Importante! Hola! este three-shot en realidad estaba planeado para ser un one-shot, pero se me extendio un poco cuando lo escribi, por eso subo los tres de una vez. Es una mezcla de Spice! y Adolescence, con un toque personal. En su mayoría tiene rating T, pero hay dos escenas que son M. Avisare cuando el rating cambie separando los parrafos con estos puntitos: ... así aquellos que quieran podran saltarse las partes lemmon. Y si, aqui habra TWINCEST, uno muy intenso a decir verdad. Es mi primer lemmon, asi que tal vez no sea taaan bueno como otros, pero en lo personal me siento muy orgullosa. Este fic es casi todo LenxRin, pero hay un poquito de LenxMiku y RinxKaito, pero eso es de esperarse si han visto los videos de Spice! xD ya, eso es todo, los dejo para que disfruten!
Disclaimer: Los Vocaloid no me pertenecen, tristemente, son de Yamaha, Sega y Crypton. Fanfiction hecho sin fines de lucro.
Parte 1: Secretos de Familia.
Len Kagamine era un muchacho de diecisiete años, en su último año de secundaria, a quien le gustaba considerarse a sí mismo como una especie de explorador, un aventurero, que con su cuerpo y su mirada conseguía abrirse camino para escalar montañas con su lengua, o descender a las cuevas más profundas. Otros días le gustaba fingir que era un cazador, un depredador, acechando en las calles buscando alguna presa que se rindiera fácilmente, para devorar su piel con sus labios, o clavarse lenta y deliciosamente en el centro de su cuerpo, sin descanso, hasta haber satisfecho su deseo.
No era como si a ellas les importara mucho eso de ser cazadas por él. Algunas, por no decir que la gran mayoría, luego de disfrutar la cima del éxtasis de estar en sus brazos, se decepcionaban cuando se daban cuenta que él no les prestaba más atención que a las demás. Nunca podían evitar que sus corazones se rompieran, a pesar de que cuando cruzaban el umbral del departamento de Len, ya estaban advertidas. Ellas sabían con anticipación que nunca lograrían un romance con el muchacho, nunca habría flores ni chocolates. De todas maneras, la mayoría se reponían rápido, y se mostraban más que dispuestas a repetir esa pequeña aventura, si Len se sentía motivado.
Pero claro que Len siempre estaría motivado, ¿cierto? Aunque quizá algunas veces ansiaba probar un sabor en específico, pero que nunca lograba encontrar. Como cuando entras a una heladería y hay de muchos sabores deliciosos, pero no tienen tu favorito. De todos modos, no podrías haber podido comerlo aunque lo encontraras, porque lo tienes prohibido. Un drogadicto adolescente al que sus padres le confiscaron las dosis. Por suerte para Len, su adicción era más fácil de satisfacer, sobre todo cuando se tiene un par de ojos azules, cabello rubio, el rostro de un ángel y un cuerpo que bien podría pertenecerle a un demonio.
La fama le iba bien al muchacho, quien disfrutaba cuando las chicas que ha hecho suyas se sonrojan al verlo pasar por los pasillos de la escuela, y comentaban con sus amigas entre risitas traviesas. Los demás chicos le envidiaban, muy pocos podían ser sus amigos. Por último, pero no menos importante, estaba el hecho de que Len era el mejor de su clase, y disfrutaba pasar el tiempo en la biblioteca, con sus gafas puestas, leyendo algún libro interesante. No por ser un playboy tenía que ser estúpido, ¿cierto? Además, la biblioteca de la escuela no era del todo aburrida, sobre todo cuando estaba casi vacía y los libreros estaban dispuestos de una manera en la que cualquier desliz quedaba oculto.
