Hermione Granger se encontraba en un pasillo del segundo piso del colegio, de pie a unos pasos de otros alumnos, con las manos a la espalda, recargada en una columna.
Veía pensativa a Snape que hablaba con ese grupo informal.
Ella apoyaba la cabeza en la pilastra. Quería hablar a Snape. Pero la invadía una debilidad parecida a la indecisión. Aunque la debilidad podía ser más que eso: de tanto pensar en Snape últimamente, sentía su silencio lleno de significados. También era que su callar guardaba una advertencia. La advertencia de que sería como ella necesitaba. Como ella deseaba.
Llevaba semanas intentando hablar con él, pero la evadía. Y no la evadía por rechazarla.
Snape explicaba con seriedad a los atentos alumnos a su alrededor, apartándose un mechón de la cara y haciendo gestos con las manos. Hermione no perdía detalle de sus movimientos. Y, ¿qué decirle, cuando lograra hablarle? ¿Decirle cuánto había pensado en él? Poco más podía añadir. ¿Que lo había pensado y repensado? ¿Que lo miraba con nuevos ojos?
Snape respondía sin prisas a estudiantes de Slytherin en ese corredor. Un Snape sin martirios internos al haber concluido su misión. Al haber superado el haber estado a punto de dejarse matar no por amor, sino por culpabilidad, estaba muchísimo menos conflictuado; se dejaba abordar en Hogwarts pese a su normal actitud parca, disertando a unos metros de Hermione, quien lo analizaba con el talante grave de un deseo indefinible, en su recargarse en la columna con la cabeza apoyada en ella, con aire reconcentrado.
La mitad de los alumnos estaba en el colegio, pero la mitad ausente se percibía en los huecos del silencio. El relativo ruido en los pasillos era frío. No todos habían regresado, al final de la guerra. Pese a ello, el calendario de clases no se había detenido, al contrario, era necesario como nunca. Hoy se trataba de retomar la vida lo más pronto posible.
Hermione Granger había tenido materia para estudiar: Snape logró herir a Voldemort en Hogsmeade y ese solo hecho daba un vuelco a una manera entera de ver la vida y a sí mismos, para Hermione, Harry y Ron. La verdad los colapsó durante meses: Snape luchaba contra el Señor Tenebroso. Eso era el final de un mundo conocido.
Los detalles eran escalofriantes: dado que la varita de saúco no funcionaba del todo en poder de Voldemort, le estorbaba en grado considerable. Luego entonces el Señor Tenebroso no era invencible. Como Snape había decidido luchar, logró cegar a Voldemort y herir a Nagini. Lo siguiente fue Voldemort huyendo a su muerte en manos de Harry y Draco, pues éste entregó su varita al Gryffindor. La llegada de Longbottom, el Elegido, protegido en el anonimato que le proporcionó el protagonismo del Trío, llegó a dar el punto final, al destruir el último horrocrux.
El Trío se había ocupado de llevar al casi lesionado de muerte director del colegio, al hospital para ser salvado de sus heridas. Y lo que esa misma noche Harry descubrió en el Pensadero, lo reveló a Hogwarts con valentía, pues implicaba admitir su error de apreciación, causando estupefacción absoluta al correrse la voz sobre el verdadero papel de Snape.
Harry hizo bien, pues al ser el único con vida que conocía la verdad completa, en él recaía la responsabilidad de que el mundo se enterase de la proeza de Severus Snape. Harry era quien debía anunciarlo a bombo y platillo, lo que hizo generosamente.
Los alumnos que buscando rehacer sus vidas asistieron a la siguiente convocatoria del colegio para reanudar clases, quedaron atónitos al entender que Snape era un héroe. Ron permaneció en silencio durante días. Al oírlo de Harry, Hermione casi se desmayó en un pabellón de San Mungo, cubriéndose la boca.
Los tres estuvieron al pie del lecho de Snape los días siguientes, turnándose para velar la convalecencia del director. Permanecieron en San Mungo desde el final de la última batalla. Al verlo dormido en el hospital, a la luz de la noche, Hermione no pudo hallar una pizca de los recelos de antaño y echó a llorar. Harry y Ron cuidaron a Snape como si fuera su padre. Harry sollozaba, tomando la mano del inconsciente profesor. Ron compartía con él, la estupefacción de saber que Snape estuvo con ellos todo el tiempo y que cuidó a Harry desde que éste se hallaba en la cuna. Los dos chicos llegaron a dormir al pie de la cama de Snape, en un hospital atestado de otros heridos.
Con Hermione era distinto, aunque también lo cuidó y su asombro, dolor y miedo fueron los mismos que los de Harry y Ron. Con ella era diferente en sensaciones al mismo tiempo nada desconocidas.
