Disclaimer: Harry Potter no me pertenece a mí, sino a la grandísima escritora JK Rowling. Yo no escribo en servilletas, no ando en tren, no vivo en Londres y no paso todo el día en las cafeterías (lo que no quiere decir que no desee hacerlo).
N/A: Si bueno, jeje. Aquí les va algo. Disfruten, Liinak :)
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Black
Capítulo 1: El niño
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Remus Lupin observaba la habitación en la que se encontraba con desconfianza, intentando encontrar entre los rostros y entre los gestos alguna pista que explicara la razón detrás de aquella sorpresiva reunión de la Orden después de tantos años de paz y tranquilidad. Desafortunadamente, su búsqueda parecía destinada al fracaso. Entre los magos y brujas que llenaban aquel salón tan solo veía reflejada su propia curiosidad, su propio temor ante los desfavorables acontecimientos que podían congregar a tal diverso grupo de gente. Su mirada pasó por sobre la paranoica expresión de Moody, sobre las incomodas miradas que Arthur y Molly Weasley continuaban intercambiando, sobre la fría máscara que era el rostro de Snape; no encontró respuesta alguna. Sus ojos continuaron su recorrido. Minerva se encontraba al lado del profesor de pociones, su ceño levemente fruncido y sus ojos fijos en la figura del Director de Hogwarts. Albus se encontraba de pie, su mirada perdida en un punto fijo por sobre sus cabezas. El licántropo no pudo evitar que se le apretara el estómago, el líder que los había convocado parecía estar perdido en sus propios pensamientos, sus ojos apagados e insensibles, su propia frente fijada en una clara expresión de inquietud. El aura de poder que siempre lo había rodeado no lo envolvía, en su lugar el anciano parecía frágil. Débil. Parecía estar, consideró Remus, asustado...
Remus Lupin lentamente se enderezó en el asiento. Sus ojos nuevamente dieron una vuelta completa a lo largo de la habitación y volvieron a posarse en Dumbledore. El licántropo consideró la fecha, el lugar y los integrantes que lo rodeaban. Los engranajes de su mente comenzaron a funcionar con rapidez.
Tan solo había una razón para convocarlos de esa manera.
Una persona.
Harry, pensó el hombre-lobo. Algo le ha pasado a Harry.
Era el 30 de agosto de 1991. Se encontraban reunidos en una de las salas secretas del castillo de Hogwarts, adyacentes a la oficina del Director. Se encontraba rodeado de gente relacionada a la escuela, o en defecto, a sus alumnos… a sus alumnos de primer año. Remus cerró los ojos con fuerza y dejó que las palabras del anciano cayeran sobre él con una mezcla de temor, resignación y furia. Agachó su cabeza y cerró sus brazos alrededor de su cuerpo, haciendo un intento sobre-humano para controlar al lobo que llevaba dentro.
Su cachorro se encontraba en problemas.
Su cachorro estaba en peligro.
Dumbledore lo había perdido. Quizás… Para siempre.
Las palabras del Director llegaron a sus oídos de manera gradual, mientras más control alcanzaba más entendía las palabras de éste. Sus ojos continuaban cerrados, pero poco a poco iba aflojando sus brazos, abriendo sus manos y escondiendo la furia que había amenazado con liberar a la bestia.
Las palabras finalmente se volvieron lo suficientemente claras para entenderlas.
―… por esta razón es primordial que organicemos lo más rápido posible un equipo de búsqueda que se encargue de revisar el área de Surrey, con la intención de moverse inmediatamente a Londres una vez la investigación ahí haya terminado ―el profesor parecía haber olvidado su estado anterior y su apariencia nuevamente reflejaba el poder que debía tener el mago que había liderado la facción de la luz en la última guerra. Pero aquella confianza, descubrió Remus, no alcanzaba a sus inexpresivos ojos azules―. Es poco probable que Harry Potter se encuentre tan cerca de sus parientes...
