Empezaba diciembre y el Winter Ball era justo esa noche.

Después de meses de prepararse junto a sus dos hermanas Eliza miraba complacida como una de sus sirvientas peinaba cuidadosamente su cabello, su vestido azul elegante para la ocasión brillaba junto al sol de la tarde.

—No es por alarmarte hermana, pero vamos tarde —La voz de su hermana mayor sonaba impacientada, ella estaba nerviosa por el baile. Eliza sabía que su hermana estaba buscando pretendientes más por obligación que por placer, tenía que ser alguien con el prestigio suficiente como para relucir el apellido Schuyler, realmente no quería que su hermana pasara por eso.

—La joven aun tardara unos minutos, señorita Angélica —contesto cortésmente la mucama mientras mantenía su concentración en Eliza.

—¿Pueden Peggy y tu seguir sin mí? por favor —Eliza no podía ver directamente a su hermana, pero se aseguró de usar un tono convincente —No importa el carruaje, le pediré a Ed que me lleve.

Angélica suspiro —Solo si prometes llegar a la fiesta.

Eliza rio mentalmente ante esta petición, ir al baile no era una de sus actividades favoritas y su hermana lo sabía, también sabia lo capaz que era la menor a escaparse si se lo proponía.

—Tu ganas —le contesto —discúlpame con Peggy y nuestro padre, nos veremos luego.

—Estoy segura de que será la joven más hermosa de la fiesta.

La mucama que acompañaba a Eliza termino su trabajo y ayudo a la joven a levantarse, el espejo reflejaba un hermoso recogido, la mitad de su cabello caía y algunos mechones perfectamente peinados se escapaban por los lados de su cara. Sus labios rojos esbozaron una hermosa sonrisa y sus ojos negros brillaron.

—Te quedo hermoso -he hizo algo que muy pocas personas hacían —Muchas gracias, Aida.

La mujer sonrió ante el gesto educado de la muchacha —Un placer —he hizo una pequeña reverencia ante la segunda Shuyler -si me disculpa, buscare al joven Edward para que la transporte.

—Esperare abajo —le contesto Eliza.

Observo su habitación tratando de encontrar algún objeto que debía llevar, al no necesitar nada salió de la habitación y camino por el largo pasillo que conducía a las escaleras, la frialdad de la decoración la lleno con una sensación absurda de nostalgia.

Toda su familia estaba fuera, la silenciosa mansión en la que vivía se sintió de pronto triste sin la compañía de sus hermanas. Al llegar abajo vio a uno de los sirvientes en la entrada y se acercó a hablar con él.

Al contrario que su padre y su hermana mayor ella y Peggy disfrutaban de la charla y compañía de las personas que les servían, algunos de ellos podían jactarse de ser más educados e inteligentes que algunos jóvenes de su clase social.

—Buenas noches, señorita —el joven, cuya piel lo delataba como inmigrante la saludo con una inclinación de cabeza —¿A qué se debe el placer de tenerla aquí cuando debería estar bailando con revolucionarios desconocidos?

—¿Un hermoso peinado? -le contesto ella —cortesía de Aida.

—Eso puedo notarlo —dijo el —¡No hay duda de que Aida es la única capaz de realizar un trabajo tan perfecto en estas trece colonias!

Como si de una invocación se tratara, la mencionada llego con un joven castaño detrás de ella.

—Señorita Shuyler —saludo el joven —será todo un placer ser su transporte esta noche.

—El placer es mío —contesto Eliza divertida —¿Qué mejor que un acompañante elocuente para olvidar el frio camino que nos espera?

Ella y Edward eran buenos amigos, él era un joven muy listo, pero con la mala fortuna de verse atrapado en este tipo de labor. Se obligó a no pensar en eso, no le correspondía.

Salieron y el frio viento invernal la golpeo en el cuello, se estremeció, la suave nieve que caía con lentitud desde el cielo la maravillo. Edward, que caminaba un poco detrás de ella, se apresuró para abrir las puertas del carruaje.

—Me temo que el frio de esta noche aumenta, y usted ha perdido la calidez de la compañía de sus hermanas —le dijo el joven.

—Me temo que así es —le contesto Eliza.

El resto del camino se basó en observar los copos de nieve que cada vez se hacían más frecuentes y escuchar el suave galopar de los caballos que la llevaban.

Los pensamientos giraban en la cabeza de la joven.

Esta noche, ella y sus hermanas podrían encontrar pretendientes.

Se casaría con algún hombre siempre y cuando su reputación no interfiera con la de su apellido.

Tendría hijos, ella podía imaginar pequeños corriendo a su alrededor y un marido besándola al llegar del trabajo, la comida caliente que ella serviría y un poco de vino para acompañarla.

Pero a la vez, ella temía.

Temía alejarse de sus hermanas y su padre y de la vida que había tenido hasta ahora, o que ellas sean las que se alejen.

Se imaginó en un vestido de novia, y a la vez como dama de honor en alguna otra boda.

Ella había evitado conocer hombres en otras fiestas sin darse cuenta todos estos años.

Se dio cuenta, a sus 22 años, de que el propósito por el que había crecido no podía esperar más, y se sintió aterrorizada, nunca creyó que la posibilidad de enamorarse diera tanto miedo, y mucho menos que implicara separarse de las personas a las que ya amaba

—Hemos llegado —Edward extendió su mano para ayudarla a bajar.

—¿Puedes... hacerme un favor? —ella aún seguía un poco aturdida por sus pensamientos.

—¿Está todo bien, señorita? —el joven junto a ella se veía preocupado, ella asintió mientras lo miraba.

—Solo no quiero entrar aun, voy a dar un paseo por los alrededores. —le sonrió con naturalidad —sé que tu labor es llevarme hasta la puerta, pero puedes retirarte.

El la miro confundido —como desee —respondió a sabiendas de su incapacidad de desobedecer una orden -cuídese, señorita Elizabeth.

—Lo haré, nos vemos en unas horas, Edward.

Eliza observo al carruaje alejarse junto a su amigo y emprendió su pequeño paseo, quería aclarar su mente ante la incertidumbre de una nueva vida.