Ebrios
Capítulo
1
Internamente maldecía a Lestrade; maldecía al estúpido clima de Londres; a los criminales mediocres que esa semana habían aparecido con asesinatos insulsos carentes de algo que alimentara mi cerebro… ¿y por qué no? Maldecía al idiota de Moriarty por no aparecer con un buen juego que evitara que mis neuronas se pudriesen. Pero, como dije, internamente: porque para evitarle las molestias a mi compañero de piso, permanecía (violín en mano) parado frente a la ventana fingiendo que mataba un gato al tocar las desafinadas cuerdas del instrumento.
La tormenta aporreaba los cristales del 221B, y las gotas de agua resbalando en un zigzag casi armonioso no resultaban distractores para mí. ¡Mi mente se podría! ¡¿Por qué nadie podía entender eso?!
Dejé el violín un lado, harto. Crucé mis brazos bufando de exasperación, pues un rayo azul acaba de surcar el grisáceo cielo de sur a norte aumentando la intensidad de esa tormenta. El repiqueteo de la lluvia en las ventanas sumado al crepitar de la chimenea a mis espaldas me calmó lo suficiente para girarme en redondo.
Me sentí satisfecho al ver a John. Al menos yo no era el único aburrido allí. Mi amigo jamás solía quedarse dormido leyendo, pero en esta ocasión yacía en su sofá roncando como un crío, repantingado y con un libro abierto entre sus lánguidas manos que reposaban sobre sus piernas.
Lo observé durante un instante. La palidez de ese día y las sombras que proyectaba la luz de la chimenea en el rostro de John hicieron que me diese un vuelco el corazón, si así se podía describir a la sensación de perder el aire a la vez que el pulso en mis venas iba ascendiendo hasta las nubes. Respiré un par de veces, guardando como siempre la compostura.
John era tan…tan… guapo. No era la primera vez que yo lo pensaba, pero si la primera en que tenía la oportunidad de contemplarlo a mis anchas sin el temor de que descubriera que lo espío a media noche, en su habitación, mientras duerme. De alguna forma eso me ayuda a pensar… verlo es un sedante efectivo para mi enloquecida mente.
Suspiro al notar sus labios entreabiertos. La forma en que sus cabellos rubios cortos le delinean su frente marcada por los años. La manera en que sus párpados cerrados terminados en unas espesas pestañas rubias lo hacen lucir tan inocente. ¡Cuánto no daría por poder besar esas mejillas sonrojadas por el sopor del sueño! ,¡Por poder pasear perezosamente mis labios por ese pecho que sube y baja en un compás armónico como esa armonía que él da a mi vida!
Aprieto mis labios al descubrirme pensando todo aquello. Quiero apartar esas ideas de mi mente, mas sé que es imposible. Nunca esperé ser más que un pedazo de porquería para la sociedad, un maldito sociópata al cual todos miraban temerosos, y justo cuando me veía rentando un cuartucho para mí solo y drogándome allí hasta morir de una sobredosis… apareció John.
Era la única persona capaz de recordarme que a pesar de ser transporte, ese pulso acelerado, ese músculo batiendo frenético en mi pecho, significaba algo. Significaba que aun cuando me consideraba un torpe emocional, un inútil social, el más grosero y detestable de todos los humanos; siempre estaría John, llamándome "amigo".
La palabra no dolía, la verdad. Porque desde que nos mudamos al 221B de Baker Street esperé que pronto se diese cuenta del fenómeno que soy y se marchase azotando la puerta. El hecho de que me considerase un amigo me parecía exagerado. Yo no era merecedor de esa palabra.
Sin embargo esa parte ególatra de mi esperaba más. Quería más que su amistad: si yo era el cerebro y John el corazón quería que fuese mí corazón…
Antes de que mis pensamientos concluyesen John bostezó, apretando los parpados y extendiendo los brazos. Había despertado. Así que devolví mi mascara de frialdad a su sitio y medio sonreí mirándolo lacónico.
-¿Qué estabas haciendo?- preguntó en medio del bostezo, cubriendo su boca con una mano.
-Deduciéndote, obviamente- dije, y altivo, me dirigí al otro extremo de la sala, tomando un periódico viejo que arrojé a las manos de John. –Ningún caso en semanas- se quejé tumbándome en el sofá, cuan largo era, y apretando los labios. -¡Es indignante!- exclamé retorciéndome, mi cuerpo parecía entumecido.
-Sherlock, ya aparecerá algo…hasta tanto porque no jugamos…-propuso John.
