Inocencia Robada.

Rose ahora sólo era una prisionera más.

No estuvo dispuesta a hacer nada de lo que sus captores le exigieron, pues ella jamás estaría dispuesta a traicionar a su pueblo, a volverse cómplice de quienes habían venido a masacrar a su propia sangre.

Y esa noche, estaba a punto de enfrentar las consecuencias de su integridad.

Pasaban unos minutos de las doce. Rose, al igual que el resto de noches anteriores, desde que había sido aprisionada por la armada del ejercito de Amestris, no podía dormir. Yacía sentada en el suelo de aquella deplorable celda improvisada, atada de manos a la espalda, junto al resto de prisioneros del pueblo de Lior. Todo era silencio y una parsimoniosa calma, dentro de lo que cabía en su situación como prisioneros de guerra. Hasta que de pronto, un soldado entró a la cámara. Abrió la celda y, sin dar ninguna explicación, tomó a la joven del brazo y la levantó.

—¡Suéltame! ¿A dónde me llevas…? —protestó ella.

El soldado no contestó la pregunta. Tan sólo se limitó a sonreír de una manera escalofriante mientras veía cómo la jovencita se estremecía y se lastimaba a sí misma por tratar de zafarse. Casi arrastrándola, la llevó hasta uno de los dormitorios del campamento. La pobre e inocente Rose ni se imaginaba remotamente lo que estaba a punto de venir. Pensaba que quizás volvería a ser interrogada a base de amenazas, chantajes y presión psicológica, tácticas a las que ella ya estaba por demás acostumbrada y que nunca lograron someterla. Ojalá esta vez hubiera sido también así.

Los dos entraron a una enorme tienda. Allí los estaban esperando otros nueve soldados más. De los diez hombres que había en total, la mitad de ellos se veían bastante jóvenes, de no más de veinticinco años; el resto, sus edades oscilaban entre los treinta y los cuarenta años. Todos ellos caucásicos, de cabello rubio y ojos claros.

Uno de ellos, el de apariencia más intimidante, se echó a reír y dijo:

—No creí que en verdad te atreverías a traerla. ¡Pero qué hermosa es…!

Para ellos, una mujer como Rose: de piel mulata y cabello oscuro, con sus rasgos faciales tan singulares y un aroma corporal distinto al de las mujeres de su propio país, les resultaba algo por demás fascinante; tan atrayente en su exoticidad como malsanamente deseable en su ilícita mocedad. Mientras más la miraban, su lívido más y más se disparaba a límites insospechados. Era tan joven —casi una niña—, tan esbelta y bien proporcionada para su edad, tan bonita de cara y tan inocente y pura en su semblante. ¿Qué más se le podría exigir a tan excelente botín del pueblo al que vinieron a someter?

El militar que la había arrastrado hasta ahí la empujó haciéndola caer en medio del suelo. Rose, maniatada e incapaz de levantarse por sí sola, permaneció de rodillas, mirando desafiante a sus asediadores.

—¿Qué quieren de mí…? —preguntó.

—¿A poco no se ve más linda cuando está asustada? —se jactó el tipo que la había traído. Sus palabras fueron secundadas por las carcajadas de varios de sus secuaces.

Poco a poco los soldados fueron acercándose, hasta rodearla por completo. Rose, hincada y con sus muñecas amarradas detrás de su espalda, permaneció a la expectativa de sus intenciones. En su inocencia, aún no atinaba a deducir de lo que esos hombres buscaban de ella.

Uno de ellos la tomó por los hombros y la recostó boca arriba con tosquedad. Rose inútilmente trató de zafarse sacudiendo todo su cuerpo de un lado a otro.

—Eres tan pequeña —le murmuró el tipo—. Aún sigues siendo una niña. Pero…

—¡S-suéltameee! —ordenó Rose.

—…también te has vuelto una mujer.

El soldado pasó su mano por encima de sus ropajes, palpando las curvas de su feminidad en desarrollo. Rose gritó con todas sus fuerzas. Lástima que aunque sus gritos a lo largo de la noche se escucharían más allá de la tienda de campaña, nadie iría a socorrerla.

Los demás soldados se acercaron. Uno de ellos se agachó y la agarró de las piernas para que dejase de patalear. Otro sostuvo su rostro y taponó su boca con un trapo, y otros dos más sujetaron sus hombros, inmovilizándola por completo. Todos los presentes nada más se rieron al ver los ojos de ciervo herido que puso, ojos que comenzaban ya a atiborrarse de lágrimas que de momento se resistieron a derramarse.

Verla en ese estado les resultaba morbosamente placentero, excitante. Como mirar a un venadito atrapado en una red resistiéndose a ser devorado por su cazador.

El soldado que la había traído se sacó una navaja que llevaba guardada en su uniforme y la acercó al cuello de la prisionera.

