Judeau la observa descansar en su hombro, respirando de forma calmada en contrariedad con su personalidad; irascible, impredecible. Pensando en cómo su cabello corto se balancea sutilmente a través de la brisa—que sopla—que también atrae las hojas marrones que han caído—como era de esperar—de los árboles viejos; es otoño.
Algunos de sus compañeros le silban, intentándole molestarle de manera inútil, pues él no los mira, de hecho, solo está pendiente de los ojos cerrados de Casca, y en como en ocasiones se abren—inconsciente—para verle y acurrucarse; Judeau sonríe, claramente satisfecho con el contacto, y reza porque no termine nunca.
De pronto, los sonidos se agudizan entre la especie de legión: Guts ha vuelto.
Al instante, Casca se despierta, chillando el nombre del varón con rabia y abandonado allí a un Judeau llano de sorpresas. Tampoco es que fuera la primera vez que le ofrecía inocente su contacto, él se enternecía y después se fugaba de su lado como si de amantes se trataran; no, no era la primera vez, ni esperaba que fuera la última. Estaba tan tremendamente acostumbrado que realmente, se sentiría extraño si algún día la situación cambiara…
No estaría con Casca, sino con una de las mujeres de Corkus….
Estaba bien así. Al menos, para él era más que suficiente.
Casca es de Guts; Guts es de Casca, se repetía como si la opresión de su pecho dejara de cesar. Se lo sujetó, palpándole segundos antes de estirarse en la roca donde estaban. Casca es de Guts; Guts es de Casca…
Judeau… Es de la nada. Y la nada es de Judeau.