Dando un salto del sofá abrí los ojos como platos. Sonriendo de medio lado. No le hallaba gran cosa a ese juego que John me indicó el otro día, pero me agradaba las conclusiones absurdas a las cuales se podía llegar. Era como jugar a descubrir las estupideces de Anderson; burlarse en su cara sin que me llamara "fenómeno" como si tal cosa.
-¡Ni si quiera lo pienses!- rió John falsamente, irguiéndose y caminando hacia la cocina.
-Es solo cluedo- protesté ante su rotunda negativa.
-La victima no es el culpable, y tampoco el hipotético perro de la victima. ¡Por el amor de Dios, Sherlock! Jugar contigo otra vez ese juego sería suicida- exclamó, divertido, mientras a juzgar por el sonido de la cocina preparaba dos tazas de té, una sin azúcar.
Bufé en respuesta. Era un histérico a veces, pero aun así lo quería; aun si decía que yo era el histérico.
Regresó con una charola servida con dos tazas de té que colocó en la mesa de centro de la sala. Lo miré con ojo crítico.
-¿Qué tal si…?- me puse de pie al instante, podía haber algo que pudiésemos hacer con todo ese tiempo de vagancia. Saqué de entre los libros una vieja botella de wiski que conseguí como regalo de un caso. John me miró con desaprobación. –No te volverás Harry por beber un par de copas.
-No he comido mucho, y eso es demasiado añejo como para destaparlo solo porque estás abu…-iba a decir, pero antes de que pudiera concluir tiré del corcho con una pinza de laboratorio, y serví el licor en dos vasos que de alguna manera habían terminado sobre la chimenea.
John acabó de un sorbo su té y recibió el whisky ofrecido. Me senté en mi sofá frente a él y mirándolo desafiante tomé el primer sorbo de la bebida. Era asquerosa, pero el sabor pareció agradarle a John así que continué bebiendo. Después de todo ese calor entrando por mi garganta a mi estómago prácticamente vació me hizo sentir reconfortado.
Vaso tras vaso empezamos a hablar más. Cada trago que ingería me hacía sentir más humano, tranquilizaba mi mente. Aunque John ciertamente parecía un idiota cuando llevábamos la media botella.
-Esto es… estúpido- conjeturó en tono sabihondo, sonriendo.
-Tú eres estúpido- temo que mi voz sonaba más mal de lo que yo escuchaba a esas alturas.
-Ya sé, juguemos algo- propuso él, mis ojos volvieron a iluminarse- Y no es cluedo- advirtió, fruncí mis labios y bebí más licor sirviéndole a él.-¿Verdad o reto?-
Y así empezó un juego que ahora me preguntó por que demonios empezamos. Era una forma idiota de confesar nuestras intimidades, camuflando la curiosidad con retos insulsos.
De todas formas fui yo quién dio rienda suelta al seguirle la corriente a John Watson.
-Verdad- declaré sonriendo.
-¿Por qué la riña entre Mycroft y tú?- preguntó John.
Seguíamos bebiendo.
-Bueno…porque cuando yo era niño él solía instruirme en eso de la deducción. Si bien yo poseía el don de observar no lo había desarrollado demasiado hasta los cinco años. Así que según yo esa "ayuda" que Mycroft me brindó solo me convirtió en un fenómeno.- declaré, las palabras parecían solo saltar de mi boca.
John asintió.
-Verdad- escogió.
-¿Por qué: tres continentes Watson?- inquirió, curioso.
Rió abiertamente, y tuvo que beber otro vaso de un solo trago antes de responder.
-Pues, porque cuando me enlisté en el ejército fuimos a América un grupo de soldados y pues ahí habían mujeres muuuy lindas… y también en Gran Bretaña, así como en Afganistán un par de doctoras compañeras mías- sonrió tontamente, resbalando su trasero en el sofá. Antes de que yo pudiera elegir, dijo:-¿Asexual? ¿De verdad?- levantando una ceja.
-Se podría decir que últimamente sí- respondí secamente. -¿Con cuántas mujeres?- lancé. Esto ya era el juego de las preguntas.
-No llevo una cuenta…Sherl- susurró mi nombre haciéndome estremecer. Escudé mi nerviosismo bebiendo más.- ¿Últimamente? ¿Has sentido algo especial por alguien alguna vez?-
-Sí. Su nombre era Víctor Trevor, un compañero de universidad- dije, y John frunció los labios al parecer quería más información que eso. -¿Hombres?- interrumpí antes de que dijese algo.