Una noche que quedó sola al lado del oscuro profesor herido e inconsciente, se atrevió a lo nunca hecho: a tocarlo.
Pasó los dedos suavemente por una mano de Snape, con miedo de herirlo de algún modo involuntario, avergonzada de haberlo herido antes. Para ella era inaudito lo solitario que estuvo Snape, lo gigantesco de su hazaña, cómo estuvo dispuesto a que nada se supiera. Y únicamente por oírlo respirar, Hermione entendió que todos estaban de lleno en un mundo nuevo.
Hermione comprendió a Snape como a un individuo contrastante, pero dominado por la virtud. Con eso entendió su personal intuición, es decir, sus viejas dudas sobre la maldad de Snape, su no compartir siempre las certezas de Harry y Ron contra él, su sentir que la versión de Murciélago no cuadraba del todo; esas dudas y conocer la verdad formaron una cadena que insinuó un sentimiento diferente, no exactamente gratitud: era admiración, era entender a una persona con la que compartía niveles de compromiso. También entendió lo personal, que el rechazo de él hacia ella en parte fue verdad, pero en otra fue para colocarla indiscutiblemente del lado de sus supuestos enemigos; para que nadie supiera que él estaba del lado de los tres Gryffindor.
-¿Pudo ser diferente? -le preguntó Hermione, con dolor- ¿Pudimos conocernos realmente?
Esa idea abrió un mundo en sus sentimientos. De haber entendido a Snape habría sido mejor, concluyó. Los tres habrían tenido más recursos o no perdido tiempo en cábalas. ¿Cómo habría actuado ella de conocer la verdad desde antes? Supo que habría apoyado a Snape sin límites; se habría vuelto su devota. Sospechaba que con Snape habría encontrado tierra fértil para su inteligencia; que ambos se habrían potenciado tempranamente, hallado juntos una estrategia mejor pensada y probablemente la guerra habría terminado menos lastimeramente. Con eso, empezó a verlo de manera nueva. Lo vio como a un hombre.
Ella repasaba los rasgos de Snape con admiración, con sorpresa.
Los tres se marcharon días más tarde, cuando él estaba por recuperar la conciencia- Formaron parte del silencio de admiración cuando Snape apareció en la puerta del Gran Salón, de negro y entero, para dar por inaugurado el año lectivo extraordinario.
Harry puso la tónica al levantarse. Snape cruzó a paso ágil y desdeñoso del alumnado, que lo recibió poniéndose de pie conforme él pasaba. Nadie se atrevió a vitorearlo. Snape como héroe intimidaba más que de villano. Subió al estrado, saludó de mano a Minerva y expuso a la concurrencia:
-Las tribulaciones han terminado -Snape aseguró solemne- . Que nadie haga aspavientos de lo irrelevante. Si hay quien desee perder el tiempo, márchese. Yo exigiré el máximo esfuerzo para terminar más que satisfactoriamente el calendario de clases y lograr las primeras graduaciones de la nueva era, para el año 2000. Su presencia en el colegio no les da más credibilidad ante mí, que la de quienes han seguido cobijados en sus hogares. Asumo que si están presentes es por su voluntad. Asumo que es su obligación hacer el mejor esfuerzo. Bienvenidos.
Aplauso de los alumnos por el reinicio, excepto ausencias considerables en Slytherin, más aplausos de Hermione quien no quitaba ojo a Snape, aunque se diría que estaba intranquila.
En los días siguientes, contradictoriamente Hermione no puso mucha atención en DCAO. Estaba distraída pese a haber sido la principal promotora estudiantil del reinicio de cursos, para corregir las deficiencias pasadas.
No lograba concentrarse en clase, pues estaba atenta a la persona de Snape. El actuar de éste como si nada hubiera sucedido, sin dar importancia al revuelo fuera y dentro del colegio al saberse la confianza que le tuvo Albus Dumbledore, aumentó la admiración de Hermione. Y le fue menos lejano, pues aunque él actuaba con el desdén habitual, ya no sonaba tan convincente. Triste para las aspiraciones de discreción de Snape era pretender que nada sucedió. Él mismo debió darse cuenta de su nuevo estatus y esa conciencia le permitió dejar casi todo su sarcasmo y adoptar un talante más desenvuelto, que aun así, realzaba su nivel.
