Disclaimer: Bleach no me pertenece y esta historia tampoco, sino a Catherine Anderson solamente la base a los personajes de Bleach, por que la historia es linda.

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Prólogo

Kurosaki Ichigo cruzó a zancadas la gastada acera de madera frente al Golden Goose Saloon y abrió de par en par las puertas batientes. El interior, caluroso y ruidoso, le recordó las entrañas del infierno que todos los domingos mencionaba con voz tronante el predicador Ukitake. Tal como esperaba, el lugar estaba repleto, como era costumbre los sábados después de las diez de la noche, y el interior mal iluminado por una lámpara apestaba a humo de tabaco, cuerpos sucios y perfume barato.

Cerca de la puerta, como puesta allí para recibir a los parroquianos, estaba una muchacha de vestido azul. En cuanto vio a Ichigo, su boca pintada se curvó en una sonrisa y sus chispeantes ojos azules se entrecerraron.

-¿Estás buscando compañía, vaquero? -preguntó, acercándose con disimulo.

Ichigo, que a los veintisiete años tenía aún muy grabada la educación impartida por su madre, inclinó la cabeza en gesto cortés:

-No, señora -dijo, marcando las palabras-. Estoy buscando a mi hermano.

-¿Seguro?

Ichigo contuvo su impaciencia. Aunque no le importaba de qué modo se ganaba la vida esta tórtola mancillada, ni ninguna otra, nunca tuvo necesidad de pagar la atención de una mujer, sobre todo cuando estaba fatigado, hambriento y en su casa le esperaban al menos dos horas de tareas.

-Seguro.

Miró más allá de la muchacha, hacia la barra. Y, por supuesto, allí estaba Kaien, apoyado contra el brillante mostrador, como para sostenerse, y el grueso cabello renegrido le caía en ondas húmedas sobre la alta frente. Por el aspecto del muchacho, ya estaba empapado en alcohol.

Ichigo lanzó un juramento por lo bajo.

-¿Acaso son mellizos? -preguntó la muchacha, pasando la mirada de uno a otro de los varones Kurosaki.

La gente afirmaba, desde hacía años, que él y Kaien eran casi idénticos, y Ichigo suponía que algo de razón tendrían. Tenían el mismo tipo de mentón cuadrado y pómulos altos. Pero ahí terminaba el parecido pues el cabello de Kaien era negro mientras su cabello tenía un inusual color naranja además cuando Ichigo sonreía, cosa que no sucedía con demasiada frecuencia, nadie se inmutaba. Pero cuando Kaien se iluminaba con esa sonrisa torcida y perezosa, el mundo entero parecía sonreír con él, sobre todo la mitad femenina, y a gran parte de esta mitad también se le aflojaban las rodillas. En ese mismo momento, una mujer colgaba del brazo de Kaien: una bonita pelinaranha de enormes ojos verdes. Respondía al nombre de Matsumoto Rangiku, si Ichigo recordaba bien.

-Yo le llevo siete años -le explicó a la tórtola, sorprendiéndola.

No tenía sentido añadir que había pasado esos siete años tratando de ser madre y padre, tanto para Kaien como para los otros hermanos.

-Entonces esta es su noche de suerte -musitó la muchacha-, porque da la casualidad de que soy aficionada a los hombres mayores.

-Gracias por la oferta, pero tengo hambre, debo alimentar a los caballos y me quedan por cerrar las cuentas del día -la cortó Ichigo, antes de que la chica tuviera tiempo de sugerir que pidiera un trago para los dos.

Lo miró, desilusionada, pero después encogió un blanco hombro desnudo:

-La oferta queda abierta. Bastará que pregunte por Senna.

-Lo haré alguna vez.

Ichigo fue en dirección a Kaien, abriéndose paso entre los cuerpos que se movían. Últimamente las borracheras de Kaien se repetían todas las semanas. Maldito muchacho. Ichigo conocía la debilidad de los varones Kurisaki por el alcohol. ¿Acaso no estaba Kaien al lado de él cuando bajaron a su padre a la tumba, hacía cinco años? ¡Por el amor de Dios, el viejo había bebido hasta morir, por no hablar de que, por culpa de esa bebida, dejó a sus hijos sin un centavo! Como no pudieron cancelar los pagos de la hipoteca, perdieron el antiguo hogar familiar en Ohio y, si no se hubiesen mudado al Oeste para buscar tierras donde instalar su hogar, habrían quedado sin un techo sobre sus cabezas. Por fin, con el sudor de las frentes de todos, comenzaban a recuperarse, y no gracias al padre... ¡y ahora Kaien seguía sus pasos!

El primer impulso de Ichigo fue aferrar a su hermano del cuello y sacudirlo. Pero se conformó con abrirse paso a codazos hasta llegar a su lado y apoyar el tacón de una bota en el riel.

-Kaien, la reunión de ganaderos ya ha terminado. Creo que sería hora de que pensemos en volver a casa.