Nervioso, echó su espalda sobre el respaldo del sofá, y bebió dos vasos seguidos, empezaba a tambalearse aún sentado.
-No. Aunque en el ejército, debo confesar, me sentí atraído por un par de amigos pero jamás nadie lo supo- dijo, curvando sus labios, melancólico. Luego volvió la vista hacia una esquina en la sala- ¡Aunque ahora Mycroft debe saberlo!- gritó suponiendo que si bien allí no había una cámara, en algún lugar debía tener instalada mi hermano una.
Los dos rompimos a reír por lo que parecieron horas.
Después de tranquilizarnos, la cabeza ya me daba vueltas, y John lanzó una pregunta que ciertamente me dejó helado.
-¿Alguna vez has intentado suicidarte?- inquirió, su voz ronca.
-Sí- dije, no sabía porque estaba tan sincero esa tarde- Tres veces. La primera tenía doce, y quise saltar de un puente en una vía de alta velocidad. Es feo que a uno lo llamen fenómeno solo por ser diferente. Serlo no le hace un monstruo y mucho menos merecedor de que lo golpeen o encierren en casilleros- escupí furioso con los recuerdos de mi secundaria- Y la segunda, cuando estuve en la universidad. Nada importante -suspiré- Y la última antes de mudarnos. Yo… no lo sé solo una noche pensé que hacía preocupar a Mycroft, a mis padres, me drogaba como un idiota, no tenía una vida ni remotamente normal, llamaba idiotas a todos para justificar el hecho de que soy un fenómeno, y que en resumen era un pedazo de porquería. Así que me inyecte hasta que…nada fue claro -solté.
La mirada que me dedicó John me causó una punzada de culpa. No debía haber dicho eso, la tristeza embargó a mi amigo y ahora solo me sentía culpable.
Aclaró su garganta, y entonces supe que era mi turno.
-¿Alguna vez lo has intentado tú?-.
-Sí. Dos veces- respondió en tono estrangulado-la primera en Afganistán cuando murieron siete amigos en un tiroteo. Yo fui el único sobreviviente y me sentí tan mal porque no creí merecer esa vida que intenté ir en una misión y hacer que me maten. ¡Cobarde, lo sé! Pero es lo que pensé…
-¿Y la segunda?- entorne los ojos, pensando cómo alguien tan perfecto como John podía osar siquiera atentar contra su vida.
-Cuando saltaste de Bart´s. Me sentía tan vacío y roto
Ante esa respuesta ambos callamos. Sentí mis mejillas arder y bebimos un poco más para calmar la tensión.
-John, puedes prometerme algo…-dije de pronto. Él alzó la mirada hacia mí- Jamás, y menos por mi causa, te sientas roto. Tú eres…tú.
-¿Y eso qué demonios significa?- frunció el ceño.
-Que a pesar de que no signifique nada viniendo de alguien tan extraño como yo, eres más que perfecto-declaré torpemente. Él se limitó a sonreír.
La botella ya estaba por acabarse y ambos estábamos como una cuba.
-Reto- elegí de pronto, aprovechando el silencio.
John levantó su mirada como si acabara de regresar al mundo. Sus ojos azules me miraron intensamente.
-Solo…quédate quieto- susurró poniéndose de pie. Yo lo obedecí, colocando mis manos en los reposabrazos, hasta que lo vi acercarse tambaleando hacia mí. Colocó sus rodillas entre mis piernas semi abiertas, en el borde del sofá. Apoyó las manos a los lados de mi cabeza. Di un respingo al sentir su aliento tan cerca de mi rostro. –No te muevas, por favor- suplicó.
-John ¿Qué es lo que…?-
Pero antes de que yo pudiese terminar esa pregunta sentí sus tibios labios sobre los míos. Fue un momento sublime, porque realmente no era un beso, solo un suave roce de nuestras bocas. Un roce que envió una descarga por todo mi cuerpo haciéndome temblar.
Las fuerzas de John fallaron, creo que a propósito, y en un segundo, estaba apoyado sobre mí. Recargó su cabeza en mi hombro, hundiendo su cabeza en mi cuello.
El reto era no moverme, pero de todas formas lo rodee con mis brazos aferrándome a él. Lo necesitaba cerca, porque sin él yo era un completo desastre. Sin John era un retazo inútil de destellos inconclusos; John me convertía en algo magnífico.