Len amaba esas tardes durante el almuerzo en que no había nadie más que la bibliotecaria, una anciana medio cegatona y un poco sorda, y él. Era como la guarida del león. Pero las disfrutaba mucho más cuando contaba con la compañía de una linda e inocente gatita, cuyo corazón se aceleraba cuando veía al muchacho. Hatsune Miku, por ejemplo, una chica virgen e ingenua, que sufría de un pequeño encaprichamiento con el chico más guapo y popular de la escuela. El tipo de chica que, buscando llamar su atención, iría a buscarlo a la biblioteca y comenzaría a coquetear. Luego de un minuto de charla insignificante, dejaría caer su celular y se inclinaría a recogerlo, dejando ver sus firmes muslos y una pequeña pista de lo que se encontraría un poco más arriba. Era tan obvia, tan fácil, tan desesperada de perder esa virginidad que la diferenciaba de todas sus amigas y la hacía sentir menos. Eso se acentuó aún más cuando al levantarse, un botón de su camiseta se había soltado accidentalmente. Len consideró su oferta por unos segundos, antes de decidir que podía jugar un poco con ella. No podía liberarla de su virginidad en ese momento, no quería regresar a clases cubierto en sudor, pero aún así podía darle una especie de experiencia para recordar.
...
Mirándola a los ojos, dándole a entender sus intenciones, se acercó a ella poco a poco. Los ojos verdes de la chica se iluminaron, alegremente temerosos, anticipando lo que estaba a punto de suceder. Len la guió hasta la silla donde había estado sentado, y una vez que ella estuvo cómoda, selló el acuerdo con un intenso beso, que fue profundizándose más hasta que ambas lenguas estuvieron enredándose en una batalla de sensaciones. Las manos de Len reptaron hacia arriba, desde las caderas, colándose debajo de la camiseta de la chica y rozando el sujetador en una fogosa caricia. Luego volvieron a bajar, acariciando los muslos lentamente, cubriendo cada centímetro de piel con sus dedos. Finalmente, se arrodilló frente a la chica, y empujó sus piernas con las manos, sin que ella ofreciera resistencia. La ropa interior de Miku quedó a la vista, una tanga de encaje muy pequeña perfecta para la ocasión, que ya se encontraba mojada en dulce néctar, y que no tardó en ser bajada hasta los tobillos por las hábiles manos de Len.
Con un gemido ahogado, Miku, ya bañada en el sudor de la expectativa, observó la cabeza rubia de Len acercarse a esa zona que con tanto recelo había guardado. Las manos del muchacho le obligaban a mantener las piernas separadas, mientras le acariciaban el interior de los muslos. Entonces, sin previo aviso, la chica sintió la lengua húmeda de Len recorrer los pliegues de piel sensible de su intimidad. Estuvo a punto de soltar un grito de placer, pero se mordió la lengua para contenerse. Estaba experimentando cosas que nunca había sentido antes, a excepción de cuando se acariciaba a sí misma cuando nadie la veía. Finalmente sus amigas dejarían de burlarse de ella por ser virgen. Quizá esa no fuera la razón correcta para entregarle su primera vez a ese chico tan conocido por ser un Casanova, pero ya nada le importaba. Necesitaba seguir sintiendo esa lengua moviéndose en su interior, tocando lugares prohibidos.
Otra flor, otro néctar, ese tan dulce que emana del interior de las mujeres atrapadas en su seducción. El sabor, todavía sin manchar, de una niña desesperada por ser como sus amigas que creía que todos sus problemas se solucionarían. Era un caramelo de hierbabuena y menta, cuando lo que Len quería era una tarta de miel, azúcar y vainilla. Adoraba estar entre las piernas de esa chica, así como lo había hecho en las de muchas otras, escuchando esos gemidos suaves y sintiendo esos espasmos de placer que ella se esforzaba en ocultar. Pero mientras los mechones de cabello esmeralda caían en largas cascadas desde la cabeza de Miku y se colaban en el campo de visión de Len, él pensaba en las cortas hebras de un tono rubio tan parecido al suyo propio.
...
