Disclaimer: Nada en el universo de Harry Potter es de mi propiedad.
Aviso: Este fic ha sido creado para el "Intercambio de Regalos 2014" del foro "La Sala de los Menesteres".
Debo admitir que hacer este fic me fue horrorosamente difícil puesto que no me gusta en absoluto la pareja que me plantearon, pero cuando me apunté en este intercambio de regalos me prometí a mi mismo superar cualquier escollo, y espero haberlos superado. Así que xxxIloveKISSHUxxx, esto es para tí, porque sé que te gusta esta pareja.
Circo máximo
Acto I: Principiante
—¡Despierta, cabeza hueca!
Severus Snape no sabía qué rayos hacer con el joven de diecinueve años que dormía sobre su costado y cuyo cuerpo tembló violentamente al escuchar el virulento grito de su instructor.
—¡Una hora más y duermes más de lo que entrenas! —vociferó Snape, su cara contraída por la frustración de tener a semejante estúpido como aprendiz—. La próxima vez que no te despiertes por tu cuenta, será un barril con agua la que te saque del sueño.
El joven al que se refería Snape con tan duros términos se puso lentamente de pie, frotándose los ojos y despeinándose más su despeinado cabello. De todas formas, en las condiciones que nuestro desventurado protagonista vivía, habría sido imposible encontrar una peineta en un mundo que estaba recién recuperándose de un cataclismo nuclear que los chamanes de las diferentes organizaciones tribales de lo que fue alguna vez Inglaterra llamaban "Guerra Fría".
—Ahora, ve a la piscina común y aséate. El entrenamiento comienza dentro de veinte minutos.
Era increíble que, después de tamaño holocausto, todavía se mantuvieran costumbres como la cuenta del tiempo, dado que todo el sistema tecnológico y eléctrico que alguna vez hubo se vino abajo gracias a una tempestad de pulsos electromagnéticos que enviaron a la humanidad de vuelta a la Edad de Piedra. Y, desafortunadamente, arrastró a los magos consigo.
Severus Snape salió del área residencial a paso lento. Siempre caminaba a paso lento en todas partes y en toda circunstancia. Hasta cuando estaba furioso con alguno de sus estudiantes lucía impasible, mostrando un autocontrol que ya quisieran sus rivales. Snape era el maestro más respetado y temido de Inglaterra, pero no enseñaba magia para que sus pupilos se desempeñaran en algún cargo importante o en algún trabajo. No. Snape enseñaba magia a sus alumnos por un motivo más básico y primitivo.
Supervivencia.
La guerra nuclear no había erradicado cada ser viviente del planeta. Existía lo que los chamanes llamaban "mutaciones", una salvaje modificación de la apariencia de muchos animales y plantas producto de la radiación derivada de los miles de misiles tácticos nucleares que pulverizaron al noventa por ciento de la raza humana. Entre las mutaciones más peligrosas, se contaban insectos tan grandes como un humano o cocodrilos con propiedades venenosas. Sin embargo, aquellos desfigurados animales no representaban las amenazas más serias.
—¡Vamos, sabandijas sin cerebro! El entrenamiento comienza ahora. No hay tiempo para desayunar. Recuerden que tienen que ganarse el desayuno, al igual que el resto de las comidas del día. Nadie les va a regalar nada en este mundo. Tienen que ganarse el derecho de sobrevivir, o todos perecerán.
Snape tenía a quince alumnos a cargo, todos de diecinueve años, todos desnudos. Hasta la ropa se ganaba a base de esfuerzo y dedicación. Snape sabía que muchos de los hombres que tenía delante de él iban a morir. En un mundo como ese, la selección natural era la ley. El más fuerte, inteligente o recursivo sobrevivía. El resto, se iría, discretamente o no, a la tumba.
—¿Todos tienen sus varitas?
—¡Sí señor! —corearon todos. A casi todos les tembló la voz, menos a uno. El joven del cabello alborotado, sin duda alguna, era el más fuerte de todos, pero al mismo tiempo era el menos disciplinado del grupo. A Snape no le gustaba la insubordinación y ese chiquillo estaba comenzando a colmarle la paciencia. Había una razón por la cual el resto de los alumnos le tenía miedo, y esa razón tenía mucho que ver con la insubordinación y la falta de respeto.