Kaien se volvió sin prisa, los ojos gris azulado un poco fuera de foco, la boca, generalmente firme, ahora Hoja en las comisuras:

-¿Ichigo? -quiso saber, en un tono que revelaba su incertidumbre.

-¿Qué otro? - Ichigo no pudo contener una sonrisa, y agitó una mano ante la nariz del su hermano-. ¿Estás ahí, Kaien?

-La última vez que me fijé, estaba. -Kaien hipó, y le sonrió a la mujer que estaba del otro lado-. Esta bella dama tuvo la amabilidad de invitarme a un trago, ¿no es así, querida?

Matsumoto Rangiku echó una mirada al semblante de Ichigo:

-Buenas noches, señor Kurosaki -dijo, en tono asombrosamente humilde- No sabía que usted también estaba en la ciudad.

-El viejo Ichigo ha venido a una reunión con los otros tipos importantes -bromeó Kaien, con lengua estropajosa-. ¿No es así, hermano?

-Así es.

Kaien se pasó la lengua por los labios y frunció el entrecejo.

-No creí que frecuentaras sitios como este.

-Por lo general, no lo hago. Eso no significa que nunca lo haga.

Ichigo echó un vistazo al vaso de whisky de su hermano. Por el amor de Dios: no una medida, ¡un vaso y, además, medio vacío! Lo que menos necesitaba Kaien era más licor. Moviéndose con rapidez para que su hermano no tuviera tiempo de anticiparse a lo que haría, Ichigo se apoderó del vaso.

-No te molesta compartirlo, ¿verdad? El viejo garguero está un poco seco.

Cuando la mano de Clint se cerraba en torno del vaso, Matsumoto Rangiku le sujetó la muñeca.

-Eh señor Kurosaki.- Inclinó la cabeza indicando la jarra de whisky- Dejeme que le sirva su propia bebida. Hay mucho más que eso.

¿No era ese, precisamente, el problema? Lanzando una mirada desazonada, Ichigo vio que la jarra había sido vaciada en sus tres cuartos. No era de extrañar que Kaien estuviese borracho.

-No me molesta beber del mismo vaso -le confió a la muchacha. Además, tengo la impresión de que él ya ha bebido demasiado.

Por un instante, le pareció que la mano de la muchacha se apretaba en la muñeca de él. Pero luego, con una sonrisa nerviosa y un chisporroteo de los ojos grises, murmuró algo por lo bajo que Ichigo no alcanzó a entender. Haciendo con el vaso el ademán burlón de brindar, Ichigo trasegó el licor y apretó los dientes cuando sintió la quemazón.

-No está mal.

Aferrando la botella, Kaien se sirvió otra medida de whisky, parte del cual se le derramó por el borde del vaso y cayó sobre la barra.

-Adelante, Ichigo. Diviértete. Como dice Rangiku, hay mucho más.

Si bien Ichigo podría haber pasado sin otro trago, tampoco quería que su hermano consumiera lo que quedaba en la botella. Sin presentar objeciones, bebió el segundo vaso y no dijo nada cuando Kaien lo llenó otra vez. Por desgracia, cuando dejó el vaso apoyado la tercera vez, Kaien le pidió al tabernero otra jarra.

-Déjalo, Kaien... ya has bebido demasiado -sugirió Ichigo, con voz suave-. Terminemos por hoy, compañero, y vayamos a casa.

-No hagas de madre conmigo, hermano mayor. Soy un poco mayorcito para que me consientas tanto.

-Lo último que se me ocurriría es consentirte. - Ichigo estampó una mano en el hombro de su hermano, y lo sacudió un poco-. Es tarde, y los dos hemos tenido un día atareado. Es mejor que ahora nos vayamos a casa, ¿de acuerdo? Hacemos fuego, preparamos un poco de café. Para variar, sería agradable.

-Ve tú. -Kaien pasó un brazo por la cintura de la pelinaranja-. Como dice el viejo dicho, la noche aún es joven. -La menuda camarera lo sostuvo para que no se cayera cuando pasó el peso del cuerpo hacia ella y se soltó de la barra-. Por la mañana, estaré en casa, Ichigo. Despierto y a tiempo, y en condiciones de trabajar, te lo juro.

Ichigo sabía lo que iba a ocurrir. Después de unos tragos más, Kaien se derrumbaría y dormiría hasta últimas horas de la mañana, después de lo cual tendría el estómago revuelto y un terrible dolor de cabeza.

-Lo que pasa es que me hubiese gustado tener compañía para cabalgar hasta nuestra casa -aventuró Ichigo -. Cuando no estamos trabajando, casi no estamos juntos.

-Quizá la próxima vez –sugirió Kaien. Con eso, se inclinó para mordisquear la oreja de la mujer. Para impedir que cayesen los dos juntos, Matsumoto se apoyó contra él con todo su peso-. Eh, dulzura -dijo el joven-, ¿Qué te parece si vamos al piso de arriba?

Ichigo quitó la mano del hombro del hermano.

