ESTA HISTORIA ES LA ADAPTACIÓN DE UN LIBRO. NI LOS PERSONAJES AQUÍ EXPUESTOS, NI Glee Y/O El libro original de Relatos Oscuros... ME PERTENECEN.
Na/ Este capitulo esta desde la perspectiba de Quinn y en ella aparecen Quinn, Rachel y Finn. En cada capitulo pondre los personajes para que no os perdais en si estan conectados unos con otros.
1-La Noche De La Nevada
Era algo bastante pintoresco, quizás era hasta grotesco, e incluso se podría decir que era surrealista, echar un vistazo al salón de la casa, donde los tres yacíamos muertos, empapados en sangre. Yo yacía sobre el suelo, justo delante de la chimenea, sintiendo cómo el fuego calentaba mi rostro; notando también el calor viscoso de la sangre sobre la que me encontraba.
Justo delante de mí, pude ver el cuerpo ensangrentado de Rachel, con sus grandes y preciosos ojos mirando con muerta y fría fijeza. Tardé unos segundos en darme cuenta de que su mano derecha estaba agarrando con fuerza la mía.
Tenía que haber sido capaz de prever cómo iba a acabar aquello. Por mucho que Rachel me dijese lo contrario, no es una buena idea encerrar en la misma habitación a una hermosa dama, al amor de su vida, y al borrego de su rival. A nivel histórico, eso nunca ha resuelto nada. Pero Rachel estaba resuelta a acabar con aquella situación.
¿Qué más podía hacer?
Recuerdo aquella tensa situación de los tres en la misma habitación, y luego recuerdo ver caer a Rachel. Segundos después, ya no pude ver nada en absoluto. Lo último que vi antes de quedar inconsciente fue el suelo que subía con extrema rapidez hacia mí.
Lo primero que sentí al abrir de nuevo los ojos fue una intensa y extrema sensación de frío por todo mi cuerpo. Algo que no sabría muy bien cómo explicar. Sentí el calor viscoso de la sangre por debajo de mi rostro, y por mi pelo rubio. Con un leve movimiento de mis ojos verdes, pude ver el cadáver de F. H. sobre el sofá de piel, todo lleno de sangre.
Una sensación de paz interior y de tranquilidad invadió mi inmóvil cuerpo, y volví a mirar a Rachel; tratando de recordar qué había hecho que llegásemos a esa situación.
Sólo recordaba una cosa más: que aquella noche nevaba.
Traté de levantarme, y sentí cómo las uñas de los dedos de la mano de Rachel se me clavaron con fuerza. Pero pronto me olvidé de aquel dolor, porque uno mucho más fuerte rodeó todo mi cuerpo. Me retorcí de dolor unos interminables segundos, hasta que, de pronto, desapareció. Así, sin más, tan pronto como había venido.
Una vez de pie, miré alrededor, tratando de ordenar mis ideas lo más rápido que pude. Lo principal era deshacerse del cadáver de F. H. aunque sólo fuera porque combinaba de pena con el sofá. Luego, encargarme de Rachel.
Sentí un poco de frío, miré hacia abajo, y observé un agujero en la ropa. Me levanté la ensangrentada camisa, y observé que el agujero había entrado por la espalda, concretando, por la zona lumbar, y había salido por el abdomen.
Observé el cuerpo de Rachel: estaba rodeado de sangre, e inmóvil por completo, pero no presentaba agujero de bala alguno.
Deduje que era el cuerpo de F. H. el que estaba inmóvil sobre el sofá, sólo porque era el tercero que se encontraba en la habitación en ese momento. Y porque tenía media cabeza reventada. Incluso había trocitos de cráneo y de cerebro mezclados con la sangre que cubría el sofá. Su mano izquierda sujetaba una pistola niquelada, y el cañón aún estaba caliente.
Ya tenía dos muertes: a mí me habían disparado, y F. H. se había suicidado. Sólo me quedaba la única que me importaba de verdad: la de Rachel. Pero presentí que no iba a ir a ninguna parte, así que también pensé que sería mejor ocuparme de ella más tarde.
Caminé hasta el sofá, y me detuve justo enfrente del cadáver muerto de F. H. Lo estuve mirando unos segundos, durante los cuales no me avergüenza lo más mínimo admitir que no sentí ninguna compasión por verle en esa situación. Al contrario: me alegré. Por fin había muerto, y nos habíamos librado de él.
Lo malo era que Rachel también estaba muerta, por lo que mi vida en estos momentos tampoco era que tuviera mucho sentido, la verdad.
