Disclaimer: La historia pertenece al genial cerebro de Meyer, la trama es mía mía mía.
American Woman, English Man
#1
Himno nacional
Miraba mi reflejo en el espejo bordeado por un marco de madera de alerce finamente tallado, recordaba como si fuese ayer el día en que lo recibí para mi cumpleaños número doce. Ahora miraba mis veintidós años en el cristalino espejo, las cosas habían cambiado bastante. Mi cabello había tomado un hermoso color castaño cobrizo, mis ojos verdes se acentuaban por mi rostro pálidamente albo, mis labios se veían carnosos y finamente bordeados. Había crecido, era toda una mujer a los ojos de cualquiera.
—¡Bella! —exclamó mi madre desde el otro lado de la puerta.
—Puedes entrar —mencioné mientras me colocaba un vestido de satín color púrpura.
—¿Terminaste de empacar? —dijo con una mezcla de orden y dulzura.
—Sí, todo está listo —respondí.
—Bella, sé que no quieres dejar el país —dijo en un tono consolador. —Pero será bueno para la familia, tu padre quiere renovar nuestra calidad de vida y tus hermanos están contentos por eso.
—Lo sé… es solo que… —hice una pausa. —Lo extrañaré.
—¿A Jacob? —dijo con tono áspero, nunca les agradó mi novio.
—Sí—. Mis ojos se llenaron de lágrimas, hace dos noches lo había encontrado junto a otra chica paseando por el boulevard. Jacob tuvo el descaro de salir con ella por la ciudad como si su corazón no le perteneciera a una pobre chica enamorada llamada Bella.
—Por favor, hija, no seas tan miserable y deja de pensar en él —dijo mi madre, yo solo podía recordar aquella escena de mi ahora ex novio dándole un beso a esa zorra.
—Como si fuera tan fácil —bufé.
—Señora Swan, el auto está listo—. Era nuestro sirviente que avisaba que todo estaba listo para partir.
La triste partida.
—Ya vamos, gracias Alec—. Mi madre agradeció gentilmente.
Ella secó las lágrimas que viajaban por mis mejillas y agarró mi rostro con ternura.
—No quiero que llores más por él —dijo firmemente. —Es una orden.
—No prometo nada.
—Ay, dejemos esto y vamos, un placentero viaje en barco nos espera —dijo con entusiasmo para subirme el ánimo. De todas maneras agradecía el empeño que colocaba para hacerme sentir mejor.
Se escuchaban murmullos entre mi padre y mis hermanos que discutían sin cesar sobre lo que quedaba por embalar en las cajas, temas tan banales como el hecho de que perderíamos un par de hermosas sillas o muebles viejos. En cambio me limité a mirar mi habitación con nostalgia, ya que era el lugar en donde Jacob y yo habíamos aprendido del amor, a escondidas de mis padres. No se veía muy bien para la época que una dama tuviera relaciones con su novio antes del matrimonio, pero yo amaba ciegamente a Jacob y pensé que estaríamos juntos toda la vida… maldita suerte la mía.
—Vamos, bonita —dijo mi hermano mayor Paul, dándome palmaditas en la espalda.
—De seguro todo caerán rendidos a ti en Inglaterra —dijo mi padre Charlie, el ahora ex Jefe de Policía. Mi padre quería abrir un negocio junto a mis hermanos en Londres, cosa que me parecía muy entretenida.
—En otra vida me volveré a enamorar—. Los miré con cara de pocos amigos, frunciendo mi ceño.
—Ya, no jodamos más a la princesa —mencionó mi hermano Seth con un tono protector.
Mi padre adoraba el lujo y las comodidades, no había nada mejor que gastar el dinero en lo último de lo último. "El dinero es para gastarlo, no para guardarlo", decía él a modo de lema. Irnos a vivir a Inglaterra fue una idea que nació muy repentinamente pero que agarró vuelo con mucha presura dentro de la familia.
Nos apuramos en salir de nuestra antigua casa cuando dos lujosos Roll Royce*nos esperaban listos para partir al puerto de Los Ángeles. Me sentía nerviosa y apenada, comenzaría una nueva vida justo a tiempo para olvidar al amor de mi vida. Me giré para observar la casa por última vez y tratar de dejar los buenos momentos con él allí… en el pasado.
Íbamos mi hermano Emmett, Seth y yo en un auto y en el otro iban mis padres junto a Paul. Los autos comenzaron a alejarse del barrio que nos vió crecer, el paisaje verde se llenó de la inquietante carretera para echar al olvido nuestra antigua casa.
—De seguro iremos a conocer el Big Ben* —dijo Emmett.
—Hasta podríamos cenar con la Reina Isabel —dijo Seth riéndose.
—Por favor, no sean soñadores —dije un poco burlona.
Mis hermanos después de todo me alegraban los días, la vida no sería tan dura si los tenía a ellos.
—¿Retomarás Historia, hermanita? —preguntó Emmett.
—Sí, solo me queda un año, Em. Quiero ser la mejor historiadora del mundo —repuse.
—Estoy seguro que lo serás, en estos tiempos merecemos que haya gente inteligente como tu que cuente lo que pasa en este mundo —dijo mi hermano mientras sobaba mi mejilla izquierda.
La Segunda Guerra Mundial había comenzado hace poco tiempo luego del fervor que producía Hitler en su país, se rumoreaban bastantes cosas alrededor de que tenía maquiavélicos planes en contra de los judíos, sobre algo que llamaban "limpieza racial". También se especulaba sobre abolir toda clase de arte en la cultura europea. No costaba pensar mucho para entender que ese hombre era un simple estúpido con el don de la palabra en su boca ya que con mucha rapidez el hombre tuvo al ejercito en la palma de su mano y con eso la masacre era muy segura.
Me encantaba leer los periódicos para enterarme de lo que estaba aconteciendo, más cuando nos íbamos al continente bélico por excelencia. Muchos amigos de mi padre le advirtieron sobre el peligro de irnos a vivir a Inglaterra, pero era una pequeña isla que dudaba estuviera dentro de los caprichos de Adolfo Hitler.
—¿Y tú, Emmett? — Lo señalé. —¿Qué harás?
—Bueno, yo quiero conocer muy bien ese país, divertirme, encontrar chicas, tu sabes, soy un soltero empedernido —dijo poniendo ese tonito coqueto.
Emmett era de esos chicos que buscaba chicas para aventuras de una noche, les rompía el corazón y se marchaba como si nada. Él no comprendía el mundo del amor, por eso jamás pudo consolarme tiernamente cuando rompí con Jacob.
—Si claro —dije con sarcasmo.
—No tengo nada en contra de tus ideales del amor, pero no sé, el compromiso no es lo mío —dijo Emmett.
—Eres un superficial y animal —dijo Seth.
—Concuerdo con lo animal — Le gruñó Emmett a Seth.
Todos reímos mientras el auto aparcaba cerca del buque que nos llevaría a Inglaterra.
— Chicos, abajo —exclamó mi padre asomándose por la ventanilla del auto. De seguro él era el más feliz de la familia con esto.
—Whoa—. Me maravillé con el transatlántico que había delante de mis ojos, era enorme y muy bonito. En uno de sus costados decía Georgia en colorados dorados, en la popa y en la proa los miradores eran de fina madera, esto era un completo lujo.
—Es uno de los mejores barcos que hay en Estados Unidos, deberíamos sentirnos orgullosos de viajar en esta belleza —dijo mi padre sosteniendo a mi madre por los hombros.
