpo de Quinn. Los cálidos escalofríos del deseo se propagaron desbocados hasta los dedos de los pies. El laboratorio, que era pequeño, pareció cerrarse aún más a su alrededor.

A pesar de que el contacto con Rachel Berry provocaba una misteriosa alquimia en su libido, Quinn sabía que a Rachel no le iban las chicas de ciencias estudiosas y aplicadas como ella. Durante los últimos tres años había visto a suficientes jóvenes adorándole como para saber que la señorita Una-Mujer-Diferente-Cada-Día sentía un apetito voraz por las morenas altas, con aspecto de niñas abandonadas, que lucían atractivas sonrisas que al final siempre acababan siendo lo más brillante que había en ellas. Ella era, en cambio, una mujer inteligente, rubia y estatura promedio, lo cual venía siendo la antítesis del prototipo hacia el que Rachel se sentía atraída.

Sinceramente, ¿es que acaso Rachel era incapaz de darse cuenta de que las cosas buenas siempre vienen en el envoltorio más pequeño? Bajó la mirada hasta detenerse justo unos centímetros por debajo de la cintura de Rachel. Bueno, puede que no todas las cosas.

La calidez del pulgar de Rachel acariciando distraídamente su piel devolvió a Quinn de nuevo a la realidad. Se puso de pie de un salto y cogió una jeringuilla.

—Bueno, pues si estás lista, acabemos con esto de una vez. Siéntate —mientras le indicaba que tomara asiento en el taburete que había junto a ella, preparó el suero.

Introdujo la dosis en la jeringuilla por la aguja, eliminó el aire sobrante y miro a Rachel fijamente a los ojos.

— ¿Lista?

—Adelante, Quinn.

Quinn abrió el envoltorio de un algodón impregnado de alcohol y lo restregó por su bíceps. ¡Virgen santa, y menudo bíceps que era aquel!

—Pero ten cuidado. Conozco tu estilo de pinchado —ladeó la cabeza a un lado con un gesto cargado de erotismo y Quinn perdió el hilo de sus pensamientos—. Tenemos suerte de no haber tenido ninguna baja hasta la fecha —su voz desprendía un cierto tono de broma, que se deslizó por la espalda de Quinn como si se tratara de un potente afrodisíaco.

Ignorando el suave cosquilleo que corría por sus venas, disimuló una sonrisa juguetona, miró a Rachel con evidente fastidió y levantó la jeringuilla.

—Siempre hay una primera vez.

Rachel se inclinó sobre Quinn y abrió la boca para decir algo, pero Quinn le ordenó que se callara con un simple gesto del dedo antes de que pudiera replicar con alguno de sus ingeniosos comentarios.

Levantó una ceja a modo de aviso.

—Pórtate bien o haré que esto sea un proceso doloroso.

¿Cuándo llegaría el día en que todas esas bromas y pullas amistosas que compartían dejaran de moverle las entrañas? Trabajar los tres últimos años junto a Rachel no siempre había sido fácil. A veces estaba convencida de que arrancarse una muela de raíz hubiera sido menos doloroso que aquello que compartían. Cada vez que Rachel le obsequiaba una de sus sonrisas, sensuales y despreocupadas, su cuerpo le pedía a gritos unirse al de la morena, lo cual hacía bastante difícil conseguir un estado mínimo de concentración. Afortunadamente, apenas pasaban tiempo juntas fuera del laboratorio. Semejante exposición prolongada a Rachel Berry, también conocida como La Fiera, quemaría su cuerpo más que una semana entera bajo un sol abrasador de verano sin llevar protector solar. Y es que alguien debería ocuparse de que aquella mujer llevara siempre una advertencia sobre la piel.

Debían, sin embargo, hacer acto de presencia en la sesión mensual a la que todos los empleados debían acudir por deseo expreso del director, Reginald Smith, quien siempre solía decir: «Al relacionarnos fuera del trabajo, abrimos las puertas para que la felicidad y la armonía entren a nuestras vidas.» ¡Dios santo! Hazte a un lado, iluminado.

Después de inyectar el espeso menjurje en el músculo, Quinn cubrió la pequeña herida con una tirita y tomó asiento de nuevo en su taburete.

—Y ahora a esperar —se centró en su cuaderno y empezó a anotar la fecha.

— ¿A esperar qué? —preguntó Rachel en voz baja. Quinn levantó la barbilla para mirarla a los ojos.

—Pues ver —alargó el sonido de la última palabra y señaló con un gesto de la cabeza hacia su entrepierna —si tú Pequeño Rae despierta o no.

— ¿Pequeño Rae? —En sus labios se formó una sonrisa juguetona—. Más bien el no-tan-pequeño-Rae. Y además, ¿no crees que deberíamos ponerle a prueba?

Quinn miró por encima de su hombro.

—Tiene que haber alguna revista por aquí que seguro te será de ayuda con ese pequeño problema—respondió Quinn, provocativa.

Rachel cruzó los brazos, desafiante, con una sonrisa asomando en sus labios.

—No creo.

—Tal vez deberías llamar a alguna de tus numerosas amiguitas —lo que había querido aparentar ser un comentario profesional había acabado sonando bastante sarcástico e incluso fruto de los celos. Maldición.

Rachel se acercó aún más a Quinn. Lo suficiente como para colapsarle los sentidos con su hipnótico aroma. Rachel la miró fijamente a los ojos con una intensidad tal que sobre la piel de Quinn danzaron ondas de placer puramente sensual.

