Disclaimer: Edward y Bella le son propiedad de S. Meyer. El título y los nombres de los capítulos propiedad de Cris Morena. El resto es todo mío.
Enjoy.
CASI ÀNGELES
"Dos ojos"
Dos
ojos se van
Se van de viaje
No tienen conciencia
De lo que
vendrá
No saben de amor
Ni de libertad
No tuvieron tiempo
Y
el tiempo se va
Algo estaba mal.
Abrí mis ojos con lentitud. La luz del Sol me encegueció por un momento. A mí alrededor todo daba vuelas y estaba confuso. Las imágenes arremolinaban en torno a mí, y no podía distinguir casi nada con exactitud. Para peor, sentía un dolor casi insoportable en la sien, como si alguien me hubiera aporreado con un bate de beisbol o hubiera estado bebiendo varias dosis de alcohol.
Parpadeé varias veces y traté de incorporarme.
Mis ojos tardaron un momento en acostumbrarse a los colores, que se me antojaban difusos y extraños.
Tras unos momentos, me di cuenta que estaba en una especie de prado. El olor a tierra húmeda y a flores silvestres inundó mi espíritu mientras el aire fresco llenaba mis pulmones.
Traté de acordarme de quién era yo, cómo había llegado hasta donde sea que me encontrara y, sobre todo, que era lo que andaba mal. La respuesta a la primera pregunta llegó fácil y de forma natural.
Mi nombre es Bella Cullen y soy un vampiro.
Entonces, de inmediato, me di cuenta de lo que no estaba bien. Cuando uno es vampiro, ve las cosas de manera distinta a los humanos. Percibe las cosas de un modo diferente. Y ahora, yo estaba sintiendo igual que cuando era humana. ¿Podía ser posible que…?
No.
Observé mis manos, comúnmente pálidas
NO.
Giré rápidamente la cabeza en ambas direcciones y encontré un estanque. Corrí a observarme.
¡NO!
Era imposible. En todos mis años de vida y de muerta no había escuchado nunca de un caso semejante. Sin embargo, la Bella de antes me observó desde el reflejo. Aquella niña sin gracia y normal.
¡Era increíble!
¡Era terrible! ¡Después de todo lo que había pasado para poder convertirme!
Perfecto. El único vampiro que no quiere ser humano, se vuelve humano, ironicé en mi desesperación.
Traté de tranquilizarme. Quizá mi familia supiera encontrarle sentido a esta extraña situación y lo resolverían. Si, volvería a mi estado vampírico costase lo que costase.
Pero antes, necesitaba saber donde me hallaba y cómo regresar a casa. Decidí que lo más sensato era empezar a caminar en alguna dirección hasta cruzarme con una casa o un camino.
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Mi situación no podía ser peor.
A la media hora de andar sin encontrarme con nada, había comenzada a caer una leve llovizna. Inocente a simple vista pero muy molesta. Además, los zapatos muy monos-cortesía de Alice- no eran muy adecuados para la ocasión.
Sumado a que mis cualidades como humano no habían tardado en aparecer. Me había tropezado dos veces en los últimos minutos y el hambre-aquella vieja sensación-me carcomía el estómago.
La lluvia había casi arruinado la foto que siempre llevaba conmigo de nosotros tres, a pesar de mis esfuerzos por protegerla en el bolsillo de mis vaqueros.
Estaba exhausta y tenía ganas de llorar.
Cuando de pronto, como una aparición, divisé a un chiquillo.
No podía tener más de seis años y su aspecto se me antojaba familiar. Me miraba con sus grandes ojos verdes, abiertos, entre la lluvia. En un principio no pude decir si estaba confundido o asustado.
Ironía, doy más miedo como humana que como vampiro.
Antes de que decidiera que yo no era de confianza y echara a correr, decidí acercármele. Tenía que averiguar mi paradero, después de todo.
Al poder divisarlo mejor, descubrí que llevaba un ropaje un poco anticuado y que en cualquier momento me pediría que le hiciera un dibujo de una oveja o me empezaría a hablar de Baobabs.
Me estaba volviendo loca.
Hola-le dije con una sonrisa. Gracias a Renésmee, mis habilidades para hablar con chicos eran bastante buenas-¿Cómo te llamas?-terminé amablemente.
Emma dice que no debo hablar con extraños.-me contestó, con una adorable vocecilla aguda, desconfiado.
Me relajé un instante. Era una respuesta normal y yo no estaba loca, aparentemente. Decidí averiguar más sobre la tal Emma. Si me encontraba con un adulto, quizá me diría mi paradero rápidamente.
