Antes de empezar, creo que deberíais saber qué es esto. Es un Pones, Joynter, Jones x Poynter o como o quieras llamar. Es decir, que si no te van estos rollos... Allí arriba tienes un botón precioso que es como una cruz pero mareada, porque está de lado. Sí, es muy malo, ¿qué? Yo soy feliz así, deal with it D:
He de decir que esta historia es demasiado empalagosa. No es mi estilo, pero era el regalo de cumpleaños de una amiga :3 Ah, sí, es un UA, es decir... que aquí McFLY no es un grupo de música ni nada, vaya, de hecho solo salen Danny y Dougie. Es una historia desde que eran pequeños hasta que se hicieron mayores.
Está dividida en dos partes porque es algo larga.
En fin, espero que os guste. Muchos besitos de Lacasitos o lo que se dé por aquí :3
Materials memories I
Así y como todos los días, cierra los ojos con fuerza y se acurruca en posición fetal, sin estar dispuesto a levantarse de la cama aunque un rayo de sol inoportuno le esté perforando los párpados. Se gira en la cama y siente una respiración ajena golpeándole en la nariz. Abre los ojos con un esfuerzo sobrehumano fruto del cansancio de primera hora de la mañana para observar un mar de pecas frente a él. Parpadea lentamente hasta habituar su vista y contempla sin poder contener una sonrisa avergonzada con los labios apretados el rostro de Danny frente a él durmiendo plácidamente. Mira el brazo que rodea los hombros del rubio y se pregunta cómo no se ha percatado ni un poquito de su movimiento en la cama. «Danny tiene un sueño tan profundo que ya podría avecinarse el Apocalipsis que él seguiría sobando», piensa el pequeño Dougie.
A Dougie le gusta observar a Danny mientras duerme, es la única forma que tiene de poder mirarlo y no sentirse débil por estar contemplándolo como si estuviese enamorado al más puro estilo colegiala, aunque en realidad sí que esté enamorado como una maldita colegiala en proceso de hormonar. Dougie nunca ha sido un chico al que le gustasen los sentimientos propios de una novela rosa, pero es muy intenso.
Además, tenía que reconocer que, aunque no le gustara nada lo empalagoso, no cambiaría esa sensación melosa permanente por nada en el mundo.
Danny suspira profundamente haciendo que Dougie arrugue la nariz y entrecierre los ojos. Parpadea y sonríe posando una de sus heladas manos a causa del frío en el pecho de Danny. Mientras siente la piel del pecoso estremecerse bajo su mano, no puede evitar que todos los sucesos que los han llevado hasta esa situación pueda verlos a través de sus ojos como una película.
Tampoco puede evitar sonreír de nuevo.
Juguete
Sin duda, el mejor día de la semana para el pequeño Dougie Poynter era el viernes.
Todos los viernes, antes de irse a la escuela, su madre le daba una libra para que se comprase la merienda en la cafetería de la institución. Como a Dougie no le gustaba la comida que vendían allí, pues todo era fruta y demás comida asquerosamente sana, esperaba al fin de las clases para brincar felizmente hasta el kiosco de la esquina antes de irse a casa para poder comprarse una bolsa de fritos y una piruleta gigante de las que pintaba la lengua de azul.
Y así era como se transformaba un día normal y corriente en un día perfecto para un niño de seis años.
Dougie se subió al escalón de piedra del kiosco de las golosinas y se relamió los labios mientras el hombre apartaba la vista de su periódico y sonreía mostrando todos sus imperfectos dientes.
—¡Vaya, vaya! Ya te echaba de menos, mocoso. ¿Lo de siempre?
—¡Sí!—exclamó el pequeño con su voz aguda e irguiéndose del todo, con una sonrisa de oreja a oreja y las cejas alzadas. El hombre se rió entre dientes mientras ponía la bolsa y la piruleta encima de la bandeja metálica. Dougie ensanchó su sonrisa y colocó su billete a un lado de ella mientras el hombre lo cogía y le daba el cambio. Después, miró hacia los lados y se acercó de forma confidencial a Dougie mientras este se apresuraba por coger sus cosas.
