La Otra

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Puede que el destino me haya jugado una mala pasada para probar mi fortaleza, sin embargo, no entiendo porqué se ha ensañado tanto conmigo en tan solo seis meses.

Ya es medianoche en Londres y aún te espero sentada en la sala de estar de nuestra mansión, con el pecho apretado por la incertidumbre, bebiendo de la tercera copa de vino tinto que me he servido desde que descorché la botella. La cuarta que me tomo en el mes. Sin contar la de vodka que ingerí la semana pasada, ni la de ron que bajé como agua la anterior a esa.

El silencio es absoluto, me rodea la soledad de la noche, y ni mi propia respiración se oye, mientras me dedico a mover ese cristal en círculos, mirando embelesada cómo el licor se adhiere a sus paredes, para luego, descender con elegancia hasta el fondo, mezclándose con el resto del néctar que trata de calmar mis nervios y mis demonios por el rato.

¿Cómo es que mi cuerpo tiene tanta resistencia al alcohol ahora? Hace un año atrás, no era capaz de beber una copa sin quedar mareada hasta el otro día, pero ahora no hay forma de que éste sea capaz de dejarme inconsciente y feliz por el momento.

Nada calma mi pena, y a veces, tengo miedo de que mi rostro se quiebre de tanto fingir falsas sonrisas.

Falsa alegría.

Falsa tranquilidad.

Hace horas que el pequeño Scorpius duerme en su habitación, ajeno a todo, inocente, angelical, sin saber que se ha convertido en mi único lazo con la realidad. Mi único motivo para no volverme loca de dolor. ¿Cómo han podido cambiar tanto las cosas? No hubo una señal que me advirtiera que sucedería, nada que me permitiera afrontarlo antes de que fuera incorregible, y finalmente, nada que me alertara para evitar que te me escaparas de los dedos como arena.

Nada.

Simplemente un día llegaste malhumorado, despotricando a diestra y siniestra, moviendo tus brazos de arriba a abajo, mientras tu piel nívea se iba coloreando de un rojo intenso. "¡Esa maldita sangre sucia!" gritaste, lanzando tu maletín con furia al piso, para luego patearlo contra la pared. "¡Me las pagará! ¡No permitiré que desquite su exceso de energías con mis finanzas! ¡Maldita obsesiva compulsiva! ¡Histérica de mierda!".

Jamás te vi tan descontrolado, y me costó entender porqué te había hecho reaccionar así que fuera ella la encargada de fiscalizar una de tus empresas familiares. Todos los años lo hacían, desde que asumiste la Presidencia del conjunto, y nunca te molestó, pues era una manera de mantenerte en buenos tratos con el Ministerio de Magia. Mas te dejé ser, escupiendo groserías en voz alta e irte a dormir enfurruñado, sin cenar.

Ese fue el primer día que olvidaste saludarme con un beso.

Los días pasaban y de lo único que hablabas era de la fiscalización. "La sangre sucia esto" "la sangre sucia aquello" mascullabas ceñudo, y creo que solo en esa época lograste que tu perfecta frente quedara cercada por una arruga.

Al principio me pareció normal. El pasado que compartían no era de los mejores y odiabas con todo tu ser que alguien cuestionara lo que hacías. Podía imaginarme a la perfección a la famosa Hermione Granger – Weasley, con pergamino y pluma en mano, anotar cuántas veces habían respirado tus empleados por minuto y porqué lo habían hecho tan poco. Era fácil verla en mi cabeza increpándote de que aún tenías elfos domésticos en la cafetería del primer piso y que no contratabas a mujeres para altos cargos, sólo para ser secretarias. Sospechaba sendas discusiones entre ustedes, e incluso, podía verte controlar las ganas de maldecirla, apretando la varita en el bolsillo con muchas ganas de utilizarla.

Pero un día, algo cambió.

Y pude notarlo por tu forma de actuar.

Dejaste de hablar de "la sangre sucia", y cuando te preguntaba por la fiscalización, te referías a "Granger". Cuando te hacía notar que ya no era Granger, sino Granger – Weasley, me replicabas diciendo que "Weasley es un idiota, y Granger es Granger, no Weasley".

¿Qué clase de explicación era esa, Draco?

Durante esa semana te vi confundido, tu rostro lo denotaba abiertamente y sin intención de hacerlo. Te movías mucho al dormir y en escasas ocasiones me abrazabas por la espalda, algo que solías hacer todas las noches. Cuando intentaba hablar contigo, saber qué te ocurría, tratabas de desviar mi atención. "Negocios" respondías escuetamente, y luego te ibas a jugar con Scorpius, evadiendo mi insistencia.

Arrancabas de mí, y eso me preocupó.

