Renuncia: Todo a Gosho Aoyama.
Parejas: Conan/Ran.
Notas: Por fin pude escribir algo de ellos, mi OTP de los dioses *llora*.
Petricor
Ran lo mira a través de su ventana imaginaria y Conan desearía que ella en verdad estuviera viendo a través de él. Tiene ella los ojos embarrados de lágrimas y trae la nostalgia enredada entre sus dientes, solo para lamentarse –sola, siempre sola– que su amor está lejos. Y aunque Conan finja ingenuidad a veces le gustaría llorar con ella.
Y de repente Ran lo ve, pero realmente no está mirando. Lo cierto es que en secreto, sin que Agasa o Haibara lo sepan, Conan piensa: «Mírame, aquí estoy, ¿es que no puedes mirarme?». Le gustaría que ella encontrara la verdad, a veces, y el peso sobre sus hombros diminutos disminuiría levemente.
Pero Ran lo ve y sonríe agradecida, sin saber que no le sonríe a un extraño. Es la tercera noche en que Conan se anima a entrar a su habitación cuando la oye llorar, y Ran ha aprendido a guardar toda su miseria junto a él, porque ella sabe que junto con Conan-kun no está sola. (Pero sabes, Ran, tú no estás sonriendo a un extraño).
Quisiera abrazarla o tomarle las manos heladas, pero Conan es solo un niño. (¿Verdad, verdad?). Y ya es casi costumbre el que ella llore con la cabeza gacha y las manos cubriendo su rostro, mientras él la observa con sus puños diminutos apretándose fuerte, al punto en que le duele. Lo cierto es que Conan quisiera regresar a su cuerpo normal no por él, sino para poder estar con ella, y abrazarla para poder ser correspondido.
Conan sabe casi de memoria las lágrimas que ella derrama.
(«A veces me gustaría que tú me veas más allá de mi identidad engañosa. Y que me abrazaras, y que me tomes de la mano. Porque estar encerrado dentro de mí mismo, sin que lo sepas, es desesperante. Pero prefiero secar tus lágrimas, Ran, aunque tú no me veas»).
Una noche de las tantas Conan entró con un ramo detrás de su pequeña espalda y Ran echó a romperse en carcajadas, remarcando que ella ama las flores, y el sonrojo de ambos adornó la noche romántica. A Conan le gustó ver como ella secaba sus lágrimas, y tomaba el ramo entre sus manos, revolviéndole el cabello de manera amorosa. Conan miró de reojo el teléfono móvil que yacía a un lado de ella, ignorándolo. Por más que él la llamara con la voz de Shinichi y le dijera que la ama, ella rompería a llorar de todas formas. Y Conan siempre está ahí, de nuevo, para añorarla cada vez más.
– ¿Cómo es que me cuidas tanto, Conan-kun?
A él le gustaría susurrar: «Porque, Ran, puedo mirar a través de ti incluso si mi identidad se extingue».
Pero solo dice, con una sonrisa alentadora:
–Todo está bien, Ran-neechan. Tú eres fuerte, y Shinichi-niichan volverá.
Cuando ella sonríe, él también. Y de repente piensa que da igual la forma en que él se presente ante ella, mientras Ran sonría como cuando se enamora cada vez más. Y Conan le responde con su sonrisa que lo rompe, de manera agonizante, pues a veces piensa que la ama demasiado.
Es casi una rutina para ambos, aunque sea Conan (Shinichi) quien sea el que más llore por dentro.
Traen el amor escondido tímidamente tras las espaldas, y a veces temen mirarse directamente, pues cuando lo hacen todas las verdades sin misterios se revelan potentemente, rompiéndolos.
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