¿Quién es Emma? ¿Tu Nanny?-aventuré. Típico de los padres de hoy, dejar a sus hijos al cuidado de otros.
Negó con la cabeza, con una mirada extraña.
Es mi hermana.- dijo, luego de un rato de indecisión.
¿Y sabe tu hermana que estás aquí?-Justo en el clavo. Detecté el tono culpable en su mirada, nada más terminada mi pregunta. Lo había pillado haciendo algo grave, ahora haría lo que yo quería.
Por favor no se lo digas. -suplicó, olvidando que yo no tenía la menor idea de quién era Emma- Ni a ella ni a nadie.
Está bien-acepté-pero con una condición, llévame hasta tu pueblo.
El niño se encogió de hombros, me agarró de la mano y me arrastro con decisión hacia el Oeste.
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El camino hacia el Pueblo se me hizo cortó. Edmund, que así se llamaba el niño, enseguida me tomó confianza y resultó ser muy simpático y parlanchín.
Sus modales eran exagerados y era extremadamente bien educado.
Lo primero que me dijo era que yo le caía bien y que era una señorita muy extraña. Luego, me hizo una reverencia. Creo que Nessie, con su mentalidad de siete, no sabe ni lo que significa esa palabra.
Por precaución a vampiros resentidos contra mi familia, había dado mi apellido de soltera. Ahora, el chico me llamaba a todo momento Señorita Swan, a pesar de mis insistencias a que me dijera Bella. Después de todo, hasta las amigas de mi hija me llamaban Bella.
Algún día lo invitaré a casa y se lo presentaré a Edward. Lo adorará, me dije. Vamos, que eran tal para cual y hasta sus nombres pegaban. Claro que antes echaré a Jasper a paseo.
Edmund me contó sobre su gata Eloy, que estaba punto de tener gatitos. Sobre su Pueblo, que no sabía su nombre a pesar de haber recorrido todos sus recovecos. Me habló sobre su amiguita Kit y me confesó con una gran sonrojó que le gustaba. Luego, casi me ordenó que no se lo comentara a Emma.
Emma. La misteriosa. Edmund eludía el tema de su familia con rapidez cuando se lo mencionaba, aunque por la forma que pronunciaba el nombre de su hermana sabía que le tenía especial cariño.
Yo le hablé más bien poco de mí y el chico sólo me hacía preguntas triviales. Por ejemplo, me preguntó si sabía cocinar y le dije que sí. Luego, quiso averiguar sobre mi mejor receta y contesté que carne al Horno, que es la comida preferida de mi hija. El me dijo que era mejor el Pollo. A lo que llevó a una absurda discusión sobre que sabía mejor.
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Luego de mucho caminar, divisé un cartel con una inscripción. Lo leí, esperando encontrar Forks o algún nombre conocido.
"BIENVENIDOS A OAKLAND"
La D final parecía que se iba a caer en cualquier momento.
¡Mierda!-exclamé, sin darme cuenta.
Edmund me miró con sus ojos y la boca abiertos.
Perdón-me apresuré a aclarar- pero si mi sentido no me falla, no creo que en todo el Estado de Washington haya una ciudad con este nombre.
-Eso es porque nos encontramos en Chicago, señorita…
¿Qué? ¿QUÈ? ¡¿QUÈ?!
Era peor que una de las bromas de Emmet.
Swan- respondió Edmund por mí. Yo estaba demasiado shockeada para hablar.
-¿Y usted que hace por aquí? ¿Se ha escapado otra vez de casa?
Edmund y el desconocido empezaron a discutir. Yo no los escuchaba. La sorpresa de saber en dónde me encontraba, fue mayor a la de la aparición del joven, con un vestuario del Siglo pasado, detrás de mí. Llevaba boina y la ropa de un peón. Tendría veinte años.
Es que debe ser una fiesta nacional y la estarán representando. Supuse, razonando. Es más, con Chicago, seguro se refiere a un lugar dentro de Seattle. Me tranquilizaba a mí misma.
¿Cierto, señorita Swan?-escuché decir a Edmund.
Ahora, ambos me miraban, esperando mi respuesta.
¿Perdón?-dije. Los observé echarse unas miradas divertidas. Genial, primero no sabía donde era Oakland y ahora no había escuchado esto último. Todos deben pensar que soy una tonta.
El Señorito me decía que usted es la nueva cocinera, que visita por primera vez el pueblo.- se apresuró a aclararme el extraño-Que en realidad, el no se estaba escapando, sino que la fue a buscar a usted ¿Es eso cierto?