Dumbledore se detuvo y Remus sintió la necesidad de abalanzarse a través de la mesa y sacudirlo para que continuara hablando. Harry estaba desaparecido, pero el licántropo no sabía hace cuanto, no sabía por qué, no sabía nada porque no había sido capaz de escuchar lo que el Director había dicho anteriormente. Albus miró sus manos, evadiendo la mirada de los magos y brujas que lo rodeaban, Remus casi consideró que el Director se sentía avergonzado por algo, quizás incluso culpable… Pero eso no era posible, el poderoso Albus Dumbledore jamás se había disculpado ante nadie, jamás había tenido la necesidad de hacerlo.
Tampoco lo hizo ahora. El profesor nuevamente elevó la cara y fijo su vista en un punto fijo de la pared. Sus ojos no observaban a nadie, su rostro se encontraba petrificado en una máscara fría e inexpresiva. Su boca comenzó a moverse, pero de ella salió una voz que Remus Lupin, en todos sus años de conocer al Director, jamás había oído. Era una voz baja, fría, oculta, como el susurro de un cadáver:
―Según lo que se ha podido establecer luego de que Hagrid logró hablar con su… familia ―el hombre-lobo sintió como sus orejas se afinaban con aquella palabra, aquella palabra, 'familia', se encontraba cargada de un profundo desprecio apenas oculto. Remus cerró sus puños con fuerza y continuó escuchando, cuestionaría al Director personalmente luego de la reunión―, Harry Potter lleva desaparecido aproximadamente dos años y medio. El último lugar en el cual se lo vio fue la casa de la Familia Dursley en Little Whinging, pero lo más probable es que, después de tanto tiempo, la pista en ese sector se encuentre fría.
»Es de suma importancia que trabajemos lo más rápido posible. Si no tenemos información sobre el paradero del Sr. Potter para el primero de septiembre, el resto del Mundo Mágico se enterara de su desaparición y habrá caos, el Ministerio se verá involucrado en la búsqueda. No tendremos ninguna oportunidad de mantenerlo un secreto… Yo…
Albus volvió a detenerse. Remus estaba seguro que su voz casi se había quebrado. Se preguntó si el resto de la audiencia se había dado cuenta, o si había sido tan leve que tan solo sus sentidos de hombre-lobo lo habían ayudado a identificarlo.
El Director tomó asiento y ocultó su cara entre sus manos. Su voz escapó como un susurro apenas audible, mágicamente alcanzando cada rincón del salón:
―Molly, Arthur, Alastor y Minerva… Quiero que tomen el mapa que se encuentra sobre mi escritorio y comiencen inmediatamente a formar un perímetro de búsqueda.
Nadie se movió. Estaban demasiado atónitos para siquiera intentarlo. El-niño-que-vivió había desaparecido, dos años atrás. ¿Cómo el Director no lo había sabido hasta ahora?
Ante la falta de reacción, Remus se giró para observar que haría el anciano hombre. La voz del Profesor resonó más fuerte. Había levantado la cabeza y, por primera vez durante aquella reunión, los observaba a la cara.
―Muévanse ―esperó un momento para que ver qué hacían, los susodichos aún se veían indecisos―. ¡Ahora!
El primero en levantarse fue Moody, su pierna de madera haciendo eco en el suelo de piedra mientras se movía hacia la puerta que daba a la oficina. Luego McGonagall se puso de pie, siguiendo al ex-auror, poniendo una mano en el hombro de Arthur al pasar detrás de su asiento que despertó al pelirrojo de su ensimismamiento. Arthur tomo la mano de su mujer y la levantó junto a él. Ambos siguieron a la profesora de Transfiguraciones.
Remus miró a los quedaban atrás. Él mismo, Snape y Dumbledore.
Quizás no tendría que pedir por su reunión privada después de todo.
Quizás el Director estaría lo suficiente afligido con la desaparición de Harry que le contestaría honestamente sin necesidad de jugar a sus adivinanzas y acertijos.
