Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad del mangaka Kurumada, y no obtengo ningún tipo de remuneración monetaria por escribir sobre dichos personajes.

He clasificado la historia como Adult, por el momento no habrá ningún contenido explícito pero sí mas adelante y por eso incluí el tag.

Espero les guste n.n


Nunca creí llegar a necesitar tanto sentir el cosmos de ningún otro ser humano hasta que le conocí. Hasta que, esa tarde, quizá por error o quizá por cuenta del destino me cruce en su camino. El apenas me miro, siendo yo solamente una aprendiz como muchas otras y siendo el un orgulloso caballero de la diosa. Yo nunca había oído hablar de él, y quizá fue así como los dioses decidieron utilizarme para matar un poco el aburrimiento. A él le pareció divertido que alguien que llevaba ya varios años como aprendiz no supiera quien era, pero para mí no fue gran cosa en ese momento, pero cuando supe que era el santo de cáncer desee haberlo sabido mucho antes para no haberme puesto en ridículo frente a él todas esas veces que disfruté de su compañía y para no deshonrar a mi maestra y recibir semejante castigo; aunque si tuviera que volver a nacer, no cambiaría por nada los giros que dio mi vida para ponerme en su camino.


Desde pequeña supe que, al igual que mi padre, corría en mis venas e inquietaba mi alma la necesidad de acercarme a aquel lugar que tanta gente amaba, pero de donde todos se alejaban, pues sabían que pasar esas murallas y adentrarse a esa vida de servicio y lealtad a la diosa significaba la muerte temprana casi asegurada. Mi padre, a quien casi no recuerdo, sirvió a la gran diosa de la guerra desde mucho antes de mi nacimiento, y al igual que muchos otros, entrego su vida para salvar a todos aquellos indefensos que no podían luchar por si mismos en el principio de la guerra santa.

Mi madre era muy temerosa, siempre me pareció que era yo quien cuidaba de ella y no al revés. Ella huyo al iniciarse la guerra; nunca la culpe por abandonarme, la sabia que lo que yo más deseaba era unirme al ejercito de la diosa y luchar como mi padre, y ella era tan asustadiza, la recuerdo llorar a diario por las noches, no quería seguir viviendo tan cerca al Santuario y sin embargo, pese a mi corta edad, ella no lograba hacer que sucumbiera a sus deseos de dejar estas tierras y regresar con ella a su natal Japón. Por mucho que ella quiso llevarme consigo no logro que me marchara. Me alegra que entendiera cual era el deseo de mi alma.

Yo tenía un poco más de seis años cuando se marchó. ¿Me sentí triste? Claro, era mi madre, pero no sabía si podría vivir con la melancolía de dejar atrás aquello que yo más anhelaba. Ese día me llevo muy temprano al campamento de las amazonas. Yo era tan pequeña que apenas podía llevarle el paso, pero no quería hacerle creer que con cada paso me sentía más y más agotada. Nunca me dejo verle a los ojos y mientras trotaba tomada de su mano tuvimos nuestra última conversación.

―Sabes que una vez que te unas a esas filas jamás podrás llevar una vida normal ¿Verdad? ―¿Me estaba preguntando? No sabía si debía responder. ―Las mujeres que se unen a la diosa no pueden aceptar su feminidad jamás, una vez que aceptes ser una aprendiz dejaras de ser una mujer, deberás cubrir tu rostro para poder servirle. Nunca dejaras de usar esa mascara, y si alguna vez algún hombre se atreviera a despojarte de ella, deberás decidir si amarlo o matarlo, no hay ninguna otra opción ―Caminamos un poco más en silencio, ya el cielo empezaba a aclarar y podía ver a lo lejos aquellas enormes murallas en las que residiría mi futuro y mi destino. Cuando llegamos a la entrada me encontraba casi sin aliento, pero mi corazón saltaba de felicidad y sentía una agradable calidez en mi pecho, casi como si alguien me acogiera y me diera la bienvenida.

