Este es mi regalo para Phesy como parte del Intercambio 2016 del foro Resident Evil: Behind the horror.
Phesy: Tomé tu petición de un Claire & Wesker y debo decirte que fue todo un reto escribirlo. Sé que era un shot, pero no pude reducirlo más. u.u
Espero te guste :)
Once años atrás…
Claire
—No puedo creer que no hayas conseguido boletos para el concierto, Mark —protesté en voz alta dentro del viejo mustang de mi novio en curso.
—Ya te lo dije, Claire, el imbécil de Bob retrasó mi paga y no pude comprarlos a tiempo —Mark se llevó la mano a la nuca, apenado—. El viejo sigue creyendo que me robé su precioso juego de llaves inglesas. Me cansé de decirle que no lo hice, aun así me los está descontando de mi salario.
Me apoyé en el respaldo del asiento y esbocé una sonrisa cargada de sarcasmo. Bob tenía suficientes motivos para dudar de Mark y no lo culpo. Yo también he sido víctima de sus "malos hábitos" —lo digo porque hallé el collar de plata que Chris me regaló por mi cumpleaños en una casa de empeño—. No entiendo porque sigo a lado de un chico como Mark Thompson, el tipo no es capaz de mantener un empleo por más de tres meses, fuma cigarrillos como si su vida dependiera de ello y que decir de su manera de beber; he tenido que evitar en varias ocasiones que termine a golpes con algún borracho en el bar del pueblo. Sinceramente me siento cansada de esta situación; no obstante, no me siento capaz de dejarlo.
Después de todo soy una Redfield, y obstinada es mi segundo nombre. Chris me dijo desde el momento en que conoció a Mark que era un chico problema y que no lo quería ver cerca de mí. Por supuesto que no iba a obedecerlo, ¿Con qué calidad moral me pide que deje a mi novio cuando él se acuesta con una chica diferente cada fin de semana?
De pronto las primeras notas de Sweet child of mine comenzaron a sonar alrededor del estadio de las panteras de Raccon City. Un sentimiento de alegría mezclado con decepción y furia albergaron mi pecho. En serio, deseaba estar ahí entre la multitud, vitoreando los versos de mi canción favorita, incluso tenía planes de escabullirme hasta los camerinos de la banda y cumplir mi sueño de conocer a Axl Rose —aunque lamentaba no poder acercarme a Slash, ya que había dejado la banda dos años atrás—, aun así, podía escucharse el concierto desde nuestro lugar. Mark bebió de golpe su cerveza, estrujó la lata con fuerza y sacó otra del asiento trasero del auto.
—Mark, ya has bebido suficiente— lo reprendí, molesta.
— ¿Quién eres, mi madre? —inquirió Mark con aquella sonrisa burlona que tanto detestaba.
Le arrebaté la lata de cerveza y la arrojé por la ventana. Mark salió del auto y la levantó del césped.
— ¡Qué demonios sucede contigo! —exclamó Mark, furioso—. ¿Sabes lo que tuve que hacer para conseguirla?
—No y te aseguro que no quiero saberlo—espeté.
— ¿Siempre tienes que comportarte como una zorra? —inquirió Mark.
Aquella pregunta entró como una bala por mis oídos, rompiendo lo poco de la buena imagen que aún conservaba de mi novio. Sin decir una palabra, tomé mi vieja mochila de lona y salí del auto. Caminé por el prado y revisé el bolsillo de mis jeans, encontré un par de dólares y mi bálsamo de labios sabor cereza. La parada de autobús quedaba a unos metros del estadio, mi mente barajeó la posibilidad de llamar a Chris y decirle que pasara a recogerme después de su cita con Jill —bueno, creo que así se llamaba cuando la vi por la mañana en la cocina de la casa vestida únicamente con la camiseta de mi hermano—, pero la deseché en seguida, no estaba de humor para soportar uno de sus sermones paternales.
Una ligera llovizna comenzó a caer y tuve que ponerme la gorra de mi cazadora roja. La brisa helada corría como una cortina de seda y ésta acariciaba mi rostro. Una cálida lágrima cayó por mi mejilla y apreté los puños con fuerza. Me sentía estúpida y humillada; nunca antes un chico me había llamado zorra —si Chris lo hubiese escuchado le habría roto la cara sin pensarlo—, tenía que dejar a Mark de una buena vez y olvidarme de él para siempre; por suerte el verano estaba a días de terminar y las clases pronto comenzarían. No me sentía entusiasmada por entrar a mi segundo año en la universidad, pero tampoco me apetecía pasar el resto de mi vida en Raccon trabajando de cajera en algún centro comercial.