—Y si todavía no has te has convertido en una —le murmuró con una voz que delataba una desbordante y creciente lubricidad—, no hay problema. Eso pronto tendrá solución.

Comenzó a cortar la desgastada y sucia playera, dejando poco a poco en descubierto los aún en desarrollo senos de la jovencita. Pequeños, pero firmes y con una tersa piel del color de la canela; los soldados al mirarlos esbozaron una diabólica sonrisa, fruto de sus ansias por saborear aquellas tiernas carnes. Rose trató de chillar, pero el trapo en su boca se lo impedía, convirtiendo aquellos desesperados gritos en quejidos que sólo sirvieron para que los soldados se excitaran aún más. El sujeto de la navaja sonrió, observó detenidamente sus pechos desnudos y luego se puso a acariciarlos con las yemas de sus dedos. Rose se estremeció; sus pezones, pequeños y de color marrón oscuro, se pusieron erectos casi al instante, hecho que incentivó al militar a jugar con ellos: meneándolos con el dedo, presionándolos, pellizcándolos. Rose forcejeó con todas sus fuerzas, pero sus captores eran mucho más fuertes que ella y la tenían bien sometida. Lo único que conseguía era gemir más fuerte, lastimarse a sí misma y divertir más a los presentes.

—¡Hey, yo también quiero tocarlas! —exclamó uno de ellos.

—Sigue, que todavía falta más por ver —solicitó otro.

El soldado que llevaba la navaja dejó de manosear aquellos preciosos pechos para continuar con su labor de cortar las otras prendas. Rose trató de liberar sus piernas, patalear y así frenarlo, pero fue en vano. El soldado siguió cortando: terminó de despedazarle por completo su blusa y siguió bajando hasta hacerle lo mismo a sus pantalones. Aunque él ya había dejado de lado los pechos de la joven, otro soldado había aprovechado para estrujar y apretujar el seno derecho, mientras que uno de los soldados que la mantenía inmovilizada de los hombros, sin ningún remordimiento ni asco, acercó su boca al pezón izquierdo de la chica y comenzó a chuparlo.

Rose, una vez más, trató de gritar, siendo de nuevo su grito sofocado por el trapo, el cual no podía escupir. Apretó fuertemente sus ojos, los cuales ya habían comenzado a desparramar sendos ríos de lágrimas. Sus intentos de gritos se fueron convirtiendo en inconsolables llantos. El dolor y la impotencia que le embargaba de saber que aquellos sujetos ultrajarían su cuerpo con total impunidad, fue tal que deseó con fervencia caer en un compasivo desmayo.

El soldado de la navaja continuó con su labor. Hizo a un lado los jirones de las prendas y se dispuso a deshacerse de la última: cortó con cuidado los costados de la braga, asegurándose de no lastimar a su valioso 'botín', y la jaló, exponiendo, ante la vista de todos, el pequeño y escaso pubis de la prisionera. Aquellos lujuriosos hombres jamás imaginaron deleitarse los ojos con carne así de fresca. Rieron y profirieron comentarios lascivos y humillantes para la jovencita cuya intimidad había sido desvelada. Rose ya no gritaba ni se forcejeaba. Había quedado tan exhausta que ya solo le quedaban energías para seguir llorando. Lloraba como una niña inconsolable y abandonada, como una de las muchas huérfanas de guerra a las que ella protegió y consoló durante la masacre de la guerra civil de Lior.

Los soldados se abalanzaron entre todos para tomar los restos de sus vestiduras y arrojarlos lejos. Ahora la inocente jovencita se encontraba completamente desnuda ante sus violadores, quienes no paraban de reír y de mirarla con lubricidad.

Rose a estas alturas se limitaba a mantener bien cerrados los ojos. No quería ver, no quería estar consciente de su horrible destino. Respiraba agitadamente pues, a querer o no, la situación en la que se encontraba había activado algo dentro de su cuerpo. Y es que su cuerpo, por muy joven y falto de experiencia que fuera, no dejaba de ser el cuerpo de una mujer, que por mero y llano instinto estaba respondiendo por sí mismo ante la situación. Cuatro de los militares continuaron estrujando y chupando sus exquisitos senos acanelados. Mientras que otro más aprovechó la completa desnudez de la prisionera para acariciar el suave y hasta ahora inexplorado monte de Venus. Su entrepierna, a pesar de ya poseer aquel característico aroma a mujer, y estar adornado por una escasa mata de fino vello púbico, todavía conservaba aquella delicada apariencia propia de la vulva de una niña: pequeña, redonda y esponjosa. Tal fusión de niña y mujer que Rose irradiaba en cada milímetro de su piel, tenían a todos los soldados locos de la excitación, embelesados como nunca pensaron estarlo. Uno de ellos se dio cuenta que la prisionera había dejado de resistirse y solo se dedicaba a sollozar, por lo que le retiró el trapo de la boca. ¿La razón? Deseaba escuchar sus llantos entremezclados con gemidos y súplicas.

