Extra: Descripciones

Esta historia ocurre en nuestro siglo, el 21, un día cualquiera, a una hora cualquiera, a una chica cualquiera cuyo nombre se escribiría a partir de ahí en los libros de textos como memoria, pues el día en que ocurrió, fue en verano.

Ella, una chica de unos doce años, alta y delgada, con un pelo rubio y largo hasta la cintura y de piel blanca, blanca, como la nieve, y, destacando en ella, unos preciosos labios color rojo sangre y unos ojos azules como un cielo de verano despejado. Hábil en el arte de la espada, del tiro con arco y de la hípica. De actitud amable, con un instrumento derivado de su familia, una flauta de cristal, una de sus dos mayores posesiones, la otra era un conjunto de guerrero, formado por una espada y un escudo, antiguos, muy antiguos. Su nombre, Alana. Vivía con su madre pero no tenía padre, para ella, eso era un misterio, no sabía si seguía vivo o si había muerto, no le llegó a conocer. Como cualquier chica de su edad, tenía amigos, escasos, pero amigos. Tenía dos, Max y Rebeca.

Max, de trece años, era también delgado y alto, un poco menos que Alana pues ella era muy alta (1´68). Su pelo, con exactitud no sé decirlo, un color marrón claro a la sombra y rubio mecido al sol. Sus ojos eran igual de confusos que su pelo, a la sombra verdes, al sol, azules. Era bueno e inteligente, tenía un fuerte sentido de la protección de lo que Rebeca se burlaba diciendo "su fuerte sentido común", el cual, escaseaba las veces en sus actos.

Rebeca, una chica alegre y vivaracha, de catorce años de edad, de piel morena y pelo pelirrojo, con unas pocas pecas en sus mejillas. Sus ojos, color verde esmeralda. Siempre sonriente era el ánimo del equipo. Ella, la mayoría de las veces, entre disputas y peleas, era ella quien mantenía al equipo unido, el alma del equipo.

Capítulo 1: Cita En El Lago

- Y ahora les pasamos con las noticias de actualidad. - decía la presentadora televisiva - Bien, les pasamos con Michael para más detalles.

- Buenos días, Rosa. Pues, increíble pero cierto. Estoy en la mitad sur de nuestra querida ciudad y... - el presentador dejó que la cámara filmara el lugar, que parecían las ruinas de Egipto, sin arena - Esta noche, parece que han vuelto a actuar, un grupo gamberrista que se dedica a asaltar casas. Lo extraño es que no matan, ni roban, ni secuestran, parece que estén buscando algo en esta ciudad ¿qué se les habrá perdido? Lo que se sabe con seguridad es que todavía no lo han encontrado. Ahora, devolvemos la conexión para poner el tiempo...

En ese momento, la televisión se apagó, y, en el salón de una casa dónde ese televisor estaba, estaba una chica encogida en el sofá con un teléfono inalámbrico en la mano.

- ¿Habéis oído eso? - exclamó la chica - es terrible.

- Lo hemos oído, Alana. - contestaron a la vez dos personas: una chica y un chico. Una de ellas siguió hablando, la de voz femenina - Habría que pasar por allí, a ver si está bien.

- Rebeca, ya han dicho que salvo puertas y ventanas rotas, y personas asustadas - esto último lo dijo en voz más baja, como un susurro - todo está en orden.

- Ya, pero si han atacado la zona sur, irán ahora a por la norte... - interrumpió la voz de un niño - donde... vivimos.

- No seas gafe, Max. Tú siempre tan optimista - dijo Alana con cierto tono de sarcasmo en su última frase.

- ¿¡Qué!? Yo digo las crudas realidades. - contestó Max.

- ¡Pues cállatelas que no nos interesan! - contestaron a la par ambas chicas y Max, en su habitación, con el teléfono pegado a la oreja, pensó que se quedaba sordo y lo retiró con una expresión dolorida y un gritito.

- Bueno, cuelgo la línea de tres, chao. - dijo Alana, y colgó. No sabía si luego ellos seguirían hablando, pero no le dio mucha importancia. Se levantó, recogió el vaso y el plato del desayuno, se cambió el pijama a una ropa vaquera y salió a la calle, dejando una nota en el frigorífico que decía así:

Mamá , me voy a dar un paseo, me llevo la flauta, tal vez me paso a tocar por el parque infantil, de todos modos, no tardaré mucho, si no estoy para la comida, es porque me quedo a comer en casa de Rebeca.

Firmado con cariño, Alana.