Sentí como alguien me tomaba del brazo con fuerza. Me volví hacia el desconocido y entonces me di cuenta de que Mark me había seguido el paso.
—Claire. Nena, vamos a hablar —suplicó con su tono de voz arrepentida, que conocía muy bien.
— ¿Quieres hablar? —me planté frente a él, furiosa—. Bien. Esto se acabó Mark.
— ¿Estás bromeando conmigo, verdad? —inquirió Mark de forma burlona.
— No estoy jugando. Ya no quiero salir contigo, Mark. Estoy cansada de esto.
Mark esbozó una sonrisa burlona y se llevó las manos a las caderas. Su mirada se tornó peligrosa y un escalofrío recorrió mi espalda. Nunca antes había lo había visto tan furioso. Me tomó del brazo con fuerza y me dijo en voz baja: —A mí nadie me deja, ¿lo entiendes?
Yo me quedé perpleja. No quedaba atisbo del chico divertido y despreocupado que conocía. Intenté zafarme de su agarre, pero sus dedos eran como grilletes alrededor de mi muñeca. Miré a mí alrededor y para mi mala suerte no había nadie cerca. La parada del autobús estaba a más de doscientos metros y casi todos los transeúntes estaban varados alrededor del estadio escuchando el concierto. El ruido era tan ensordecedor que si intentaba gritar, seguro nadie me escucharía.
— ¡Suéltame! —Le ordené apretando los dientes—. ¿Acaso te volviste loco?
—Para nada —Mark sonrió de forma ladina—. Te ves más linda cuando estas furiosa.
— ¡Déjame!
De repente vi cómo la mano libre de Mark se levantó sobre su cabeza y la dirigió a mí con fuerza. La sangre se heló en mis venas y lo único que hice en ese momento fue cerrar los ojos y esperar el impacto del golpe contra mi rostro. Una voz grave y masculina irrumpió nuestra escena, obligándome a volver a la realidad.
—Así que eres de los que gustan con golpear a las mujeres—dijo el hombre desde las sombras.
— ¡Métete en tus asuntos, viejo! —espetó Mark, molesto, sin soltarme.
Esa voz… Yo sabía que la había escuchado en alguna parte, ¿pero en dónde? Mi mente se hizo trizas en un segundo, tratando de averiguar quién era él. El hombre salió de la oscuridad que lo ocultaba y mi sorpresa fue mayor al darme cuenta de que se trataba del Capitán Albert Wesker, Jefe del equipo Alpha de los Stars y superior directo de mi hermano.
— ¡Suéltala! —ordenó el Capitán con una voz tan cortante como un cuchillo.
— ¿En serio crees que voy a obedecerte? —Mark se burló y su agarré cobró más fuerza, haciendo que soltara un alarido de dolor.
Wesker se acercó con pasos decididos hacia Mark. Debo decir que por un momento no supe si tenía más miedo de mi novio violento o de la mirada férrea y cargada de furia del jefe de mi hermano. El capitán me tomó del brazo que tenía libre y tiró de mi tan fuerte que pude zafarme del agarre de Mark.
— ¡Te he dicho que te metas en tus asuntos! —gritó Mark soltando un golpe con el puño hacia Wesker.
El Capitán capturó la mano de su atacante al aire y comenzó a estrujar sus dedos, haciendo que Mark soltara un fuerte alarido.
— ¡Idiota! —Masculló Mark apretando los dientes con el rostro completamente rojo—. ¡Vas a romperme la mano!
Wesker esbozó una sonrisa que más que burlona, era malvada. Yo miraba la escena petrificada desde mi lugar. El capitán estaba disfrutando de lastimar a Mark y aquello me provocó mucho miedo. Pensé en intervenir, pero me contuve de hacerlo, seguía furiosa con el imbécil de mi ahora ex novio por haberme llamado zorra.
—Creo que con esto te quedará claro que no debes meterte con ella —Wesker lo soltó con un empuje y Mark cayó sobre la hierba húmeda.
