Sus dedos aprietan la camisa, pero no por miedo, la toma bruscamente antes de sacársela al joven detective. La joven científica besa su cuello, aspirando su particular y agradable aroma, se impregna con su esencia, antes de rodear sus piernas por su cintura.

La bata blanca cae, las manos del chico, la tocan por todas partes, mientras la ropa va retirándose. La chica observa cada parte de su cuerpo, su mirada es examinadora, buscando hallar más datos curiosos, más información. No bastándole, haber detectado sus pequeñas cicatrices de la infancia y sus minúsculos lunares que hay ocultos por su cuerpo.

Más, necesita más.

Entretanto, él descubre cada parte de ella, en cada investigación, enseguida tiene mejores métodos para hacerla disfrutar, sus jadeos se vuelven más recurrentes, mientras que en cada caricia que le hace, le deja sus huellas dactilares y en cada beso, le deja su ADN.

Un rastro de saliva es dejado hilando en su boca, antes de que sucumban ante las oleadas de placer que le provocan la unión de sus cuerpos y el choque de sus caderas. Un torrente de emociones inundan su ser, antes de que sus cuerpos convulsionen y un sonido brutal escapen de sus labios, gimen su nombre y se separan, pero no se alejan. Sus cabellos rozan su sudada piel, los corazones laten de forma errática contra el pecho, su respiración irregular se oye a pocos centímetros.

Él sonríe y ella la devuelve.

Se miran de una forma que saben descifrar. La recolección de datos aún no ha terminado.