Me acerqué a la zona de pasaportes para hacer el trámite rápidamente.
—¿Isabella Marie Swan —preguntó el hombrecillo detrás de la rejilla, observándome con coquetería.
—Sí —dije mordaz.
—Aquí está, que tenga un buen viaje—. No es que el chico no fuese apuesto, sino que no estaba en planes de coquetear.
Maldito Jacob.
—Gracias —respondí cordialmente. Tomé mi bolso de mano y me uní a la familia para subir la rampa.
—¿Listos? —dijo un entusiasta y alegre Paul. A lo que un sonoro Sí se escuchó de parte de mi familia, excepto de mí. No quería despegar la mirada del puerto de Los Ángeles, estaba dejando todo lo que una vez construí con Jacob.
Tomé mi bolso como si fuera un pequeño bebé entre mis brazos y subí cuidadosamente la rampa, los malditos tacones que llevaba no ayudaban mucho a mi equilibrio. Por poco me hice un esguince en el tobillo al tercer y fallido paso, pero alguien solicitó su ayuda.
—Permítame—. Me sorprendí ante el tacto de la cálida mano de ese chico, la verdad no era un chico, era un hombre. Llevaba puesto su traje formal de militar junto con una gorra que escondía unos mechones cobrizos.
—Gracias —sonreí tímidamente.
El hombre me ayudó hasta que estuvimos en el barco, un gesto muy caballeroso de su parte.
—Listo, que tenga un buen viaje, señorita … — El chico dejó una pausa esperando que yo soltara mi nombre.
—Swan, Bella Swan — Le sonreí al chico de ojos azules. —¿Y usted es…?
—Edward Cullen, señorita —dijo sonriéndome de vuelta. Si las sonrisas mataran…
—Gracias por la ayuda, señor Cullen —dije al tiempo que me quitaba los fastidiosos tacones.
—Disculpe mi osadía, ¿Usted viaja sola? — ¿Es que podía ser más osado este hombre? De todas formas le contesté educadamente.
—No, viajo con mi familia—. Los apunté, mientras mi padre hablaba afanosamente con uno de los marineros del barco.
—Ya veo —dijo volviendo a mirarme a los ojos.
—¿Usted viaja solo? —pregunté aprovechando la oportunidad.
—En teoría sí, pero no. Viajo con la tropa de soldados, soy militar—. Parecía orgulloso de su profesión.
—¿Es usted inglés, señor? —pregunté curiosa por su exquisito acento.
—Sí —dijo bajando la mirada mientras esbozaba una torcida y coqueta sonrisa.
—¿Usted es de Los Ángeles? —preguntó haciéndome avanzar un par de pasos.
—Sí, nos estamos mudando a Inglaterra —acoté un poco triste.
—Estoy seguro que le gustará Londres.
—Si usted lo dice le creo —sonreí mientras apretaba mi bolso en contra de mi pecho.
—¡Cullen! —gritó un hombre robusto detrás de Edward, debía ser su superior.
—Lo siento, debo irme. Ha sido un gusto ayudarla señorita Swan—. Edward tomó con delicadeza mi mano y besó el dorso de esta.
—Gracias —dije mientras sentía como mis mejillas hervían. Él se dio la media vuelta y se marchó junto con la tropa de militares.
Desde que conocí a Jacob mi círculo social había disminuido, incluso mi dotes de conversación con otros hombres. Empero, me sentía emocionada con esta pequeña charla con el militar, un apuesto caballero inglés.
—No puede ser, señorita Swan ya tiene a un hombre en la palma de la mano —dijo Emmett.
—Cállate —dije mirándolo feo. —Solo me ayudaba a subir la rampa, fue muy gentil de su parte.
—Esa es la excusa, hija —dijo mi padre uniéndose a las burlas masivas.
—Dejen de molestarme, ¿Acaso no puedo tener amigos?
—Está bien, no molesten a la rompecorazones —Dijo Paul tomándome por el hombro con fuerza.
Dos tripulantes nos ayudaron con el equipaje que ya había sido transportado al barco, nos guiaron por los pasillos de las recamaras. A lo largo de los pasillos del barco habían múltiples lámparas con decoraciones bañadas en oro, que hacían juego con el papel mural color burdeo. El tapiz era de color rojo vivo y mis pies lo sentían muy suave, ya que seguía descalza. Llegamos a la suite B12, donde estaríamos en familia.
—Espectacular —dijo mi papá al abrir la puerta de la habitación.
Esto era casi como entrar en un pequeño departamento. Había una hermosa y pequeña sala con un par de antiguos y lujosos sillones victorianos, unos sitiales de madera maciza y unas lámparas enormes. Había un pequeño bar y una estantería con libros lo que me hizo correr como una niña para sacar un ejemplar. Habían tres puertas, las que debían ser nuestras recamaras personalizadas.
—Qué maravilla de lugar —dijo mi madre sacudiendo sus rizos rubios.
Mis hermanos y yo seguíamos con la boca abierta ante tan hermoso espacio.
—Muchas gracias, caballeros—. Papá les agradeció a los tripulantes y les dejó una propina antes de marcharse.
—Creo que me daré un baño —dije corriendo a mi habitación.
—No, veremos como el barco se aleja de la costa y de ahí cada uno hará lo que quiera —dijo mi padre con todo ese aire de policía.
Dejamos las maletas en cada una de las habitaciones correspondientes, las mujeres nos colocamos zapatos más cómodos y los hombres se deshicieron de los abrigos para salir a la proa y despedir a la costa.
Familias, parejas, niños y reconocidos personajes caminaban por los pasillos del mirador uniéndose a la actividad de despedir tierras americanas.
—Hola, Charlie—. Un hombre de edad media, alto y desgarbado se dirigió a mi padre, llamando la atención de toda la familia.
—Pero miren a quién tenemos aquí, Jack, ¿Cómo has estado? — Mi padre abrazó amistosamente al hombre.
—Tantas lunas ¿No? — El sujeto nos miró uno a uno. —¿Son tus hijos?
—Sí, han crecido —rió. — Mi esposa Renee y mis hijos Paul, Emmett, Seth y Bella.
—Mucho gusto —dijo Jack haciendo una venia con la cabeza.
—¿Con quién vienes? — Le preguntó papá.
—Vengo con mi esposa y mis dos hijas—. Emmett pareció saltar al escuchar la existencia de esas féminas.
—Que no se diga más entonces, tendremos que cenar esta noche juntos —dijo mi madre haciendo la invitación.
—Será un placer —dijo Jack estrechando la mano de mi padre y de mi madre.
Hicieron un intercambio de palabras y nos alejamos. Esperaba que esas chicas no fuesen de mi edad, no quería compartir mi tiempo con nadie, solo quería aprovechar este viaje para pensar, pensar en Jacob.
—Vamos a la baranda —dijo Seth brincando como un niño.
Nos acercamos a la baranda para observar como el barco se alejaba del muelle, unas lágrimas traicioneras salieron de mis ojos cuando despedía a mi tierra.
Adiós Jacob.
—No llores, Bells —dijo Paul abrazándome.
—Esto es más triste de lo que pensé —dije entre sollozos apretando en un puño la camisa de mi hermano.
—Todo estará bien, te lo prometo, olvidarás a ese imbécil—. Mi hermano actuaba compasivo conmigo mientras me tenía en sus brazos.
— Le sacaría los ojos, pero sigo amándolo —enterré mi rostro en mis manos.