La campana interrumpió los pensamientos de Len justo en el momento en que el cabello y ojos verdes se teñían de rubio y azul. Salvado. No podía permitirse sufrir esos deslices mentales en los que se transportaba a un momento imaginario donde la chica a la que hacía suya era un reflejo de sí mismo. Dándole una última probada al interior de la muchacha virgen, se separó de ella y se puso de pie. Casi siente lástima cuando miró a los ojos de Miku, llenos de decepción y lujuria. Era evidente que había quedado con ganas de más.
-Lo siento, cariño. No puedo darme el lujo de llegar tarde, ¿sabes? – dijo Len, un poco más indiferente y frío de lo que intentaba, considerando que no habría tenido problema en terminar el trabajo después.
-P-pero… - dijo la chica, con voz temblorosa, confundida – Por favor, Len-kun…
-Será otra ocasión, Mika. – dijo el rubio, recogiendo sus cosas para irse.
-E-es Miku… - corrigió tímidamente la muchacha, en un murmullo avergonzado. Parecía estar a punto de llorar.
-Claro, Miku, como sea. – respondió Len, rudamente. Detestaba cuando las chicas con las que estaba comenzaban a llorar.
Con esas palabras, el muchacho abandonó la biblioteca, dejando tras de sí una muchacha sentada en su silla, con las piernas abiertas y una tanga en los tobillos, bañada en sudor y con una expresión de shock y confusión en el rostro.
No era que Len se sintiera mejor al dejar a la chica en ese estado. Normalmente le hubiera vuelto a poner la ropa en su lugar y se habría despedido con un breve beso y una insinuación, pero había perdido el control cuando se dio cuenta que ella iba a llorar. Sobre todo cuando había pasado todo ese tiempo pensando que el cuerpo al que amenazaba entre lametazos con arrancar la virginidad era el de esa muchacha que estaba completamente prohibida. La naturaleza, la sociedad, su familia, su propia integridad le prohibía ponerle un dedo encima. Y eso era una tortura ciega y brutal, saber que la única chica que deseaba hacer suya a toda costa estaba totalmente fuera de su liga. Como si el destino hubiese querido protegerla de él al darle a ambos la misma sangre.
Ya los pasillos no parecían tan divertidos. En cada esquina, en cada cara sonrojada, había un rasgo parecido al de esa pequeña y escurridiza presa que tanto anhelaba cazar. Tan solo esperaba no cruzarse con la dueña real de ese cabello rubio y ojos azules en los que pensaba. Cada vez que vislumbraba su figura en el mundo real se sentía más lejos de ella, y todo su deseo se hacía cada vez más doloroso de mantener en secreto. Si tan sólo pudiera empujarla en el armario del conserje y cerrar la puerta con llave para hacerle todo lo que su cuerpo le pedía, para recorrer su piel de seda con sus labios y dejar el rastro húmedo de su lengua. Si tan sólo pudiera sujetarla por los hombros con firmeza y decirle la verdad: que el chico que había conocido toda su vida era un enfermo, un bárbaro, pero que la amaba más de lo que podría llegar a amar a nadie.
Y es que el playboy más atrevido de la escuela, el que tenía a cientos de chicas rendidas a sus pies, estaba loca y obsesivamente enamorado de su hermana gemela, Rin Kagamine. Len sabía que lo que sentía tanto en su corazón como en su cuerpo era algo casi blasfemo. Un pecado imperdonable. Una necesidad que le arrancaba poco a poco la cordura, dejándole caer en un círculo vicioso. Un deseo grotesco, y sin embargo, increíblemente hermoso.
Cuando finalmente el muchacho llegó al salón de clases y se sentó en su mesa de siempre, junto a la ventana, los recuerdos se abrían paso a través del laberinto de su memoria sin poderlos detener. Volvió a ver la habitación que los dos solían compartir en su infancia. Una cama grande, donde cabían cómodamente dos personas, mesitas de noche, un escritorio y un armario. Todo lleno de juguetes. Gemelos idénticos, una niña y un niño, jugando y riendo debajo de la sábana, antes de quedarse dormidos con las manos entrelazadas. Cuando eran felices, y no estaban conscientes de ello.
