La Dulce Venganza

Capítulo 1: La Subasta

"Traté de ser lista, de ser inteligente, de ser la persona que todos pensaban que era. Traté de no caer en la venganza, pero eso no resultó bien. Condénenme al infierno si quieren, a ese lugar que los muggles tanto temen. No me importa, iré gustosa luego de obtener mi victoria, los llevaré a ellos conmigo, porque no hay mejor lugar para aquellos que osaron en quitarme todo lo que una vez amé."

En ese tipo de eventos, dulces fiestas para hipócritas, como solía llamarlos su marido, todo el mundo se esmeraba para lucir bien. Claro, era prácticamente el requisito más importante para presentarse en el lugar, vestir los mejores atuendos que haya en el closet, y jamás repetir vestido si se está con las mismas personas. Los varones, ya no apegándose al tradicional negro, lucían trajes de diversos colores y texturas, lisos, a cuadros, con puntos o rayas, eligiéndolos según la hora que se celebraba la reunión. Las mujeres, por otro lado, vestían por lo general con colores pasteles, con exuberantes y costosas joyas de todas las piedras preciosas que existen en la tierra, y peinados que hacían enmarcar sus rostros y escote. En fin, aquel tipo de fiesta era una constante competencia para ver quien se veía mejor y quien era el escándalo de la moda.

Por supuesto que desde hace un par de meses, los eventos celebrados en Inglaterra por magos de alta sociedad, y por ello me refiero a familias de sangre puras y mestizos más ricos, un constante escándalo de la moda se pavoneaba por entre las personas, con una copa de champán en la mano, y ojos estudiosos y calculadores.

-Cada vez me sorprende con su look, señora Thompson.

La aludida, sonriendo en su hermoso vestido rojo carmín, se encogió de hombros fingiendo modestia, pues sabía que era la envidia de las mujeres del lugar por ser el foco de atención de todas las miradas masculinas desde la primera fiesta a la que había asistido.

-¿Qué puedo decir? No me gusta seguir las reglas - contestó con aires de sencillez - además, a mi marido le encantaba verme de rojo.

-Seguro que sí, querida.

La señora Thompson, una chica de solamente veintiocho años de edad, siguió caminando por el jardín de la mansión, mientras su largo cabello rubio se ondeaba a cada paso y el viento provocaba que el aroma de sus rizos inundara las narices de los machos, quienes prontamente se acercaban a ella para charlar. Hablar de cosas vanas y sin importancia con ellos no le importaba, era más entretenido que escuchar los cotilleos que se esmeraban por contar las mujeres, quienes parecían nunca tener nada más que hacer que entrometerse en la vida de otros. A veces, los chicos se ponían más interesantes, dejaban de hablar de cricket, póquer, o Quidditch, para pasar a los negocios, y eso era algo que le interesaba. Su marido y ella habían construido un imperio, con su ingenio y la habilidad de Vince para hacer negocios, Thompson Incorporated llegó en tan solo siete años a ser la empresa más importante minería mágica de Europa, quedando número uno en la revista mágica de economía "The Magimoney".

-¿Cómo te está resultando tu nueva asistente, querida? – preguntó Roger con simpatía, entregándole una copa de champán para reemplazar la que ya había vaciado rato atrás.

-Bueno, se le pasan ciertos detalles, pero es solamente una niña así que no puedo quejarme, recién está empezando – dijo la chica con voz serena. – No obstante no tenías por qué enviarme a una espía.

Roger sonrió, era curioso ver a aquella chica, tan joven, y tan bonita, dirigir un imperio sola, sin la ayuda de nadie. La nueva asistente era sin duda una gran ayuda, puesto que así podía delegar ciertas actividades, o tener a alguien quien le dijera que lo que había en su agenda.

-No la mandé para espiarte, cariño, sino para que tengas a alguien que te aliviane la carga y que te dé de comer. Tú también eres una niña para mí.

-Solamente eres dos años mayor que yo, Roger, no te vengas a hacer el adulto aquí y a tratarme como a una bebé, porque ambos sabemos que tengo la madurez necesaria – contestó ella un tanto a la defensiva, mirándolo con los ojos entrecerrado.

-Hey, solamente estoy tratando de ser bueno contigo, Vince me pidió que cuidara de ti.

Ella suspiró, el nombre de su esposo lograba ese efecto siempre que se sentía algo abrumada. No se habían casado por amor años atrás, era solamente una transacción, pero resultaron ser los mejores amigos. Vince siempre la apoyó en sus planes, cuando se los contó, él trató de detenerla, pero luego se dio cuenta de que era lo que debía hacerse. Y ella estaría eternamente agradecida por eso.

-Lo sé, lo siento, estoy algo agobiada aquí – comentó tomándole amigablemente la mano a Roger -, este lugar no es mi favorito, que digamos.

