Una figura oscura recorre la calle desierta, despacio, resuelta. Conoce muy bien su objetivo y su destino, no tiene prisa.
Al fin, se detiene ante una casa. Hay luz en el interior. Basta un gesto de su mano para que la puerta se abra de par en par. Dentro, un hombre sentado en un sillón, abrazado a una botella de vodka barato, aparta la vista de la pantalla para averiguar quién ha interrumpido su noche de partido. Es un hombre grande, imponente, y su mirada, que enmarca una enorme nariz aguileña, promete el más horrible de los infiernos para el culpable. Sí, él lo sabía bien. Pero, cuando sus ojos se cruzan, simplemente sonríe. Una sonrisa fría, que parece congelar al hombre en el acto. El miedo se dibuja en su rostro. Sus ojos, empañados por el alcohol, se llenan de terror. Él saca su varita con estudiada lentitud, recreándose, y cierra la puerta a su espalda. Necesita intimidad.
El chico saca una varita y la deja con cuidado sobre la fría piedra. Repasa con el dedo la letras que hay grabadas en ella, con cariño.
- Ya está hecho, mamá. Como te prometí. No volverá a molestarte jamás, - dice, sonriendo orgulloso. La quemazón en su brazo izquierdo le hace levantarse- Ahora, he de volver con mi Señor.
La figura se aleja y la luz de una farola hace brillar una lágrima que descansa sobre el nombre de Eileen Prince.