El hombre-lobo encontró los ojos del profesor de Pociones y vio reflejada su incertidumbre en ellos. La situación estaba claramente al borde del colapso y ambos lo sabían, no tenía ningún sentido mantener las rencillas del colegio cuando estaban ante el posible quiebre emocional del mago más poderoso del mundo
Albus habló. Su voz era baja, pero ya no fría.
El Directo parecía estar al borde de las lágrimas.
Ambos, Remus y Severus, se giraron para observarlo con atención. Sus propias caras reflejando el desánimo que ver al Director en ese estado les provocaba.
―Creo que está muerto ―su voz resonó en las paredes―. Creo que Harry Potter está muerto…
Su voz se apagó y el Director comenzó a sollozar.
Remus Lupin siempre se había considerado un hombre sereno. Sus años de ser hombre-lobo lo habían entrado a centrar sus emociones y no dejar que nunca nada lo alterara de gran manera. Era peligroso, bastante peligroso, y él jamás había querido herir a nadie por haber perdido control de la bestia que llevaba dentro.
Pero esta vez no había otra manera de reaccionar.
Había escuchado la voz con claridad, había entendido cada palabra, había interpretado su significado a la perfección: Harry estaba muerto. Lo que era peor, sus afinados sentidos habían sido capaces de captar la total honestidad detrás de las palabras del Director: él estaba seguro que Harry estaba muerto.
No era posible.
Y si de alguna manera llegaba a ser cierto, sólo había una persona a la cual podía culpar por ello: Albus Dumbledore.
Sin darse cuenta el licántropo se encontraba de pie y había avanzado hasta estar al lado del Director. Antes de poder siquiera procesar sus acciones su mano se había enredado en el sedoso y blanco pelo del anciano y había levantado su cabeza para que lo mirara a los ojos.
No quería que fuera cierto. Tenía que haber un error. Un terrible horror.
Y la única manera de encontrar aquella equivocación era haciendo que el Profesor comenzará a contar su historia de principio… a fin.
Sus palabras salieron con dificultad de su garganta. Le era casi imposible mover su mandíbula, sus dientes estaban fijos en una mueca de feroz violencia.
―Comienza a hablar. Ahora ―su voz era casi irreconocible, pero estaba casi seguro que había logrado comunicarse con totalidad.
Cuando estaba a punto de soltar la cabeza del Director sintió como un golpe de energía lo enviaba de espaldas contra la pared de la sala. El golpe lo dejó sin aire en los pulmones y en su cabeza todas las ideas que se habían formado durante aquel día daban vueltas y vueltas sin encontrar una base donde acomodarse. La habitación se veía borrosa y un agudo dolor comenzaba a hacerse presente en su nuca. Poco a poco el lobo comenzó a asentarse nuevamente, y Remus Lupin vio la figura de Snape al otro lado de la habitación, su varita levantada, esperando ansioso el siguiente movimiento del licántropo.
Remus se levantó con lentitud, sus manos alzadas a modo de apaciguar al profesor de Pociones. Con la misma parsimonia se acercó a la mesa y tomo asiento, un par de lugares alejado tanto del Director como del ex-Mortifago. Snape bajó la varita y también volvió a sentarse. Ambos volvieron a mirar al Director, esperando la historia de la desaparición y posible muerte de Harry James Potter, el-niño-que-vivió.