Edmund me dirigió una mirada suplicante, cargada con preocupación. ¿Escapando? ¿Cocinera? Cada vez había más preguntas y menos respuestas.
Sí -contesté, recordando mi promesa. Luego le preguntaría de que iba todo esto. –Es cierto -traté de parecer firmé y segura de mi misma- Señor…
Pope. William Pope- y a continuación besó mi mano con galantería.
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William me caía bien. No mejor que mi nuevo amiguito Edmund, pero bien, al fin y al cabo.
Se ofreció a acompañarnos, supuse que al Restaurant, y resultó un buen compañero de viaje. No me hizo preguntas sobre mi vida que no iba a poder responder ni le resultó extrañó que no llevara ninguna valija.
Yo, a su vez, tampoco pregunté mucho. Sólo mencioné, al ver pasar más gente disfrazada, mi teoría de la Fiesta y la representación; a lo que tanto Edmund como William me miraron extrañados.
La relación entre ambos no terminaba de comprenderla del todo. Se trataban de Señor y Señorito, aunque parecían conocerse de toda la vida. Algunas veces, hasta parecía que Edmund pensara que William era su sirviente, o algo así.
Mientras tanto, cada tanto señalaban lugares que debían ser importantes en el Pueblo y William se ofreció a enseñármelo más adelante con mayor detalle. Yo sonría y asentía, a pesar de saber que mi estadía no se prolongaría y, que en cuanto encontrara un teléfono, iba a regresar a casa.
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Nos detuvimos frente a una casa de estilo victoriano, que hacía juego al pueblo al que pertenecía y a sus raros habitantes disfrazados. Por fuera, se la veía inmensa, aunque en muy mal estado. Era toda blanca, con una puerta azul. Me pareció bonita.
Bueno, me despido- nos dijo William. Le dio un apretón de manos a Edmund, en el que lo vi pasarle un papel doblado que ponía Emma- Mucho gusto en conocerla, Señorita Swan-Hizo una reverencia y yo me sonrojé. Siendo vampiro, estas cosas no suceden.
Llámame Bella-respondí en un acto reflejo. William y Edmund me miraron sorprendidos y extrañados. Otra vez.
Créame, es preferible que nos sigamos tratando de usted. Sino la gente comienza a murmurar.- contestó. Oakland y yo no estábamos en sintonía, no cabía duda.
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Cuando vi el interior de la mansión por primera vez, quedé fascinada. Todo lo que veía era precioso y parecía sacado de un decorado de una película de época. Deseé que Edward estuviera conmigo para poder apreciarlo.
Al observar la lujosa esclarea, imaginé que en cualquier momento podía bajar por ella Keira Knigthley o Colin Firth. En su lugar, apareció una vieja con cara de amargada, con uniforme de empleada doméstica. Me miró, como no, sorprendida.
¿Y tú dónde estabas?-se dirigió a Edmund, con enfado -No importa-siguió- Su hermano y la Señorita Coates vienen en seguida. ¡Y ni siquiera tenemos cocinera! Sube y límpiate un poco. Tu hermana está muy estresada, así que no la alteres demasiado. Más tarde hablaremos de tu castigo…
…el cual, va a ser leve, luego de haberte salvado. Edmund hizo una pausa dramática. ¿De qué iba todo esto?- Encontré Cocinera-dijo luego de u momento. Mi amiguito no era tan inocente como yo pensaba.-Ella es la Señorita Swan y sabe hacer un exquisito pollo con patatas-terminó mirándome, con una pícara sonrisa.
Iba a matarlo.
-Excelente, ven conmigo a la cocina, señorita Swan. Si hoy sale todo bien, le preguntaré a mi Señor sobre si es prudente contratarla indefinidamente.
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Genial. ¿En qué clase de lío me había metido? Antes de que pudiera opinar sobre algo; la Señorita Tylor, la vieja amargada, me había arrastrado a la Cocina, puesto el horroroso uniforme de cocinera-barra-camarera y me había explicado todos mis deberes rápidamente. Luego, se había ido, dejándome sola y sin ni siquiera habiéndome explicado cómo se encendía un horno tan antiguo.
Tienen ama de llaves y un horno de la edad de Piedra. ¿Qué clase de casa es esta? –dije para mí misma.
-Es uno muy moderno, en realidad.
Me sobresalté ¿Es qué todo el mundo quería matarme de un susto hoy? Al girarme comprobé que la voz pertenecía a una joven que en belleza y vestuario podía competir con Keira y ganar fácilmente. Tenía especial parecido a mi amiguito. Los cabellos de ambos eran castaños y tenían los ojos muy verdes. Parecía muy chica, como de quince años.