—¡Basta! ¡Por favor, deténganse! —dijo en medio de llantos y gemidos—. Se los suplico…

Las lágrimas de Rose rodaban y se entremezclaban con su sudor y la mugre del suelo.

Poco a poco los lamentos fueron cediendo a los jadeos y quejidos; pues, a pesar de que su mente estaba completamente paralizada por el sufrimiento y el horror vivido, su cuerpo —tal vez aún demasiado joven para esto, o tal vez no— había comenzado a convulsionarse y a reaccionar a las provocaciones de los soldados. Su carne, su instinto de hembra, muy independiente y ajeno a su moral y su conciencia, estaba aflorando por primera vez, resintiéndose ante cada caricia lasciva que le propinaban. El soldado que se había dado a la tarea de acariciarle la entrepierna, pudo confirmarlo cuando pasó su dedo índice por en medio de los labios vaginales. En él notó la presencia de un inconfundible fluido.

—¡Miren esto! —Se echó a reír—. ¡Según ella, llora porque no le está gustando! ¡Pero esto de aquí me dice que en realidad ella también se está divirtiendo! —exclamó el hombre, que regocijado de ver cómo la entrepierna de la joven se había humedecido por sus magreos, comenzó a pellizcar con rudeza el clítoris inflamado que se asomaba de entre sus tiernas carnes, para después pasarse los dedos empapados a la boca y saborear aquellos deliciosos jugos de mujer.

—Nooo… ya no… —Rose había reunido sus últimos remanentes de cordura para rogarle a los soldados, en medio de jadeos, pujidos y llantos, un poco de piedad—: Por lo que más quieran… déjenme ir…

Lejos de estar dispuestos a escuchar a sus súplicas, los diez soldados se dejaron ir aún más osadamente. Rose permaneció pasiva, con sus ojos y sus dientes tan apretados cómo le fue posible y respirando con gran agitación.

El ambiente dentro de la tienda se fue tornando cada vez más húmedo y bochornoso.

Rose ahora sentía como un sinnúmero de lenguas profanaban cada centímetro de su tersa piel, cubriéndola con una pegajosa mezcla de saliva ajena y sudor propio. Las lenguas recorrieron sus mejillas, su cuello, sus brazos, sus pechos, sus pezones, su abdomen, sus caderas, sus muslos. Pero la más audaz, la que la hizo soltar un impresionante chillido y arquear la espalda, fue una que lamió con parsimonia y a profundidad su totalmente humedecida zona íntima. Por vez primera, Rose sintió un espasmo que la llevó a derramar de un solo golpe una buena cantidad de flujo vaginal. Aquel soldado se excitó aún más ante esto, por lo que decidió dedicarse de lleno a jugar con su boca con la entrepierna de la morocha. Chupaba su clítoris, lamía una y otra vez los labios vaginales desde adentro hacia afuera saboreado hasta la última gota de sus fluidos, mordisqueaba y arrancaba con los dientes algunos cuantos vellos de su pelvis, y de vez en cuando hasta mordía toscamente la carne de la joven. Ante esto, Rose nuevamente volvió a gritar y a forcejear para tratar detener al asqueroso hombre, pero fue en vano. El peso de los demás soldados no le permitía moverse del suelo ni un solo milímetro. Sus muslos permanecerían bien abiertos dándole a su victimario completo acceso a su intimidad.

Y así, el soldado, durante varios minutos que para Rose parecieron una eternidad, se dedicó a jugar a sus anchas con el coño de la prisionera. Tal tipo de profanación era demasiado excesiva para una jovencita sin experiencia como ella, por lo que su rostro se enrojeció por completo y el palpitar de su pecho se salió de control. Los lengüetazos eran casi como si el tipejo estuviese intentando penetrarla con la boca. Rose inconscientemente se contraía con fuerza para expulsar al intruso de su orificio, pero el soldado no paraba de introducirle una y otra vez la punta de su lengua hasta atravesar la hendidura de su himen. Los demás soldados, mientras tanto, continuaban manoseándola violentamente en otras zonas sensibles. Así prosiguieron por unos cuantos minutos más, hasta que uno de ellos se alejó para tomar un poco de aire y luego dar el siguiente paso en esta faena de tortura:

—Me tienes bien caliente, putita. —Algunos de sus compañeros vieron con sorpresa como se desabrochaba el pantalón y sacaba al descubierto su endurecido miembro—. ¡Mira ya como me la tienes!

Sus amigos adivinaron sus intenciones.

—Aún es muy pronto —dijo uno de ellos entre risillas y agitación—, vamos a jugar un rato más con ella.

El soldado no hizo caso de su amigo y se acercó de nuevo a donde la orgía para inclinarse cerca del rostro de la prisionera, colocando su miembro peligrosamente cerca de su cara.

—Jugar con ella… ¡pero si eso es exactamente lo que pienso hacer!