-Deja el pasado atrás, pequeña.

-Eso quisieras.

Se alejó caminando, evaluando a cada invitado, reconociendo sus caras, hablando con un par de ellos, estudiándolos. En aquellos dos meses en los que había vivido en Inglaterra, muchos tenían la intensión de intimidarla, de asustarla, o de utilizarla para sus propios fines. Sin embargo, a lo largo de los años había construido un muro que dejaba atrás todo sentimiento que le impidiera conseguir lo que quería. No se dejaba pasar a llevar, era la mujer más fuerte que alguno de aquellos presentes podría conocer jamás, y su fortaleza la llevaría al éxito… O a la destrucción.


Otra de las fiestas de su madre. Genial. Sabía que ese era uno de los posibles riesgos de regresar a Inglaterra, y específicamente a la mansión que había sido su hogar hacía años atrás. Pero una vez pisado el patio de la casa, no había vuelta atrás, no podía escapar de ahí puesto que muchos de los invitados lo reconocieron y se acercaron a saludar, emocionados por su regreso luego de cuatro años fuera del país, viviendo con su mujer en París, desde donde dirigía la sucursal francesa de Malfoy's Golden and Silver. Sí, la empresa que sus ancestros habían construido alguna vez siglos atrás, se alzaba cada día más, recuperándose del fiasco que había atravesado años atrás, cuando los Malfoy estuvieron metidos en las artes oscuras. Ahora, diez años más tarde, el mundo mágico británico, e internacional también, ponía las manos al fuego por ellos, viendo que era una de las empresas más fuertes y competentes en lo que se refiere a la minería mágica, específicamente el oro y la plata, extraídos desde las tierras donde los muggles jamás pensarían que podrían encontrar tales metales.

Su éxito había sido tal, que se habían expandido, a otros lugares de Europa, y prontamente, si todo iba como esperaban, tomarían posición en Brasil y Arabia Saudita. Por lo mismo, la empresa ya no sería conocida por su nombre actual, sino que su nuevo nombre, Malfoy's Global Golden and Silver les daría la distinción a nivel mundial.

Su celular sonó, salvándolo de una tediosa y sofocante conversación con una de las ancianas amigas de su madre, la señora Pennyweather, una mujer regordeta amante de los perros Bulldogs, y del brandy, que lo había abordado apenas la cena terminó. Se excusó, agradecido internamente por no tener que escuchar nuevamente sobre Daisy, su perra que tenía ya doce años de existencia, y que se negaba a dejarse ir a pesar de la enfermedad que le afectaba el cerebro.

-Thompson ha aceptado reunirse con usted, señor Malfoy – comentó su secretaria desde el otro lado de la línea – el miércoles a las catorce horas.

-Perfecto – derrotar a Thompson Incorporated había sido su ambición desde que habían tomado su lugar como número uno en "The Magimoney". Esos malditos no hundirían su ego sin recibir algo por ello -, avísale a Zabini que tome el traslador, pero necesito que esté aquí el martes, para discutir con él. Avísale a Thompson que la reunión será en la sala de juntas en Londres.

-Por supuesto, señor, de inmediato.

Tras colgar, una sonrisa de triunfo llenó su rostro, debía encontrar a su padre, entre esa millonada de gente, para comunicarle sus recientes acuerdos. Thompson iba a caer, no iba a ser posible que rechazaran la oferta que estaba por darles, no después de haber leído los últimos informes que su espía le había dado. Su competencia iba de mal en peor, los número no les estaban cuadrando y ahí estaba él, actuando como un supuesto héroe para evitar que ellos quebraran por completo.

El director de orquesta anunció el comienzo del baile a través del micrófono, por lo que muchos comenzaron a caminar hacia la pista donde ya empezaban a danzar algunas parejas. Un camarero pasó por su lado, ofreciéndole champán, el que aceptó con gusto, anticipándose a la celebración que tendría el miércoles por la tarde, junto a su padre, su socio, Blaise Zabini, quien dirigía la sucursal Italiana, y su madre, tal vez, luego de adquirir las acciones de Thompson y convertirlo en un subsidiario de su compañía.

Se plantó cerca de la pista de baile, evaluando con la mirada a los presentes, y buscando con disimulo a su padre, quien seguramente estaba por ahí, adulando a alguna mujer joven, persuadiéndola de irse a la cama con él luego de que la función terminara, invitándola a bailar, y evitando a su pobre madre, quien debía estar cotilleando con sus amigas, tratando de hacerse la mal entendida, haciendo oídos sordos a las acciones de Lucius, y sufriendo por dentro el desengaño. No sabía cómo era que su madre podía seguir viviendo bajo la sombra de la infidelidad de su esposo, sin embargo no era algo en lo que podía opinar, puesto que su propio matrimonio, consolidado como el de sus padres, no era siquiera un poco emocionante ni lleno de amor como aparentaban cuando estaban en público. Era más que nada, un acuerdo de negocios, como casi todo en su vida.