Los años pasaron, y con ellos se llevaron su inocencia. A los trece años, cuando ambos entraban repentinamente a la adolescencia, era casi imposible estar en la misma cama que ella sin tener deseos extraños. Una noche, Len se despertó sobresaltado luego de haber soñado que sus manos recorrían los costados del abdomen desnudo de Rin. Sentía una molestia en su entrepierna, y sabía que era su miembro amenazando con endurecerse. Mirando a su alrededor, se dio cuenta que Rin estaba durmiendo de espaldas a él, acurrucada en posición fetal, como si tuviera frío. Se había estrenado un pijama nuevo, que consistía en un short rosa de algodón y una camiseta blanca sin mangas un poco corta. Sin saber exactamente qué estaba haciendo, simplemente obedeciendo sus instintos, el muchacho alargó el brazo y rodeó con él la cintura de su hermana, accidentalmente rozando el borde de la camiseta, sintiendo el calor de la suave piel femenina.
Sus pensamientos se congelaron en ese instante. El torso descubierto de Rin, esa piel de leche suave como la seda que había tocado en su sueño, estaba separada de su mano en la vida real por un simple trozo de tela, demasiado fácil de retirar. Se sorprendió a sí mismo deslizando sus dedos debajo de la camiseta, palpando, tímida y atrevidamente al mismo tiempo, la piel desnuda. Len acercó más su cuerpo al de Rin, atraído por su calor corporal, mientras su cara se tornaba del color de los tomates. Tal vez fue el movimiento, o tal vez la mano de Len estaba muy fría, pero el caso es que en ese momento, la voz de Rin se elevó en un susurro dormilón.
-Len… - decía ella, en una vocecita débil, dejando saber que se acababa de despertar.
El muchacho se quedó inmóvil, paralizado. Algo en su consciencia le decía que su hermana no iba a estar muy feliz de encontrar su mano en ese lugar, pues se sentía como una invasión a la privacidad.
-¿Qué estás haciendo? – preguntó la muchacha en el mismo tono, sonando ya un poco más espabilada - ¿Por qué estás tocando debajo de mi camiseta?
Tal como imaginaba, Rin se había molestado con él. Len, avergonzado, intentó retirar la mano, pero se sorprendió al sentir que no podía. Su hermana la había sujetado en su lugar, impidiéndole al chico retirarla.
-¡Espera! No… - dijo Rin, mientras aseguraba la mano del muchacho debajo de su camiseta, sobre su abdomen – No la quites… Se siente bien.
Ella hizo una pausa, pero al notar que Len no respondía nada decidió seguir. Se dio la vuelta, quedando frente a la cara sonrojada del chico, haciendo que la mano de éste se deslizara por su costado hasta terminar en su espalda, dejando un rastro de calor detrás de sí.
-Len, tengo frío… - siguió diciendo la chica, una vez que estuvo mirando a los ojos de su hermano - ¿Me abrazas?
Len la miró, sorprendido. ¿No estaba enojada con él? Al contrario, ella quería que él siguiera tocándola de ese modo. Un grillito en lo más profundo de su mente le gritaba que no lo hiciera, que estaba mal, que a una hermana no se le debe tocar tan íntimamente, pero la mirada suplicante de Rin y los deseos que comenzaba a experimentar ganaron la batalla. Usó la mano en la espalda de la chica para empujarla hacia sí mismo, atrayéndola más cerca de él. Su otra mano se movió debajo del cuerpo de su hermana hasta deslizarse en el mismo lugar que la otra, dejando la camiseta alzada casi hasta la mitad de la espalda de la chica. Por otro lado, las manos de Rin imitaron a las de su hermano, levantando levemente la camiseta de éste sobre su ombligo, y deslizándose entre su costado y su espalda. Las mejillas de la chica también habían adquirido un tono rojizo, al percatarse de lo íntimamente que se estaban tocando. Las piernas de ambos estaban entrelazadas: la rodilla izquierda de Len entre ambas rodillas de Rin, provocando que ella abriera un poco las piernas.
