Los personajes de Candy Candy le perteneces a Mizuki e Irigashi
Esta historia está escrita sin fin de lucro.
Legión Andrew – GF 2017
El Gigolo –Por Liovana Y CandyFann
Un teléfono móvil sonó y su melodía estridente interrumpió la serenidad del oasis de tranquilidad reinando en el dormitorio privado de William Albert Ardley.
Kanda, una masajista exótica proveniente de Tailandia, caminó descalza sobre la gruesa la alfombra de lana hasta donde el móvil de Albert descansaba encima de una mesita.
"Swasdi," saludó en una suave voz marcada por su profundo acento. "Este es el teléfono del señor William y está hablando con Kanda, ¿cómo puedo ayudarle?"
La persona al otro lado de la línea no era nadie más que George Johnson, el secretario de confianza de Albert y su amigo más fiel.
"Kanda, siento interrumpir el masaje semanal de Albert, pero tengo una cliente a quien le gustaría verlo esta noche."
Los delicados rasgos de Kanda se endurecieron en un ceño. "Pero el señor Albert no trabaja los miércoles, señor George. El señor Albert necesita un día para relajarse. No puede pedirle que trabaje. Usted sabe que va en contra de sus reglas."
George se rió entre dientes. Después de ocho años al lado de Albert, la muchacha había crecido siendo muy protectora de su jefe.
Albert había rescatado a Kanda de una vida de prostitución y esclavitud cuando ella tenía apenas doce años en los barrios bajos de Bangkok, ofreciéndole una educación y la posibilidad de una nueva vida en Chicago como su protegida. Para recompensar a su salvador, Kanda estudió con ahínco, cuidando de la casa de Albert como su ama de llaves. Al graduarse de la escuela secundaria, la chica completó con éxito un curso de masaje sueco, cosa que la llevó a continuar su educación en el área de fisioterapia. Así que cuando la muchacha no se encontraba en casa haciendo de ama de llaves y cuidando a garra y diente de su jefe, estaba asistiendo clases en la universidad local.
"Kanda, entiendo muy bien que tu trabajo es cuidar de Albert... pero a veces tienes que confiar en mí en cuanto se refiere a su carrera. Es muy importante que hable con tu jefe, así que por favor, compórtate como una buena chica y pásale el teléfono."
Frunciendo el ceño un poco más, Kanda caminó hacia la mesa de masaje donde Albert estaba acostado boca abajo, vestido solo con un par de pantalones de chándal oscuros.
Ella le ofreció el teléfono con sus labios apretados en una line rosa y tensa. "El señor George quiere hablar contigo por teléfono, Ceanay. Insiste en que es importante, pero yo no le creo."
Sonriendo, Albert se levantó de la mesa, poniéndose una camiseta blanca que se amoldó a su torso varonil y exquisitamente definido.
"Muchas gracias Kanda," dijo guiñando un ojo. "Vamos a seguir con el masaje más tarde."
Kanda levantó una ceja perfectamente depilada, sus bellos ojos almendrados mirando a su jefe con reparo. "Eres un hombre muy ocupado, señor Albert. Siempre te olvidas de cuidar de ti mismo."
Tomando el teléfono de su mano, Albert le dio a la muchacha un beso fraternal encima de su cabeza. "Para eso estas aquí, Kanda. Me recuerdas semanalmente que cuide de mí mismo. Ahora, este es el momento oportuno para que estudies un poco… así que vete, señorita. Déjame ver qué demonios quiere George."
Albert volvió su atención al teléfono en cuanto oyó el suave chasquido de la puerta cerrándose detrás de Kanda, quien salió de la habitación como una exótica nube de seda.
"George… por tu bienestar espero que lo que tengas de decir sea muy importante. Sabes bien que este es el único día que yo no trabajo."
George rio suavemente al otro lado de la línea telefónica. "Nunca podría interrumpir tu masaje semanal sin tener una buena razón. Y hoy en verdad tengo una muy buena razón."
"Tienes toda mi atención," respondió Albert, tumbándose perezosamente en su cama.
Albert escuchó cómo George carraspeó un par de veces con dramatismo para aclarar su garganta antes de hablar. "Acabo de recibir una llamada de una cliente… con una solicitud muy inusual. Ella quiere que tomes su virginidad… y tiene que ser precisamente esta noche."
"¿Y para mi qué tiene de extraño tomar la virginidad de una chica?" El joven bostezó, poniendo un brazo detrás de la cabeza. "Apuesto a que en tus tiempos hiciste tu parte profanando el cuerpo de muchas jóvenes vírgenes, George. Esto apenas merece la interrupción de mi día sagrado de descanso. Llámame cuando tengas algo realmente interesante. ¡Adiós!"
"¡Espera!" gritó George en el teléfono. "¡Todavía no he llegado a la mejor parte! ¡No te he dicho quién es la chica!"
Con su curiosidad ya despierta, Albert cerró sus ojos y resopló, dándose por vencido. "Está bien… dime de una vez por todas ¿quién es la chica que te ha llamado?"
La emoción en la voz de George fue evidente y Albert casi pudo imaginar a su amigo saltando sobre su elegante sofá de cuero. "Se trata nada más ni nada menos que de Candice Jean White, la hija del gobernador Phillip John White y su glamorosa esposa Nancy Dee White."
