Regalo a Danperjaz del "Intercambio Navideño 2015-16" del foro Hazme el Amor.

Petición de mi pervertido navideño: Amor imposible. La pareja no puede estar junta por la diferencia de edad y la sociedad.

La pareja puede tener una relación alumna-profesor o bien empleada-jefe, el debe ser mayor que ella. Final feliz, por favor.


Capítulo 1

¡Pero qué asco!, ¿Cómo pudo haber salido eso de un ser humano?

La mancha de vomito del general Iwamura no cedía, por más que Sango la frotara con ese viejo trozo de franela, no parecía querer despegarse del tatami*. Los ronquidos del hombre a quien pertenecía la sustancia, no dejaban de resonar en la habitación, menos mal se había quedado dormido. Tenía una resaca tan fuerte que seguro y el dolor de cabeza, no le había permitido mantener los ojos abiertos por más tiempo.

Ptsss…

Sango se volvió hacia la puerta corrediza, Kagome la miraba desde ahí, llevaba un cubre bocas en la cara, -Oye Sango, la señora Akiyama te está buscando-

Akiyama, esa mujer era un desastre, y Kagome era demasiado buena persona como para no seguir con la tradición que se impusieron de pequeñas, y llamarla "La Señora Urraca".

-Lo siento, ¿Puedes decirle que me espere?, si el Señor Iwamura despierta y ve este desastre, seguro y me echaran de la casa-, después siguió con lo suyo.

-Déjame hacerlo a mí- sin duda Kagome estaba loca, su amiga era muy guapa, pero estaba loca, -No querrás que se enfade ¿o sí?-

No, no quería volver a pasar la noche en el patio, empapada y congelándose hasta los huesos.

-De acuerdo, ¿estas segura?- ambas miraron hacía donde yacía el gordo y viejo hombre, con su infernal sonido.

-No te preocupes, está dormido, si intenta algo lo pateare esta vez-

Sango asintió y salió de la habitación, dejando a su amiga detrás, agradeció ser librada de la no agradable tarea; pero pobre de Kagome, era tan bonita que los hombres perdían el control, seguía soltera gracias a la Señora Urraca, ambas sabían que esa vieja se la estaba reservando para el mejor postor.

Salió por el pasillo caminando por el suelo de madera, en sus blancos calcetines, en el patio lateral divisó a dos niñas jugando a las escondidas, eran las dos sobrinas menores de la Urraca.

La familia Ayakima estaba compuesta por seis hermanos, tres hombres y tres hermanas (quienes eran la cabeza de la familia), de los tres hermanos mayores no quedaba ninguno, solo los siete hijos que habían dejado. En cuanto a las tres hermanas, la Señora Urraca era la mayor, ella y su hermana menor perdieron hace años a la hermana de en medio gracias a una enfermedad; después la hermana menor desapareció con un samurái* de su sobrino hace unos meses, dejando a la soltera Urraca sola, en casa de su sobrino mayor.

De los siete, Miroku Ayakima era el primer hombre que había nacido del hijo mayor, después fueron tres mujeres del segundo, al final dos niñas más y un pequeño niño del hijo menor.

Sango había visto a todos los hermanos y hermanas, también a todos los sobrinos. Desde que era una niña y llego a esa casa, se podía ver a todas las señoritas mayores conversando y tomando el té, pero ahora ellas ya estaban casadas y vivían lejos.

-Y qué bueno-, se dijo a sí misma, nunca habían sido muy amables con ellas.

En su caminata, llegó a un pequeño jardín, detrás de la cocina, considerado más bien como un huerto. Sentado sobre una roca que con el tiempo se había desgastado de tanto tallar ropa en ella, se encontraba el único hombre que no le prestaba ninguna atención a Kagome. Al principio Sango pensó que estaba ciego o que era torpe y despistado, muy absurdo.

-¡Oye Inuyasha!-

Él la miró, buscando la procedencia de su nombre. Levantó la mano a modo de saludo, y continúo afilando una de las katanas* que usaban ellos los samurái.

-La Señora Urraca te he dicho mil veces que no te sientes sobre esa roca, le desagrada de alguna manera-

Él solo bufó y siguió con su labor. Pero Sango quiso castigarlo un poco por si indiferencia.

-Adivina, ¿quién está sola en este momento con el General Iwamura?-

La cara del samurái solo dio una pequeña señal de perturbación, pero nada más.

-No es mi problema lo que haga Kagome-

-Pero si Kagome no lo ha hecho por voluntad propia-, Sango se odio, era una mentirosa.

-¿La han obligado?-, no levantó la vista de nuevo, pero el que hubiera preguntado ya era un avance. Sango sonrío.