Localizó a su padre parado mirando a los danzantes del otro lado de la pista, justo frente a él, por lo que se dirigió hacia allí, saludando a un par de personas en el camino, besando manos de chicas encantadoras que estaban en la posible lista de mujeres a las que llamar si necesitaba un revolcón y su mujer no estaba presente. Tal palo tal astilla.

Lucius Malfoy, imponiendo su porte y elegancia, sostenía un vaso de Whiskey de Fuego con su mano derecha, y la otra la tenía metida en el bolsillo del pantalón gris. Su largo cabello, más blanco que rubio ahora que era más viejo, amarrado con una cinta, otorgándole un toque renacentista al atuendo. Con expresión inescrutable, observaba a sus invitados, a los invitados de su esposa, con cierto desgano. No estaba de ánimos para una fiesta, ni mucho menos para las cotorras mujeres de la sociedad. Tal vez podría elegir una presa pronto y largarse de ahí para tener más satisfacción de la que podría darle el whiskey.

-Thompson mordió el anzuelo – comentó Draco situándose a su lado, mirando hacia el mismo lugar donde su padre miraba, una morena chica de ojos castaños vestida con un largo vestido celeste pálido, y exuberantes curvas.

-Me alegro – Lucius, sin cambiar ni un poco la expresión, volteó el rostro hacia su hijo y levantó su vaso, para brindar con Draco el pequeño pero gran paso -, les daremos a esos bastardos lo que merecen por quitarnos el primer puesto.

-Por supuesto que lo haremos, padre.


No podía negar que el lugar se veía muy diferente a años atrás, cuando había pisado el suelo de esa mansión en aquellos tiempos tan oscuros. Los toldos blancos adornados con luces de navidad le concebían al jardín un toque más limpio y las mesas envueltas en aquellos manteles color marfil se veían más amplias de lo que eran. Cualquiera diría que, por la decoración elegida, el evento se trataba de una fiesta de bodas, no una recaudación de fondos para niños abandonados. Nunca creyó posible que Narcisa Malfoy, quien había conocido en sus tiempos como la Reina de Hielo, fuera una mujer que viviera para preparar subastas y fiestas para fundaciones de ayuda. Sin embargo ahí estaba, en el tercer evento organizado por la mujer y en la décima fiesta relacionada con lo mismo en la que veía a la señora y el señor Malfoy.

El cóctel preparado para la ocasión no se había limitado en gastos y era tan ostentoso como todo lo demás en esa casa. Luego de todos aquellos canapés, empanadas, brochetas, frutas, pasteles, no sabía cómo era que las personas se sentaban, como si nada les hubiese pasado, en los lugares que les habían asignado para disfrutar de otra extravagante cena de langosta.

-Espero estén disfrutando de la noche - comentó Narcisa Malfoy a través del micrófono, desde su mesa -, es un agrado tenerlos aquí, en mi casa, con este fin tan noble. Seguro que hay muchos niños que agradecerán que abran sus corazones y billeteras, por supuesto - el chiste hizo reír a los presentes, pero había ahí algunos que solo fingían su risa. - No quiero entretenerlos con más de mi palabrería, así que ¡bon appétit!

Los platos, cubiertos con una tapa de metal, fueron descubiertos todos al mismo tiempo por magia, revelando una suculenta langosta que sacó a cada uno de los presentes una mirada de admiración.

-Es un honor sentarme junto a usted, señora Thompson - dijo Marcus Flint con aires de seducción -, he oído bastante de su persona estos días.

-Espero que hayan sido cosas buenas - sonrió la muchacha con gentileza, pero tratando de no dar la impresión de que estaba coqueteando con él. Lo que menos necesitaba en ese momento era que corrieran los rumores de un nuevo, y muy desagradable a su parecer, amorío entre ella y Flint.

-Oh, por supuesto, sobre todo se resalta su valentía por mostrarse diferente, cosa que me ha demostrado hoy.

Tenía que frenar el impulso de rodar los ojos, porque el intento de ese idiota de querer entrar en sus bragas con estúpidas mentiras le daba asco. Sabía lo que se decía de ella y claramente no era valentía lo que decían que definía a su persona por usar ropa distinta a la de las demás mujeres de sociedad. Unos echaban la culpa a vivir en el extranjero tantos años, otros a un intento de conseguir marido luego de quedar viuda, otros a meter a alguien en su cama de forma fácil, pero ninguno decía que era valiente por romper las reglas, y por supuesto no lo harían por la envidia que le tenían. Al fin y al cabo ser la mujer más poderosa en Inglaterra y probablemente en Europa Occidental daba mucho que desear a las pobres damas de sociedad que se pasaban la vida sentadas en su sillón blanco de terciopelo bebiendo una taza de té, y a los varones que trataban de levantar negocios que eran opacados por el de una mujer. En una sociedad machista como esa era indigno que una chica los rebajara.