El lujurioso soldado acercó su glande a la boca de Rose. Ella, aún exhausta de tanto haber forcejeado hace unos momentos, y turbada por los espasmos y exaltación involuntaria ante las profanaciones a su cuerpo, apenas y tuvo tiempo para girarse a otro lado y evitar que el perverso hombre le restregara su pene en la cara. Pero el lujurioso soldado no aceptaría un "no" por respuesta y la jaló de los cabellos para obligarla a voltearse de nuevo hacia donde su pene.

Mientras todo esto ocurría, los otros nueve soldados no paraban de ultrajar violentamente sus carnes, especialmente el hombre que no se dedicaba a otra cosa que devorar con demencia su sexo. Rose, por su lado, luchaba por evitar que aquel poseso le clavara su verga en la boca, sacudiendo el rostro de un lado para otro a pesar del dolor que le infligía el tipo al jalar de su melena. Finalmente el hombre pudo someterla y acercarle su glande hasta hacerlo chocar con sus labios.

Ella apretó lo más que pudo su mandíbula evitando así que el pene lograse entrar. Sin embargo, el lujurioso soldado siguió arremetiendo con su miembro una y otra vez. Sólo conseguía restregar su glande en los mojados labios y los dientes de Rose, ensuciándolos con sus fluidos pre-seminales. No pasó mucho para que el violador se cansara de que la jovencita le siguiera poniendo resistencia, y, furioso, maltrató a Rose jalándola con toda su fuerza de los cabellos hasta hacerla gritar. Entonces aprovechó el momento para introducirle su pene hasta la garganta.

La pobre casi se ahoga cuando sintió el glande del perverso soldado golpetear su campanilla. Rose seguía siendo jalada del pelo en todo momento y por más que quiso no fue capaz de sacarse el miembro de la boca. Tosía una y otra vez del asco. El soldado se decepcionó un poco, pues se dio cuenta que cuando la hembra no pone nada de su parte, el sexo oral no resultaba igual de placentero. No obstante, el militar no se dio por vencido.

—Escúchame bien, putilla —le dijo—. Ya me harté de que sigas tocándome las pelotas. No tienes ni la menor idea de lo que te va pasar si sigues provocándome. ¿Me oíste? Así que déjate de tonterías si no quieres que te rompa esos dientes.

Rose, amedrentada, dejó de moverse y se resignó a obedecerlo. ¿Qué más podía hacer a estas alturas?

—Muy bien, así me gusta. Ahora, envuélvelo y presiona con tu lengua tan fuerte como puedas. Así… ahora haz como si lo fueras a sacar poco a poco y luego vuélvelo a meter hasta el fondo. Así… Succiona como cuando eras una bebita y mamabas los pechos de tu madre… ya lo tienes, ahora hazlo más rápido… ¡más rápido! Si te atreves a mordérmelo te arrancaré los ojos, ¿me oíste?

Los demás soldados continuaron en lo suyo, manoseando y lengüeteando el cuerpo entero de la joven. Rose solo hallaba algo de consuelo en llorar y rezar internamente por la pronta finalización es esta pesadilla. Apretaba los ojos lo más que podía y trataba de aguantar el asco que le producía el falo de aquel violador en su garganta. El soldado ahora movía con violencia su miembro dentro de su boca, llegando a lastimarla. Poco a poco los otros soldados se fueron calentando tanto que algunos empezaron a quitarse sus prendas para sentirse más en contacto con el cuerpo de la prisionera. Uno de ellos incluso, no se sintió totalmente a gusto hasta estar por completo desnudo; y, al estarlo, trató de restregar su cuerpo lo más posible al de la victima, haciéndose paso entre los demás, quienes posteriormente algunos siguieron su ejemplo y se deshicieron también de sus uniformes.

A la joven Rose ya no le quedaban más fuerzas para seguir tratando de patalear y liberarse. Por lo que totalmente cansada y derrotada, dejó de poner resistencia por completo y permaneció inmóvil, tendida en el suelo sin moverse para nada y con los diez soldados encima de ella profanándola sin cansancio. El hombre que la había obligado a darle una mamada, se encontraba ya muy encendido por la sensación de su verga restregándose una y otra vez en aquella pequeña y suave boca. Ya no iba a resistir por mucho tiempo.

Pobre Rose. No solo aquel otro soldado, que no era otro que el mismo que la había traído aquí desde un principio, todavía no se cansaba de devorar su sexo, al mismo tiempo que sus pechos eran manoseados y chupados por unos sujetos a quienes ni siquiera alcanzaba a distinguir de entre todo el tumulto; sino que ahora también estaba siendo embestida por los torrentes de semen que salían disparados del miembro del hombre que hasta ese momento había llegado más lejos que los demás. El chorro golpeó directamente su garganta y casi la hizo ahogarse del asco. Hubiera incluso vomitado de no ser porque el miembro del susodicho cumplía la tarea de bloquear su garganta. A final de cuentas, la mayoría del semen descargado terminó siendo tragado directamente por ella, mientras otra considerable parte se quedó en el interior de su boca, colmándola hasta salírsele por las comisuras de los labios y embarrar parte del vello púbico del soldado, cuyo miembro aún permanecía erecto dentro de su boca.