"¿La socialité?" exclamó abriendo los ojos de repente y sentándose en la cama.
"¡La única!"
Albert recorrió su sedosa cabellera con su mano libre. "¿Acaso no estaba saliendo con ese famoso actor?"
La voz de George sonó divertida. "Aparte de darte un masaje en tu día libre, te recomendaría ponerte al día con todos los cotilleos de sociedad. Terry Grandchester se ha visto involucrado en un escándalo de proporciones épicas. Alguien robó su ordenador… donde guardaba los videos secretos de todas las vírgenes que había 'conquistado' en sus días de universitario. La señorita White ha terminado su relación y ahora cree que la única forma de perder su virginidad y garantizar su privacidad es acudiendo a un profesional como tú."
"No puedo creer que todavía sea virgen… ¡tiene casi veinticinco años de edad!"
"La señorita White es una joven muy seria y dedicada a sus estudios," explicó George con paciencia. "Por lo que he oído por ahí, pasa mucho tiempo ayudando a su madre haciendo obras de caridad en el extranjero. El resto del tiempo se lo pasa en el hospital local, donde por el momento trabaja de médico en el área de cuidados intensivos."
"¿Cómo es que sabes tanto acerca de esa chica?" preguntó el joven levantando una ceja.
La carcajada de George fue sonora. "Mi esposa Rosemary. En su clase de yoga se congrega la mayoría de las chicas de sociedad de todo Chicago y los cotilleos son inevitables."
Albert se puso de pie, caminado hacia la ventana de su dormitorio.
Su ático, un precioso apartamento en las afueras de la ciudad, era un sueño que años atrás jamás se hubiera permitido.
Había dejado el pequeño pueblo de Lakewood con una maleta llena de ilusiones y un título bajo el brazo. Su única familia era la hermana de su padre, Elroy Ardley, y sus problemas financieros comenzaron cuando ambos se vieron obligados a acoger a tres chiquillos tras la inesperada muerte de su prima, la hija única de Elroy y el esposo de esta en un accidente.
Anthony, Stear and Archie Cornwall llegaron a la granja de Elroy Andrew en un tiempo difícil, en medio de una sequía que duró muchos años y que casi los llevó a la bancarrota. Fue en ese entonces que Albert decidió mudarse a la ciudad y buscar un empleo que le ayudaría a su tía Elroy mantener la granja a flote y darles a sus sobrinos una educación.
Sin embargo, buscar trabajo en una gran ciudad no es una tarea fácil para un joven procedente de un pueblito. Dondequiera que iba, los empleadores exigían referencias... contactos... requisitos que Albert no tenía manera de proporcionar. Sus pequeños ahorros pronto comenzaron a disminuir hasta que un día se quedó sin un centavo. Solo y sin amigos o conocidos, Albert se vio forzado a dormir en callejones y bancas en parques. Así fue su vida por un par de meses hasta que conoció a George Johnson. Como uno de los mejores gigolos de la ciudad, George nunca olvidó sus raíces humildes, siempre tratando de ayudar a jóvenes destituidos como Albert.
George guio a Albert a un mundo secreto que podía ser tan desagradable como atractivo. Durante sus primeros años como un gigolo, Albert a menudo tuvo que aceptar cualquier tipo de cliente que demandaba sus servicios. Hombres... mujeres... jóvenes y viejas. En ese tiempo estuvo disponible para todo el que podía pagar una buena cantidad por su cuerpo, tragándose su orgullo y diciéndose a sí mismo cientos de veces que al cerrar los ojos los labios de un hombre podían llegar a ser tan suaves como los de una mujer. Ese había sido el pequeño sacrificio que siempre estuvo dispuesto a hacer por el bienestar de su tía y sus sobrinos.
Pero ahora ya no tenía que hacer esa clase de sacrificios contra su preferencia sexual .
No.
Después de años de sacrificios y sofocar lágrimas amargas, tenía el dinero suficiente para ser más exigente con su clientela.
Ahora ya no se acostaba con hombres.
Ahora su clientela era exclusivamente femenina... las muy aburridas y acaudaladas amas de casa de la alta sociedad de Chicago.
Claro que había tomado la virginidad de más de una joven rica y aburrida, pero su especialidad eran las amas de casa de edad madura que ya no se sentían atractivas o aquellas que no podían competir con la última amante de su marido.
Esa chica Candice, sin embargo, no era ni una cosa ni la otra. La joven era ampliamente conocida por su naturaleza humilde y su aversión a la hueca vida social. Se rumoreaba que había decidido estudiar medicina para fastidiar los planes de sus padres ya que su madre era la favorita de muchas de las páginas sociales en los periódicos y se pasaba los días buscando un matrimonio favorable para su única hija.
Candice White...
Otra vez George tenía razón.
Esa chica era razón suficiente como para renunciar a su día de descanso semanal.
"Felicidades. Has logrado intrigarme, mi viejo amigo," aceptó finalmente con una sonrisa pícara. "Envíame los detalles del hotel y esta noche libraré a la señorita White de la enorme carga que debe ser su virginidad."
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Continuará….
Swasdi – Hola (tailandés)
Ceanay – jefe (tailandés)