Harry, aunque nadie le disputaba su merecido lugar, era cuestionado desde las preguntas sobre si Granger y Weasley no habían sido más que instrumentos inconscientes para protegerlo, mientras que Snape pasó los fuegos del caldero al ser odiado incluso por sus aparentes aliados. Snape además se vio obligado a matar a Dumbledore, cargándose con aquel horror injusto. Se preguntaban si la verdad no era que el único héroe era Snape, o si Granger tenía el papel de personaje central en la hazaña del Trío.
También se preguntaban cuál era la verdad sobre Slytherin, si eran los villanos de la historia u otras víctimas. ¿Y por qué Snape no tuvo apoyo más claro por parte de la Orden? Eso hacía dudar sobre opiniones tenidas por inamovibles sobre magos consagrados. Los más extremos afirmaban que Dumbledore habría deseado la muerte de Snape, para no quitar protagonismo a su amado mundo como debía haber quedado al final de la guerra, un mundo deseado por Dumbledore, no existía debido a que Snape sobrevivió.
Hermione aprovechaba las horas de clase para analizarlo, invadiéndose de nuevas emociones. ¿Cómo había sido posible que Snape tuviera ese papel, cómo ella no se percató? ¿Cómo tuvo el nivel de generosidad de sacrificarse anónimamente? Hermione estaba más admirada conforme más lo pensaba. Le daba vueltas y vueltas reinterpretando cada hecho, cada anécdota. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza al andar por el castillo, en emociones que la inundaban con fuerza creciente.
También había que tomar en cuenta que Snape era atractivo. Ya sin el peso de las dudas, sin la carga del peligro, Snape estaba inyectado de una elegante gracilidad varonil. Con eso a Hermione le ocurrió como con Lockhardt, pero sin la mirada infantil, sino con la apreciación de la mujer joven que era. Nunca antes puso atención a las admiradoras de Snape hasta que al oírlo hablar semanas más tarde, se dio cuenta que era más atractivo que cualquier profesor o alumno de Hogwarts. Snape brillaba. Hoy brillaba como un sol de medianoche.
Admiradoras revoloteaban a su alrededor. Snape no atendía tan inusual situación y teniendo admiradores varones de su Casa que lo seguían por el interés en desarrollar sus cualidades viriles, el profesor y director se acostumbró a caminar con un grupo de estudiantes siguiéndole los pasos. Una vez libre de la carga del pasado se volvía menos hosco, aunque no enteramente accesible. Asumió un silencio tolerante. Hermione lo miraba con desazón, deseando estar en el grupo que lo seguía.
Hermione despertaba a mitad de la noche y sospechaba que en cada mundo donde pudiera conocer a Snape, se vería asaltada por la misma inusual e impresionada emoción.
Hermione se cubría el rostro, sentada a la mesa en la oscuridad de la Sala Común, sin atender a la luna sobre el Bosque Prohibido. ¿Qué le pasaba? ¿Qué era esto? La emoción cálida que comenzaba a invadir su abdomen cada que lo veía, la maravillaba y desconcertaba. Nunca sintió esto al convivir con Ron, a quien había terminado poco después de volver a clases. ¿Por qué al ver a Snape se sentía impresionada y... agitada?
Al día siguiente Snape disertó en DCAO, la cual se trasladó al Gran Salón dado que el estudiantado completo deseaba tomar clase con él, aunque no obtuvieran puntos por ello. Snape se había convertido en un faro para la conciencia de los demás. Era el sobreviviente de mayor dimensión de los héroes de la guerra. O era el héroe. Se percataban de estar de frente a la verdad, por lo que aun las cavilaciones de Snape revestían interés.
-¿Cuándo, cómo, por qué? -se preguntó Snape ante la clase, también movido por su propio sobrevivir- La derrota del pasado que lastima es lo más importante de nuestras existencias. Únicamente eso nos permite vivir el presente, pues el pasado puede tomar la forma de un hoy. Parecería ilógico, pero no lo es, pues vivir en el pasado también nos brinda una certeza. Aunque suene increíble podemos aferrarnos al dolor, por el miedo de cambiar. Sin embargo, ¿qué se quiere en la vida? ¿Qué desea vivir cada uno de ustedes? Quiero que escriban la respuesta y me la den. Seleccionaré las mejores para analizarlas en la siguiente clase. La forma de pensar es el primer medio para defenderse de las Artes Oscuras. He decidido que este tema será el primero del nuevo plan de estudios de DCAO.
Al tener esas indicaciones, Hermione lo decidió; anotó veloz con la pluma, sonrojándose; Snape daba últimas órdenes, los alumnos escribían. Ella puso el papiro en la mano del profesor cuando pasó a su lado; Hermione se colocó una mano nerviosa en el cuello. Dejó salir primero a Ron y Harry, demorando en levantarse mientras Snape revisaba informalmente los escritos. Tomó los papiros de abajo. Como Hermione fue de las primeras en entregar, Snape leyó la frase de ella en tercer o cuarto lugar:
Soy Hermione Granger. Yo quiero vivir el decirle mis sentimientos por usted.