Wesker se volvió hacia mí y yo tragué saliva con dificultad. Mi primer pensamiento en ese momento fue: ¿le contará a Chris lo que Mark intentó golpearme? Lo que le hizo el capitán a Mark sería un juego de niños comparado con lo que mi hermano le haría si enterara de la verdad. Aún recuerdo cuando éramos niños y un chico del colegio comenzó a lanzarme piedras en el patio de juegos, provocándome una herida cerca de una de mis cejas. Chris molió a golpes al niño hasta romperle la nariz y tirarle un par de dientes de leche. Si eso hizo cuando apenas tenía nueve años, no quería saber de lo que era capaz ahora con veinticinco años y un entrenamiento militar de elite.
— ¿Estás bien? —me preguntó el Capitán con voz gélida.
—Sí, estoy bien —apenas respondí—. Lamento que haya tenido que mirar todo esto.
—He visto cosas peores en mi trabajo. No deberías salir más con ese imbécil —me dijo, sacando sus gafas de sol de su chaleco táctico —. Andando, es tarde.
— ¿A dónde vamos? —pregunté, intrigada.
—Sube al auto y no hagas preguntas —me ordenó con una voz que no daba lugar a discusión.
¿Quién se creía para darme órdenes? pensé
—Lo lamento pero es tarde —dije—. Además no es correcto que vaya con usted.
— ¿Desde cuándo Claire Redfield hace lo correcto? —dijo esbozando media sonrisa.
Aquello me pareció una locura —y también un golpe bajo a mi orgullo—. ¿A dónde me llevaría? Apenas conocía a ese hombre y ahora me debatía entre subir o no a su auto. Me volví hacia donde estaba Mark y éste se encontraba arrancando su viejo Mustang con la mano aún adolorida. Si Albert Wesker me defendió de mi ex novio violento, supuse que no sería capaz de hacerme daño. Así que obedecí subiendo a su coche patrulla y juntos nos alejamos del estadio de Raccon.
.
.
Albert
Era la víctima perfecta.
Sólo bastó retar su espíritu atrevido para que la hermana del idiota de Redfield aceptara subir a mi auto.
Después de dejar el estadio de Raccon, tomé el camino por el boulevard Roson hacia la casa de los Redfield. Un silencio abrumador se apoderó de los nosotros, nunca me ha interesado en realidad entablar conversación con alguien, pero si no quería que la chica sospechara de mis intenciones con ella, debía actuar rápido.
— ¿Qué hacías sola con ese tipo? —le pregunté de la forma más amigable que pude.
—Estábamos escuchando el concierto —respondió sin quitar la vista de la ventana.
Otro silencio.
El tráfico a esa hora era un caos. Maldito concierto. Estúpidos jóvenes que encuentran placer bebiendo cerveza, escuchando música ruidosa y teniendo sexo como animales en el asiento trasero de su auto. No tenía idea de que Claire Redfield tuviera ese tipo de gustos. La miré por el rabillo del ojo, su cabello rojo brillaba como lava ardiente bajo la tenue luz de las farolas que se colaba al interior de mi patrulla, tenía las manos metidas en su cazadora y su mirada fija hacia ninguna parte.
¿Por qué aceptó subir a mi coche patrulla sin hacer preguntas?
Por un momento me pregunté en que estaría pensando ella ahora. Claire Redfield no era una desconocida para mí. La veía merodear de vez en cuando por el cuartel de los STARS regalándoles a los miembros del equipo galletas caseras y donas de azúcar como si fuera un maldito conejo de pascua. Su risa alegre sonaba como un eco por todo el lugar causándome irritación, no obstante; debo admitir que algunas veces me agradaba escucharla reír de los malos chistes de Brad Vickers —que en realidad eran un intento por agradar a la chica y así conseguir salir con ella, por fortuna no cayó en el juego de galantería barata de ese pobre infeliz—. Si bien podía echarla cuando quisiera, nunca lo hice. Por alguna extraña razón permitía se paseara por los pasillos como si fuese una más de mi equipo.
De pronto Claire extendió el brazo, encendió la radio y comenzó a sintonizar una estación.
— ¿Qué demonios crees que haces? —le espeté, irritado.
Claire continuó con su labor, ignorándome por completo.