Claro que había otros que no sabían ni siquiera su nombre, y era verdaderamente refrescante cuando conocía a alguien así. Porque de esa forma podían conocerla por quien era y no por los millones que había en su bóveda en Gringotts. Aunque nadie llegaba a conocerla completamente, nadie sabía el secreto tras esa mirada calculadora. Excepto dos personas, tal vez.

La conversación con Flint y los demás presentes, entre ellos su amigo, Roger Davies, fluyó en torno a la subasta que se realizaría más tarde, donde finas piezas de arte estaba listas para ser ganadas por el mejor postor.

-Escuché que una de las piezas es la escultura del ave Fénix que solía tener Dumbledore antes de morir - comentó Lauren Marshall, una coleccionista de arte mágico -, debe ser magnífica.

-Si se parece a Faukes por supuesto que lo será - dijo Roger.

-Por supuesto, había olvidado que tanto usted, señor Davis, como el señor Flint estudiaron en Hogwarts. Debieron conocer al ave y a su dueño en persona.

-Yo nunca hablé con él realmente - habló Flint mientras trataba de partir la pinza de la langosta -, Dumbledore se inclinaba en hablar personalmente sólo con ciertas personas, al resto nos tiraba a los jefes de casa para resolver los problemas que tuviéramos o que causáramos. Estaba siempre con su favorito, Harry Potter, prestándole toda su atención dejando al resto a su cuenta.

La señora Thompson apretó los puños bajo su mesa, tratando de no saltar contra ese imbécil que se empeñaba por insultar a Dumbledore sutilmente. Si una cosa había aprendido con los años era que el difunto director hacía todo lo posible por mantener a salvo el mundo en el que vivimos, y que un estúpido como Marcus Flint viniera a decir lo contrario era como un insulto para ella también.

Roger la miró interrogante, como preguntándole si se encontraba bien, por lo que se obligó a respirar hondo y seguir con el tema de la subasta, era lo que los había llevado a la fiesta, después de todo. Los fondos recaudados iban a ser destinados a la construcción de una nueva y mejorada casa de acogida, donde aquellos menores de diecisiete años que no tuvieran un lugar donde vivir, pudieran refugiarse ahí por el tiempo que necesitaran, y encontrar una familia en aquellos iguales a ellos mismos, o también, ser adoptados por almas benevolentes.

Era una causa noble, como lo había dicho Narcisa, y muchos estaban muy dispuestos en soltar sus cheques con grandes cantidades de dinero, con el fin de que aquellos no tan afortunados pudieran tener una vida mejor. Claramente había otros que solamente lo hacían para quedar bien, o para demostrarle a la sociedad que eran capaces de dar un montón de dinero y que no afectaba sus cuentas. Motivos egoístas o no, los niños saldrían ganando, y eso era lo importante.

La langosta dio lugar al postre, una suculenta tarta de melaza muy parecida a la que solían servir en Hogwarts, aunque luego de no comer ni un solo bocado de ella en más de ocho años le sabía de maravilla, e incluso mejor a la que daban en la escuela. Y luego del postre, mientras los invitados seguían conversando de cosas triviales sentados en sus mesas y otros parados en algún lugar bebiendo champán o whiskey de fuego, el director de orquesta anunció el comienzo del baile, que tradicionalmente consistían en diez canciones tocadas por la sinfonía antes de comenzar con la subasta.

-¿Mi querido Roger, me concedes esta pieza? – le preguntó la rubia a su amigo con una sonrisa, sorprendiendo a los demás presentes por tomar la iniciativa con respecto al baile.

-Por supuesto – sonrió él.

Roger se levantó para ofrecerle el brazo a la chica, y conducirla a la pista de baile, a donde varias parejas se dirigían. Y al contrario de lo que todos creían, se ubicaron algo apartados del resto, para no llamar mucho la atención de los presentes, y así poder conversar con un poco más de privacidad.

-Es obvio que quieres hablar conmigo – comentó Roger en susurro - ¿qué sucede?

-Malfoy mordió el anzuelo – murmuró con una sonrisa -, su secretaria llamó hace un rato a Penélope pidiendo una reunión, seguramente ese intento de espía que enviaron a recopilar información les dio los datos. Tenemos una junta el miércoles en sus oficinas en Londres.

-Eres malvada – la sonrisa que Roger le dedico fue de pura picardía, satisfacción y tal vez, un poco de orgullo.

-Sólo trato de proteger lo mío – dijo con fingida inocencia.

-Claro – concordó con ironía el joven.


-Draco, ¡qué gusto! No sabía que habías vuelto ¿cuándo llegaste?