De pronto, algo volvió a cambiar en tu comportamiento, dejándome más desconcertada. Llegabas sonriente a casa, siempre cargado de algún regalo para mí y para nuestro retoño. Llevabas ahora el cabello desordenado, te aflojaste la camisa, y tus ojos grises brillaban como plata al sol. Había mucha plenitud en tu espíritu, y no tenía idea porqué, nada había cambiado entre nosotros.

Nuevamente, cuando traté de abordarte para saber qué te ocurría, respondiste "Negocios", encogiéndote de hombros y con las manos en los bolsillos.

Empezaste a dormir profundamente, mejor que nunca. Lo irónico era que, desde ese instante, dejé de dormir yo. Me quedaba mirando al techo toda la noche, buscando alguna forma de hablar contigo, de lograr que te abrieras, pero ningún plan resultó.

Al mes siguiente cada vez llegabas más tarde, más despeinado, más sonriente. No me buscabas por las noches, no me besabas, ni me abrazabas. Nada. Tus atenciones hacia mi persona parecían actos de mera cordialidad, y por más que me esforzara en demostrarte mi cariño, ninguna de esas demostraciones parecían importarte.

Fue ahí que empecé a llorar a escondidas.

Fue ahí que mi paranoia comenzó.

Todos mis sentidos se pusieron en alerta... una alerta y una realidad que me chocó de frente demasiado tarde, y que rompió todo lo que quedaba de mí, al notar que tu perfume siempre estaba mezclado con olores frutales, que en tu túnica se colaban cabellos castaños, y que por las noches susurrabas inconscientemente su nombre.

Estabas con ella. Te habías enamorado de ella. Y al parecer, ella se había enredado en tu juego también...

Desde entonces, desde hace seis meses, siempre te espero despierta, no importa la hora que llegues.

Ya han pasado de las una y las manillas están a punto de dar las dos, pero no pienso moverme de aquí hasta verte. Hasta asegurarme de que estés en casa otra vez. Pensarás que soy masoquista, pero lo que me lleva a hacerlo es el insuperable miedo de que un día no regreses. Porque tengo miedo a que me dejes. Mucho miedo. Ya que a pesar de que no me ames como yo te amo, a pesar de que ni tu corazón ni tus pensamientos me pertenezcan, como los míos sí te pertenecen, te necesito a mi lado.

Necesito despertar y que lo primero que vea por las mañanas sea tu rostro. Necesito verte sonreír cuando Scorpius te llama papá y ver día a día cómo se parece más a tí. Necesito oír tu balsámica voz decir mi nombre y acariciar tus cabellos de vez en cuando.

Te necesito para respirar, y por eso, necesito arrancarme los ojos, el corazón, e ignorar tu traición que me desangra.

Así que, amado mío, ¿con qué llegaras esta vez? ¿rosas o azucenas? ¿diamantes o perlas? ¿vestidos de seda o adornos de mármol? ¿con qué tratarás de compensar tu culpa, Draco? Porque lo tratas de hacer, amado, tratas de comprarme.

Porque sabes que yo sé lo que haces cuando no estás. Porque sabes que yo sé lo que piensas, cuando estás. Porque sabes que yo sé que cuando te cuelas entre mis piernas, solo es para desquitarte cuando te has peleado con ella. Porque que sabes que yo sé que el día en que te lo pida, lo abandonarías todo por Hermione Granger.

Porque en definitiva, a pesar de ser tu mujer, sé que tu dueña es ella, de otra forma, ¿por qué habría de sentirme "la otra"?

La puerta de la entrada se abre de par en par, y por ella entras como un alma en pena. Te veo demacrado, confundido, y me miras con esos ojos que tanto he aprendido a amar como a odiar a la vez. Un mal presentimiento me aterra.

–Astoria –murmuras apesadumbrado, quitándote la pesada túnica de los hombros mientras avanzas hasta mi–. Yo... sabía que estarías despierta. Hay algo que necesito confesarte.

No sé de dónde saqué tanta destreza para levantarme con semejante rapidez. Lo único que sé es que, cuando escuché tus palabras, mi corazón dio un vuelco y mis pies saltaron del sofá, derramando el vino, estrellando la copa en el piso y dejando un caos a mi paso... sólo para correr hasta ti.

Te tomé de las mejillas con desesperación y coloqué la mano derecha en tus labios para callarte. Te vi con intenciones de protestar, mas las lágrimas que comenzaron a emerger de mis ojos te silenciaron.

–No me confieses nada, Draco Malfoy. Miénteme. Tan sólo sigue mintiéndome. Yo seguiré aparentando que te creo.

Pero en tus ojos vi tu terrible determinación y la tristeza que eso te provocaba.

Ese día no me mentirías.

No.

No ese día.

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