Tomé su mano para evitar seguir escuchando aquella mezcla de estática, chirridos y la estridente voz de Aretha Franklin.
— ¡Sólo pon algo y deja de jugar, niña! —le grité.
Torció la boca, haciendo un leve puchero. Por un momento parecía que estaba con una niña pequeña en lugar de una mujer adulta. Contuve las ganas de reír y volví la vista al camino. Por fin logró sintonizar una estación y se hundió en el asiento de copiloto, cruzándose de brazos.
— ¿A dónde vamos? —preguntó de mala gana.
—A tu casa.
—Este no es el camino —señaló—. Es en serio. ¿Adónde me llevas?
Me acomodé las gafas y no respondí. Tomé la intersección para salir a la avenida Devon y pise un poco más el acelerador. Podía sentir el miedo de Claire flotar en el aire y aquello me pareció hermoso. Niña idiota, Chris debió enseñarle a su hermana a no subirse a autos con extraños. Me pregunto si accedió a venir conmigo sólo porque soy el jefe de su hermano.
—Quiero mostrarte algo —le dije esbozando una sonrisa—. Después de eso te llevaré a tu casa.
—Capitán Wesker, sólo lléveme a casa —suplicó.
Giré a la izquierda y subí colina arriba. Claire intentó abrir la puerta, sin lograrlo. Trabé los seguros sin que ella se diera cuenta.
Claire se hundió en el asiento y comenzó a jugar con sus dedos, nerviosa. ¿Acaso creía que era algún tipo de degenerado? —Aunque sonaba tentadora la idea de pasar un buen rato con ella, después de todo, no pasé en balde mirando sus bien formadas curvas, desde mi oficina cada vez que visitaba a su hermano—, yo tenía otros planes para aquella pelirroja, era perfecta para el ensayo con el nuevo suero que diseñé; su juventud y su buena salud estaban de su lado, así que nada podía fallar. Soy un hombre meticuloso y no tiraría mi trabajo a la basura eligiendo a cualquier ser humano para mi experimento, debía ser alguien especial…
Y Claire Redfield lo era…
Por fin llegamos a mi mansión. Detuve el auto y apagué las luces. Caminé hacia donde estaba Claire, la cual miraba atónita mi morada desde el cristal de la ventana. Aproveché su distracción para abrir la puerta, tomarla del brazo y obligarla a bajar de golpe. Ella tropezó y la sostuve, tomándola del torso. La suave curva de sus senos rozó mi pecho y de pronto mi respiración comenzó a hacerse pesada. Hacía mucho que no estaba cerca de una mujer y quizá por ello, la cercanía de aquella chiquilla me afectaba. Tenía que alejarla de inmediato, pero el aroma a jazmín de su cabello me tenía embriagado.
Por suerte ella logró recobrar la compostura y dio un paso atrás. Cometí el error de soltarla y pensé que saldría huyendo despavorida. En lugar de eso, se acomodó su vieja mochila de lona y dijo: —Para ser policía, tiene una casa muy ostentosa.
—Fue herencia de mi abuelo —mentí.
—Debió ser alguien como mucho dinero —repuso Claire encaminándose hacia la escalinata de la entrada.
—Lo era —la seguí con satisfacción. Esto sería tan fácil como coser y cantar. Abrí la puerta y agregué: —Pasa. En un momento encenderé la chimenea.
—No puedo quedarme mucho tiempo —dijo mirando hacia el cielo—. Chris se preocupará si no llego antes de las dos.
La tomé por la barbilla y le dije en voz baja: —Eres una chica valiente, no deberías dejar que tu hermano te trate como una niña.
Se acomodó un mechón rebelde detrás de la oreja y sonrió. De nuevo, su rebeldía jugó a mi favor.
—Tienes razón —repuso, decidida—. Además se supone que estoy en un concierto de los Guns N' Roses ¿no?
Le dediqué una sonrisa antes de soltarla y abrir la puerta de la mansión. Nos adentramos a la vieja casa y Claire levantó la vista, tratando mirar a detalle todo a su alrededor. Creí que la arquitectura barroca, las cortinas oscuras y la falta de luz en la sala de estar la asustarían, sin embargo; parecía fascinada divisando el candelabro antiguo de cristal cortado que colgaba en el centro del techo del salón. Una ráfaga de aire helado proveniente de uno de los ventanales me recordó que debía encender la chimenea. Busqué el atizador y la botella de iniciador de fuego. Vertí una buena cantidad de líquido y arrojé un fósforo. La leña crujía de forma ruidosa bajo las llamas y por un momento imaginé aquellos sonidos como si fuesen los gritos de dolor de algún pobre diablo tratando de huir de su propia muerte.