Theodore siempre había sido considerado uno de los únicos amigos leales que Draco una vez tuvo. Si bien cuando estaban en la escuela no se frecuentaban mucho, él sabía que si necesitaba algo Nott estaría ahí para ayudarlo en lo que fuera. Al mantenerse al margen de la guerra mágica contra Voldemort diez años atrás, había logrado proseguir sin problemas en su carrera, lo que le permitió llegar a ser un gran abogado y trabajar en el ministerio. Algunos habían tenido sus peros, por supuesto, ya que no era desconocido que su padre era un fiel seguidor del Lord Oscuro, pero Theo estaba limpio, libre de todo crimen que pudieron pensar, tal vez el único delito que ejercía diariamente era ser sumamente inteligente, lo que lo ayudaba bastante con su trabajo.

-Hace un par de noches – respondió Malfoy con una sonrisa, abrazando con ganas a su amigo, feliz de verlo también.

-Supongo que tu madre organizó esta fiesta en honor a ti – comentó Nott.

Draco rio. Lo más probable era que la fiesta estuviera planeada mucho antes de que su madre siquiera supiera que pensaba volver a Inglaterra. De hecho, ella no lo supo sino hasta que apareció en la Mansión Malfoy con sus maletas, y le comentó que pasaría unas semanas ahí para ayudar a su padre con los negocios, entretanto su mujer estaba fuera.

-Mi madre usa cualquier excusa para dar una fiesta, yo solamente soy un extra en este lugar.

-Qué modesto de tu parte, Malfoy. – Theo levantó su copa para brindar con su amigo por su broma, puesto que lo último que creía era que el rubio podía llegar a ser modesto alguna vez.

-¿Qué puedo decir? Soy el hombre más humilde de este lugar.

Rieron a carcajadas, mientras observaban a los presentes. Había mucha gente en la fiesta, gente que jamás en la vida había visto y otros a los que detestaba con su alma por lo altaneros que eran. Es decir, él era bastante presumido, para qué negarlo, pero esas personas también eran hipócritas, y eso no lo definía a él. La mayoría de la gente que había ahí asistía a ese tipo de eventos solamente para aparentar, y gran parte de las mujeres para cotillear. Realmente no entendía el afán de algunas féminas de querer meterse en la vida de los demás, parecía que no tenían otra ocupación y su vida era tan aburrida que debían entretenerse con la de otros.

-¿Dónde está Astoria? No la he visto.

-Oh, ella está de viaje, - contestó Draco, quien no vio venir esa pregunta - quiso recorrer el mundo antes de que nos pongamos en plan de tener un bebé.

-Por supuesto, no se podría esperar menos de ella... – Draco tenía que hacer como si no había notado el aire de fastidio que sonó en su voz. No era desconocido para él que su esposa no era la persona favorita de Nott; suya tampoco, obviamente, pero debía aparentar que se llevaban de maravilla ante todos y ante su amigo, - ¿Están bien ustedes dos? – Pero Theo lo conocía demasiado bien.

-¡Theodore, cariño, ven!

Luna Nott, casada con Theo hacía cinco años, llevaba un vestido celeste pálido largo, con corte griego y el cabello recogido en un elegante moño. Estaba a unos cinco metros de ellos, pero su particular voz era audible a muchos más. Theodore miró en su dirección y le sonrió con ternura

-Un momento, Luna – le pidió, pues tenía que terminar de hablar con Draco antes. Intuía que algo andaba mal en la relación de él con Astoria y quería saber si podía serle útil en algo. Sería feliz de arreglar todo para el divorcio, si es que los problemas eran de tal magnitud.

-Ve con ella, ya hablaremos, no tengo planes de marcharme en bastante tiempo – dijo Draco guiñándole el ojo.

Theodore asintió con la cabeza y tras darle una amistosa palmada en el hombro, se fue caminando en dirección a su mujer, quien daba pequeños saltitos en su lugar, demostrando lo emocionada que estaba. El túnel de gente que se hizo para dejar pasar a Nott se abrió un poco más revelando a una hermosa chica parada junto a Luna. La joven llevaba puesto un corto vestido rojo de encaje, sencillo, pero elegante, y que definitivamente contrastaba con la vestimenta de los demás presentes, quienes optaban por colores más sobrios y apagados. Algo en esa iniciativa en romper las reglas llamó la atención de Draco, quien quiso de inmediato saber la identidad de la joven. No obstante, el largo y ondulado cabello rubio de la joven, suelto en toda su extensión, le ocultaba el rostro bajo sombras, dejando a la vista su respingada nariz. La chica se volteó, dándole completamente la espalda, evitando de esa forma que pudiera verla. Sin embargo eso no evitó que recorriera su cuerpo con la mirada. El cabello le llegaba prácticamente a la cintura, pero su color claro dejaba trasparentar el rojo de su vestido, revelando la estrecha cintura que tenía. Siguió mirando hacia abajo, e inconscientemente se mojó los labios al mirar su trasero y sus largas y tonificadas piernas, las que finalizaban en unos altos zapatos de tacón plateados.