Emma-dijo, al observar mi confusión. Me la imaginaba diferente-aunque será mejor que me llames Señorita-Ironizó-Tú debes ser la nueva cocinera. Es bueno hablar con gente no tan hipócrita y de la misma edad que una, de vez en cuando-no entendí a que se refería- te vi desde mi ventana ¿sabes? hablando con el Señor Pope, y asumí que no eras una de aquellas jóvenes tontas y superficiales, porque el Señor Pope no se molesta en mantener una conversación con esa clase de gente. Luego, los vi sonrojarse, a ambos, y la gente que se sonroja es porque se gusta ¿Pero a ti no te gusta el Señor Pope? ¿No?
Todo esto lo dijo de carrerilla y con un tono cada vez más amenazante y acusador. No había que ser demasiado inteligente para darse cuenta de que Emma sí gustaba de William. Ahora la nota empezaba a cobrar sentido y todo parecía una telenovela.
No-contesté-Yo…tengo novio-inventé rápidamente. Cuando le digo a alguien que estoy casada a esta edad tiende a pensar mal de mí.
¿Novio?-Emma me miró aliviada-¿Y cuándo se casan?
Aquí todo parecía funcionar al revés y ya me estaba cansando del numerito.
¿Tienes un teléfono?-dije sin rodeos- Lo llamo y le pregunto.- Si ella se podía burlar de mí, yo también de ella.
-No llegaran hasta el año mil nueve veinticinco. Pero si quieres más tarde te acompaño al telégrafo.
¿Mil nueve…? ¿A qué año se supone que están homenajeando?-dije, cansada de que me tomarán el pelo.
-Si te digo que estamos en el año mil novecientos dieciséis ¿Eso responde a tu pregunta?
Y un cuerno.
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Resultó ser que Emma no era tan mala. Me ofreció agua y ni se dio cuenta de mi gran shock, segundo en el día, al comprender que la gente de este pueblo estaba loca. Me explicó cómo se encendía el horno y, tras escucha los ruidos de mi panza me a autorizó a comer pan siempre que quisiera.
Luego se fue y yo empecé a cocinar. Al quedarme sola, la angustiase apoderó de mí. ¿Qué sucedía con esta gente? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Y cómo iba ser para regresar? ¿Y si nunca más veía a…?
Detuve esos pensamientos dolorosos. Por ahora, me tenía que concentrar en hacer la cena, después de todo iba a necesitar alojamiento para esta noche y esta casa era la mejor opción.
Escuché entrar a un grupo de gente por la puerta principal. Emma me había dicho que su Hermano volvería a casa luego de un mes de trabajar para el ejército. En su carta había mencionado que lo acompañaría una tal Señorita Coates junto a su hermano el Señor Coates; y todos sabían lo que aquello significaba. Compromiso. Matrimonio. Me dijo, indignada.
-Yo sé que mi queridísimo hermano no tiene especial interés por casarse. Sólo lo hace para que Edmund y yo tengamos una figura materna en el crecimiento-Dijo esto como si hubiera llevado un tiempo recitándoselo a cada persona con la que se topaba. Me abstuve a preguntarle por sus padres.- ¡Y es cuatro años más vieja! Él tiene dieciséis y ella veinte. Además, se lo estoy diciendo, ella no me va a agradar para nada.
¿El Señor tenía sólo dieciséis años?
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Puse cada plato con cuidado sobre la bandeja y me dispuse a ir hacia el comedor con mi mejor sonrisa. A Isabella Cullen se la contrata o se la contratata. Además, si tenía que dormir en la calle, me iba a agarrar algo.
Cinco personas había en la mesa.
Edmund me observó con cara de aburrido. Estaba peinado con una raya al medio y parecía todo un señorito. No pude evitar sonreírle mientras le servía.
Emma estaba vestida con sus mejores ropas. Se la veía distraída. Quizá estuviera pensando en William.
Los otros tres eran un Señor mayor que me echo una mirada grosera cardado con algo de lujuria. Cerdo, me dije.
Una joven muy bella y encantadora a simple vista, que coqueteaba con un hombre joven. El famoso señor supuse, al cual yo tenía que agradar. Curiosa le eché una breve mirad.
Con lo que me llevé el tercer, y mayor, Shock del día.
Un par de ojos verdes, similar al de sus hermanos, me observó curioso.
El Señor era…
Y de repente caí en la realidad. Lo que siempre supe pero traté de explicar lógicamente. Yo, de algún, había retrocedido en el tiempo. Y ahora estaba trabajando en la casa de un Edward humano. En Chicago. En Mil Nueve Dieciséis.
…mi marido.