— Lo olvidarás, eres muy hermosa. Te lloverán los pretendientes, te lo aseguro —dijo mi hermano sobándome la espalda.
—Insisto, ya atrapaste a uno —dijo Seth uniéndose a la conversación.
—¿Lo dices por el chico que me ayudo? —pregunté mirando a mi hermano.
—Sí —contestó él con esa mirada coqueta.
—No estoy para romances, el chico fue amable y nada más —respondí a secas.
—Ya veremos, pequeña —dijo Paul dándome un golpecito en el hombro.
Fue en ese entonces que el vapor comenzó a salir del buque avisando que la partida comenzaba. Podía ver como la costa se alejaba de mi, era como si Jacob se estuviera yendo de mi. Era el adiós definitivo.
Adiós mi dulce amor.
…
El espejo siempre había sido mi mejor amigo desde que mis hermanos y padres adulaban mi belleza. No tardé mucho en ponerme más pretenciosa de lo normal, era casi un pasatiempo el mirarme por horas cada día mientras me cepillaba el cabello pero ahora que todo se había puesto gris no me importaba si las ojeras se pronunciaban o si mi cabello se veía más opaco.
Decidí hacer caso omiso a mi apariencia triste y tomé el vestido que mamá había elegido para que me colocara en la cena: un vestido de seda color rojo ceñido al cuerpo.
Volví mirarme en el espejo para sonreírme a mi misma, debía darme ánimos de alguna manera.
—Merecemos una fotografía —dije al momento en que salí de mi habitación para observar lo bien arreglados que se veían lo miembros de mi familia.
—Hay un fotógrafo en el lobby del barco, quizás podríamos tomarnos una fotografía familiar —dijo mi padre esbozando una enorme sonrisa.
—Muy buena idea, querido — le dijo mamá a papá.
Juntos como familia, unidos como siempre caminamos a pasos calmados hacia el gran salón donde esta noche se haría la inauguración del viaje en el Georgic. Era un evento de gala de lo más fenomenal y parecía que todos los pasajeros estaban motivados.
Por donde mirase había gente conversando y riendo en pequeños grupos, todos parecían alegres y por un momento sentía que el dolor en mi pecho por la perdida de Jacob ya no importaba.
—Charlie —exclamó el hombre que nos saludó en la mañana. Jack estaba junto a su esposa y sus dos hijas esperando nuestra llegada a la mesa.
—Vamos a la mesa, chicos —dijo mi entusiasta padre.
Las hijas de Jack no debían tener más de quince años, así que me alivié ya que no tendría que hablar con ellas. No quería entablar mucha charla con nadie ya que mi mente se iba para otras partes cuando comenzaba a divagar en todo el asunto de Jacob.
Jack nos invitó a tomar asiento en la mesas y nos comenzamos a saludar. Las gemelas eran Madeleine y Mary Kate, unas rubias bonitas de ojos grises que parecían ser muy dulces, pero como gemelas innatas se desenvolvían en su propio mundo. La esposa de Jack era un mujer exuberantemente gentil que hablaba hasta por los codos, era Jocelyn.
—¿A qué parte exactamente se mudan? —preguntó en medio de la cena la mujer de Jack.
—A Londres específicamente —murmuró con ahínco mi madre.
—Les encantará —canturreó Jocelyn.
—¿Y ustedes a dónde se irán a vivir? —preguntó Paul. Una de las cosas buenas era que mi hermano era muy hablador, por lo tanto la conversación fluctuaba entre mis padres, Paul, Jack y Jocelyn. Los demás solo comíamos.
—Vivimos en Oxford hace siete años, andábamos de vacaciones en los Estados Unidos —respondió Jack.
—¿Por qué no comes? — Me dijo Emmett susurrando en mi oído.
—No tengo hambre —dije con pocas ganas mientras miraba cómo una de las gemelas le daba vueltas a su cuchara en la sopa.
—¿Conservas la línea? —preguntó bromeando mi hermano.
—No, estúpido —reí. —Es solo que no me apetece el menú de esta noche.
—Desde que terminaste con Jacob nada te apetece, te quedarás en los huesos, hermana —dijo Emmett. Mi poco ánimo me llevó a enfadarme por lo que mi hermano me había dicho, era mejor retirarme de la mesa.
—Con permiso —dije en voz alta.
—¿A dónde vas, querida? —preguntó Jocelyn mientras movía el moño de su cabeza exageradamente.
—Voy al tocador, señora.
Salí disparada del salón para poder sacar la pena que tenía dentro, quería un tiempo para mi a solas donde nadie juzgara mi tristeza. La noche ya se había adueñado del cielo y con ella un frío que calaba los huesos. Caminé a paso lento por las terrazas hasta situarme cerca de la baranda.
—¿Qué hace tan sola aquí? —preguntó una voz masculina lo que me hizo saltar del susto.
—Oh, es usted —dije asombrándome.
—Sí, yo —sonrió catadoramente… otra vez. —No ha respondido a mi pregunta, señorita Swan.
—Salí a tomar aire —dije mientras observaba que la vestimenta de Edward ya no era de militar, sino que un lindo traje color azul rey.
—¿Se siente mal? —dijo frunciendo el ceño.
—No —reí ante el tono de su preocupación. —No, me siento muy bien. Es solo que estaba aburrida en la cena.
—¿Puedo hacerle compañía? — La verdad quería estar sola para poder pensar, pero qué se le iba a hacer.
—Claro —respondí.
—Parece que no es la única que se aburría ahí dentro en el salón —dijo Edward con gracia mientras se sentaba en una de las bancas.
—Al parecer no, la comida tampoco estaba agradable —dije.
—No me quejo.
—Permítame decirle que esta noche se ve hermosa —dijo Edward lo que hizo que me sonrojara. —Si perdona mi atrevimiento —dijo como si estuviera avergonzado por sus palabras. De lo poco que podía descifrar de sus ojos es que era un sujeto honesto y muy sencillo.
—Gracias —dije mirando apenas de reojo su semblante.
—Parece que usted se sonroja a menudo.
—No estoy muy acostumbrada a los halagos, señor —dije riéndome bajito y medio nerviosa.
—Sepa entonces que mientras se mantenga cerca de mí no dejará de escuchar cuanto piropo se me ocurra —dijo no sin antes colocar esa sonrisa que parecía abrigar esta fría noche.
—Disculpe, ¿Qué edad tiene usted? —pregunté por curiosidad. La arruga de su frente le daba un toque maduro, pero esa sonrisa jovial y esos ojos brillantes me decían que debía ser un tipo que no pasaba de los treinta años.
—Veintiséis años, señorita. ¿Y usted?
—Solo tengo veintidós años, aún estoy en la universidad.
—Vaya, una intelectual —dijo más para si mismo como si estuviera pensando en algo más. —¿Y qué estudia?
—Historia.
—Muy interesante, supongo que todo el acontecer actual te debe llamar mucho la atención, ¿no?
—Bastante —dije sin darle muchas vueltas al asunto. —Curiosidad, ¿Qué lo llevó a entrar en la milicia?
—Todo comenzó porque mi padre quería que estuviera en la milicia, decía que me daría un estatus y que tendría un buen futuro. No estaba muy contento con eso porque me gustaba la música —dijo riendo antes de continuar. —Pero ahora me gusta más de lo que creí que me llegaría a gustar. Estoy haciendo algo bueno.
