Podía sentir cómo su respiración se aceleraba cada vez que sus manos envolvían mis caderas a la vez que sus labios rozaban mi cuello, buscando unos compañeros a los que besar. Éramos completos desconocidos que sabían cómo sincronizarse. Era guapo. Verdaderamente lo era, todo lo que yo siempre deseé (físicamente hablando); todo un sueño.
Mis manos temblorosas, rozaban su torso ya desnudo y las suyas, seguras y firmes, rodeaban mi nuca y me aproximaban a él mientras nuestros labios por fin se encontraban. Eran besos llenos de pasión y de ardiente deseo; ansia. Descendía sus manos por mis caderas hasta mi trasero y yo rodeaba su cintura con mis piernas y seguía pasando mis dedos por su pelo.
Llegamos los dos a un punto en que las ganas superaron cualquier barrera y allí estábamos los dos, desnudos en el baño de una casa ajena, llenándolos el uno al otro. Le sentí dentro de mí tantas veces en un mismo día y ahogué tantos gritos en ese momento que, perdí la cuenta.
No besamos una vez más y empezamos a vestirnos. Él salió primero sin despedirse siquiera y yo, esperé unos minutos para no levantar sospechas. Salí y me adentré de nuevo en la fiesta en la que estaba, llena de desconocidos, en un barrio de pijos. Me acerqué a donde estaban todos y lo vi, bailando como si nada hubiera pasado. Cogí mi chaqueta y me fui de aquella fiesta en mi mini cooper, también intentando olvidar lo que acababa de pasar.