Su ropa era bonita y cómoda; un pantalón vaquero azul oscuro a juego con una chaqueta del mismo color con bordados en celeste, unas botas beiges y una camiseta negra. Colgando del cuello un colgante que consideraba un amuleto: una cota de agua (por así decirlo). Era una esfera pequeña y transparente y en su interior lo que parecía un arrecife de coral, con pececitos, moluscos y crustáceos. Ella siempre se lo imaginaba como "el pequeño mar". Salió al parque con un objeto que nunca olvidaba, su flauta de cristal azul. Era realmente preciosa, y a la luz del sol lo era más. Se fue hacia un parque donde había niños que ya la conocían, siempre pasaba por allí. Los niños la vieron venir por el camino y dejaron enseguida lo que estaban haciendo y se acercaron haciendo un corrito hacia ella, que se sentó en un banco cercano disfrutando de la brisa y del sol. El mayor, de unos 8 años de edad, dio un paso al frente y con modales refinados, más para hacerla reír que para otra cosa, se puso a conversar con la chica:

- ¿Por favor, mi lady, podríais tocarnos alguna canción con su flauta? - y para bordarlo, hizo una leve reverencia, con la que todos rieron incluido el.

- Por supuesto que sí, caballero, - dijo Alana siguiéndole la corriente - ¿cuál quiere el Marqués de la Broma que toque hoy?

- La de siempre, porfi. - gritó todo el coro.

- De acuerdo, pero dejadme un poquito de espacio. - y diciendo esto, los niños se apartaron un poco, y los que estaban más atrás se pusieron detrás del banco o subidos a un árbol, mientras la chica cogía del estuche su flauta, que en cuanto la sacó, brilló al sol con tal esplendor que, aunque ya conocida por los niños, les volvió a dejar boquiabiertos de nuevo.

Alana se llevó la flauta a los labios y dejó los dedos puestos en los agujeros en vertical, pues no era travesera, sino una normal. Comenzó a tocar una melodía ya conocida para los oídos de los pequeños presentes, pero les seguía sonando a nueva. La canción parecía que paraba los vientos en seco, que se llevara las nubes y con ello, todos los pesares de sus oyentes, incluida la noticia del telediario en la mente de la flautista. La balada era de los más bonito escuchado nunca, melancólica, pero hermosa (véase la nota de la autora al final del capítulo). Cuando la chica acabó, los niños pidieron un bis, pero les dijo que era bastante por hoy pero, para que la dejaran en paz durante su vuelta, se fue tocando una canción que todos los fans de Zelda recordaremos, La Canción Del Tiempo.

Cuando volvió a casa, el teléfono estaba sonando. Lo cogió, y para sorpresa suya le llamaba su abuelo Smith:

- ¿Dónde estabas so chica? - dijo enfadado su abuelo.

- Hola, buenas tardes. - dijo recordándole modales Alana - ¿Siempre llamas así a mamá? Con razón se cabrea...

- Dejemos las tonterías familiares, ven enseguida aquí, a mi casa en el lago, he hecho un experimento que te va a interesar.

- Déjame que adivine abuelo, te has teñido las canas...

- ¡No! No y no. Ven a mi casa enseguida.

- De acuerdo, me paso por allí.

A la media hora sonó de nuevo. Y Alana descolgó el teléfono. Una voz desesperada que ella reconoció le intentó hablar, aunque apenas se le entendía palabra alguna:

- A... abuelo Smith, ¿qué?¿qué te ocurre?

- Es... están... ellos... ¿estás bien? - dijo desesperado su abuelo.

- Eh... yo supongo que sigo viva. - dijo Alana con un tono de guasa, no se creía lo que su abuelo contaba. "Por qué tanta desesperación", se decía. - Anda abuelito, para qué tanto chiste.

- No es chiste querida - dijo ofendido y por fin más calmado. - ojalá lo fuera.

- ¿De qué hablas? - preguntaba algo confundida por la seriedad repentina de su abuelo.

- Verás, em... ven aquí mañana, a mi laboratorio en el Lago, aquí te explicaré todo. - dijo susurrando, como si pudiera haber espías cerca.

- Pero abue... - Smith colgó el teléfono, "menudo abuelo más raro me ha tocado".

Ella, dándole mera importancia al tema se dispuso a abrir la puerta de salida, no sin antes, claro está, sin olvidarse su preciada flauta. Mala fue su suerte cuando dispuesta a salir se topó con...

Nota autora: La canción yo la conozco, se llama, para los interesados, La Feria De Scarborough (Scarborough Fair) y el autor (o autores en este caso) es Simon & Garfunkel. Es una sencilla pieza para flauta que, para los flautistas interesados, recomiendo oír, aunque es algo melancólica por la letra.