Un montón de sentimientos pesimistas comenzaron a venirme a la cabeza. Traté de desterrarlos con rapidez, pero, cada vez que pensaba en Rachel, me hundía un poco más.
Antes de cargar con el cuerpo de F. H. decidí asegurarme. Me dirigí hacia la chimenea, y cogí el azuzador metálico. Lo empuñé con fuerza, y regresé al lado del ocupante del sofá. Cerré los ojos, respiré con fuerza, y le atravesé el pecho con el azuzador metálico; clavando su punta en la piel del sofá.
Casi al instante, F. H. abrió los ojos de golpe, y me lanzó un grito de dolor. Retrocedí asustada, mientras veía, con los ojos casi fuera de sus órbitas, cómo se retorcía entre el azuzador; convulsionándose su cuerpo con violencia, y vomitando sangre.
Pasado un breve espacio de tiempo, sus ojos se volvieron a cerrar, y las convulsiones cesaron. Decidí acabar con aquello antes de que volviese a pasar algo, así que quité el azuzador, cargué con su cuerpo, y entré en la cocina.
Tiré el pesado cuerpo sobre la larga mesa de madera; ocupando con él todo su largo. Abrí un cajón, y saqué el cuchillo más grande y afilado que encontré. Me humedecí los labios, y me puse a partir en trocitos aquel cuerpo.
El cuchillo cortaba como si fuese mantequilla la carne y los huesos. Serré los pies a la altura de los tobillos, las piernas a la altura de las rodillas, y los muslos a la altura de las caderas.
Luego serré las articulaciones de las manos por las muñecas, el antebrazo hasta el codo, y luego el brazo hasta el hombro.
Por último, con un golpe seco del cuchillo, cercené aquella cabeza asquerosa. La mesa estaba perdida de sangre, así como el suelo. Por no hablar de cómo acabé yo.
Una vez que estaba troceado, tenía que decidir cómo librarme de aquellos trozos de una vez para siempre. Después de pensarlo durante un buen rato,
encendí el triturador de basura, y fui deslizando los trozos del cuerpo. Las afiladas cuchillas los trituraban en segundos; aunque las paredes acabaron llenas de sangre. Fue algo desagradable ver cómo aquella enorme cabeza se hacía miles de pedacitos pequeños; pero sólo al principio. Luego se convirtió en algo muy divertido.
Solucionado el principal asunto, me quedaba encargarme de Rachel. Volví a pensar en ella, y fue entonces cuando me percaté de lo que estaba sucediendo: estaba en medio de una cocina ensangrentada, y llena de sangre.
Tuve que sentarme, y recapitular todo lo que había pasado hasta ese momento. Aunque sólo recordé que aquella noche estaba nevando.
Luego me transporté a mí misma a la escena de la discusión entre los tres del triangulo amoroso. ¡Dios, qué mala idea había sido aquello! Pero Rachel no estaba viva para poder echarle la bronca, así que continué recordando lo que había pasado.
Recordé que, en un momento álgido de la discusión, yo me giré, y oí un disparo. Observé de reojo el cuerpo de Rachel volando etéreo en el aire, durante unos segundos que pasaron como horas. Luego oí otro disparo, sentí frío, y me desplomé sobre el suelo.
No sé con exactitud cuánto tiempo estuve en el suelo, al lado de Rachel. Recuerdo una risa que martilleaba en mis oídos, y me taladraba la cabeza. Así que decidí levantarme. Al girarme, vi a F. H. sentado en el sofá, riéndose a mandíbula batiente. Su expresión cambió de forma radical cuando me miró.
Su rostro palideció a tal extremo que no fui capaz de distinguir su cara de una calavera. Invadido por los nervios, y temiéndose lo peor, se puso el arma en la sien, y disparó; desparramando sus sesos por mi sofá. No comprendía muy bien lo que estaba pasando. De pronto, sentí como una fuerza invisible que me golpeaba, y me hacía perder el sentido; desplomándome sobre el suelo, al lado de Rachel; mi amada y bella Rachel.
Me senté un momento, y miré por la ventana, observando cómo caía la nieve; la blanca nieve. Y entonces lo entendí todo. Entendí que sólo yo podía matar a F. H. y que nadie me podía matar a mí. Me sentí llena de vida, y comencé a recordar todas las vidas que había vivido, desde los principios de la fundación del Mundo. ¿Quién puede, en verdad, acabar con el Mal? El Mal es eterno. Yo soy eterna.
Pero aquello distaba mucho de haber acabado. Rachel seguía muerta al lado de la chimenea, y tenía que encargarme de ella; de la mujer a la que amaba.
Pero eso lo dejé para el final.
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