-Sherlock- murmuró en mi oído- ¿Alguna vez alguien te ha dicho que te ama?- inquirió temeroso.
-No meresco tales palabras, John. No porque no crea en ello, sino porque soy…una máquina- apreté mis parpados, aspirando el aroma de su cabello.
Apartó su cabeza de mi hombro. Sus manos atraparon mi rostro y su frente cayó sobre la mía. Quería besarlo, pero no me sentía capaz…
-Sherlock, mírame- pidió, dulcemente. Abrí los ojos encontrándome con los azules océanos suyos –Te amo, Sherlock Holmes. Y no eres una porquería, ni una máquina, ni mucho menos un fenómeno. Tú eres maravilloso- y de improviso me besó.
Ésta vez abriendo sus labios, succionando mi boca, y delineando mis labios con su lengua. Sus manos se deslizaron de mis mejillas hasta mi torso y esas caricias me hicieron soltar un gemido dentro de sus labios. Al abrir la boca introdujo su lengua, y empezó a moverla sobre la mía. Respondí por instinto, copiando sus movimientos, aferrándome a su espalda.
Besó mi cuello, acarició mis brazos, mi cabello, y yo respirando agitado, nervioso ciertamente, traté de hacer lo mejor para transmitir cuánto me gustaba eso.
-Sherlock, -jadeó sobre mi cuello- ¿Esta bien esto?.
-Lo está.- por instinto moví mis caderas contra las suyas y al sentirlo duro jadee. Él respondió a ese movimiento, y aunque suene poético e ilógico juro que ante cada movimiento ambos vibrábamos de placer en los brazos del otro.
No fui consciente del instante en que ambos fuimos levantándonos. Ni tampoco dueño de mis actos cuando mis brazos rodearon el cuello de John y las manos de él apretaron mi cintura contra su cuerpo.
Lo que sé es que nos sumergimos en un vórtice de besos, mordidas, gemidos y movimientos acompasados de nuestros cuerpos rozándose a contraste con los frenéticos respirares de nuestros pechos. Avanzamos juntos por el pasillo.
Quise controlarme, pero al cruzar la puerta sentí que aun con mis ojos cerrados, las lágrimas me ganaban la batalla. Ese miedo espeluznante al dolor, a ser lastimado o lastimar a alguien se apoderó de mi cuando sentí mis piernas doblarse en el borde del colchón.
Antes de poder reaccionar John me empujó sobre las sábanas, apresurándose a desabotonar mi camisa. Pero yo no podía. Tantas cosas daban vueltas en mi mente que mi cuerpo reaccionó temblando. Traté de controlar estos espasmos apretando las sábanas entre mis manos.
-Te amo- repetía John, quién habiendo deshecho mi camisa y la suya, repartía besos en mi cuello y torso. La calidez de sus labios sobre mi piel despertaba mi corazón muerto.
Desde siempre se me dijo que yo era incapaz de amar. Que yo no poseía un corazón. Mas ahora me resultaba imposible pensar en otra cosa que ese pulso acelerado dando votes contra mi pecho, amenazando con estallar cuando John posó sus manos en los bordes de mi pantalón y extendió su cuello alcanzando mis labios.
-Sherl- susurró rozando apenas mi boca, después lamiendo vehemente mis lágrimas saladas.
Temblé, abriendo los ojos para contemplar sus orbes azules que me miraban. Mi cerebro se había apagado, o quizá John me miraba tan intensamente que era él quién podía deducirme mientras yo me moría de incertidumbre por sus pensamientos ocultos.
-Yo…-empecé, pero él lo supo antes de que pudiese ponerlo en palabras.
Temblé al sentir sus dos brazos rodearme protectores. Su cuerpo recayó encima de mí.
-No puedo…- dije finalmente. –No es tan fácil.
John acarició mis imposibles cabellos mientras yo aferraba mis temblorosos dedos a su espalda desnuda.
-Perdóname-.
El alcohol nublaba mis sentidos y mi razón. Pero no mi miedo. Mi temor a decepcionarlo si lo hacíamos, a no darle el placer que él se merecía, el amor que tanto quería expresarle, y además que al día siguiente debido a nuestro estado de ebriedad no recordase nada.
Para cuando John besó mis labios supe darme cuenta de que había estado repitiendo disculpas sollozando como un crío. Me sentía estúpido y vulnerable. Pero a diferencia de todos los demás que aprovecharon esos momentos de debilidad en mi para herirme, John solo rodó en la cama apretándome en sus brazos. Me protegía.