Todos los soldados se echaron a reír al darse cuenta de lo que su compañero acababa de hacer. No falto mucho entonces para que uno de ellos decidiera empezar a frotar su pene en el cuerpo de la prisionera para imitar a su amigo.

—¡Ahora me toca a mí! —gritó. Luego acercó su miembro donde los húmedos senos de la morena y lo colocó en medio de éstos para envolverlo y masajearse la verga con ellos.

Otros dos soldados vieron esta jugada y, tras reírse, decidieron unírsele a su amigo, por lo que sacaron su verga al aire y comenzaron a masturbarse con una mano mientras con la otra se aseguraban de mantener inmóvil a la jovencita en el suelo. Rose, aún con el miembro del otro hombre en su garganta, miró, en estado de semi inconsciencia, a esos dos soldados y pudo medio adivinar lo que tenían planeado hacer. El violador finalmente sacó su miembro y se limpió los residuos de semen restregándolo con el cabello de la joven. Los otros dos soldados entonces acercaron sus falos al rostro de ésta. El primer soldado pudo adivinar lo que iban a hacer, por lo que sujetó fuertemente el rostro de la joven y lo levantó hacia ellos. Fue entonces que uno de los dos continuó masturbándose con más ímpetu, hasta presentir que la eyaculación estaba a punto de salir, y apuntó con su miembro al rostro de la jovencita para disparárselo en la cara. Rose solo alcanzó a cerrar los ojos mientras era impactada por el hirviente y espeso líquido. Los demás soldados se rieron de esto y esperaron para ver como el otro de sus amigos hacía lo mismo.

El segundo soldado derramó de igual manera su semilla en la cara de Rose, empapándola todavía más.

—¡Qué divertido! –expresó uno de ellos, quien soltó los pechos de la morena para acercar su verga a su rostro y hacerle el mismo acto denigrante. A estas alturas, Rose ya ni siquiera suplicaba en voz baja que se detuvieran. Estaba totalmente desmoralizada, su cuerpo ya no se movía. Solo podía contemplar con esos ojos apagados y faltos de vida, como los supuestos hombres mancillaban su cuerpo a su antojo. Ni la esperanza de que esto acabase pronto le quedaba, pues todo el tiempo transcurrido hasta ahora le había parecido una eternidad. Lo único a estas alturas capaz de liberarla de su sufrimiento, sería un misericordioso desmayo.

Pero el anhelado sueño, por alguna razón cruel del destino, se negaba a llegar

Su mirada fue perdiendo lucidez hasta quedar idéntica a la de un cadáver. Ya no pensaba en nada. Su cerebro se dedicaba únicamente a procesar cada una de las profanaciones que le hacían a su cuerpo: los lengüetazos, los apretujones violentos hacia sus partes más íntimas. Y de cómo ahora hasta su pequeño orificio trasero era picoteado por el dedo de uno de los diez soldados del ejercito de Amestris. El hombre que se la había pasado chupando su vagina sin descanso y que aún lo continuaba haciendo, ahora no conforme con eso, estaba tratando de introducirle su dedo en el ano. Y lo estaba logrando.

Otros tres soldados más eyacularon en el rostro de la joven, uno por uno y en grandes cantidades. El semen en la cara de Rose era tanto que comenzaba a derramarse hacia el piso y ensuciar su cabello. A otros les pareció más divertido descargarse en ese maravilloso par de tetas para luego contemplar cómo lucían al estar embadurnadas con su hombría.

Rose permanecía quieta, jadeando levemente por la excitación involuntaria de su cuerpo, y ya sin ningún vestigio de consciencia en sus ojos, los cuales aún continuaban derramando lágrimas. A uno de los violadores le pareció gracioso como su cabello también se estaba manchando con semen, así que decidió embarrarle el fluido por completo en su melena revolviéndoselo con su mano. "Con esto te quedará más suave y sedoso" se ufanó y sus compañeros se echaron a reír. Su rostro estaba ya tan impregnado de semen, que se veía completamente de color blanco. Lo único que se alcanzaba a entrever eran sus ojos que repelían el viscoso fluido con las lágrimas que brotaban de manera constante. Rose continuaba jadeando en voz baja, por lo que buena cantidad de los disparos de semen caían dentro de su boca entreabierta. Pero ahora ella ya no daba ninguna señal de asco ni trataba de escupirlo como lo hacía en un inicio. Permanecía quieta, con el espeso semen resbalándose desde su boca hasta su garganta. Todos a su alrededor reían y la insultaban cruelmente.