-Tal parece, creo que nuestra Señora quiere casarla con él, después de todo es un hombre rico-

Sango la mentirosa, pero valió la pena. El rostro de Inuyasha se puso ligeramente rojo, no como ella esperaba pero ya era algo ese colorete. La sirvienta sonrió una vez más y se dispuso a continuar con su camino.

-Por cierto, ¿escuchaste la noticia?- alcanzó a escucharlo antes de desaparecer en la pequeña cocina.

Una mala, viniendo de un samurái, en especial de uno como Inuyasha.

-¿Qué noticia?-

-Se dice que Akiyama Miroku está por regresar- la sonrisa de Inuyasha lo decía todo, sus intenciones. Eso ganaba Sango, ella solita.

-No me mientas, dijeron que fue a hacer unos tratos con un Señor feudal y que tardaría meses en regresar-

-¡Vaya! No se te escapa nada Sango- enfundó la espada y se levantó para marcharse.

-No seas ridículo, si es verdad que viene, seguro vendrá por su estúpido comandante de samurái-

Y dicho esto, desapareció en la cocina.


-¿Quién está ahí?- en la oscura habitación, seguro que el general no podía verla, a eso se sumaba el mareo que el hombre tenía.

-Me llamo Kikyo- Kagome fingió la voz de una de sus compañeras de trabajo y también tomó prestado su nombre. La mancha ya había salido del suelo, ahora solo se apresuraba a recoger lo que usó para limpiarla y poder escapar.

-¿Kagome?-

Ella se lamentó, ¿Qué tenía que hacer Inuyasha ahí?

-Ella no está aquí, joven Inuyasha- de nuevo tomó prestado el tono de Kikyo.

Él pareció entender, -Claro, la buscaré en otro lado, pero la Señora Akiyama las llama a todas-

Kagome asintió y salió al de la habitación; -Muchas gracias Inuyasha-, dijo cuando estuvieron fuera de peligro.

-Descuida, pero es verdad, la Señora Urraca las quiere a todas-


-¿En dónde te habías metido, mocosa?-

Urraca, la Señora Akiyama hacía honor a su apodo; ¿Cómo era que aún no se daba cuenta de cómo la llamaban? Hasta sus tres sobrinos pequeños la llamaban asía a sus espaldas. Probablemente su orgullo le impedía creerlo, su orgullo y vanidad.

-Lo lamento, me enviaron a limpiar la habitación del General…- Sango hizo una reverencia, no en el suelo, los guerreros no se rebajaban tanto.

-¿Crees que me interesa?- graznó Ayakima, -esta noche debemos preparar toda la casa, nuestro señor regresa-

-¿Él señor Miroku?- Kagome apareció por la puerta, poco después Kikyo se hizo presente. Inuyasha caminaba detrás de ellas, pero tomó un camino distinto.

Ayakima Akiko (Urraca) se giró para revisar la sopa en la enorme cazuela de Kaede, la cocinera.

-Así es, debemos prepararlas muchachas-

-¿Para qué?- sonaron casi como un coro ensayado las tres.

La Señora Urraca pareció molestarse aún más, -¿Acaso creen que las tome a mi cuidado por su idiotez?, pues no, el Terrateniente vendrá con él, el plan es que una de ustedes se case con él-

-No somos tontas, Señora nuestra, - hablo Kikyo, - Pero sí creo que se toma demasiadas molestias, ¿Por qué no solo mete a Kagome en su cama?, se ahorraría mucho con nosotras.

Sango la fulminó con la mirada, ¿Era burla?, ¿Sarcasmo? O ¿Hablaba en serio? No fue de extrañarse, Kikyo siempre estuvo celosa de Kagome; ambas fueron recogidas del mismo templo, iban a convertirse es sacerdotisas, pero un incendio les robó ese futuro. Kagome bajó la mirada y se encogió.

-Puedo hacerlo Kikyo, pero me estoy tratando de reservar a esa muchacha para alguien más provechoso-

Pobre Kagome, tan bonita que era su amiga.

-Solo por esta vez, voy a prestarles tres de los Kimonos* que eran destinados para la señorita Koharu-

Koharu, para Sango era tan extraño escuchar el nombre de un muerto como si nada, ella era la prometida de Miroku, pero una terrible enfermedad se la llevó de este mundo.

Unas palmadas la despertaron de su ensoñación, -Apresúrense a poner todo en digno estado, muchachas, Kaede ¿Qué habrá para la cena?-

Las tres salieron de la cocina y se apresuraron a llegar a la estancia destinada a las fiestas y reuniones. Era una pieza que quedaba en el centro del palacio, estaba rodeada de un estanque, lleno de carpas y tortugas.