Todos comienzan faltándote el respeto. Con el debido trato, todos terminan respetándote se decía Snape cada vez que imponía su autoridad.
—Hoy haremos algo diferente a lo que usualmente hacemos en los entrenamientos. Normalmente, los dispongo en pares para que practiquen encantamientos o maleficios, pero ahora es momento de enfrentarlos a su primera prueba en su carrera por la supervivencia. Hoy pelearán todos contra todos, recurrirán a lo mejor de su habilidad y pericia para superar cualquier obstáculo, será éste un rival o la naturaleza misma. El último hombre en pie se ganará el derecho de usar ropa. Sólo una regla será aplicable: nadie deberá matar. El que lo haga, también morirá. Ahora, ¡todos al rectángulo!
El rectángulo era el lugar de entrenamiento, un sitio cubierto de arena gruesa y áspera que podía llegar a abrir heridas en las pieles de los jóvenes que iban a sangrar allí.
—A mi señal, dará comienzo la pelea. —Snape alzó una mano con tres dedos extendidos. Bajó uno, luego el otro y, por último, bajó toda la mano, señalando el inicio de la refriega.
Pronto el campo de batalla se llenó de gritos, brazos enredados y destellos de luces de variopintos colores. Snape observaba el combate desde un lugar seguro, mirando cómo sus alumnos luchaban encarnizadamente por ropa. Podría sonar ridículo, pero en un mundo como ese, un mundo que no regalaba nada a nadie, las regalías sólo le podían pertenecer a quien se las merecía. Si había un sistema político que se le pareciera a la selección natural, ese era la meritocracia.
Diez minutos pasaron desde el inicio de la contienda y Snape ya veía claramente al ganador. Ese chico impertinente y sublevado era, por mucho, el que mejor peleaba. Sus movimientos eran perfectamente calculados, todos servían a un propósito; ganar una ventaja estratégica respecto a los demás. No empleaba más movimientos de los necesarios, lo que le hacía cansarse menos y empleaba de manera inteligente los encantamientos y los maleficios. Media hora más tarde, sólo dos quedaban para definir el encuentro.
Sin embargo, la superioridad de aquel chico rebelde siguió quedando de manifiesto cuando esquivó magistralmente un maleficio de su oponente, un joven de cabello rubio quien parecía ser la perfecta antítesis de su contrincante. Segundos más tarde, el rubio mordió el polvo con un moretón de feo aspecto en su espalda y el chico del cabello desordenado se detuvo, mirando a Snape con ojos desafiantes. No alzó los brazos en señal de victoria, no gritó palabras de triunfo al aire, no humilló a ninguno de sus oponentes. Snape creyó saber lo que estaba pensando.
Para él, esta victoria es sólo un paso más.
—Bien hecho, Potter. Has demostrado ser el más fuerte de…
Snape perdió el habla cuando el llamado Potter tomó una piedra y la arrojó en su dirección. El profesor no tuvo tiempo de esquivarla y el proyectil impactó en su vientre, doblándolo de dolor. Demonios. Ese idiota jamás va a cambiar. Snape, con aquella muestra de agresión, entendió que había interpretado mal los pensamientos de Potter.
Yo soy el siguiente.
—¿Estás seguro de querer jugar a este juego, Potter? —dijo Snape, desenfundando su varita y extendiéndola en dirección a su mejor alumno, aunque no el mejor en términos de comportamiento—. Porque ya sabes cómo va a terminar esto. Todavía estás a tiempo de evitarlo. Si sigues este camino, te espera un mundo de dolor y sufrimiento, así que piénsalo antes de cometer una estupidez.
Pero Snape sabía que su pupilo era inmune a sus amenazas. Ambos ya habían pasado por lo mismo varias veces, pero esta vez Snape no iba a escatimar en recursos para doblegar la voluntad de su inesperado oponente.
—No descansaré hasta que muerdas el polvo, Snape.
Mala respuesta se dijo Snape.