—¿Música? No me lo imagino, usted se ve tan tradicional.
—El uniforme es una simple apariencia a veces.
Nos quedamos en silencio, hasta que Edward sacó una cigarrera de su bolsillo… ¿Fumaba?
—Disculpe, ¿Usted fuma? —preguntó ofreciéndome un cigarro mientras colocaba uno en sus delgados labios.
—A veces, creo que no me vendría mal esta vez —dije tomando el cigarrillo. —Gracias—. Edward me ofreció amablemente un poco de fuego mientras nuestras miradas chocaban como las heladas olas del mar.
Silencio, Jacob.
—¿Tiene frío? —preguntó él mientras se escuchaba el castañeo de mis dientes.
—No es nada, estoy por entrar.
—Es mejor que se abrigue antes de que pesque un resfrío —dijo cuando en un movimiento atletico se quitó la chaqueta para posarla en mis hombros.
Juro que no pude decir que no.
—Ahora usted será el que se resfríe —dije sacando una adorable sonrisa de su parte.
—Estoy seguro que tengo mejores defensas que usted.
—Claro, es militar… cómo no va a tener defensas —reímos audiblemente.
No es que sintiera un enamoramiento por este chico, pero sí sentía una pizca de esperanza. Este no sería el fin de mi vida amorosa, no podía quebrarme por una mala pasada. No había perdido, sino que Jacob había perdido.
—Supongo que una mujer tan bella como usted tiene novio, ¿no? —preguntó sin titubear.
—Supone muy mal, señor Cullen —dije dándole el último suspiro a mi cigarro para aplastarlo con el zapato.
—¿Y qué espera para conocer el amor? — Lo conocía y muy bien.
—¿Usted se ha enamorado?
—Sí, ¿Usted? —respondió con seguridad mientras demostraba atención a mi respuesta.
—También, pero no es algo de lo que quiera hablar mucho por ahora.
—¿Despecho?
—Quizás, pero me sabe más a sufrimiento. Creo que ahora soy anti cupido.
—Ya veo, entonces es mejor cambiar de tema —dijo palmeado sus rodillas con las palmas de sus manos, respectivamente.
—No quiero ser descortés con la conversación, pero no es un tema que me viene por estos días —hice una dolorosa pausa. —Terminé hace un par de días una larga relación y…
—Lo siento —dijo dulcemente que pude sentir como sus palabras me abrazaban.
—Está bien, supongo que esto es parte del aprendizaje de la vida.
Silencio, otra vez… me sucumbía este silencio con Edward. No sabía qué pensaba de mis palabras, quizás me encontraba muy dramática o tal vez muy adolescente.
—Es mejor que me retiré, de seguro mi padre ya debe estar lanzando humo porque no he vuelto a la mesa —dije inclinándome para devolverle su chaqueta.
—Esta bien, señorita.
—Un gusto conversar con usted, señor Cullen —dije al momento en que recibió la chaqueta y nuestras manos se rozaron.
—Un placer, señorita Bella. Que tenga buenas noches —dijo no sin antes besar el dorso de mi mano con suma delicadeza—. Solo hice un gesto con la cabeza antes de retirarme, debía correr a mis aposentos, me sentía nauseabundamente confundida.
Corrí a mi habitación mientras sentía las imágenes que me recordaban el adiós del amor que cobije en mis brazos, Jacob había sido todo para mí. Alimento, aire y amor… todo lo que una chica quería para su vida, todo lo que soñaba cuando leía libros. ¿Por qué se había desmoronado nuestro nido? ¿En qué momento fallé para que él buscara en otra lo que no le podía ofrecer.
Me quité los zapatos y mis pies lo agradecieron Solté con furia la coleta que llevaba en mi cabello y lo cepillé fervientemente. Ya en mi habitación me quité el vestido, quedando completamente desnuda mientras mi piel se erizaba por el frío. Pensé que una buena ducha caliente me ayudaría a calentar el cuerpo y a desgarrar de mis ojos las lágrimas que el recuerdo estaba ocasionando.
Todo se podía ir por la borda… toda esta terrible mierda. Me sentía hueca, sentía que todo el dolor entraba a mi cuerpo vacío lo que hacía encogerme por el dolor, era como si mil cuchillos se enterrasen en mi al mismo tiempo.
—Te odio, Jacob, te odio —dije golpeando la
Las lágrimas se mezclaban con las gotas de la ducha, me había vuelto agua.
—¿Bella? — Era mi padre y la verdad sonaba muy enfadado. —¿Bella, dónde estás?
—Estoy en el baño —exclamé.
—¿Por qué te estás duchando y no estás en la mesa? —preguntó desde afuera del baño, parece que quería dispara una pistola.
—Me sentía mal, papá —dije tratando de sonar lo más condescendiente.
—Eres una mal educada —dijo elevando el tono de voz.
—No exageres, pedí permiso en la mesa —dije. Corté la llave del agua caliente y salí para arroparme con la toalla.
Abrí la puerta y ahí estaban esos ojos marrones acompañados de esas tupidas cejas café.
—Espero que no se vuelva a repetir, pero no quiero que tu separación con Jacob sea la excusa para todo. Te comportas de una forma extraña.
—No toques el tema, no es necesario.
—Solo compórtate como la mujer que eres, no como una niña—. Papá no me dejo responderle, se fue rápidamente hacia la sala sin dejarme refutar nada.
Dejé que mi padre se fuera para poder retirarme a mi habitación, para poder escabullirme en el escrutinio de esta soledad que se me estaba dando muy bien. La primera decepción, el primer dolor desgarrador… quizás cuántos más vendrían. Me lancé en la cama aún con la piel húmeda y el cabello mojado, buscando ese resfrío que me mantendría encerrada bajo estas cuatro paredes.
—¿Bella? ¿Puedo entrar? Soy Paul—dijo con voz suave.
—Puedes entrar —dije quejumbrosamente.
—¿Pasó algo grave? Papá parece muy enojado —dijo sentándose en mi cama, yo seguía tumbada boca abajo.
—Me reprochó el haberme ido de la comida —dije en contra de la colcha. —Me da igual…
—Te vi hablar con el militar—. Apenas mi hermano nombró militar me giré para mirarlo. —¿Qué?
—¿Le dijiste a papá? —pregunté desesperada, si sabía que estuve hablando con otras personas mientras debía estar en la cena más se enojaría con mi "actitud".
—No, solamente yo te vi porque fui a fumar —dijo mirándome coquetamente. —Él te coqueteaba parece, le debes gustar.
—Edward es muy amable —dije en un dejo enamoradizo, luego me recompuse. —Solo conversamos, Paul.
—Te presto su chaqueta —bufó con gracia mientras sus dedos jugaban con mis rizos mojados. —Estoy seguro que le gustas, se ve como un sujeto digno de ti.
—Creo que sí, pero es obvio que solo será un par de conversaciones. Al llegar a Londres perderemos el contacto.
—Podrías decirle que te enseñe la ciudad —dijo mientras palmeaba mi espalda. —Sería una buena forma de que abras un círculo de amigos.
—No sé hacer amigos, Paul —dije muy a mi pesar. La relación con Jacob me había hundido en la rutina y en la monotonía. Mi día se basaba en pensar en él o en hacer cosas para él para después pasar tiempo juntos. Nunca lo vi como algo desgastante, pero de seguro ya no volvería a encerrarme tanto en una relación.
—De seguro de a poco te acostumbrarás, dicen que Londres es otra cosa.
