Capítulo 01
Halloween estaba a la vuelta de la esquina y como era obvio todo el instituto llevaba un mes decorado. Mycroft había creído que al ser un colegio privado se cortarían un poco, pero aun así las guirnaldas de murciélagos ocupaban los techos y las paredes estaban decoradas de fantasmas, vampiros y calabazas.
―Ridículo ―gruñó Mycroft al ver el dibujo de una bruja en la puerta de su aula.
Entró y se sentó en la segunda fila, al lado de la ventana. Sacó el libro y suspiró profundamente. Poco después sonó el timbre y la clase se fue llenando de alumnos.
Todos eran o animadoras o miembros del equipo de rugby de la escuela. Mycroft suspiró y levantó la vista al escuchar unos golpecitos en la pizarra.
Gregory Lestrade, el capitán del equipo y por ende el chico más popular del instituto estaba llamando la atención de la clase.
―¡Escuchadme joder! ―dijo riéndose.
―¡Te escuchamos guapo! ―dijo una chica desde el final del aula.
Greg sonrió y negó con la cabeza. Mycroft le miró y contuvo un suspiro. Greg era muy guapo. Tenía los ojos grandes y marrones y una gran sonrisa que ocupaba todo su rostro. Además solía ir con vaqueros ajustados y una chaqueta de cuero, cosa que seguro hacía para provocar.
―Bien, este Halloween mis padres me dejan la casa.
"Padre" corrigió mentalmente Mycroft.
Gregory era de padres divorciados y el hombre había ganado la custodia no solo por su poder adquisitivo sino porque la mujer no le prestaba ningún tipo de atención. Pero claro, eso Mycroft no lo sabía porque fuera íntimo amigo de Greg sino porque era bueno deduciendo.
Seguro que Greg no sabía ni que existía.
―La fiesta será el 31 a las 9 de la noche ―siguió hablando Greg ―. Habrá sándwiches y buena música, vosotros solo tenéis que venir disfrazados.
Mycroft le vio sacar unas invitaciones de la mochila y regresó la vista a su libro.
Unos minutos después un trozo de cartulina con forma de murciélago negro cayó sobre su libro. Alzó la vista dispuesto a encararse con el gracioso de turno pero al ver a Greg se mantuvo en silencio.
―Si no tienes planes, recuerda, el viernes a las nueve. Ven disfrazado.
Mycroft se aclaró la voz antes de hablar.
―No creo que mi presencia en la fiesta sea necesaria, Gregory.
El muchacho sonrió, lo que provocó que Mycroft se esforzara por no sonrojarse.
―Greg ―le corrigió el moreno ―. Y claro que es necesaria, si no, no te invitaría.
Le dedicó una última sonrisa antes de alejarse a su asiento. Mycroft cogió la invitación y la leyó por encima antes de aguardarla. A la salida del instituto fue hacia el parking a coger su bicicleta, de lejos vio al equipo de rugby allí sentados así que procuró ir deprisa pero no pudo evitar escuchar las palabras:
"Si, ha invitado al repeinado ese"
Mycroft se montó en la bicicleta con rapidez y salió de allí.
Las burlas y las tomaduras de pelo habían asegurado que Mycroft no era agradable para nadie. Había aprendido a tratar a todo el mundo con el mismo desprecio y frialdad que usaban con él y eso le había sido muy útil.
Ese curso y el anterior no se habían metido con él porque tenían miedo de que Mycroft acabara con su vida.
Por eso no entendía porque Greg le había invitado a la fiesta. Daba igual cuanto le gustara y cuenta ilusión le había hecho, no iba a dejar de sospechar.
Cuando llegó a casa la encontró vacía, como de costumbre. Cogió un refresco de la nevera y subió a su habitación. Puso música clásica en el reproductor de música antes de sentarse en el escritorio para empezar a hacer los deberes.
No dejaba de pensar en la invitación de la fiesta y en las trágicas consecuencias que podría tener. Cuando acabó los ejercicios sacó la invitación de la mochila y la contempló.
La forma del murciélago estaba mal recortada y las letras blancas se iban curvando lo que significaba que Greg había hecho el mismo todas las invitaciones.
La dirección de la casa de Greg aparecía al final de la habitación y Mycroft se sorprendió al ver que Greg vivía en una zona más acomodada de lo que creía. En la invitación también especificaba que habría buena comida, música y por supuesto alcohol.