Las tres muchachas se levantaron un poco los kimonos y corrieron por los pasillos del palacio, al ser las acogidas por la Señora Ayakima podían andar por donde quisieran, pero sin descuidar sus deberes como sirvientas de la familia. Sango dejó a su amiga y a Kikyo muy detrás en un instante, haber corrido por los bosques en su niñez la hacía más resistente.

El salón del estanque de era muy hermoso de día, magnifico de noche, corrió hasta llegar al lugar, de las otras dos no había ni rastro.

Se tomó unos minutos antes de entrar a la estancia, y se asomó por el barandal de madera hacía el agua debajo de ella. Su reflejo le fue devuelto por el cristalino líquido, tan pacifico, solo perturbado por el nadar de los peces.

Se recargó sobre el barandal, acomodo su barbilla sobre sus brazos, seguro que Kagome y Kikyo tardarían tiempo en llegar.

-Miroku…- casi sin pensarlo se puso a pensar en él. Hace mucho que lo conocía, cuando ella llegó era una niña de nueva años, se había quedado huérfana por la guerras y terminó en su palacio. Ahora ella llegaba a los diecinueve.

-Diez años…- , ¿Cuántos tendría ahora él? ¿Veintiocho? Seguro que sí, estuvo contando todos los años. Y él también. Cada que ella cumplía años, él le dejaba un dibujo en su ventana. Aun los guardaba todos, los diez.

Lo quería tanto, y él la quería a ella, ¿Miroku seguía queriéndola?

La aparición de sus amigas la hicieron salir de su ensoñación, ya no podía esperar por verlo.


Los carruajes hacían sus comunes apariciones entre la sociedad, Miroku sabía que nunca era del todo bueno confiarse de ellos, -Y parece que tenías razón…- no pudo evitar felicitarse a si mismo por su acertada predicción. En efecto, el transporte se había averiado a la mitad del camino, se supone que el tiempo de diez horas se reducía a cinco gracias a la cantidad de caballos. Pues ahora debería cabalgar hasta su hogar, solo esperaba no llegar tarde y que su invitado principal no perdiera la paciencia. Mandó traer otros animales, pesto que los que tiraban del carruaje ya debían de estar cansados.

-¿Y bien, Ayakima?, ¿Qué otro improvisto se hará presente ahora?-

El terrateniente era un hombre decidido y directo, que decía lo que pensaba sin inmutarse y que regía sus tierras con puño firme. Las contradicciones no podían entrar por sus oídos.

-Me temo que ninguna más, mi Señor, a partir de ahora continuaremos con el viaje a caballo, unas cuantas millas más y llegaremos. ¿O su Señoría tiene algún inconveniente con montar?

El terrateniente sonrío, -Para nada, muero de ganas por llegar a su bien dichosa morada-

Y se retiró, era una persona altanera y vanidosa, por suerte Miroku ya sabía tratar a gente como esa, su tía tenia las mismas cualidades.

Los relinchos de los caballos y el sonido de su trote, alertaron al importante hombre de la llegada de sus lacayos con estos, de prisa se montó en uno y salió a toda velocidad por el camino.

Al verlo, sus acompañantes comenzaron a llamarlo a gritos, pero él anunció que se adelantaría al resto.


Koharu había sido una muchacha de apenas quince años cuando la comprometieron con el Señor Ayakima, gracias a su puesto de alto rango, ella era bajita y algo regordeta, por lo tanto, sus ropas eran demasiado cortas como para la altura de Sango; Kikyo y Kagome no eran tan altas, pero si mucho más delgadas.

-¡No puede ser!, ¡Kaede, trae unas mantas de su habitación!- gritaba la señora Urraca, tenía la esperanza de que, con un poco de relleno en sus torsos, se solucionará la delgadez de las jóvenes, -¡No puedo creer que estas muchachas sean tan escuálidas! ¿En verdad están comiendo como se debe?-

Las dos solo asentían a todo lo que decía su Ama, no tenían más elección, después de pasar tanto tiempo con esa mujer, uno se acostumbra a asentir, callar y acatar. Los tres pasos claves con los cuales habían sobrevivido.

El kimono de Sango parecía picarle por todos lados, ¿Acaso sería el espíritu de Koharu, el que provocaba eso?, desecho esa idea de su mente, ojalá y solo fueran los nervios. Hubo que hacer falta descocer la parte de abajo para que sus pies quedaran cubiertos.

Kaede y la Señora Urraca había elegido los mejores tres kimonos de Koharu. Los que Kagome y Kikyo portaban, nunca habían llegado a mostrarse; pero el de Sango, ya lo había visto una sola persona, un hombre.

Habían accedido a que las peinaran como se debía, aunque las tres detestaban arreglarse el cabello, aunque no hubieran querido, terminarían con un peinado en forma de durazno sobre la cabeza, la cara llena de polvos blancos, los labios de rojo y perfume insoportable.