—No creo que sea algo del otro mundo, hermano, es solo otro continente —dije dándome la vuelta mientras me arropaba con la toalla y parte de la colcha. Me estaba entrando una brisa terrible por la pequeña ventanita, y la verdad era lo que quería… debía resfriarme hasta que este barco toque puerto.
—Eres un caso perdido, de todas formas te quiero —dijo dandome un suave beso en la frente. —Será mejor que te abrigues antes que pesques un resfrío.
Aw, una frase muy Cullen.
¿Suspiré?
Qué bobería, era solo un muchacho que viajaba junto a mí y con el que apenas había cruzado palabras. Claro que era un hombre muy amable, que sabía cortejar muy bien a una mujer pero de seguro solo era de esos tipos que les gustaba vanagloriarse por la buena fama con las mujeres.
Por esta noche, el techo de mi habitación sería un buen panorama mientras mi piel se erizaba… en algún momento dormí en sus brazos.
La mañana siguiente había despertado tal cual a como me había quedado en la noche. Mi cuerpo ardía y no era solo por la fiebre, sino que también por los rayos solares punzantes que entraban por la pequeña ventanilla redonda. El dolor de mi corazón se expandía por todo mi cuerpo, tocando cada terminación nerviosa haciendo que la pena me consumiera como una llama en medio de la humedad, no era nada. Alguien podía soplar sobre mí y me suspendería como una pluma.
Por qué esto se estaba volviendo peor cada día.
De repente, Emmett junto a mamá entraron mirándome con compasión mientras yo me sentía observada como un ratón de laboratorio.
—Hija, te ves fatal —dijo mi progenitora. Mi madre llevaba un lindo vestido color crema atado por la cintura, cualidad que para una mujer de cuarenta y ocho años podía ser envidiada hasta por las más nenas. Emmett sujetaba el hombro de nuestra madre mientras me miraba con ternura, como siempre lo solía hacer.
—¿Me veo muy mal? —pregunté intentando sentarme en la cama.
—Sí, hay un doctor a bordo y mandé a llamarlo para que te revise.
—Creo que estarás en reposo por unos buenos días, pequeña —dijo Emmett mofandose de mi como siempre. —Qué lástima, rompecorazones.
—¿Por qué dices eso? —dije refunfuñando. ¿Acaso sabía lo de Cullen?
—Calmate, es mejor que descanses, hija —murmuró mamá cuando me dejó un camisón para que me acostara. —Iré a ver si es que ya llegó el doctor.
Asentí forzosamente.
—Disculpe… —dijo carraspeando un hombre de mediana edad que llevaba unos anteojos que lo hacían parecer el médico experimentado de siempre. Mamá cerró la puerta y se quedó para saber lo que me sucedía. —Soy el doctor Mac Guire.
—Buenos días, doctor —dije con pocas ganas, parecía que la fiebre ya estaba haciendo lo suyo.
—Necesito que te recuestes —añadió e hice caso. —¿Cómo te has sentido? ¿Cómo pasaste la noche? —preguntó mientras sus manos comenzaron a examinar mi piel, mis ojos y mi boca… —Abre bien grande la boca.
—Me duele mucho la cabeza, debe ser la fiebre —dije antes de abrir la boca para que el pudiera inspeccionar.
—Mmm, tienes las amígdalas muy inflamadas —dijo dejando a un lado la paletita de madera que ocupó para ver mi garganta. —Te tomaré la temperatura —dijo sacando un termómetro de mercurio y me lo cedió.
—Estoy segura que el frío de anoche me hizo mal, además me quedé dormida con el cabello mojado —dije como una niña que cuenta su mayor travesura.
—Parece que andas buscando un resfrío, muchacha —rió con gracia el médico haciendo que bigote se curvara graciosamente.
—Soy muy débil para estas cosas.
—Tendrás que cuidarte, te perderás los días soleados en el barco —dijo mientras me quitaba el termómetro. —Vaya, vaya… tienes treinta y ocho grados de temperatura.
—Con razón se ve tan mal —opinó mi adorable madre quien se apoyaba en la pared que daba frente a mi cama.
—Te dejaré unas medicinas —dijo mirándome con mucha amabilidad. —Algo para bajar la temperatura y un jarabe que ayudará a que ese resfrío decline.
—Muchas gracias, doctor —dije apenas sosteniendo las cajitas de mis medicinas.
—Y reposo absoluto por dos días. Tres días en el caso de que te sigas sintiendo cansada —dijo guardando sus elementos en el maletín. —Señora Swan, recuerde que el jarabe debe darselo junto con una sopa simple cada doce horas y la medicina de la temperatura cada ocho horas hasta que baje a treinta y seis.
—Lo tengo —dijo obediente mi madre.
—¿Todo claro, Bella? —preguntó el doctor dirigiéndose a mí. —Espero que te mejores pronto y recuerda beber harto líquido, en lo posible jugos cítricos.
—Muchas gracias, doctor —agradecí cordialmente.
Mi mamá se fue con le médico mientras hablaban de algo que ya ni escuchaba, me sentía al punto de delirar ya con esta fiebre así que solo cerré mis ojos para calmar la molestia por un rato.
Tres días de reposo me vendrían muy bien, después solo quedarían unos dos días para llegar a Londres.
Esos ojos eran medio verdes, medio cafés, como sea me miraban exhaustivamente como si llevara un cartel sobre mi cuerpo que llamara la atención. Como si tuviera luces o colores fluorescentes. Él me miraba, y sonreía de una manera burlesca. Su miraba brillaba y seguía riendo como si quisiera que sintiera la vergüenza.
Su mirada se desvanecía en un lugar lleno de hielo para convertirse de repente en fuego, en llamas cuando aparecían los ojos verdes. Había deseo y un pequeño atisbo de admiración, esos ojos me veían de una manera distinta.
—Eres muy hermosa, ¿sabes?
—Exagera, señor.
—Tienes unos bonitos labios, debería ser un pecado desear besarte tanto como lo hago.
—No es un sentimiento apto.
—Por ahora…¿Tiene frío?
—Solo un poco
—No vaya a pescar un resfrío…
Salté en mi cama de la nada, había despertado soñando con Edward. ¿Qué era esto? Miré por la ventanita y ya era de día y mi cuerpo al fin se sentía mejorado.
Pero por qué soñaba con Edward si apenas lo conocía, con suerte sabía que era militar y que era joven. Además, quería besarme y la verdad no creo que él tenga esas intenciones… ¿o sí?
No sé cuanto había dormido pero era tempranísimo, al parecer había dormido un día y noche enteros. Me sentía transpirada, agotada de estar tanto en la cama así que decidí darme un baño. Elegí un vestido veraniego ya que parecía un buen día para aprovechar el sol.
—¿Te has bañado? Apenas ya te estás mejorando —dijo mi padre cuando me vio entrar en la salita.
—Papá estaba enferma y sucia, además me siento mucho mejor —dije tomando un pastelito ya que había olvidado el sabor de lo dulce.
—De todas formas te quedarás aquí dentro, ya mañana saldrás.
—Por favor, no soy una adolescente.
—Estás castigada por si no lo sabes —dijo hojeando un libro. —Por tu actitud de la otra noche.
—¿Es una broma, papá? —pregunté malhumorada.
—No —respondió a secas.
—Me da igual, ya no tengo quince años para obedecerte así que saldré al mirador igual —dije agarrando un libro cualquiera de un mesoncito y salí antes de que me pudiera reprochar algo.
