Disclaimer: Nada que se reconozca me pertenece, pertenece a la serie Merlín de la BBC.
1. LUJURIA
Sir León era el perfecto caballero. Siempre dispuesto a luchar por sus creencias, por sus valores. Todo el mundo estaba al corriente de que se comportaba con honor, que era justo y que siempre estaba dispuesto a ayudar. Pero lo que no muchos sabían era que, además de todo eso, también era un pecador.
El caballero lo había sabido desde que era muy joven. Al principio intentó luchar contra ello, no estaba bien, no era correcto. Al menos así había sido educado desde pequeño. Pero pasó el tiempo y se aceptó como era. Tampoco podía ser tan malo si le hacía sentirse tan bien, razonaba consigo mismo.
Pues él era culpable del pecado de la lujuria. Muchos años atrás pensaba que ese deseo sexual era el mismo que sentía el resto de los jóvenes, pero con el paso del tiempo comprendió que el ardor que él poseía no podía compararse al de los demás.
Cuando veía una mujer bella o un hombre hermoso su corazón se desenfrenaba y prácticamente dejaba de pensar. Dejaba de ser un Caballero de Camelot para convertirse en un simple hombre con un gran deseo. Sobre todo si veía que éste era correspondido. Muchas veces había compartido la cama con mujeres y hombres a los que solo había visto en una ocasión.
A veces esto le había causado muchos problemas. Solía intentar ser discreto, pero no siempre lo conseguía. Y aunque él pensaba que los demás caballeros no sabían nada, estaba seguro de que algunos comenzaban a sospechar, pues las explicaciones que daba no siempre parecían del todo creíbles.
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Había sido un día muy largo. Patrullar por el bosque solo era divertido si estaban buscando algo o a alguien, si no, se hacía insufriblemente incómodo y tedioso. Por mucho que uno se pasase la vida a lomos de un caballo, estar un día entero al trote destrozaba todos y cada uno de los músculos del cuerpo. Por lo que, al acabar la jornada estando demasiado lejos de Camelot como para volver y ver una posada, todos los caballeros se alegraban, con una única excepción.
Era cierto que Sir León había aprendido a aceptarse a sí mismo como era. Sin embargo, conociéndose como se conocía, sabía que nada bueno podría salir de esa noche. Las posadas siempre estaban frecuentadas por jóvenes atléticos o eran el lugar de trabajo de hermosas criadas. Por eso no le gustaba visitar una con sus compañeros de armas, pero habría resultado sospechoso que se opusiera y debía mantener las apariencias.
Entraron y el caballero suspiró aliviado. Había muy pocos clientes, todos ellos hombres mayores y borrachos, y la posadera, que era la única mujer de la sala, tenía el rostro desfigurado y el cuerpo maltrecho. Puede que aquella vez su lujuria no le causara problemas, por una vez.
Estaba relajado bebiendo una cerveza bastante agria y ácida junto al fuego mientras reía con sus hermanos cuando se abrió la puerta, dejando paso a un frío aire que precedía a un joven de negros cabellos. Sir León alzó la mirada, como el resto de los parroquianos, y aquello fue su perdición.
Su mirada se cruzó con la del joven durante un único segundo, pero aquello bastó para que el noble caballero sucumbiera a sus encantos. Era muy bello y sus enormes ojos azules parecían prometerle muchas cosas. En ese simple instante sir León supo que sus avances no serían rechazados. Pero aunque apenas podía pensar y lo único que quería hacer era acercarse a él, una pequeña pero insistente voz le recordaba que había caballeros presentes, algo que él parecía haber olvidado.
Sufriendo y luchando contra ese deseo que le envolvía como nunca había hecho se excusó de sus hermanos fingiendo una indisposición y corrió a la habitación envuelto en ardor buscando refugio. Una vez cerró la puerta comenzó a caminar con frustración de un lado para otro, hubiera deseado tirarse a un lago helado de cabeza, pero no podía. Aunque por encima de eso, hubiera querido acercarse a aquel joven y preguntarle su nombre, pero eso era algo que tampoco podía hacer.