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El niño corría por la calle desierta evitando los brotes de luz que proporcionaban los distintos pubs que aún funcionaban a esas horas. Era tarde, bastante tarde, y su hermano mayor se estaría preguntando a dónde se había metido que aún no regresaba al cobijo de su pequeño escondite. Poco a poco el niño comenzó a aumentar su velocidad, sus pequeñas y delgadas piernas se movían con cada vez más agilidad y energía, saltando y esquivando los bancos, los basureros y los vagabundos que iba encontrando a su paso. Al llegar al final de la segunda cuadra dobló a toda velocidad a su izquierda, sus pies levantándose del suelo ante el esfuerzo y tocando levemente la pared con la cual había estado a punto de estrellarse. Era hábil, este niño. Siempre se lo habían dicho, su velocidad y reflejos no se comparaban con el de ningún otro y constantemente se aprovechaba de este hecho para evitar los peores problemas que acarreaban la vida callejera que había adoptado a sus ocho años. La velocidad que alcanzaba cuando se encontraba en la privacidad de la oscuridad y en la soledad de la aquellas horas nocturnas llegaba a ser increíble, casi sobrenatural. Se encontraba solo, totalmente solo, y cuando estaba solo, a veces hasta podía saltarse cuadras enteras sin tener que tocar nunca el suelo. Tan solo desaparecía –Swish– y volvería a aparecer en la siguiente esquina –Swash.
Tenía mucho cuidado, eso sí. De que nadie lo viera, lo que hacía, después de todo, era anormal, un truco de fenómenos de circo que nadie jamás debía ver, no fuera a hacer que lo reconocieran como un ser ajeno que se ocultaba entre sus normales –aunque ilegales– vidas. Desde muy pequeño, este niño había aprendido a ocultar sus habilidades, sus parientes le habían enseñado a hacerlo a base de gritos, insultos y golpes. Y éste era un niño inteligente, aprendía rápido y pocas veces caía en el juego de cometer el mismo error más de una vez. David le había enseñado incluso mejores maneras de ocultarse y de ocultar sus dotes especiales, como a su hermano mayor gustaba de decirle a sus extrañas prácticas, y por ello el niño siempre tendría un deuda que no sabría nunca cómo pagar por completo. Y es que este niño había experimentado en su propia carne los problemas que estos dotes podían traerle, y no estaba dispuesto a dejar que aquello sucediera nunca más… Y tampoco pensaba que pudiera sobrevivir a lo mismo una vez más, la primera y única vez que había experimentado las consecuencias que venían con dejar que lo vieran haciendo sus cosas raras y anormales había casi muerto.
Había habido tanta sangre que por un momento había incluso pensado que había muerto. Claramente un niño de ocho años no podía sangrar tanto y seguir vivo.
Pero él había vivido. Y quizás ese había sido otro acto de un estúpido fenómeno de circo, pero un acto que le había salvado la vida y que le había permitido salir de aquella casa del horror en la cual había vivido tantos años.
El niño sonrió, disfrutando la libertad del aire nocturno recorriendo su desordenado pelo negro.
Gracias a toda esa sangre había atraído la atención de aquel adolescente, de David. Y gracias a que había sobrevivido el joven lo había adoptado como un hermano menor. Si algo sabía aquel niño de once años, es que no había manera alguna de estar más agradecido de aquellos dotes especiales que tenía, especialmente después que todo aquello lo había ayudado a abandonar la casa de sus tíos… O, mejor dicho, que toda esa sangre y la inminente muerte, habían llevado a sus tíos a abandonarlo en una zanja, un cuerpo pequeño, ensangrentado e inmóvil listo para recibir la ayuda que otro joven abandonado podía proporcionarle.
El niño subió nuevamente la velocidad de sus piernas, y se preparó para hacer el truco de desaparecer (Swish) y aparecer nuevamente (Swash). Su hermano lo estaba esperando, quizás con algo de comida, solo quizás, pero de seguro con pequeño fuego y una buena historia para antes de acostarse. Quizás alguno de los otros huérfanos también habría llegado aquella noche a la casa. Nunca se podía saber quién exactamente dormiría en el refugio durante la noche, o quién llegaría al día siguiente. O quién no volvería nunca más por haber sido atrapado a causa de los policías que rondaban las calles a lo largo de Londres. Lo que sí sabía es que David estaría ahí, y que él tenía que llegar antes de que su hermano armara un grupo de búsqueda con la gente que hubiera llegado a la casa.
Había pasado antes. Y no había sido para nada agradable.
David nunca le había pegado. Él no era como su familia.