— ¿Has olvidado que este proyecto es top secret, Quinn? Si el Pequeño Rae, como muy amablemente le has bautizado, cuelga el cartelito de «no molestar» mientras estoy en plena faena, ¿no crees que mi posible cita podría sospechar algo?

Vale, al parecer nunca antes había sufrido un ataque de impotencia, lo cual, en realidad, no sorprendía a Quinn. ¿Emocionarla? Sí. ¿Sorprenderla? No. Lástima que el último tío con el que había salido no hubiera podido hacer suya esa gesta. Aquella relación había acabado siendo una comedia romántica, sólo que sin romance alguno. En toda su vida sólo había salido en serio con dos personas: un chico y una chica y lamentablemente, ninguno de los dos se había tomado la molestia de satisfacerla sexualmente. Al tipo de personas a las que Quinn solía atraer sólo parecía importarles su propio placer y siempre la dejaban en tal estado que tenía que ocuparse de todo con sus propias manos. Literalmente. Ahora se limitaba a evitar salir con alguien. ¿Por qué preocuparse por el intermediario cuando podía pasar directamente al éxtasis con la ayuda de su mejor amigo, que funcionaba a pilas?

La pierna de Rachel se movió de sitio para rozarse con la de ella. Un imperceptible temblor recorrió el cuerpo de Quinn al reaccionar al contacto. ¡Piedad!

Tal vez debería parar a comprar pilas de recambio de camino a casa.

Nunca había practicado sexo con alguien que no fuera su pareja, pero si era cierto que Rachel le estaba ofreciendo sus servicios, tal vez fuera hora de reconsiderar su postura. Porque, a juzgar por el número de mujeres que habían llamado al laboratorio después de pasar la noche con Rachel, era evidente que no era esa clase de mujer que dejaba a una mujer compuesta y sin pareja.

Excitada, mojada y satisfecha, sí; a media faena, nunca.

Se encogió de hombros y trató de concentrarse.

—Eres una tía con recursos. Si te deshinchas, invéntate la primera excusa que te venga a la cabeza.

Rachel inclinó la cabeza. Sus labios, cálidos y sedosos, se detuvieron a tan sólo unos centímetros de los de ella. Aquella total falta de consideración por su espacio le pareció excitante, tanto que empezó a temblar en las partes más secretas de su anatomía.

—Se me ocurre una idea mejor —dijo Rachel.

Quinn se sintió intrigada por el calor que desprendían aquellos ojos.

— ¿En serio? — ¿Acaso aquella idea incluía sus cuerpos desnudos y un bote de sirope de chocolate? Dios sabía que ella siempre estaba abierta a posibilidades que incluyeran chocolate, o sirope, o a ellas dos desnudas.

—Si una idea genial —el pelo de Rachel rozó su nuca y Quinn sintió una oleada de exquisito placer recorriéndole el cuerpo. Con los ojos fijos en los de Quinn, Rachel puso un dedo sobre la bata blanca de laboratorio de Quinn, siempre prístina e impoluta—. Creo que deberías sacarte esto, irte a casa y tomar un baño caliente, largo y relajante.

Con un movimiento tan rápido que Quinn apenas tuvo tiempo de reaccionar, Rachel le quitó la pinza con la que sujetaba el moño que coronaba su cabeza y su largo cabello rubio se precipitó sobre sus hombros.

Sin detenerse, continuó con la explicación.

—Luego quiero que te pongas la lencería más fina que tengas.

Aquello era broma, ¿verdad? Jamás se había molestado en mirarla dos veces seguidas. Si ni siquiera era su tipo.

— ¿Entonces? —Preguntó—. ¿Te apuntas?

¿Qué le hacía pensar que ella estaría deseando ponerse su conjunto más provocativo para la investigación? ¿Para La Fiera?

Vale, en realidad si que lo estaba deseando. Pero de ninguna forma pensaba admitir hasta qué punto. Sacudió la cabeza para deshacerse de aquel pensamiento. Era evidente que estaba sufriendo alucinaciones, probablemente uno de los efectos secundarios derivados de trabajar con el supresor. Aquello tenía que ser una broma. Una sonrisa diabólica se formó en el rostro atractivo de Rachel.

—Si no me excito, entonces sabremos sin lugar a dudas que la dosis ha funcionado.

Pues parecía que no estaba bromeando.

Tratando de aparentar que aquellas palabras no habían tenido efecto alguno en ella, Quinn levantó la barbilla para mirar a Rachel directamente a los ojos.

— ¿Y si te excitas?

Un brillo juguetón danzó en los ojos de su compañera de laboratorio mientras paseaba la mirada lentamente por todo su cuerpo. Cuando Rachel alargó una mano para acariciarle la mejilla con el pulgar, un calor tórrido se filtró a través de los poros de su piel. Quinn se humedeció los labios y trató de ignorar el ritmo acelerado de su corazón.

La mirada de chica mala de Rachel se posó sobre su boca.

—Cariño, si me excito, las posibilidades son ilimitadas.


Hola de nuevo, como ven si me animé y les estoy dejando aquí el primer capítulo de está increíble historia, la cual en realidad, no contiene nada de drama, así que les va a encantar, o por lo menos eso espero. Como veréis y para no complicarme tanto, Quinn ya sabe sobre la condición de Rachel.

Al final ustedes deciden ¿La sigo?