Esa mujer tenía algo especial, pero también le parecía algo familiar la forma en que se paraba y movía los brazos al hablar.

-Hijo, he estado buscándote por todos lados - comentó Narcisa situándose a su lado.

-¿Qué ocurre, madre?

No podía apartar la vista de aquella chica, era como si su visión lo hipnotizara, y eso que no había llegado a ver su rostro, realmente. Tenía la intención de hacer uso de su galantería, al fin y al cabo, su esposa estaba lejos, lo que era muy conveniente para él en esos momentos.

-Lainadan me ha informado que Astoria llamó - dijo con voz preocupada -, desea que la llames urgentemente.

-Te puedo asegurar que nada de lo que concierne a ella es urgente.

Narcisa lo miró con horror, y tan disimuladamente como pudo lo alejó de los invitados, privándole la visión de la deliciosa desconocida que estaba a punto de voltearse en ese momento.

-Draco, Astoria es tu esposa, debes mostrarle el respeto que merece, así que ve a llamarla. - ordenó, recibiendo una ceja levantada por parte de su hijo.

-Disculpa que te lo haga saber, madre, pero ya no soy un niño y no tienes por qué estar dándome órdenes - dijo con un tono duro, pero tan frío como el hielo -. Astoria tiene el respeto que merece y la llamaré cuando sienta ganas de hablar con ella, no ahora.

-Dijo que era urgente.

-Si así lo fuera, me habría llamado directamente a mi celular - contestó Draco seguro -. Lo único que quiere es ponerte en mi contra.

Ella estaba por contestar, pero una chica menuda, quien Draco supuso que era la asistente de su madre, se acercó a ellos para informarle a la mujer que debía ir hacia el escenario para empezar la subasta. Narcisa asintió, para luego mirar a su hijo con el claro mensaje de que eso no terminaba ahí. Se marchó con la cabeza alta, signo que demostraba lo molesta que estaba con él, pero eso no hizo que fuera tras ella, ni que sacara su celular para llamar a Astoria. Realmente no tenía ganas de hablar con su esposa, en esos momentos que tenía a otra rubia en mente.

Volteó nuevamente hacia el lugar donde había visto a Theo con aquella sexy desconocida, pero sólo estaba su amigo con su mujer, conversando animadamente. Ni rastro de la chica que quería ver. Gruñó malhumorado, y recorrió la multitud con la mirada, buscándola, pero no la vio. Tenía que saber quién era, lo sentía como una necesidad biológica, como respirar. Solamente esperaba que no se hubiera ido, porque no quería preguntarle a su madre quien era. Ella seguramente pensaría que le sería infiel a Astoria, y no le convenía tenerla de enemiga mientras estuviera en Londres.

Por lo que comenzó a caminar disimuladamente por entre la gente, buscándola, moviendo los ojos con algo de desesperación. Era una reacción extraña, jamás se había sentido de esa forma. Normalmente eran las chicas quienes acudían a él, no al revés, nunca había tenido que buscar a alguien con tanta vivacidad.

-Mis queridos, estamos por comenzar la subasta – Narcisa sostenía su varita apuntando a su cuello para amplificar su voz -, por favor acérquense.

Los invitados poco a poco se fueron acercando a sus mesas, y mientras se iban sentando, Draco se quedó parado, sabiendo que, si ella no se había ido aún, eventualmente llegaría ahí, y se destacaría entre los demás. Lo que sucedió, claramente. La chica caminaba tomada del brazo de Roger Davies, con el rostro volteado hacia él, quien le iba hablando de una manera muy cercana. Lo envidió de inmediato, a pesar de que todavía no podía ver la cara de la mujer. Lo envidió por poder tocarla y se preguntó si ella sería su novia.

Alguien llamó a Davies desde algún lugar cerca de donde Draco estaba, por lo que ambos se detuvieron y miraron en dirección al llamado. Y por fin pudo ver su rostro.

Era hermosa, no podía siquiera negarlo. Su piel de porcelana era tan blanca como la nieve, sus ojos de un tono miel, maquillados perfectamente con un ahumado oscuro. Y sus labios, finos pero apetecibles, pintados de un tono neutro. Era seguramente la chica más atrevida que había ahí, y no sólo por su vestido, sino que también por su maquillaje, puesto que se había fijado, en el resto de las mujeres que habían asistido al evento, que el maquillaje que usaban también era en tonos apagados, pasteles, sin mucho color.

Era impresionante que se distinguiera tanto de las demás, y seguía pensando que le parecía familiar, sentía que la conocía de alguna parte, pero no sabía dónde. Tal vez esa sería la excusa para acercarse a hablar. Ahora solamente tenía que hacer que Roger Davies la dejara sola.