Pasaron los minutos, pero no conseguía relajarse. Cuando escuchó los pasos de sus compañeros que se dirigían a la habitación que compartían se dispuso a fingir dormir. Pero era muy difícil estarse quieto sintiendo esa pasión que creía que le haría estallar en llamas en cualquier momento.
No podía resistirse más. Así que decidió que en cuanto se durmieran los demás iría a buscar a ese hombre de ojos azules. Estaba seguro de que pasarían una noche que ninguno de los dos podría olvidar.
Pero aquella fue una de esas veces que el destino parecía estar en su contra. Y sir Gwaine y sir Percival pasaron toda la noche en vela, hablando en susurros sobre la última vez que habían ido a cazar, discutiendo sobre quién había lanzado la flecha que acabó con el ciervo. Sir León estuvo a punto de irse, aunque ellos le vieran... A punto. Pero no lo hizo, tendría que responder demasiadas preguntas y no tenía respuestas que ofrecer.
Al final consiguió su noche inolvidable, pero en vez de placer lo que haría que la recordara sería esa agonía que casi acabó con él. Finalmente llegó el amanecer, los caballeros se prepararon, desayunaron unos huevos revueltos con tocino y pan duro y se fueron.
Sir León cargaba su caballo en silencio, no había dicho ni una palabra desde que se levantó y los otros caballeros estaban extrañados.
—¿Te encuentras bien? —preguntó sir Gwaine.
—Sí —gruñó en respuesta el caballero. No dijo más porque bastante le costaba contenerse para no pegarle un puñetazo. Después de todo, si se hubiera dormido, no hubiera habido ningún problema.
—Claro —pronunció sir Gwaine de una manera exasperantemente larga mientras mordía una gran manzana roja muy jugosa—, eso es lo que parece.
Sir León no se dignó a contestar mientras simulaba terminar los preparativos muy lentamente. El resto de la partida se encontraba dispuesta para salir, pero él todavía no se había montado en el caballo. Acababa de tomar una decisión que llevaba rondando por su cabeza las últimas horas. Fingió buscar algo cada vez más nervioso hasta que exclamó:
—¡Vaya! Parece que me he olvidado… una bota —añadió con un tono no muy creíble—. Será mejor que entre a buscarla. No hace falta que me esperéis, id adelante y os alcanzaré enseguida.
Dijo todo esto sin levantar la mirada del suelo y rápidamente se dio la vuelta para entrar en la posada antes de que alguien pudiera decir cualquier cosa en contra.
—Adelante, ya habéis oído a sir León —gritó sir Gwaine mientras tiraba el corazón de la manzana a un lado—. Aunque será mejor que no vayamos demasiado deprisa —susurró a su compañero.
—Sí —estuvo de acuerdo sir Elyan—. Apuesto a que le va a costar bastante encontrar esa… bota —afirmó mientras se reía.
—No seas malo —añadió sir Percival que no se encontraba muy atrás—. Es comprensible que quiera quedarse un poco más. Seguro que ha caído bajo los encantos de esa posadera.
—Claro, está así por la posadera —pronunció sir Gwaine con sarcasmo antes de que los tres estallaran en carcajadas mientras continuaban avanzando a un ritmo lento sobre sus caballos camino a Camelot.
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Al margen de todo esto, sir León había encontrado por fin su momento inolvidable. Aquél que no podía haber evitado buscar, casi con desesperación.
Porque sir León era un pecador y la lujuria sería siempre su perdición.
Bueno, empecemos por lo fácil. ¿Review? =) Siempre se agradecen.
Ahora, antes de los tomatazos, me explico. Siete pecados capitales y mis nobles y valientes caballeros de Camelot. No es fácil asignarles un pecado a cada uno, pero lo intentaré. No sé como quedará, alguno creo que puede resultar divertido aunque otros pueden acabar en desastre. La avaricia y la soberbia me dan miedo. Pero bueno, de perdidos al río.
Algunos caballeros ya sé de que pecarán ;-), para otros tal vez alguna sugerencia me haga cambiar de opinión. Se agradecen comentarios. Saludos y gracias. Selenia.