Ambos hermanos se miraron a los ojos en silencio por unos segundos, examinando sus orbes celestes en búsqueda de una leve señal de incomodidad, pero no encontraron ninguna. Los dos disfrutaban estar en esa posición, en ese abrazo tan íntimo, la piel en contacto con piel. Len sintió la molestia en su entrepierna crecer cuando Rin movió su pierna derecha por encima de la pierna izquierda del chico, deslizando sobre él toda la longitud de sus muslos. El chico estaba seguro de que ella se había dado cuenta de lo que le sucedía al miembro de su hermano, pues sus ojos se agrandaron en sorpresa al sentirlo presionando contra ella. Se quedaron inmóviles durante un rato, evaluando las reacciones del cuerpo del otro, hasta que decidieron que se quedarían así por el resto de la noche. Hacía demasiado frío como para no desear el calor corporal que brindaba el tacto mutuo. Rin apoyó su cabeza en el pecho de Len, que ya comenzaba a desarrollar pectorales, en comparación con los senos que crecían en el pecho de ella. Ambos cerraron los ojos, dejándose llevar por el sueño.
La mañana siguiente, cuando su madre entró a la habitación para despertar a sus hijos para que fueran a la escuela, ellos aún seguían en esa posición, tocándose mutuamente. Los ojos de la mujer se abrieron desmesuradamente, en una expresión medio sorprendida y medio escandalizada por lo que estaba viendo. Los hermanos no deben tocarse así, debajo de las prendas de ropa, ni tener el más mínimo contacto con las partes íntimas del otro. Fue entonces que ella se dio cuenta que sus hijos habían crecido, eran unos adolescentes con las hormonas a flor de piel, y que si no hacía algo para cambiar la situación podía suceder… eso. ¿Qué diría el resto de su familia si se enterara? ¿O qué pensarían los vecinos si los ven por ahí en esa actitud? No, no, no. Ella decidió que desde ese día, ambos dormirían en habitaciones separadas.
Así fue como esa tarde, al llegar de la escuela, descubrieron que habían movido las cosas de Len hacia la habitación de huéspedes, que a partir de ese momento pasaría a pertenecerle al muchacho. Sus padres les explicaron que ahora que habían crecido, no era correcto que ambos durmieran juntos. Len estaba seguro de que ellos pensaban que con separar sus habitaciones erradicarían el problema, pero se equivocaron. Cuatro años después, después de probar el sabor de muchas otras chicas, el único que deseaba era el de su hermana gemela. Era un caso perdido, estaba enamorado. Sabía que a Rin no debía tratarla como a las demás, ella era especial. Quería probar sus labios, el tacto de su lengua, quería recorrer sus costados con sus manos y probar su néctar antes de sumergirse dentro de ella. Quería hacerla suya despacio, con cuidado, con la delicadeza que merece una princesa. Y al final, cuando ambos yacieran exhaustos bajo las sábanas, se quedaría junto a ella y la abrazaría con amor.
Tuvo que salir de sus fantasías y sus recuerdos cuando el profesor de matemáticas entró en el salón, cerrando la puerta detrás de sí. Una vez que la clase comenzó, Len intentó prestar atención, pero se distraía constantemente al mirar por la ventana. Fue entonces, al asomarse a través del vidrio, que vio exactamente lo que había estado buscando inconscientemente: el cabello corto y rubio y la esbelta figura de su hermana. Ella estaba de pie en el estacionamiento de la escuela, medio escondida detrás de un árbol, como si no quisiera que algún profesor la atrapara escapando de clases. ¿Qué estaba haciendo en ese lugar, completamente sola?