Por otra parte, la Señora Urraca se atavío con sus mejores prendas y accesorios, como si esperara alguna posibilidad de desposar ella misma al terrateniente.

Para cuando dieron las siete de la noche, todo el mundo estaba preparado y muy nervioso por la llegada tan inesperada por la mañana, ahora ya la ciudad entera estaba notificada; un grupo de señoritas se paseaban una y otra vez por la entrada al palacio junto con sus madres.

Sango estaba en la habitación que compartía con sus dos compañeras, se encontraba sola mirando por la ventana al jardín que había fuera, al pequeño árbol bonsái y a la luz que se filtraba desde las ramas de los árboles. Se sentía mal, como si estuviera tomando un papel que no le pertenecía, uno que no sabía interpretar. ¿Qué pensaría él al verla, con las ropas de su novia muerta? Era mejor no pensarlo y abstenerse a seguir haciéndolo.

Detrás de ella, en el pasillo, Kikyo le recordaba a Kagome que no dejara ver su rostro a todo el mundo, de lo contrario sería imposible caminar sobre la saliva de todos los hombres. ¿Qué sentiría Kagome? Tal vez los comentarios de Kikyo eran una burla a su belleza, o ¿En verdad quería protegerla? Intento distraerse, dando vueltas al comportamiento de estas dos.

Ya no sabía que esperar, era mejor no hacerlo más.

-Ya no esperes, Sango…-


Todos, en cada uno de los pasillos por donde caminaba, se inclinaban a su paso. Él correspondía a todos con una pequeña inclinación de cabeza.

-¡Oh, mi Señor!- Urraca a la vista, -Es toda una alegría que regresara a casa-. Se acercó a él e hizo una inclinación. Miroku iba a contestarle que tenía prisa para supervisar todo con respecto a la cena, pero la mujer se adelantó a su Señor.

-Hay unas señoritas que están a su cuidado esta noche, ¡Muchachas!- Dio dos palmadas y las tres se aparecieron en el pasillo, Kagome y Kikyo mantuvieron la cabeza alta al terminar la reverencia, pero Sango continuó mirando hacía el suelo.

-Kikyo, Kagome...-Sí, Miroku se acordaba bien de las tres, - ¿Sango?, No puedo saber si eres tú, hasta ver tu cara-

El rostro que tanto ansiaba ver, poco a poco fue mostrándose a él. Sango era tan hermosa, le sonrió, y ella no le devolvió el gesto, les expreso a las tres lo contento que estaba de saludarlas y continúo con su camino.


-¡El Señor Miroku parece encontrarse de maravilla!, en verdad esperaba que ese viaje lo dejara un poco fatigado-

Las tres estaban arrodilladas a la pequeña mesa en donde normalmente comían, Kaede no dejaba de mirar por la ventana hacía donde estaban todos los varones reunidos, simultáneamente daba vueltas a la sopa que estaba preparando.

-¡Ni que decir de Inuyasha! ¡Parece que fue ayer cuando llegó!-

Miroku había conducido a todos los invitados por el palacio, daba un pequeño recorrido por su hogar. Inuyasha se encontraba en el dojo*, y los acompañó en cuanto pasaron por ahí.

-Éramos todos unos niños- replicó Kikyo, mientras se llevaba la taza de té a los labios.

-Bueno, pero Inuyasha y Miroku no eran tan pequeños-

Todas asintieron a la afirmación de Sango, Kagome permanecía callada pero atenta.

La Señora Urraca irrumpió en la cocina con su poco agradable presencia, lo atareada que estaba la hacía aún más insoportable.

-Eso ya es pasado, dejen de comportarse como desdichadas las tres- se acercó a Kaede y le arrebató la cuchara que estaba usando y probó el guisado, - más les vale que se comporten como las señoritas en las que las convertí, no quiero pasar por ningún ridículo, especialmente tu Sango-

Las tres se inclinaron y, al poco tiempo, terminaron sus bebidas. Otra fiesta, ¿Por cuántas más tendrían que pasar?, y solo para exhibirlas.

-Escúchenme bien, - Dijo la Señora Ayakima-, si no terminan desposadas antes de que cumplan veinte años, abre fracasado como tutora; ahora vayan y no me hagan esperar-.

Dicho eso, las empujo al pasillo con dirección a la estancia donde sería la reunión.


*Tatami: tapete delgado que se ponía sobre el suelo en las habitaciones japonesas, tejido de paja

*Samurái: antiguo guerrero japonés

*Katana: espada japonesa

*Kimono: prenda femenina japonesa

*Dojo: edifico en el que se aprendían artes marciales y manejo de armas