—¡Miren —dijo uno de los soldados—, parece que ya le cogió gustillo! —Y se rieron.

De repente, el líder del grupo. Sin dar previo aviso a sus compañeros, dejó de jugar con la entrepierna de la joven y la sujetó con fuera por las caderas. Toscamente, hizo girar el cuerpo de la joven ciento ochenta grados, dejándola boca abajo y con los glúteos levantados, a la vista de todos. Ninguno de los presentes pudo adivinar sus intenciones hasta que miraron cómo le separó con cuidado las piernas para después acercar su miembro fálico hacia el orificio más íntimo de la jovencita.

—Espera un momento —refunfuñó uno de ellos—. ¡Quien te crees que eres! ¡Tú no vas a ser el primero en gozarla!

—Cállate –ordenó con voz siniestra y autoritaria, al punto que el otro soldado calló del miedo—. Fue mi idea traerla aquí, así que seré yo quien la desvirgue. Luego ustedes pueden hacerle cuanto quieran después; ¡pero yo y solo yo voy a desvirgarla! ¿Me oyeron?

Luego de decir estas palabras, el teniente entremetió su glande en los labios vaginales de Rose y los movió de arriba abajo, dos o tres veces hasta encajar la punta en la estrecha entrada aún virgen de la Liorense. El perverso hombre creyó que había encontrado la puerta a la gloria, sonrió funestamente y, sin pensársela dos veces, empujó con brutalidad su miembro haciéndolo impactar con el himen de la joven. Rose, que hasta ese momento había entrado en un estado completamente pasivo, abrió sus ojos como platos pero aún con la mirada traslucida y sin expresión. No fue sino hasta que el violador líder del grupo desgarró por completo su himen que salió de su trance, lanzando un potente grito adolorido.

Su rostro volvió a reflejar en sus facciones la misma angustia y sufrimiento que a inicios de su desventura. Su mirada expresaba nuevamente el terror del trauma vivido, el dolor y la impotencia. Una vez más se daba a la tarea de forcejear y sacudir las piernas buscando repeler a los infelices. Llegó incluso a conectarle una patada en la cara al que la había desflorado, pero este no la soltó ni sacó su miembro de ella.

—¡Suéltenme! —gritaba una y otra vez mientras luchaba inútilmente por quitarse al teniente de encima.

Los otros soldados la sujetaron con fuerza y consiguieron detener los manotazos y sacudidas bruscas que daba. Aquel teniente se sorprendió un poco al ver cómo ella había vuelto a tratar de poner resistencia. Mas no se echó hacia atrás y continuó embistiéndola con insistencia. Rose apretaba los dientes; con cada arremetida soltaba un quejido, se estremecía y chillaba. Para controlarla, el resto de los soldados se lanzaron encima de ella y comenzaron a manosearla toscamente. Uno de ellos volvió a introducir su pene en la boca de la joven. Otros, le pellizcaron los pezones con tanta fuerza que le marcaron unos profundos moretones en sus areolas. Otro se puso a recoger semen que había en el piso para embarrárselo por la espalda y caderas.

Rose no paraba de rogar entre murmullos y gemidos que la dejaran en paz y que, por lo que más quisieran, ya no continuaran. Sus hasta esa noche inmaculadas entrañas, estaban siendo tan ferozmente embestidas que unos hilos de sangre empezaron a emerger de su vagina. Aquel teniente no tenía piedad, la violaba a sus anchas y sin tener ningún reparo en herirla. Sus pliegues vaginales eran tan estrechos y se contraían tan fuertemente que lo hacían disfrutar como no recordaba haberlo hecho antes con su mujer o alguna puta a la que hubiese conocido en los bares de mala muerte que él suele visitar. "No me arrepiento de nada" pensaba embriagado de placer y renunciando momentáneamente a cualquier atisbo de razón.

Y así continuaron el teniente, Rose y los demás violadores durante otros diez minutos más. Hasta que uno de los soldados se acercó donde el líder y le dijo:

—Ya te divertiste bastante. ¡Ahora me toca a mí!

—No —contestó—. Aún no termino con ella.

Ambos hombres se miraron con semblante desafiante. Pero ni uno de los dos parecía estar dispuesto a ceder ante el otro. Hasta que el soldado retador le dijo a su teniente:

—Entonces… déjame su culo. —Sonrió con gran libido y morbo—. Yo la desvirgaré por atrás.

El teniente correspondió la sonrisa y sujetó a Rose de las caderas para levantarla del suelo. Rose gritó, pero le quedaban tan pocas fuerzas que apenas y se escuchó. Luego, aquel hombre, sin sacar su miembro de las extrañas de la joven, giró el cuerpo entero de ella y se recostó boca arriba, con la Liorense ahora montada sobre él y con sus pelvises aún unidas en coito.

—Ve por ella entonces… —dijo a su camarada.