Las respuestas no tardaron en llegar. Y con ellas, llegó un fuerte sentimiento de rabia y quemazón en el pecho. Un lujoso Mustang azul apareció en la entrada, y de él salió un hombre que desde lejos aparentaba unos veinticinco años. A esa distancia, lo único que podía distinguir de sus rasgos era el cabello azul oscuro, y que llevaba un traje muy de moda. Len lo hubiese ignorado por completo, de no ser porque en ese momento, su hermana salió corriendo de su escondite y se lanzó a los brazos de ese hombre. Para el chico, fue como recibir un puñetazo en el estómago y que le arrojaran un cubo de agua fría. La desgraciada distancia no le dejaba distinguir si se estaban besando, pero a juzgar por la posición de las cabezas, eso parecía.
Sin poder hacer nada para evitarlo, Len observó a su hermana escaparse de la escuela en el Mustang azul del hombre desconocido. Se quedó inmóvil, en shock, mirando por la ventana, sin volver a prestarle atención a la clase. Tenía que ser una broma, un engaño, un juego sucio de su mente. Estaba seguro de que si esperaba un poco más podría ver a Rin regresando a la escuela, sonriente, orgullosa de haberle jugado una broma a su hermano y haberse salido con la suya, pero en el fondo, sabía no era así. Así como Len tenía una emocionante vida privada, ella también tenía la suya propia. El muchacho había estado tan ocupado jugando al aventurero cazador, que no se dio cuenta que la persona que lo afectaba tanto estaba llevando una vida aparte, separada de la que mostraba en casa. Rin tenía un novio, uno mucho mayor que ella, y aunque Len no quería siquiera pensarlo, era probable que también fuera un amante.
Fue entonces que lo reconoció. Recordó el Mustang aparcado frente a la entrada de la academia de música de Rin. Él fue a acompañarla a su primera clase, y cuando la chica vio el auto, le gustó mucho. Al anochecer, cuando Len fue a buscarla para regresar a casa, la encontró hablando con un hombre en la entrada, que parecía estar dándole ánimos.
-Es mi profesor, Shion Kaito. ¡Es muy simpático y guapo! – le explicó ella, emocionada, cuando estaban caminando de regreso.
Len no prestó mucha atención mientras ella describía lo mucho que le había gustado la clase. Sobre todo, desechó de su mente los comentarios sobre el profesor. No le había parecido importante en ese momento, estaba muy ocupado observando el vaivén de la falda de Rin, sus ojos azules brillando con la luz de la luna, y sus labios suaves y delicados moviéndose de una manera que lo hipnotizaba. Estaba loco por besarla en ese momento, y tuvo que emplear todo su autocontrol para no abalanzarse sobre ella y capturar su boca.
De vuelta en el salón de clase, meses después, Len se lamentaba no haber prestado más atención. Ahora le parecía tan obvio que Rin había quedado encantada con su profesor de música, lo había llamado simpático y guapo, y se sonrojaba al hablar de él. La sangre del muchacho comenzó a hervir, quemándose en un horno de celos. Si se hubiese dado cuenta antes, tal vez… No, él no podría haber interferido en la vida privada de Rin. Los hermanos pueden ser sobreprotectores con sus hermanas, pero no deben sentirse celosos. Un buen hermano querría apartarla del estúpido profesor de música, pero no para poder ser él quien la bese y la toque. Si Len hubiese interferido, Rin se habría dado cuenta de que algo andaba mal con él. De todos modos, podía actuar como si su única intención fuera protegerla de ese hombre. Era mucho mayor que ella, fácilmente podría aprovecharse de su inocencia. Si es que aún conservaba su inocencia, cosa que Len comenzaba a dudar.
Decidió que esa noche se quedaría en casa a esperar a Rin, para hablar con ella. Sus padres estaban fuera de la ciudad, iban a la boda de unos amigos suyos, así que probablemente su hermanita aprovecharía la oportunidad para llegar a casa tan tarde como pudiera. Len también lo habría hecho, pero decidió que esa noche tenía que concentrarse en Rin. Sacó el celular de su bolsillo, y escribió rápidamente una excusa para Meiko, una chica universitaria con quien tenía una cita esa noche. A los cinco minutos recibió una respuesta, una maldición y un insulto, que ignoró por completo. Esa noche, era el turno de Rin.
Continuará...