―La vida dentro del santuario nunca será como la que has llevado hasta ahora. Tendrás que aprender a luchar, tendrás que entrenar día y noche hasta el cansancio para convertirte en una guerrera. Y sin permiso de tus superiores jamás podrás dejar el santuario, aun así, ¿quieres continuar? ―Mi madre interpreto mi silencio como una afirmación, y seguimos. Después de unas breves palabras uno de los centinelas nos hizo esperar un par de minutos, tras lo cual vi una figura acercarse a nosotras, una mujer alta y esbelta con ropas de guerrera y una máscara plateada cubriendo su rostro; esa mujer tan enigmática también despedía un calor, un brillo tenue y agradable que me hizo sentir en paz.

Mi madre y ella cruzaron unas breves palabras, tras lo cual mi madre dejo un pequeño bolso a mis pies y se marchó. Esa sería la última vez que la volvería a ver. No sentí tristeza, pues a pesar de mi corta edad sentía ese deseo de adentrarme a esos muros y seguir los pasos de mi padre; mi madre nunca entendería que mi deseo no era un capricho infantil, nunca entendería que las estrellas habían decidido que yo también sería diferente, que la voz de la diosa me llamaba a su servicio y que mi interior anhelaba seguirla y servirla. Yo serviría a Atena por el resto de mi vida, fuera esta corta o larga, esa era mi misión.

Esa mujer que me recibió en el santuario se convirtió en mi maestra; era valiente, fuerte y respetada por los demás guerreros dentro del santuario. Aunque ella nunca me lo dijo, mis demás compañeras susurraban de su poder al verle pasar. Las chicas más grandes nos contaban que ella era un caballero digno de la armadura de plata que había portado desde muy joven, que nadie en el santuario conocía su nombre y que la llamaban Grulla, por el nombre de la armadura que llevaba. Sin embargo yo jamás tuve el atrevimiento de llamarle así; ella era mi maestra, mi señora, y fue de este modo que siempre me dirigí a ella.

Mis compañeras de combate solían decirme que era gracias a mi manera de tratarle que ella era un poco más indulgente conmigo pese a mi edad; ¡que ingenuas eran! Pese a que mi deseo era ser como mi maestra hubieron muchas noches en que, sin que nadie me viera, llore de dolor y le oraba a la diosa rogándole que me hiciera más fuerte o me dejara morir, pues no sabía si al otro día podría ponerme de pie y sabia muy bien que mi señora no sería tan benévola conmigo si le fallaba aunque fuera en algo tan mínimo como llegar un par de segundos tarde, sabía que su castigo seria tal que las demás amazonas intervendrían por compasión hacia mí, como paso muchas veces durante mi entrenamiento. Sin embargo la maestra de Grulla siempre supo que necesitaría hacerme fuerte, mucho más allá de lo que se creyera posible, pues si quería aspirar a una armadura tendría que ser más fuerte que los hombres con quienes pelearía por el honor de ser un caballero. Además no podría perder una pelea, no podía avergonzar de tal manera a mi maestra, si perdía una pelea mancharía su nombre y su honor, y no estaba dispuesta a hacer tal cosa.

Así que, a pesar de llevar varios años de desventaja en entrenamiento con mis demás compañeras y a pesar de mi delgada complexión y mi baja estatura, me levantaba todas las madrugadas a entrenar para no quedarme atrás. Después de varios meses de esfuerzo y entrenamiento intenso empecé a notar que ya no era tan torpe como al principio, que poco a poco mi cuerpo se estaba acostumbrando a aquella dolorosa y larga rutina de ejercicios, estudios, meditación y combate a los que me sometía mi señora, y aunque sabía que tendrían que pasar años para que mi cuerpo efectuara cada una de aquellas numerosas actividades sin terminar agotado y adolorido, le agradecía enormemente a la señora de la Grulla sus consejos y su entrenamiento, pues sabía que sin ellos jamás podría realizar mi sueño de convertirme en caballero.

Un par de años después de aquel día que llegue al Santuario, un pequeño grupo de mis compañeras y yo fuimos llevadas a una cabaña separada del resto de las demás. Ahí, varias de los caballeros nos explicaron que, del grupo de chicas que se encontraban entrenando en el Santuario, nosotras habíamos mostrado potencial para aspirar a una armadura de bronce muy peculiar que había estado sin dueño por muchísimos años.

