Un estudio en gatos
Estuve durante unos días fuera de Londres, ya que tras el súbito augmento de la popularidad de Sherlock me veía obligado a visitar otros sitios si pretendía encontrar lugares tranquilos en los que descansar sin que mi espacio o privacidad fuesen invadidos. Fueron unos días agradables en los que pude reponer fuerzas al completo para continuar con el siguiente caso junto a mi compañero.
Llegué a Baker Street cuando anochecía. Me bajé del taxi y entré a casa. Saludé a la señora Hudson y luego fui arriba. El crujido estridente de las escaleras llamó la atención de mi compañero de piso, que giraba su cuello en dirección a la puerta nada más la abrí.
– Buenas tardes, Sherlock.
– Oh, John –hizo poco esfuerzo al hablar, algo que me resultaba molesto, aunque había llegado a acostumbrarme a ello–. Te estaba llamando antes, necesito que hagas la compra, me hace falta algo con urgencia.
¿Por qué no me extrañaba que no se hubiese dado cuenta de que llevaba varios días fuera?
– Sherlock, estuve fuera unos días. ¡Algún día ni viviré aquí y tú...!
– Shhht, no grites tanto –interrumpió. Su mirada se desvió hacia abajo.
Al principio no lo entendí. Luego todo cobró sentido.
Sobre su regazo descansaba nada más y nada menos que un gato. Un felino de apenas unas semanas de vida a juzgar por su tamaño, de colores amarronados y rayas negruzcas, que dormía tranquilamente sobre la bufanda de Sherlock, que lo cubría del frío. Me fue difícil aceptar que Sherlock era capaz de cuidar a un ser vivo, más que nada por la forma descuidada en la que él mismo se cuidaba. Pero en el fondo lo encontré un gesto muy humano de su parte.
– Sherlock... ¿Qué es esto?
– Es un gato.
– ...No vas a decirme nada más, ¿verdad?
– Oh, ¿debería?
– Dime al menos de dónde lo sacaste, o si tienes planteado usarlo en algún tipo de prueba de laboratorio. Porque si es así ya puedes devolverlo.
– No, John –Sherlock rió, suspiró y no dijio nada más.
Supose que ése era el final de la conversación, así que subí a mi habitación y vacié las maletas. Bajé a prepararme un té nada más terminé.
– John, la compra.
– Está oscuro fuera, iré mañana.
Sherlock se levantó del sofá, se puso su chaqueta y salió de casa en apenas unos minutos. No daba crédito a lo que veía. ¿Adónde iría, por qué tanta prisa?
Había dejado a su amigo de cuatro patas descansando sobre el sofá, con su apreciada bufanda cubriéndolo ligeramente.
No pude evitar cogerlo y sentarme con él apoyado sobre mí. Hacía años que no tenía contacto así de cercano con un animal, desde que era aún un niño para ser más exactos. El gatito ronroneaba y me observaba, intrigado. Tardé poco en caer dormido por el agotamiento.
Me desperté tras un par de horas, con la bufanda de Sherlock rodeándome el cuello y una manta cubriéndonos al gato y a mí. Sherlock había estado todo el rato sentado en su sillón, con la compra a su lado (mucha comida de gato y leche), mirando cómo nos sumergíamos en un sueño profundo.
– Sois completamente iguales –dijo, mientras me acercaba el té que me había preparado antes y aún no me había tomado, y ofreció un pequeño plato con leche a nuestro amigo felino.