-Bueno, creo que yo me largo.

Kaien, que había cambiado la oreja de Matsumoto por el cuello, no se molestó en responderle. Con el corazón pesaroso, Ichigo no se decidía a marcharse, y sin embargo sabía que Kaien tenía edad suficiente para tomar sus propias decisiones. Por fin, al ver que el hermano le pedía al tabernero otra jarra, se dio la vuelta. Para bien o para mal, Kaien debería arreglárselas solo.

Abriendo con el hombro la puerta batiente, Ichigo salió a la acera e hizo una honda inspiración para serenarse. Sin embargo, en vez de despejarse, le pareció que la cabeza se le nublaba más todavía y llegó a la conclusión de que era por causa del whisky, que rara vez bebía.

Dejó las puertas balanceándose a sus espaldas y dobló a la izquierda por la acera. Sus tacones tocaron una melodía hueca sobre la madera gastada. De entre los edificios salían franjas de luz de luna que rayaban la acera marcando el avance del hombre.

Miró hacia la calle principal y vio que había pocas ventanas iluminadas. Era casi medianoche. La mayoría de las familias ya se habían retirado a dormir. Ichigo se sintió triste y vacío por dentro. No hacía mucho que los Kurosaki también habrían estado dentro de su propia casa, en la cama.

¿No hacía mucho? Cerró con fuerza los ojos y recordó cómo era su vida cuando sus padres estaban vivos. Comidas caseras, maravillosas. Cortinas de encaje en las ventanas. Risas. Habían pasado seis años desde la muerte de la madre y cinco desde que el padre fue a reunirse con ella. En realidad, no era tanto tiempo, pero para Ichigo, que tuvo que asumir la responsabilidad para con los hermanos menores, era una eternidad.

Se detuvo ante la tienda y miró los objetivos expuestos en el escaparate iluminado por la luna con dolorida nostalgia. Yoruichi, la esposa del propietario, era muy hábil con las manos y había construido una cocina en miniatura al otro lado del cristal. Lo alegre de la escena lo hizo pensar, por contraste, en el ambiente triste y austero que lo esperaba en su propia casa. Ninguna cocina alegre, nada de decoración, ni flores, ni cortinas de encaje. Para que una casa fuese acogedora, se necesitaba el toque femenino, y eso era lo que faltaba en el hogar de los Kurosaki.

Ichigo se preguntó, y no por primera vez, si no tendría que casarse.

Tal vez Kaien no se vería impulsado a quedarse tanto tiempo en la ciudad, si la casa hubiese sido más agradable. Desde que se instalaron en Shady Corners, Ichigo había logrado muchas cosas, pero la mayoría de las mejoras estaban relacionadas con la tierra. La casa necesitaba arreglos, y Hanatarou, su hermano de seis años, una madre. Hasta Hisagi, el hermano de catorce años, manifestaba signos de volverse un poco salvaje, y Ichigo dedujo que se debía a que él no tenía talento para educar niños. ¡Pero, maldición! Era un ranchero, no una niñera. Sabía de vacas y de caballos y a veces sabía cómo hacer que los perezosos de sus hermanos se movieran. Pero Hanatarou y Hisagi todavía sufrían de malos sueños relacionados con la muerte de los padres, y Ichigo no sabía cómo calmarlos ni aplacar los estallidos que se sentía incapaz de comprender. Lo peor de todo por las noches, cuando Hanatarou lloraba hasta dormirse, de pura desdicha, y Ichigo no sabía cómo consolarlo. Esa era una de las principales razones por las que había escrito a su abuela Unohana, unos meses atrás. Era una mujer bondadosa que nunca había sido bendecida con hijos propios. Ahora estaba viuda, y Ichigo esperaba que tuviese interés en venir desde Ohio a comenzar una nueva vida con ellos, en Oregón. Sin embargo, hasta el momento no había contestado a la carta y, como había pasado tanto tiempo, Ichigo comenzaba a dudar de que alguna vez lo hiciera. Y eso lo llevaba de nuevo al pensamiento original, a saber, que tal vez debería casarse.

Reanudando su paseo por la acera, trató de imaginarse cómo sería volver a tener a una mujer en casa. Supuso que sería mejor. Seguramente mucho mejor. Sin duda, sería grato volver a casa al anochecer y encontrarse con una comida caliente, casera, y no vendría nada mal que alguien mantuviese al día el lavado de ropa. Siendo ocho personas, la pila de ropa sin lavar recordaba una montaña. Sí, era indiscutible: tener una mujer en casa representaría un gran avance.

No obstante, a juzgar por la suerte de Ichigo en los últimos tiempos, ninguna de las jóvenes elegibles de los alrededores estaría interesada en hacerse cargo de una familia tan numerosa, ya existente, sin contar que estaba compuesta de varones rudos, y supuso que se vería obligado a conformarse con una muchacha de virtudes domésticas que a ningún otro interesara.

Era una idea bastante poco atractiva.

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