Snape alzó la mirada, encontrándose con la de ella. Aunque Hermione se intimidó le sostuvo la vista sin traslucir su repentino miedo ante la enormidad de lo que acababa de hacer. A la vez le tranquilizó haberlo hecho, pues, mostrándose, ¿de qué podía preocuparse, si su único temor fue la duda de dar ese paso?
No entendió la razón de por qué al revelarse con una nota, Snape le pareció más atractivo. Hermione no sabía que al abrir un dique, el agua no hace más que brotar liberando su fuerza contenida, no reduciéndose, sino inundando. Ella apoyó los codos en la mesa y cubriéndose las mejillas con las palmas le dirigió una mirada sincera y trastornada, un poco ruborizada, tal vez de pedirle que la ayudara a comprender su inusual conmoción.
La profundidad de la mirada de Snape la estremeció de pies a cabeza. El corazón de Hermione aceleró y por fin se dio cuenta que llevaba semanas enamorándose de Snape... Que posiblemente fue amor a primera vista cuando cruzó por vez primera la puerta de su habitación en San Mungo, amor revelado en dique abierto al contemplarlo herido, triunfante y valeroso más allá de toda medida.
Los alumnos tomaban sus enseres y salían del aula improvisada. Hermione y Snape quedaron observándose. Él la escrutaba. Ella aceptaba. Snape no estaba asombrado, no como si esto le fuera natural, pero sí con curiosidad pensativa, por la clara nota. Debido a eso, el revuelo de las emociones de Hermione se desató en una frase que pensó y de la cual más tarde se preguntó si la había pensado de verdad.
¿Era posible que ella sintiera en esos términos? Hoy todo era posible, lo era por escapar de la muerte, por la victoria en la guerra, por sentirse de nuevo dueña de su vida y con poder sobre sus decisiones. Snape de pie frente a ella, de atuendo negro y gesto sobrio la hizo firmar gustosa su condena con tal de lograrlo. Era más fuerte que sí, una necesidad inconfesada que salió a la luz, desbocada cuando se prometió un poco angustiada, necesitada de cumplir un deseo como un grito entre el barullo de los alumnos. El deseo de poseerlo: ¡Él tiene que ser mío...!
Esta tarde de días después, apoyada en la columna, Hermione no apartaba la mirada de Snape entre los estudiantes. Lo contemplaba sin esperar que él aceptara las motivaciones de ella, pero lo notaba agitado. Tan era así que Snape la evadía desde entonces: pasaba rápido a su lado, la dejaba con media palabra cuando se cruzaban en los pasillos.
Hermione había intentado deshacerse de ese peso, comunicarle que deseaba conocerlo y más: Proponerle que la conociera a ella. Hermione, sabiendo sin saber, iba a pedirle una oportunidad. Pedirle que se dieran la oportunidad antes imposible, por mil razones que hoy ya no existían. Relegaas en las sombras del pasado.
Lo inusual de una relación entre profesor y alumna le servía de acicate. Y entre él más se negaba a hablar con ella luego de darle la nota, acelerando al andar y evitándola con los pasillos, saliendo rápido del aula, al negarse más él, con mayor afán ella buscaba decirle. Las evasivas de Snape la impulsaban, pues su silencio lo revelaba dudoso. Intranquilo con respecto a ella.
Cuando los alumnos se fueron de la reunión improvisada en el corredor, Snape caminó hacia Hermione, quien apoyada en la pilastra estuvo sin sobresalto, pero sin expectativas.
Esta vez se limitó a esperarlo.
-Señorita Granger -él se detuvo, a dos pasos.
Ella apoyó un pie en la columna. Sus manos detrás de la espalda eran como ocultar algo, guardarlo para él.
-¿Me escuchará por fin? -le preguntó Hermione, con mirada de terciopelo.
-Creo saber lo que me dirá. No es necesario -desdeñó.
-¿Piensa que quiero disculparme? -ella asintió- Sí, posiblemente sí, pero no es todo lo que quiero decirle.
Él midió sus pasos al interrogar, sin interés:
-¿Y lo que quiere, me involucra? Mejor dicho, ¿a usted y a mí?
Ella haber escrito y el estar hablando de eso, ahorraba prólogos. Hermione esperó, para responder con otra pregunta.
-¿No le parecería necesario? Fuimos falsos contrincantes mucho tiempo. Podríamos ser algo distinto.