Pero la preocupación y decepción que había visto en su rostro. Y en el rostro de todos los que habían participado en la búsqueda, había sido suficiente para nunca desaparecer sin avisar… o por lo menos nunca sin una buena razón, como la que tenía ahora. El niño se tocó el bolsillo y sintió el fajo de billetes por debajo de la tela al igual que un objeto duro con forma rectangular.
David estaría contento, estaba seguro. Pero solo si lograba llegar antes de que el grupo de búsqueda saliera a encontrarlo a él. A veces, tenía que admitir, se sentía atosigado ante las constantes reglas que el grupo de la casa le imponía. Podía entender que se preocuparan por él, también entendía que aquel mundo en el cual vivían era más peligroso que el que enfrentaban la mayoría de los niños de su edad. ¡Pero ya no era un bebe!
¡Daba lo mismo si era o no era el menor de todo el grupo!
Finalmente, el niño divisó el edificio dos cuadras más adelante. Las calles seguían estando desiertas, se fijó, eso era bueno. Sí llegaba a haber alguien rondando aquellos lugares tendría que ser el triple de cuidadoso en introducirse furtivamente al edificio. Era difícil a veces, pero valía la pena. Aquel refugio les había durado todo ese tiempo gracias a discreción y al cuidado. Nadie podía verlos salir y entrar o corrían el riesgo que los denunciaran a la policía por invadir propiedad privada… Aunque a quién podía pertenecerle aquel viejo edificio, era una pregunta que nadie había podido responder con satisfacción. Por suerte el lugar no tenía "vecinos", solo el ocasional grupo de drogadictos que se instalaba en el desolado terreno del costado, o la pandilla que a veces se juntaba por ahí cerca a planear su próximo movimiento.
Mirando con atención a su alrededor, el niño saltó la reja y se movió con rapidez a través de la oscuridad hasta llegar a una ventana que daba a un sótano. El edificio era enorme, una casona de casi cinco pisos que había sido parte de un incendio que había terminado por quemar hasta el suelo todas las casas de la cuadra. Aquel lugar se había logrado mantener en pie, a pesar de las llamas. Si bien los dos pisos superiores se encontraban totalmente destrozados, el sótano y los tres primeros pisos eran habitables y acogedores, especialmente para un grupo pequeño como el de ellos.
Con cuidado el niño utilizo un fierro aplanado para levantar la ventana e introducirse en la oscuridad del lugar. Cayó con cuidado arriba de unas cajas de madera que habían puesto especialmente para él. Aquella era su entrada, nadie más cabía por aquella diminuta ventana. Cuando termino de bajarse de las cajas y finalmente plantó ambos pies en el suelo, la puerta que daba de la cocina al sótano se abrió y una silueta apareció contra la luz que otorgaban las velas.
―¿Jack?
El niño se giró hacia la figura y sonrió. David sabía muy bien que su nombre era Harry, pero también sabía que este nunca quería volver con la gente que lo había abandonado en aquella calle y, así, había decidido cambiarle el nombre…
―¿Blackjack?
Harry hizo una mueca desagradable. Cuando había conocido a David por primera vez este había estado trabajando como "asistente" de uno de tipejos que se encargaba de las apuestas en los casinos clandestinos. David básicamente lo había llamado en honor a su juego de cartas favorito…
Era su juego favorito también, por supuesto.
Pero no dejaba de ser un juego de cartas.
―¿No podíamos simplemente dejarlo Jacky Black, cierto?
El joven que estaba en la puerta se rió.
―¿Seguro que no quieres dejarlo en 'veintiuno', mejor?
Harry sacudió la cabeza con exasperación y una sonrisa apareció en su rostro. Con fingido fastidio comenzó a subir la escalera. Cuando llego al final abrazó brevemente a su hermano y luego lo golpeó en el estómago.
―No, gracias. Jack está bien.
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¡Leer una historia, disfrutarla y no dejar un review es muy parecido a entrar a un restaurant, comer y no pagar la cuenta! – Atte, Liinak
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