Miré embelesado el fuego, tanto que no noté cuando Claire se puso a mi lado y juntos miramos en silencio las llamas.
—Gracias por salvarme —dijo sin quitar la vista del fuego.
—Deja de agradecerme o harás que me arrepienta de haberte ayudado —le dije irritado. Odiaba su adulación, sin embargo; ella soltó una risita burlona, interpretando mi frase como si fuera una broma.
—Es un hombre misterioso, Capitán.
—Deja de hablarme con tanto respeto, me haces sentir viejo—solté apoyando mis manos contra el frío mármol de la chimenea.
—Está bien… Albert —Claire tomó el atizador y comenzó a jugar con la leña encendida—. Algunas veces me sentí intimidada por ti, cómo en este momento, por ejemplo.
Su confesión me sorprendió.
—No eres un mal hombre como todos los muchachos del cuartel piensan —Claire se cubrió la mano ante la indiscreción que acaba de cometer—. Lo lamento, no debí decir esto.
—Está bien. Siempre supe que no era del agrado de ellos, sobre todo de tu hermano, ¿O me equivoco? —le dije volviéndome hacia ella. Claire guardó silencio el cual interpreté como una respuesta positiva.
Me alejé de ella y me dirigí al mini bar para servir dos copas de brandy. Espero que esa niña sepa apreciar un buen licor, no como la cerveza barata que bebía con el tipo aquel afuera del estadio. Una vez servidas, saqué un par de píldoras de mi bolsillo y las puse en la bebida de Claire. Esperé éstas se disolvieran en el alcohol y cuando lo hicieron, volví con mi invitada.
—Aquí tienes —le entregué una copa.
—Gracias —ella la tomó y dio un pequeño sorbo—. ¿Qué era lo que ibas a mostrarme?
—Acompáñame —la tomé de la mano, salimos de la sala de estar hacia un amplio pasillo que llevaba directamente a mi biblioteca personal.
Siempre supe que Claire Redfield era amante de los libros. Cada vez que la veía en el cuartel, mataba el tiempo leyendo alguna novela o cualquier otra lectura. Sabía que si le mostraba mi colección personal quedaría impresionada y no me equivoqué. Desde el momento en que cruzó el umbral su expresión fue de total asombro. Miles de títulos ordenados de forma alfabética, todos ellos cubiertos con una ligera capa de polvo. El olor a humedad y a papel viejo era tan penetrante que resultaba irritante, no obstante; a ella no le molestaba en lo absoluto. Dejó caer su mochila al suelo y corrió hacia donde estaban los ejemplares de pasta dura de las novelas de Jane Austen, tomó un volumen de Persuasión y lo ojeó como si fuese el tesoro más valioso que hubiera encontrado.
— ¿Te gusta? —preguntéantes de dar un sorbo a mi copa.
—Esta es una edición muy antigua, ¿dónde la conseguiste? —preguntó, fascinada.
—Lo libros venían con la mansión —le dije, esta vez no estaba mintiendo—. Puedes quedártelo.
— ¿De verdad? —inquirió, sorprendida.
—Claro —respondí —. Pero antes, bebe un poco más. El brandy no debe estar expuesto mucho tiempo al exterior o pierde su aroma.
—Si tú lo dices —Claire bebió de golpe su copa e hizo una mueca de asco—. Sabe horrible. ¿Cómo puedes beber esto?
—El buen vino es como la vida misma: sólo hay que disfrutarlo mientras se tiene en la mano —le dije levantando su barbilla con mi dedo índice.
Ella esbozó una sonrisa tímida, antes de que sus piernas flaquearan. Logré sostenerla antes de que cayera sobre la fría duela. Claire hizo un intento por reincorporarse, sin lograrlo. Se llevó la mano a la cabeza y dijo: — ¿Qué me has hecho, Albert?
—Nada, aún —susurré en su oído—. Esto apenas comienza.