Caminé por los pasillos hasta llegar al balcón en donde habían montadas unas especies de terrazas, aptas para tomar el té o para leer un libro. Me senté cómodamente en una de las sillas reclinables para emprender lectura.
—Apuesto a que extrañas ver a ese chico, ¿no? —dijo Emmett asustándome cuando apareció detrás mío mientras leía.
—¿No dejarás de fastidiar, cierto? —dije sin mirarlo.
—No, hermanita —dijo burlón. —Te hice una pregunta.
—No seas tonto, no puedo extrañar a alguien que apenas conozco. Es muy simpático, pero nada más —dije encogiéndome de hombros volviendo a concentrarme en el libro.
—No seas tan pesada, estoy seguro que algo pasará ahí —dijo quitandome el libro de las manos.
—Oye, oye, no seas tan mal educado, devuelveme mi libro —pedí a regañadientes.
—Pero antes apostemos —dijo moviendo sus tupidas cejas de arriba hacia abajo, con esa mirada picaresca que tanto le gustaba usar. Supongo que era la misma que utilizaba para conquistar a cuanta chica se le cruzaba, de hecho, en este mismo instante habían un buen par de ojos femeninos mirando a mi hermano como un pedazo de comida, u odiándome a mi pensando que era alguna pretendiente suya.
—¿Qué quieres que apostemos? Mejor vete y déjame leer —dije poniéndome cómoda otra vez.
—Apuesto que terminas saliendo con ese hombre —dijo. —¿Cómo me dijiste que se llamaba?
—Edward —dije mientras leía. —Por favor, vete, no apostaré algo tan absurdo contigo.
—Vamos, es solo un poco de diversión —dijo molestándome mientras me daba golpecitos en el hombro, como un niño pequeño que insiste e insiste —No te vuelvas una solterona aburrida.
—No me digas solterona — Lo fulminé. —Está bien apostemos de una buena vez y así me dejas tranquila.
—Veinte dólares, es decir, mejor unas treinta libras a que caes por él—. No sé si era yo que ya veía los signos de centavo en sus ojos.
—¿Treinta libras? Dejémoslo en veinte.
—Entonces estás dudando ya de que perderás.
—No es eso, tonto, es que tampoco dispongo de tanto dinero para desperdiciar. Ya no hago las ayudantías de la universidad y ni siquiera sé cómo será todo acá. Necesito cuidar mi pequeño capital —dije seriamente, ya que fuera de mucha broma, debía cuidar el poco dinero ahorrado que tenía.
—Está bien, al menos si gano me servirá para costear alguna cita con una bonita británica.
—Ya, ahora vete por favor.
Luego de leer un buen par de horas me dispuse a caminar bordeando la baranda del barco. La brisa pegaba en mis mejillas helándolas, apenas rozando mis poros lo que me provocaba una enorme satisfacción, el sol ya estaba en su fase pre muerta por lo que no calentaba tanto como antes ni mucho menos quemaba. El olor salino me producía unas inmensas ganas de lanzarme para bañarme por un rato, pero de seguro estaba más helada de lo que podía imaginar. Por las noches la temperatura bajaba tanto, que decían que era cosa de estar media hora sumergido para morir de hipotermia.
A la tarde siguiente hice el mismo panorama, tomé un libro de Victor Hugo que me había obsequiado mamá para mi cumpleaños y que aún no leía. Ella sabía que me gustaban mucho los libros de historia, y siempre que podía encargaba en la librerías las nuevas ediciones.
El sol daba fuerte sobre el cielo, pero estaba agradable. Corría bastante viento, a ratos debía tomarme la pollera para que nada se escapase a la vista de alguien. Me puse un sombrero y me dispuse a leer.
—Hola —dijo una chica que no pude descifrar por los rayos del sol.
—Hola —respondí, hasta que noté que era una de las gemelas Grant.
—Tú eres Bella, ¿Ccerto? —preguntó la chica de rizos ondeados y rubios que sonreía tímidamente.
—Sí, estábamos en la mesa el otro día —dije a modo de recuerdo.
—Sí, siento olvidarlo, soy un poco despistada —dijo sonriendo nerviosamente.
—No te preocupes —dije sonriendo. —¿Qué te trae por aquí?
—Un joven me dijo que te entregara esto —dijo cediéndome un mensaje, un papelito que estaba sellado.
—¿De quién es? —pregunté un poco asustada.
—La verdad no sé ni cómo se llama, pero me dijo que si por favor te lo podía entregar.
—Ya veo, muchas gracias.
—De nada, Bella —dijo para luego irse con presura.
Una vez que ya estaba sin ninguna compañía cercana me dispuse a abrir el papelito con mucho cuidado. Parecía tan bien elaborado que no quería romperlo por mi ansiosa curiosidad.
«Disculpe mi intromisión, pero su ausencia me tiene preocupado. No la he visto por ningún rincón del barco, ni quiera en el salón, ¿Se esconde de alguien? Espero verla pronto.
Un saludo.
Edward Cullen»
¿Él preocupado por mí? De todas formas una sonrisa tonta salió de mi rostro.
Miré hacia todas partes porque pensé que podía ser una broma de uno de mis hermanos, pero luego de releer el mensaje unas cinco veces noté que esa no era la letra de ninguno de los miembros de mi familia.
Edward me quería ver y la verdad después de esto tenía unas ganas enormes de sentarme a conversar con él, después de todo un clavo saca a otro clavo. Y de seguro, terminaría perdiendo veinte preciadas libras.
—A que no adivinas —dijo Emmett antes de que pudiera entrar a nuestra suite. —Hay un obsequio para ti en la habitación —dijo saltando como un niño.
—¿Qué? ¿Acaso papá ya no está enojado conmigo?
—No es de papá, mejor ve a ver—. Corrí a mi habitación como si mi vida dependiera de ella. No podía creer que alguien me hubiese dejado un regalo, y tan enorme como lo que se veía. Sobre mi cama yacía una funda negra que parecía llevar alguna prenda y encima de ella había otra nota, de las mismas cualidades de la que había leído hace unos minutos atrás.
«Señorita, gracias al doctor Mac Guire me enteré que estuvo enferma en cama por varios días. Luego me dijo que ya estaba mejorando y me alegré muchísimo. Espero que reciba este obsequio a modo de invitación para el baile de esta noche. Sería un placer para mí que me acompañara. Sin más preámbulos, me despido y espero verla tan hermosa como siempre.
Cullen.»
—Emmett, date por pagado —dije pasmada mientras leía la nota.
—¿Es de Edward? —preguntó más emocionado que yo misma.
—Sí—. Abrí la funda para encontrarme con un hermoso vestido color rojo que deslumbraba elegancia. Parecía muy costoso, y me daba un poco de nervios ocupar tal escote, pero no se le podía decir que no a una prenda como esta… o a un hombre como ese.
—Vaya, ya le rompiste el corazón a alguien —dijo Seth quien apareció de repente en mi habitación para unirse ante la expectación.
—De todas formas se ve mucho mejor partido que Jacob —dijo Emmett.
—No hablemos de él, por favor —dijo mamá quien entró con unos pastelitos en una bandeja de plata. —Oh sí, ¿alguien quiere de estas delicias?
—Yo —exclamaron mis hermanos a coro.
—Mamá, Edward Cullen me envió esto para esta noche —dije un poco tímida. —Me invito a la cena de esta noche.