La guerra y haber pasado por el trance de casi morir había vuelto a Snape más sincero. Su respuesta hizo pensar a una extrañada Hermione que lo sentido por ella hoy, tal vez a él lo cruzó tiempo atrás.
- Sí -admitió Snape- . Cuando me dio su papiro, lo pensé necesario.
-¿No pensaba decírmelo? -lo vio a los labios, sin dejar su postura relajada en la columna.
-Claro que no.
-¿Por qué, profesor?
-Algo así no queda impune.
-Nadie desea quedar impune en algo así -Hermione vio la boca de Snape, con tranquilo deseo. Se desea ser culpable. Yo deseo ser culpable.
-¿Culpable?
-Culpable junto con usted -lo vio a los ojos.
La voz acariciante de ella y sus miradas elocuentes lo afectaban, hecho curiosamente notorio en el silencio de Snape. Él manifestó un pensamiento que debió rondarlo insistentemente:
-Si lo hago, puedo arrepentirme.
Ella lo resolvió rápido:
-Si no lo hace, la idea de haberlo hecho lo perseguiría en recuerdos, en deseos inconclusos. Lo perseguiría, sin saber si hubiera valido la pena vivirlo.
Él no le quitaba la vista de encima. A todas luces no estaba enojado; Hermione se daba cuenta con creciente sorpresa que él había estado pensado en ella.
- Granger... -desautorizó él- Sería difícil renunciar. Podría perderse el control de las emociones.
-Yo, desde hace un tiempo solamente conozco mis emociones. ¿Me está diciendo...?
-Tenerlo y perderlo... -caviló él, sorprendiéndola de nuevo, aunque en nada las palabras de Snape eran de aceptación, añadió-: Perderlo, dejarlo, sería terrible.
Ella bajó más la voz.
- Dejarlo cuando... ¿termináramos?
Él no respondió. Pero ella creyó intuir algo que no comprendió de momento, algo que no tenía tiempo para entender.
-¿Cuándo termináramos, profesor Snape? ¿Usted y yo? -insistió Hermione, vagando la vista de un ojo al otro- ¿Cuando termináramos de tener una relación sentimental? ¿Es lo que me está diciendo?
-Mera hipótesis -comentó él.
Hermione susurró con un jadeo.
-¿Y quién dice que deberíamos terminar?
Él no respondió, pero se inclinó hacia ella.
Snape posó sus labios en la piel suave y perfumada de Hermione. Aspiró para beber su aroma de rosas... y le dio un beso en una mejilla.
Hermione cerró los ojos, recibiendo la caricia, sintiendo que las piernas le flaqueaban.
El corazón se le desbocó. No podía creerlo. Rápida, lo besó a su vez en la mejilla, tratando de obtener de él alguna respuesta clara, mirándolo con desconcierto y deseo.
Sin separarse de la columna, ni mover las manos, ella recargó su rostro repentinamente ardoroso, en el de Snape.
-¡No se lo he dicho! -le susurró Hermione al oído, anhelante- ¡No le he dicho cuánto he pensando en usted! ¡Cuánto lo he entendido! ¡No me ha dejado explicárselo, pero siento que le he confesado todo!
.Yo también he pensado en usted, Granger.
Snape le dio un beso más apretado en la mejilla, que volvió a hacerle titubear la mirada.
-¿Desde cuándo? -susurró acalorada, mareada- Yo, yo sé desde cuándo me siento así, fue desde saber la verdad de usted , pero, ¿usted, por mí? ¡No puedo creerlo!
- Oh... -susurró él- Créalo... Crea que en mí, esto tiene un tiempo.
-¿Desde cuándo?
-Eso nunca se lo diré -prometió él.
-¿Por qué? -ella se desconcertó al verlo retirarse.
-No quiero que huya.
Ella dio un paso rodeando la columna, apoyando una mano en ella, y afirmó:
-¡No huiré!
-Entonces tal vez huiría yo -Snape se iba.
-¿Entonces, profesor? -quiso saberlo antes que él se fuera- ¿Qué somos?
Nada -afirmó Snape, con hosquedad- . Yo no puedo hacerlo así. No soy un hombre acostumbrado a esto. Soy... de una forma de ser antigua. Es incorrecto lo que hemos hecho ahora. Desearlo no significa que pueda hacerlo. Por lo menos no así.
Se alejaba. A Hermione se le escapó un jadeo. Esto era más incitante que si se hubieran besado más.
Todavía con la palmas en la columna, ella quiso saber:
- ¿Y entonces, cómo o cuándo?
Snape se detuvo un momento. Volteó apenas.
-Cuándo, no lo sé. El cómo, será la historia -y se alejó.