Gracias al llamado, Davies le dijo algo al oído y se alejó de ella. Era el momento perfecto, nadie estaba cerca de ella con la intención de entablar conversación, se encontraba sola parada en el medio del jardín. Sus ojos miel se posaron en él, lo miró de arriba abajo, y sonrió. No era una sonrisa de saludo, ni de amabilidad. Era una sonrisa de pura seducción, que le quitó el aliento por unos momentos. No iba a perder más tiempo, tenía que ser suya.

Pero apenas dio un paso hacia la muchacha, su padre lo llamó, y por el tono de voz, no podía desobedecer. Y menos estando en medio de tanta gente. La chica levantó una ceja, sin dejar de sonreír, y comenzó a caminar nuevamente entre las personas, directamente a su mesa, que estaba muy alejada a la de él. Maldijo por lo bajo, pero iba a conseguir acercarse a ella en algún momento, era una promesa.

Lucius Malfoy estaba ya sentado en su mesa cuando llegó junto a él, le lanzó una mirada llena de seriedad, pero sin llegar a delatar lo molesto que estaba por ese llamado. No era que al mayor de los Malfoy le importara mucho que su hijo estuviera enojado con él de todas maneras. Se sentó a su lado, puesto que sabía que el hombre deseaba comentarle algo, y en esos casos no era preferible que el resto de la mesa, o los que estaban alrededor lo escucharan.

-Hay grandes inversionistas hoy, Draco – comentó mirando los rostros de las demás personas que habían ahí -, la subasta la organiza tu madre, pero eso no quita que podamos pujar. Debemos mostrarnos fuertes, y demostrar que podemos despilfarrar el dinero en estas estupideces.

-Es una buena causa, padre – dijo Draco -. ¿Me estás pidiendo que puje por alguna de las obras de arte?

-Exactamente.

-OK, si es lo que quieres…

Su casa en París la tenía llena de obras de arte muy bellas, no era que necesitara otra más, puesto que no había espacio. Astoria era fanática de las galerías francesas, italianas, y holandesas, y se daba el capricho de comprar lo que quisiera para su hogar cuando le daba la gana. Draco no se quejaba, pues en ese sentido su mujer tenía buen gusto, y su casa se veía más cálida con aquellos cuadros y esculturas. Pero ahora su padre prácticamente lo obligaba a arrojar dinero de más en arte que seguramente no le gustaría.

Al menos es por una buena causa.

A veces se preguntaba si el dinero que se obtenía en esos eventos realmente llegaba a las fundaciones para las que estaban dirigidos, y por eso, en ocasiones iba directamente a esos lugares a dar dinero. ¿Quién lo diría, verdad? Draco Malfoy un benefactor. Nadie que lo hubiese conocido cuando estudiaba en Hogwarts lo habría creído, pero la verdad era que mientras estaban en el medio de la guerra con Voldemort, le había tocado ver como muchos niños se quedaban sin padres por su culpa, por culpa del bando al que su padre lo había arrastrado. Y como una forma de poder redimirse había ayudado, a lo largo de los años, a reconstruir centros de ayuda y proveer de dinero para alimentación y estudios. Un acto noble del que muy pocos sabían.

-Bien, la primera obra a subastar es este precioso cuadro de Gregory Goyle – dijo el maestro de ceremonia – llamado "la desolación de la veela".

Goyle había sido un gorila sin cerebro en la escuela, pensó Draco, pero tenía habilidad con el pincel. La pintura reflejaba a una veela de brillantes ojos color plata y su largo cabello rubio cubriendo su cuerpo desnudo justo en las partes en las que debía, quien miraba por una ventana con rostro serio hacia un paisaje lleno de vida.

-Empecemos con cien galeones. ¿Quién da cien galeones?

Una mano fue levantada.

-Bien, tenemos cien galeones, ¿quién da doscientos galeones?

La suma fue subiendo poco a poco, hasta que fue vendida por un millón y medio de galeones. Goyle, sentado un poco más allá, se veía radiante, no porque el dinero fuera para él, sino que por el prestigio que le daba aquello para su carrera. Esculturas y más cuadros fueron subastados a continuación, pero ninguno llamaba su atención como para pujar por él. Eran obras aburridas, o que eran de un estilo totalmente distinto al de su casa, por lo que si lo conseguía tendría que regalarlo, y sería una lástima.

-Tenemos aquí la pintura de esta noche, señores y señoras – comentó el maestro de ceremonias, recorriendo el jardín con la mirada, como desafiándolos para ver quién lo tendría. Lucius lo pateó por debajo de la mesa, para que no se quedara sin pujar, obligándolo con la mirada a que lo hiciera -. "El sauco más alto" de nuestro querido Albus Dumbledore, en sus años de artista.