—Vaya, ¿estás segura? —preguntó seriamente.
—Mamá, por favor, no la hagas dudar. Es la oportunidad para que Bella olvidé al pelafustán de Jacob—. Diablos, odiaba que Emmett sacara a colación tantas veces a Jacob.
—Al menos él nunca hizo esto por ti, Bella. Esto es una buena señal —aportó Seth.
—Solo ten cuidado, apenas lo conocemos —dijo mamá quien a pesar de todo tenía su lado aprehensivo. —Quiero que lo pases bien.
—Gracias, mamá —sonreí mientras sonreía como idiota por el vestido que me había obsequiado.
Las horas pasaron rápidas, como si el reloj supiera que ya quería que las ocho de la noche llegaran. Me sentía un poco nerviosa, no era experta en citas y ni siquiera sabía coquetear mucho. Lo único que me daba seguridad era lo bonita que me hacía ver este vestido rojo, ceñido al cuerpo. Había perdido un poquito el amor propio desde la noche en que ví como mi ex se olvidaba de mí con otra, ni mis ojos bonitos me reanimaban… pero esta noche todo sería distinto aunque sintiera que me caería al suelo por los nervios.
—Bella, Edward te está esperando en la puerta —dijo mi padre una vez que mis aros ya estaban puestos. Esta vez no se veía enojado como e día anterior y eso me hizo sentir mejor, no me gustaban las peleas.
—Volveré temprano, papá —dijo al tomar mi bolsito. —No te daré problemas otra vez.
—No te preocupes, hija. Espero que lo pases muy bien —dijo besando m mejilla.
—Mamá, deséame suerte —dije al pasar por su lado.
—Suerte hija, diviértete —dijo dandome un beso en la mejilla.
- Gracias - Dije nerviosa.
Ninguno de mis hermanos estaba en la sala, quizás ya andaban por allí buscando alguna chicuela para bailar esta noche, yo en cambio temblaba cada vez que me acercaba a la puerta. Mis tacones temblaban.
Abrí lentamente la puerta para encontrarme con Edward.
Esta noche parecía un dios griego.
—Pero qué ven mis ojos —exclamó Edward al verme lo que hizo que me sonrojara.
—Gracias por el vestido —dije bajando la vista a mis pies mientras tocaba mis nudillos de forma desesperada.
Me tomó de la barbilla y mi corazón palpitó… ¿Me iba a besar?
—No se avergüence, se ve más hermosa —dijo besando mi mejilla lo que me hizo temblar.
—No es para tanto, usted también se ve bien —dije sin mirarlo, me sentía un poquito intimidada.
Él sonrió matadoramente y me ofreció su brazo para emprender camino.
—¿Así que se preocupó por no haberme visto? —pregunté.
—Sí, fue extraño no verla pasear por allí con estos días tan soleados.
—Me resfrié —dije.
—No nos debimos quedar fumando en medio del frío —dijo como si fuera el culpable.
—No, no crea que fue solo eso. Después me quedé dormida con el cabello mojado y la ventanita abierta —dije encogiéndome de hombros. —Me lo busqué.
—Es usted como un ciervo frágil —dijo rozando mi mejilla con sus dedos lo que me hizo sonreír como tonta. —Debería tener alguien que la cuide.
—hmm-mm —dije un poco adormilada con su toque, me gustaba.
Entramos al salón el cual estaba completamente lleno, todas las personas se veían más festivas que nunca como en la fiesta de año nuevo. Las mesas estaban decoradas en tonalidades violetas que jugaban muy bien con las luces que provenían del escenario. La mano de Edward tomó suavemente la mía haciendo que nos encamináramos entre las mesas. Llegamos a una mesa que estaba cerca de la orquesta y que solo tenía a dos personas conversando cariñosamente. El hombre me miró y luego miró de una manera especial a Edward, de seguro eran amigos.
Hola, chicos —dijo Edward hacia la pareja llamando su atención. —Ella, es Bella. Mi invitada —dijo sonriéndome con una mirada muy embriagante.
—Hola, soy Jasper Withlock —dijo el chico rubio quien se paró de su asiento para saludarme. —Ella es mi novia, Alice.
—Hola —dijo alegremente la chica de pelo corto y negro.
— Hola —dije sonriendo mientras inconscientemente apreté la mano de Edward, nos miramos por una milésima de segundo hasta que él me cedió el asiento.
—Permítame —dijo Edward abriendo mi asiento.
—Gracias.
Una vez sentada y él también nos volvimos a mirar y creo que los nervios me estaban matando.
—¿Espumante? —preguntó tomando la iniciativa.
—Si, por favor —respondí mientras mi respiración se recomponía. Edward con suma elegancia abrió la botella y sirvió el brebaje en mi copa para luego entregármela.
—Tome.
—Creo que todo esto —dije señalando mi vestido. —Y con la invitación y con lo que hemos hablado está bien que me tutees.
—Siempre y cuando usted me lo permita —dijo sirviendo su copa.
—Claro que te doy permiso —dije mirando sus ojos mientras bebía mi primer sorbo de alcohol de la noche.
—Bien, creo que me hace sentir más relajado esa proximidad.
—Edward, ¿por qué a mí y no a otra?
—Bueno, porque me fijé en ti —dijo esbozando una sonrisa torcida en sus labios, al mismo tiempo que pasaba su mano por ese cabello cobrizo.
—Soy toda un caos.
—Puedo lidiar con eso, eres muy bonita, Bella —dijo tomando otro sorbo de champagne. —Y pareces ser una chica lista, no como esas chicas superficiales.
—Las apariencias engañan, Edward.
—Estoy seguro que eres tal a cómo lo imagino —sonrió.
Nos quedamos en silencio para disponernos a comer, como si luego de lo poco que nos habíamos dicho fuera algo muy comprometedor para que ninguno pudiera decir palabra alguna. Jasper y Alice estaban en su propia burbuja así que más bien esto parecía una cita… algo solo entre Edward y yo.
—¿Te quedarás conmigo hasta que termine el baile? —preguntó con un dejo de desesperanza.
—Obvio que sí —dije animada. —Este vestido está hecho para toda la fiesta.
—Eso me alegra —sonrió como un niño.
Debía aceptarlo, él me gustaba un poquito.
—¿Te dije que te veías hermosa?
—Creo que más veces de lo que creo —dije intentando no sonar pesada.
—Es para que no se te olvide, Bella —dijo a mi oído, haciendo que por mi espalda se esparcieran unos cosquilleos.
—¿Y a qué te dedicas? —preguntó de repente Jasper, haciendo que se rompiera la burbuja entre Edward y yo.
—Estudiaba historia en Estados Unidos —dije tomando de mi copa.
—Vaya, qué interesante —dijo Alice muy interesada.
—Sí, me gusta mucho lo que estudio —diije un poco cohibida —¿Y tú qué haces, Jasper?
—Soy militar al igual que Edward —dijo mirando a mi acompañante. —Pero nos conocemos de mucho antes.
—Comprendo dije mirando y sonriendole a Edward. —¿Y tu, Alice?
—Soy actriz de teatro —dijo con demasiada emoción, parecía que era algo de lo que le gustaba charlar porque desde ese momento no paró hasta que la orquesta comenzó con las baladas. Al menos estas conversaciones triviales me hicieron sentir más tranquila.
—¿Vino? —preguntó un chispeante Edward.
—¿Me quieres emborrachar? — Creo que nuestras caras estaban más cerca de lo normal… algo peligroso.
