Crónicas de una relación.

/Prólogo/


—Abuela, ¿estás despierta? —la muchacha de diecisiete años golpeó con el reverso de su mano la puerta de la habitación de su abuela con ligereza. Escuchó un ligero movimiento dentro, y en menos de diez segundos, Haru se dejó ver con sus ropas de dormir.

—Lo lamento, me he dormido —sonrió con torpeza, mientras observaba como su nieta negar con la cabeza una y otra vez.

—Y casualmente te has olvidado que pasaré las vacaciones de verano contigo, ¿verdad? —la acusó, mirándola fijamente con ojos verdes esmeraldas chispeantes. Al verlos de esa forma, no pudo evitar recordarlo a él.

—Por supuesto que no —dijo, con un tinte ofendido en su voz. Tomó una bata cercana y se cubrió el cuerpo con ella, y se dirigió a la cocina seguida de su única nieta. — ¿Cómo entraste? ¿Tus padres ya se marcharon?

—Sí, y entré con la llave que me diste las vacaciones pasadas —dijo tomando asiento en la mesa de desayuno. — Lo olvidaste, ¿verdad?

—Tal parece —mencionó Haru mientras calentaba agua caliente para el té. Por el tremendo sol que había, constataba que debía de ser cerca de las cinco de la tarde. Miró a su nieta y le sonrió. —Tu abuela se está volviendo vieja, sabes, y olvidarse de las cosas es común para la edad.

La joven sonrió y guardó silencio. Haru había salido de la cocina y, al volver, traía en sus manos un hermoso vestido floreado que aún le faltaba terminar. Al mostrárselo a su nieta, los ojos esmeraldas brillaron con esplendor. Haru sintió una nostalgia enorme al ver en ella la mirada de su difunto marido.

—Lo estoy haciendo para ti —antes de seguir con el trabajo del vestido, preparó el té y sirvió una taza para cada una.

Ambas guardaron silencio. Su nieta aún no quería comenzar con su continuo parloteo, pues había notado que su abuela estaba extrañamente melancólica y que no emanaba esa alegría característica como siempre.

Había tenido suficiente silencio cuando recordó por qué sus padres se habían marchado con rapidez. Iban a visitar el cementerio antes de partir hacia su expedición geológica, como todos los años, dejándola a ella en casa de su adorada abuela. Hoy, 21 de Julio, era el aniversario de su abuelo, aquel que nunca llegó ni tuvo oportunidad de conocer.

—Abuela —llamó, con tono inseguro mientras revolvía su té con una cuchara.

— ¿Hm?

— ¿Cómo es que tú y el abuelo se conocieron? —soltó de repente titubeando. Haru abandonó su trabajo y levantó la mirada para observar a su nieta durante unos segundos. Una fina curva se formó en sus labios, iluminando su rostro con una sonrisa, por que miles de recuerdos se le venían encima.

—Es una larga historia, cariño —advirtió con tono dulce. Su nieta cerró los puños y se mordió el labio inferior. De repente le había atacado una ansiedad inmensa por saber cómo había sido su abuelo. Su padre tampoco había llegado a conocerle mucho, por lo que sabía.

—Tenemos todo el verano, abuela —sonrió plenamente luego de darle un sorbo a su té. Algo en su mirada, más allá de ser la copia exacta de los ojos de Gokudera, tenía algo que le recordaba a él. No sabía si era la continua dureza o frialdad que había en ella, pero que también su hija mayor había heredado. —Empecemos hoy, por favor.

—Si insistes —suspiró Haru. Realmente no le hacía ningún problema contar aquella historia llena de altibajos, pero…

…¿por dónde comenzaría?


Aburrido, lo sé! Pero es solo el prólogo. El primer capítulo va a estar en un par de días. Me alegra volver :D Aún estoy tratando de agarrarle la mano a esto de los fics, otra vez. De todos modos, ah, estoy feliz. El próximo capítulo va a ser más interesante.

Y, todos saben, KHR! No me pertenece. Solamente la historia en sí.

¡Gracias por leer! :)