El subordinado sonrió y empujó la espalda de la morena hasta tumbarla boca abajo sobre el pecho del teniente que la estaba desvirgando, haciendo que sus glúteos torneados, redondos y morenos apuntaran hacia él. El teniente la sujetó por la espalda para evitar que ésta forcejeara. El otro sujeto se acercó donde las nalgas de jovencita, que en esa postura aún seguía con el miembro del teniente de Central ensartado en su coño, y con el dedo ensalivado comenzó a penetrar el orificio trasero de la joven para ablandarlo.

Rose volvió a soltar un potente chillido. Apretó sus glúteos lo más que pudo tratando de expulsar el dedo intruso de su esfínter, pero el soldado era demasiado fuerte como para ser detenido con eso. El soldado continuó moviendo su dedo dentro del intestino de Rose, haciendo círculos para ir ablandando el esfínter. Rose apretaba los dientes del dolor y comprimía por reflejo su vagina y ano, consiguiendo con eso que el placer del teniente, quien mantenía su miembro dentro de ella, se incrementara.

El resto de los soldados observaban entretenidos el espectáculo. Al fin y al cabo, estaban un poco exhaustos. Y una penetración doble no es algo que uno pudiera presenciar todos los días.

Cuando el corpulento soldado se hubo convencido que el esfínter anal de la joven había sido reblandecido lo suficiente, soltó una leve risilla, apretó con excesiva fuerza y lascivia los morenos y torneados glúteos de la joven, y los separó de par en par, exponiendo su delicioso orificio trasero.

Rose, a causa del miedo de pensar en lo que aquel hombre estaba a punto de hacerle, no se atrevió a mirar hacia atrás.

—Por favor… deténganse… por lo que más quieran… —suplicó con una voz totalmente deformada y casi afónica al teniente sobre el que ella reposaba. Lo miró llorando a los ojos, fatigada de tanto gritar y convulsionarse.

El teniente la miró, y pareció por unos momentos que el ver su rostro demacrado lo había conmovido. Pero no fue así.

El otro soldado introdujo con tosquedad su glande en el esfínter de la jovencita. Rose contrajo su ano por reflejo y soltó un leve quejido que pronto se convirtió en un alarido cuando el tronco fálico logró hacerse paso. El teniente la sujetó con fuerza de la cintura para evitar que se moviera demasiado. El durísimo pene del violador ahora danzaba de arriba a abajo en el intestino grueso de la jovencita, lastimándola hasta hacerla sangrar. Rose estaba tan agotada que sus gritos comenzaban a quebrantarse: ya casi ni se alcanzaban a oír sus lamentos. Estaba cayendo de nuevo en ese estado de semi-inconsciencia de hace unos minutos. El teniente y su subordinado continuaron penetrándola a un ritmo cada vez más sincronizado. De los otros ocho soldados, cinco ya se encontraban algo fatigados y hartos de mancillar a la Liorense, por lo que se dispusieron a observar entretenidos mientras recogían energías. Otro de ellos, que aún no había descargado ni una sola vez su semen, aprovechó que la jovencita había caído de nuevo en estado pasivo para introducirle su miembro en la boca. Y los dos últimos se acercaron por los costados y empezaron a lamer y morder con brusquedad cada uno de los pezones inflamados de la adolescente, en lo que también masajeaban su torso lubricado con semen.

El tiempo en que Rose permaneció así: con los cinco soldados mancillándola en esa posición, parecieron eternos. Poco a poco la pobre criatura iba perdiendo la noción del tiempo y la realidad. Su mirada se privó de cualquier signo de expresividad hasta quedar totalmente nublada. Ya no veía ni escuchaba ni sentía absolutamente nada. Su mente parecía haberse apagado o abandonado su cuerpo, como huyendo de la terrible escena en la que se hallaba atrapado.

El piadoso desmayo, por el que tanto ella había estado suplicando casi desde el inicio de su tormentosa desventura, por fin había llegado.

Recordó entre sueños a su fallecido novio. Contempló, a través de bellas escenas oníricas, los maravillosos momentos que vivió a su lado, en especial de aquel cuando ellos dos se juraron amor eterno a la luz de la luna, frente a la capilla del dios Leto. Deseó más que nunca que él aún siguiera al lado de ella. Que su muerte, al igual que esa terrible guerra civil, no fueran parte de la realidad. Que su vida, tal y como era antes de aquel accidente que cobró la de su amado, continuara siendo la misma. Porque esta realidad, este presente, era demasiado horrible. Su corazón no podía resistirlo. Porque, quizá, ya no había nada más por lo que valiera la pena seguir luchando. Porque ya lo había perdido todo. Y porque, ahora mismo, estar muerta sería lo mejor.