—Por supuesto, así después te desenvuelves —dijo pícaro, pero sabía que bromeaba.
Acerqué levemente mi asiento al suyo.
—Es extraño —dije en voz alta sin notar que esa era mi conciencia.
—¿Qué es extraño? —preguntó Edward mirándome con sus tentadores ojos.
—Esto…
—¿Esto? — Se veía confundido.
—Un día me ayudas a subir el barco y ahora estamos sentados comiendo como si fuéramos grandes amigos.
—Las vueltas de la vida, Bella.
El postre había llegado y la conversación se puso más agradable. Claramente Edward y Jasper eran hombres de mundo, todo gracias a la milicia que les había dado la oportunidad de conocer diferentes lugares del mundo. Ambos hablaban de sus deberes como un compromiso con el país, estaban dispuestos a ir a la guerra. Alice se demostraba ajena a veces a la conversación, decía que aun le costaba hacerse la idea de que su novio se iba de campañas por meses a otros países, lo extrañaba mucho. Pero se notaba contenta cuando recordaron que ahora volvían a casa por un receso, algo así como unas vacaciones.
—¿Quieres bailar? — Me preguntó Edward cuando ya habíamos terminado el postre.
—Sí —dije desenvuelta. Gracias al alcohol.
Caminamos a la pequeña pista que ya estaba bastante copada de personas danzando al ritmo de una suave melodía. Edward me tomó por la cintura, tacto que me electrizó por completo. Me acercó a su cuerpo y me tensé. Puse mis manos sobre su hombro y de forma instintiva apoyé mi cabeza en su hombro.
—Hueles rico —dijo cuando acercó su rostro a mi cabello. —Es como fresas.
Me dejé llevar por la melodía mientras sentía una exquisita sensación junto a él: me sentía querida. Me acercó más a su cuerpo mientras él guiaba el compás de nuestros pasos. Ladeé mi rostro hacia el suyo pero aún apoyada en su hombro, sentía su respiración en mis mejillas.
—Vas a matarme en cualquier momento —dijo sin bajar la mirada, si lo hacía nuestros labios se rozarían.
—¿Por qué? —pregunté inocentemente. No sé de donde sacaba mis armas de flirteo, nunca había hecho esto, ni siquiera con Jacob.
—No digas que no te das cuenta —dijo agarrándome con fuerza.
—No, no lo noto —dije acomodando mejor mi cara en su hombro. Esto se sentía bien.
—Volteas tu hermoso rostro al mío —dijo suspirando. —Me invitas a probar esa boca que tienes.
No sé si estaba preparada, me sentía un poco ebria… un poco feliz.
Adiós Jacob.
—No se pase de la raya, señor Cullen —dije bromeando.
—¿Quieres salir a fumar un poco? —dijo cortando el momento lo que me hizo
Asentí con fuerza.
Salimos tomados de la mano del salón, afuera habían varias personas fumando, riendo y conversando, menos mal no divisé a ninguno de mis hermanos, no quería ser víctima de bromas mañana.
—Ten —dijo sacándose el chaquetón que llevaba para envolverme. —No quiero que te vuelvas a resfríar.
—Gracias, Edward —dije . —Qué bien saben estos cigarros.
—Son Camel, británicos.
—Las cosas británicas parecen ser buenas—. No fue hasta que terminé de hablar que noté que lo que dije podía ser mal interpretado.
—¿Tú crees? —preguntó coqueto.
—Sí.
—Bella, espero no perderte el rastro al llegar a Inglaterra —dijo un poco apenado.
—Estoy segura que no perderemos el contacto —dije cuando él fumaba con vehemencia.
—¿Quieres entrar? —preguntó al ver que yo miraba mucho en dirección a la entrada del salón.
—No, prefiero quedarme un rato más acá.
—¿Así que tu ex novio te engañó? —dijo de la nada. —Siento si es un poco inapropiada mi pregunta, pero no entiendo cómo alguien
—No quiero hablar de eso —dije enojada esta vez. —No quiero ser grosera, pero de verdad no quiero hablar de él.
—Comprendo —dijo agarrando mi mano con ternura.
—La verdad quiero olvidarlo y hablar de él no ayuda mucho, ¿entiendes?—dije más calmada.
—¿Me dejas ayudarte?
—¿A olvidarlo? ¿Me quieres conquistar, Edward? - Pregunté cuando ambos estábamos apoyados en la baranda.
—Siempre cuando me dejes —dijo cerrando los ojos como en un intento de valor, los abrió y me miró profundamente. —Bella, me gustas desde que te vi subiendo torpemente el barco.
—¿En serio? Pero no me siento preparada para algo nuevo —dije como un ciervo asustada. —Aunque me atraes mucho.
—Démosle tiempo al tiempo —dijo mientras se apoyaba en la baranda de madera.
—Tengo miedo de que rompan mi corazón otra vez .
—Yo no te rompería el corazón por nada en el mundo —dijo tomando mis dos manos para llevarlas hasta su pecho. —Por favor, no seas egoísta contigo misma —dijo mientras me acercó a él.
—Es el simple miedo, Edward.
—Lo sé, pero no temas. Solo te propongo que salgamos, que nos conozcamos, que me dejes conquistarte de a poco —dijo con suma sinceridad.
—¿Y si te vas a la guerra? ¿Qué haré? —dije mientras pensaba en el semblante triste de Alice. —No creo que sea sano verte una vez al año.
—No es tan así, Bella —dijo abrazandome, me sentía tan reconfortada en sus brazos. —Cree en mí, te aseguro que puedo hacerte la mujer más feliz del mundo.
—Claro que quiero creerte, pero es complicado —dije agarrando con fuerza la tela de su camisa mientras lo abrazaba. —Eres algo inesperado en mi camino.
En un acto perfecto, Edward me envolvió en sus brazos, y frenéticamente sus labios se pegaron a los míos. Sabían a tabaco y vino, combinación perfecta para ser el primer beso con él, era embriagante. Lo besé apasionadamente, se sentía tan bien. Besaba como los dioses, me sentía en el cielo. Fue un beso natural, sutil y simple… pero hermoso. Esto era hermoso, era la pureza de los sentimientos más nobles del humano.
—Eres tan hermosa —dijo mientras me besaba. —Solo dame la oportunidad de enamorarte.
—Hazlo —dije cuando lo volví a abrazar. —Aunque sea un riesgo enamorarme de un soldado.
Nota de autora: Espero que les haya gustado a las nuevas lectoras y a las que ya conocían esta historia también, hay pequeños detalles que cambié, algunas cosas que quité y principalmente los personajes son otros. Cada cuatro días subiré los capítulos re-editados asi que pido solo lean el capítulo que suba para que no se pierdan con aquellos capítulos que ya están subido en la plataforma, no adelanten lectura con los capítulos que ya están porque hay cosas que pueden cambiar (además siento que mi redacción de antes era como la mierda, ya que este fue una de las primeras cosas que escribí cuando empecé el 2012). Otra vez, gracias por leerme, gracias por seguir apoyando mis escritos y espero como siempre sus reviews, sobre todo de las que por primera vez han llegado a esta historia.
Aprovecho de agradecer enormemente a Alejandra y a Nonne Nannda por su colaboración en la edición de capítulos, y con antelación también agradezco la ayuda de Vale Palacio (mi beta), quien desde el tercer capítulo de este fic comenzará a hacer acto de presencia.
Gracias, y feliz año nuevo :)