Mycroft bufó. Ya podría ser blanco de burlas en una fiesta llena de gente desagradable, las posibilidades se multiplicarían si el grupo estaba borracho.
―No ―se dijo así mismo.
Dejó la invitación en la basura y dirigió la vista de nuevo a sus ejercicios.
―¿Qué has tirado? ―preguntó una voz a su espalda.
Mycroft apretó el puño al asustarse y se dio la vuelta.
―¿Por qué no has llamado a la puerta, Sherlock? ―le preguntó.
―Estaba abierta ―le dijo acercándose a la papelera.
―Se llama igualmente, ¿qué tipo de educación te enseñan en el colegio? ―preguntó cruzándose de brazos, luego suspiró ―. ¿Qué tal las clases de violín? ―quiso saber.
Sherlock se encogió de hombros.
―Aburridas, no necesito un profesor ―le respondió.
Se acercó a la papelera y sacó de allí el murciélago. Le dio la vuelta y lo miró de cerca.
―Si esto es un trabajo de clase, eres horrible recortando ―le dijo.
―Devuélveme eso, no es tuyo ―le dijo Mycroft cogiendo la cartulina por el otro extremo ―. No es de tu incumbencia, ¡suéltalo!
Sherlock sonrió.
―Oh, así que es importante ―le dijo tirando del otro extremo con fuerza ―. Desde luego tengo que saber que es.
―¡Sherlock! ―regañó Mycroft mientras se ponía rojo.
Sherlock se mordió los labios y se echó hacia atrás para intentar usar más fuerza. Mycroft abrió los ojos sorprendido y sonrió antes de soltar el otro extremo, pensando que en la caída su hermano soltaría la invitación, se iría llorando y podría romperla y luego quemarla.
Pero no sucedió así.
Cuando Sherlock cayó al suelo, sonrió a su hermano y salió corriendo por la casa.
―Mierda, ¡Sherlock! ―exclamó corriendo tras él.
El pequeño no paró, salió hasta el jardín y subió hasta la casa-árbol que le habían hecho tres años atrás. Mycroft bufó cuando llegó al pie del árbol. Los escalones apenas estaban bien sujetos al árbol y su peso sobrepasaba un poco la media por lo tanto cualquier forma de subir quedaba descartada.
―Sherlock devuélvame eso, no es de tu incumbencia.
El nombrado lo ignoró y leyó el papel.
―Es una invitación a una fiesta, ¿tanta vergüenza por una invitación a una fiesta?
―Es cosa mía Sherlock ―suspiró Mycroft.
―¿Quién querría invitarte a una fiesta? ―dijo poniendo al trasluz la invitación ―. Nadie querría ser tu amigo, es más, no tienes amigos.
―Bravo Sherlock ―dijo Mycroft fingiendo entusiasmo ―. Devuélvemela.
Sherlock se sentó en el borde de la cabaña con los pies colgando, miraba a su hermano mientras apretaba con fuerza la invitación.
―¿Por qué vas a ir? ―preguntó.
―No voy a ir ―le dijo Mycroft ―. Es por eso que la invitación estaba en la basura.
―Mientes ―le dijo Sherlock ―. Si no lo estuvieras pensando no la habrías guardado hasta llegar a casa. Supongo que no querrás ir porque corres riesgo de que se metan contigo, ¿pero por qué te has planteado ir?
―Socializar, ¿recuerdas?
Mycroft alzó una ceja y se cruzó de brazos mientras Sherlock le miraba interrogante. Su hermano pequeño era listo, aunque no sabía hasta cuánto.
―Es por la persona que organiza la fiesta ―dijo al fin volviendo a mirar el murciélago y centrándose en la escritura.
Mycroft bajó un poco la vista y se miró los pies.
―Sherlock, por favor, devuélveme eso. No es tuyo y no tienes ningún derecho a cogerlo ―le dijo en tono serio.
El moreno alzó la vista y miró a su hermano ladeando la cabeza. Soltó la invitación y dejó que volara hasta que cayó en el suelo. Mycroft la cogió apresuradamente y se la metió en el bolsillo del pantalón.
―Gracias ―le dijo antes de irse a su cuarto.
Continuará