Terminé sobre él, recibiendo un sin número de besos. Las manos de mi John acariciaron mi rostro y cuello como si temiese romperme.
Traté de recomponerme. Le devolví el beso y empecé nuevamente ese movimiento de mis caderas sobre las suyas. Sus manos sujetaron mis caderas.
-Sherlock, basta- susurró mirándome a los ojos.
Me sentí desnudo ante él, pero en lugar de vergüenza, me invadió una sensación de tranquilidad. Por primera vez en mi vida existía realmente, como amigo y algo más, para alguien. Sus ojos me miraban y yo no tenía miedo de él.
-Lo siento…
Temí haber arruinado el momento. Pero John me sonrió.
-Podemos hacerlo otro día. Ahora solo duerme, Sherl.- abrazó mi torso contra su pecho, donde mi cabeza halló un tibio refugio.
Tampoco sé hasta que hora nuestros labios estuvieron juntos, devorando al otro. Ni cuando las manos de John dejaron de acariciar mi cuerpo a la vez que su respiración se acompasaba y mis ojos se cerraban.
Solo sé que dormí. No cerrando los ojos y descansando mi cuerpo, sino con los brazos de John siendo mi mundo, y eso fue suficiente para mi.
No recordé que junto con la noche se marchan los sueños así como los suspiros de nuestros sentimientos más profundos.
Al despertar me hallé solo en la cama.
La cabeza me daba mil vueltas, y dolía horrores. Traté de levantarme, cada hueso en mi cuerpo ardía como mil infiernos. Pero algo me exigía ver a John. Lo necesitaba.
El sol quemó mis ojos, y de todas formas me puse de pie, arrastrando mis pasos fui hasta el pasillo, apoyándome en los muros del apartamento para no caer. Trastabille en la puerta, y al sujetarme del marco del baño lo encontré.
Vi sus cabellos rubios, enredados en sus cabellos cortos. Tenía los codos sobre las rodillas y estaba sentado al pie de la tina de baño. No llevaba camisa, y se veía pálido y demacrado.
-¿John…?- pregunté aunque mi primer impulso fue correr a besarlo.
Levantó la cabeza. Sus ojos azules me recorrieron de pies a cabeza. Una sonrisa amistosa surcó su rostro, pero solo fue eso… una sonrisa fraternal.
-¿Cuánto bebimos ayer? ¡Por el amor de Dios! Amanecí en el pasillo- señaló afuera del baño.
Lo deduje rápidamente, había salido de la habitación camino al baño después de unas horas de sueño, sin llegar a su destino.
-No tengo idea, pero supongo que la botella es historia- dije con voz inexpresiva, todavía escrutando lo que ocurría en su mente.
-Bien- suspiró John, poniéndose de pie.
Durante un segundo lo vi caminando hacia mi, besándome. De verdad lo hubiera querido. Sin embargo lo único que dijo al pasar por mi lado y palmear mi hombro fue:
-No recuerdo nada de lo que pasó. La próxima no me dejes beber tanto- en un tono somnoliento mientras arrastraba los pies camino a las escaleras que llevan a su habitación.
Permanecí helado. Yo lo recordaba borrosamente, era lógico que John no lo haría. Escuché sus pasos en el primer escalón. En un impulso tonto corrí hasta la puerta.
-¡John!- grité. Crucé el umbral y él volteó a verme desde el primer escalón. Al ver su rostro cansado supe que solo lo fastidiaría. Además, él no recordaba nada de lo que le había dicho ayer; si se lo decía yo resultaría patético.
Su mirada inquisitiva me sacó de mis ideas.
-¿Irás a la clínica hoy?- pregunté tontamente.
-Sí- respondió asintiendo.
-Bien. Yo…- no sabía que agregar, señalé hacia la sala,- buscaré algún caso- sonreí tiesamente, escabulléndome fuera de su vista.
Lo escuché subir. Casi tan claramente como sentí un vacío insoportable crecer en mi corazón. El cual acababa de descubrir que tenía, para nada.
John no recordaba, y yo continuaba siendo el mismo pedazo de porquería de siempre.
Ingresé en mi habitación, dejándome caer en la cama. Respiré profundo con el rostro oculto en las almohadas: allí quedaba un poco de su aroma.
-John- suspiré consiente de que yo nunca tendría el valor de revelar lo ocurrido ayer.
Toqué mis labios y aspiré lo último de su esencia. Sería mi secreto, mi más preciado tesoro.
Continuará….