Era una pintura de un árbol de sauco que sobresalía de los que tenía alrededor, un río cruzaba por frente a él y por magia, parecía que el río se movía al igual que las ramas del árbol. Aquel cuadro le recordaba al cuento que su madre le contaba cuando era pequeño, "la fábula de los tres hermanos". Imaginaba que Dumbledore se había inspirado en ello también.

La puja llegó a los quinientos galeones antes de que alguien ofreciera seiscientos galeones. La melodiosa voz, proveniente de una mesa a su derecha, le pareció familiar, no sabía de dónde era, pero sí sabía que en algún momento la había escuchado. Raro. Volteó a ver quién era la persona dueña de aquella voz y se encontró con la chica de vestido rojo. Sonrió.

-Seiscientos galeones ofrece la bella joven – dijo el hombre que dirigía - ¿alguien ofrece más?

Draco levantó el brazo.

-Setecientos.

-Perfecto, setecientos…

-Ochocientos – dijo la mujer.

-Mil galeones – contraatacó Draco, y volvió a mirar a la joven, quien lo observaba con una sonrisa y una mirada desafiante. Provocadora. Deliciosa.

Se oyó un murmullo cuando ambos se miraron, y cuando ella ofreció dos mil galeones, un coro asombrado inundó el jardín. Narcisa estaba que explotaba de la felicidad ahí arriba del escenario, donde estaba sentada junto a otros colaboradores del evento. Draco no estaba seguro si invertir aquella cantidad de dinero en ese cuadro valía la pena, pero sí valía seguir el juego de aquella mujer. Cada vez que la observaba sentía con más fuerza que algo familiar había en ella, pero mientras más se aproximaba a su nombre, más rápido se iba de su mente.

Lucius lo pateó nuevamente por debajo de la mesa, para que superara la oferta de su bella contrincante, por lo que de inmediato prometió tres mil galeones. Ya nadie se interponía entre ellos, nadie más pujaba por el cuadro.

-Cuatro mil galeones – dijo ella.

-Vaya, vaya, vaya, qué competencia – comentó Narcisa, levantándose de su asiento y situándose al lado del maestro de ceremonia, quien estaba igual de contento que ella. – Tenemos cuatro mil galeones por esta hermosa obra de arte ¿creo que es la puja final?

Draco miró a la desconocida, y cuando ella se cruzó de brazos y lo miró con una expresión de total arrogancia, vino a su mente todas las veces que había visto aquella expresión en ese rostro. Reconoció de inmediato esas facciones, ese tono de voz, esos gestos, todo. Pero el reconocerla no quitó que se sintiera sorprendido, y menos lo incitó renunciar a la victoria.

-Cuatro mil a la una, - dijo Narcisa – cuatro mil a las dos…

-¡Cinco mil galeones! – gritó Draco con energía.

La muchacha levantó las manos en signo de rendición, con una sonrisa en el rostro. No sabía que ella era de las que se rendía, pero bueno no podía hablar por el dinero de otros. Su madre anunció que él obtendría el cuadro por cinco mil galeones, cosa que hizo aplaudir al resto de las personas que estaban ahí, y provocó que su padre lo mirara con satisfacción. Sabía que a Lucius le importaba un rábano la causa, por lo que si había alguna pisca de orgullo en su expresión no era por la donación a los niños abandonados.

El director de la orquesta volvió a tocar música bailable, por lo que muchas parejas se acercaron nuevamente a la pista para danzar un rato. Muchos felicitaron a Draco cuando pasaron por su lado, pero él apenas les prestó atención, pues estaba buscando a la chica que había robado sus pensamientos aquella última hora. No por haberla reconocido no se acercaría a ella. Ahora con mayor razón, y no sabía si sería agradable el encuentro.

La muchacha de rojo estaba de pie lejos de la pista de baile, observando a las parejas divertirse. Estaba algo alejada de los demás, por eso hablar con ella sería un poco más privado, sin perturbar el ambiente de los otros invitados, y le daba la espalda, por lo que no lo vería venir. Sería un ataque sorpresa.

Al caminar hacia ella volvió a recorrerla con la mirada. Quién diría que se convertiría en una mujer deliciosa a la vista masculina. Quién diría que alguna vez él la miraría con hambre. Definitivamente la mojigata que había sido alguna vez se había ido para siempre, dejando a una seductora.

-¿De verdad pensaste – le preguntó al oído – que no te reconocería, sangre sucia?


Hola HOLAAA! Tanto tiempo. Qué feliz estoy de volver, hacía tiempo que quería publicar pero no tenía el tiempo ni la energía para escribir. Pero aquí estoy, espero que la inspiración dure.

¿Qué les pareció este primer capítulo? Cuéntenme, para saber si vale la pena seguir escribiendo.

Estoy algo corta de palabras, así que me despido ahora.

Besoooos!