Y de pronto, antes de que cayera completamente en el limbo, un recuerdo más la abordó. Era la figura de aquel joven alquimista y su hermano menor. Remembró los enseñanzas tan duras que había tenido por parte de Edward Elric y de Alphonse. De cómo ellos también habían tenido que pasar por todo tipo desgracias desde su niñez, y que a pesar de todas los dos continuaron avanzando, sin mirar hacia atrás. Escuchó nuevamente la voz del mayor diciéndole:

Que importa si has caído. Tienes piernas fuertes. Úsalas. Levántate y camina. Tienes todo lo necesario para continuar avanzado… Así que levántate… levántate… levántate y sigue caminando…

Esa voz fue la que la conservó y no le permitió renunciar a su voluntad ni a sus ganas de vivir. Mientras tuviera aliento, Rose debía seguir luchando. Sin importar lo que le deparase el mañana, debía levantarse y salir adelante. Eso fue lo que Edward Elric le enseñó y en lo que decidió creer desde ese día. Aún cuando pareciera que se había quedado completamente sola, y que ya no quedaban razones para mantenerse en pie, mientras tuviera aliento, mientras sus piernas gozaran de la fuerza necesaria para levantarse de nuevo, no podía rendirse. No debía. Jamás lo haría. Jamás.

Rose salió de su trance. Regresó a estar plenamente consiente de lo que ocurría a su alrededor. Miró cómo aquellos cinco militares continuaban dedicándose a ultrajar su cuerpo y decidió ponerles un hasta aquí. Ella lucharía por su dignidad hasta el último aliento, tal y como Edward le había enseñado. Con un audaz y contundente movimiento de sus brazos maniatados le propinó un codazo a cada uno de los hombres que le estaban mordiendo los pezones, dejándolos aturdidos en el suelo. El militar que tenía su verga dentro de su boca se asustó levemente por lo que terminó eyaculando sin querer en ella. Rose se enfureció ante esta afrenta y mordió con tal fuerza el pene de aquel soldado que la sangre de la herida salió salpicada de entre sus dientes. El cabo soltó un alarido de dolor y retrocedió unos pasos, sacando su virilidad de su boca mientras esbozaba una maldición hacia la Liorense. Rose escupió el semen en la cara del teniente que estaba penetrándola por su sexo y le propinó un cabezazo en la mandíbula. Luego trató de morderlo en el hombro, pero el soldado que estaba detrás de ella embistiéndola por el culo la tomó de los brazos. Rose siguió forcejeando, tratando de sacarse cuando menos el miembro del teniente de su sexo, gritando maldiciones llenas de cólera a todos los presentes, a quienes llamaba cobardes y ratas asquerosas.

El teniente, lejos de intimidarse, le dedicó una sonrisa siniestra y pasó a sujetarla con fuerza de su cintura, ensartándole su verga hasta el fondo. Rose continuó luchando, estaba dispuesta a todo con tal de darles su merecido, de hacerles pagar. Pero antes de que pudiera hacer algo más, los ojos del teniente se pusieron en blanco y, sin dejar de sonreír burlescamente, dejó liberar de un potente disparo una monstruosa cantidad de semen dentro de sus entrañas.

El cuerpo de Rose le traicionó al punto que, en cuanto sintió el bombazo del viscoso líquido atiborrando la entrada de su matriz, reaccionó contra su voluntad con un descomunal orgasmo que la hizo estremecer de pies a cabeza. Un hormigueo eléctrico que se expandió rápidamente desde el centro de su pelvis, contrayendo sus músculos y haciendo que su aliento se detuviera por un segundo para luego ser sucedido por un alarido. Sus ojos vieron estrellas. Su espalda se arqueó. Y tras toda esa explosión anímica, su cuerpo entero se relajó hasta quedar tan flácido como una muñeca de trapo.

Saber que ese hombre se había salido con la suya, que a final de cuentas no pudo evitar que se haya servido de su cuerpo hasta el final, desmoralizó a Rose por completo, además de hacerla sentir avergonzada de sí misma por el hecho de haber llegado a disfrutar por unos instantes de su abuso. Antes de que pudiera hacer algo, un golpe en la nuca la dejó inconsciente, esta vez de manera definitiva. Dicho golpe se lo había propinado el soldado que hasta hace unos instantes estuvo envistiéndola analmente.

Para cuando Rose despertó, se encontraba de vuelta en su celda, con los demás prisioneros alrededor de ella y preocupados por su estado. Sus ropajes —lo que quedaba de ellos— estaban sucios y deshilachados. Su cuerpo lleno de moretones y restos de semen seco y sangre coagulada. Sus ojos hinchados apenas alcanzaron a entreabrirse. Todos los demás reos miraron con pena su demacrado aspecto. Una joven de casi su misma edad le preguntó si se encontraba bien. Rose solo la miró con un gesto desconsolado, ni siquiera tuvo fuerzas para contestarle moviendo la cabeza. Entre todos trataron de curarle y limpiarle.

No volvió a ser violada, pero desde ese entonces Rose no fue capaz de pronunciar ninguna palabra durante su estadía como prisionera de Guerra.