Rápido como una serpiente, Severus Snape arrojó un maleficio en dirección a su propio alumno, pero Potter lo esquivó rodando por el suelo y siguió avanzando en dirección a su maestro. Snape lanzó otro maleficio, pero Potter siguió esquivando los ataques hasta que estuvo lo suficientemente cerca para ejecutar su propio maleficio, el cual sí dio en el blanco y Snape cayó al suelo, con múltiples heridas en su torso y en sus brazos. Potter se abalanzó encima de su maestro e iba a aturdirlo cuando Snape alzó su varita, la cual jamás escapó de sus manos, e hizo que Potter fuera el que cayese al suelo, temblando y gritando como si sufriese un dolor terrible.
—Jamás aprendes, ¿verdad Potter? —dijo Snape, poniéndose de pie y respirando agitadamente—. Lección número uno: el enemigo más peligroso es aquel que nadie teme. Ahora, vas a pagar las consecuencias por tu falta de respeto hacia tus superiores. ¡Sufre!
Y Potter sufrió. Pero eso no le impidió intentar ponerse de pie, pese a todo el tormento al que estaba siendo sometido. Y, lenta pero sostenidamente, fue incorporándose, haciendo muecas de dolor, pero ya sin gritar. Potter avanzó paso a paso hacia su instructor y enemigo, alzó un puño en dirección a Snape y éste cayó con un golpe sordo al suelo. Potter recuperó su varita y la apuntó al cuello de su superior, respirando de manera superficial.
—Vaya… para alguien experto en dar lecciones, parece que no aprende de sus propias enseñanzas. No, no lo voy a matar. No es eso lo que quería de todas formas. Sólo deseaba verlo derrotado.
Potter se dio la vuelta para retirarse a descansar un rato antes de recibir su merecido desayuno y su más que merecida ropa, cuando sintió que algo muy duro le abría la cabeza y lo último que vio fue unos colores raros antes de perder el conocimiento.
Las imágenes fueron cobrando sentido lentamente. Sentía algo frío envolver sus dos muñecas y supo que estaba encadenado y, a juzgar por la sensación gélida que provenía de sus tobillos, también estaba atado de piernas. No sentía ropa cubrirlo así que asumió que estaba desnudo. Una figura ataviada de negro caminaba de un lado a otro, cogiendo diversos instrumentos de metal. Las paredes eran de piedra, o eso parecía, y las ventanas no disponían de vidrios. Era un ambiente muy medieval, tomando en cuenta que, aunque nadie sabía en qué año iban, sí se sabía lo suficiente para afirmar que la Edad Media había pasado hace mucho tiempo. Un horno entregaba su luz y su calor a la fría y oscura habitación.
—Ah, ya estás despierto. Así está mucho, mucho mejor.
Potter no sabía qué le iba a hacer ese hombre, pero tenía claro que no iba a ser nada bueno. Vio a Snape depositar la punta del hierro entre las llamas; lucía pensativo, como si tuviera algunas dudas acerca de lo que se proponía hacer. Mientras tanto, el hierro brilló con un rojo maligno, como el de la lava volcánica.
—Por momentos no pensé que sería lo correcto hacerle esto a mi mejor alumno, a alguien que demostró su superioridad frente al resto de sus compañeros. Pero es necesario. Eres un problema más grande que tus habilidades. Necesito encarrilarte en la dirección correcta y debo hacerlo de tal manera que jamás vuelvas a cuestionar mi autoridad.
Snape retiró el hierro candente de las brasas y se paseó por la habitación hasta que se puso detrás de su alumno. Potter no podía ver a su instructor pero presagiaba que algo muy malo le tenía en reserva.
—¿Sabes Potter? Puede que seas el mejor de tu clase, que sobresalgas, y por mucho, de tus demás camaradas. Pero, para mí, sólo eres un maldito principiante piojoso.
Potter sintió un repentino calor en un lugar tan inesperado que sintió desconcierto antes que dolor. Pero cuando el dolor vino, Potter gritó tan fuerte que sus exclamaciones podían escucharse en todo el complejo. Aquello era peor que el maleficio que le hizo mientras combatía con Snape porque el dolor estaba concentrado en un solo lugar. Y el lugar que había escogido su maestro era muy sensible.
Los gritos continuaron por dos minutos más, durante los cuales Potter sólo quería morir.