Ese día me sentí un paso más cerca de mi sueño. Sabía que los dioses me habían permitido luchar por una armadura sagrada, pero ¿una armadura especial? Sabía que eran muy pocos los aprendices que, después de varios años de duro entrenamiento y de varios otros de competir con sus compañeros, lograban conseguir una armadura de bronce. Y una armadura de plata, eso era mucho más difícil de alcanzar. Se requería que aquellos que aspiraran a una fueran personas mucho más agiles, rápidos, inteligentes; tenían que ser dos o tres veces más fuertes que los aprendices a caballero de bronce, pues solo habían veinticuatro armaduras plateadas, y varias ya habían sido reclamadas.

Pero los caballeros nos explicaron que aquella armadura bronceada tenía un poder especial y que su portador debía ser una persona extraordinaria, pues su poder podía rivalizar con las armaduras de plata más poderosas.

Esa noche apenas pude dormir, tenía tantas emociones explotando en mi interior que después de varios intentos fallidos por conciliar el sueño supe que sería imposible. Aquellas armadura era tan poderosa como las de bronce, era por ello que el entrenamiento que conllevaba luchar por una seria el doble o más de dificultoso; muchos aprendices sucumbían ante las duras pruebas de sus maestros, tanto hombres como mujeres, pero ser considerada candidata para portar en mi cuerpo una de aquellas armaduras me hizo sentir más decidida a continuar entrenando, no había renunciado a mi vida y mi familia por quedarme como asistente de caballero, algo dentro de mí me decía que si me esforzaba lo lograría.

Y así pasaron varios años, mi maestra continuó ayudándome con mi entrenamiento, pero después de un tiempo el caballero de Can Menor y del Oso se unieron a mi señora para ayudarle.

Un tiempo después de unirme a las Amazonas me explicaron que la armadura a la que aspiraría dependería de mi fecha de nacimiento. Y cuando tuve mis nuevos maestros me explicaron que necesitaba aprender nuevas técnicas de ataque por la armadura a la que aspiraría portar; la armadura de bronce de Lince. Las técnicas de mi señora me ayudaron a ser rápida, pero un lince es muy distinto a una grulla y por ello necesitaba aprender otras habilidades acordes a la armadura por la que lucharía, y así fue como conocí a Asterion de Can Menor, ruidoso, paciente y benévolo y a Anatol de Oso, agresivo, serio y disciplinado.

Además del duro entrenamiento para obtener las preciadas armaduras, a todos los aprendices se nos ensenaba que era imperativo que aprendiéramos a ganar el sustento diario, pues no siempre estaríamos rodeados de los muros del Santuario de la diosa ni gozaríamos de la benevolencia y bondad de los aldeanos de los alrededores; aquello significaba cazar o pescar, y el método que utilizaría cada día dependía si entrenaba con mi señora o con los dos caballeros de plata. Mi maestra prefería la pesca, pues decía que aquello me enseñaría paciencia, una de las cualidades distintivas del Lince, y los caballeros plateados preferían la caza, pues así adquiriría agilidad, velocidad y ataque, otras de las cualidades del felino.

Y fue la grulla quien dirigió mis pasos hacia aquel hombre de quien, después de conocerle, no podría alejarme jamas.


Notas de la autora: Bueno, ¡mi primer capítulo! Espero que les guste. Para ser sincera tenía pensado hacer un fic de los gemelos Hakurei y Sage de The Lost Canvas, quería un poco de información extra y fuí con una amiga que es bien fan de la serie. Me contó de los gemelos peeeeero también empezó a hablar sin parar de otro de los caballeros dorados que le gustan que es Máscara Mortal o Deathmask como ella le llama. Nunca había escuchado a alguien hablar de un personaje de Saint Seiya con tanto fervor como lo hizo ella esa noche, fue tanto así que terminé yendome a mi casa a eso de las tres de la madrugada.

No, no soy fan a morir del santo de Cáncer, es mas, no me agradaba tanto como Kanon (sí, soy géminis, y curiosamente tengo un gemelo) pero despues de hablar con Nishimura casi me enamoro de DM tanto como ella.

Así que este fic va dedicado a la fan número uno de Deathmask, para la linda Nish con todo mi cariño