—¿Sabes? Me ha sobrado una revista en la que regalan una miniatura de un muñeco de acción. No creo que a ti te interese la revista, pero seguro que el muñeco...
Dougie abrió mucho los ojos y la boca mientras cerraba sus deditos con fuerza alrededor de la piruleta a causa de la emoción.
—¿Me vas a dar el muñeco?—preguntó con un brillo en los ojos, sorprendido. El hombre volvió a reírse con fuerza y se agachó. Cuando se volvió a incorporar, abrió la mano y dejó al descubierto una pequeña figura de un soldado portando una metralleta. Un símbolo bélico que para Dougie solo significaba que tenía otro muñeco más con el que jugar a inventarse aventuras por lugares fantásticos que solo existían en su imaginación.—¿Me lo regalas en serio?
—¡Claro! Eres mi cliente favorito.—dijo el hombre dejando el soldado en su mano y revolviéndole los pelos. Dougie se rió con un hombro encogido y dio un saltito.
—¡Muchas gracias! Me voy corriendo a enseñárselo a mi mamá.
—Venga, hijo. ¡Nos vemos la semana que viene!
Dougie se despidió mientras corría en dirección contraria con las golosinas en una mano y el soldado en la otra, la cual mantenía en alto orgulloso para poder observar su nuevo juguete mientras se dirigía hacia su casa, ubicada a cinco manzanas de allí.
Dougie no debería volver solo de clase, pero su madre no tenía tiempo para llevar y recoger al pequeño a la escuela. Supuestamente, ese era el trabajo de su padre, pero él nunca lo hacía. Llegaba casi por la noche a casa porque todas las tardes se quedaba tomando unas cañas con sus amigos hasta que anochecía.
No obstante, eso su madre no lo podía saber. Su padre le decía a Dougie que ya era mayorcito para que fuese solo a casa, pero que su madre no podía enterarse de que confiaba en él porque se enfadaría, por lo que tenía que engañar a su madre diciéndole que su padre lo había llevado a casa en coche, pero que tenía que volverse a la oficina a trabajar y por eso no podía subir a casa.
¿Pero qué importaba ese pequeño detalle? Las clases habían terminado, tenía su bolsa de fritos, su piruleta pintalenguas, le habían regalado un juguete nuevo... ¡Y encima era viernes!
Aquel debía ser el día más feliz de su vida.
Y mientras iba pensando en lo afortunado que era, Dougie tropezó con un bordillo y cayó de bruces al suelo, aplastando su piruleta y soltando su figurita, por lo que voló unos metros hasta caer al suelo. Dougie se incorporó lentamente, sintiendo un gran escozor en su rodilla derecha. Se mordió el labio inferior sintiéndose estúpido, con los ojos llorosos. Sollozó por lo bajito y buscó con la mirada sus golosinas. Había aplastado la bolsa de tal manera que los fritos habían acabado desperdigados por el suelo, la piruleta se había roto y no encontraba por ninguna parte a su soldado. Se puso de pie y miró hacia todas las direcciones, angustiado. Finalmente, divisó su figurita a escasos metros de él, bajo un pequeño árbol y a los pies de un niño de más o menos su edad. Dougie corrió hacia esa dirección aunque sintiese un pinchazo bastante desagradable en su rodilla.
El niño que estaba bajo el árbol se quedó mirando la figurita unos segundos hasta que decidió agacharse y cogerla, examinándola entre sus dedos. Dougie se detuvo y tragó saliva, cohibido. Estaba seguro de que sus mejillas se habían coloreado aún más de por sí.
—¿Me... me das mi juguete, por favor?
El niño desvió la mirada hacia Dougie y entrecerró los ojos. El niño en cuestión poseía una tez pálida como la de Dougie, pero su rostro estaba surcado de pequeñas pecas. Sus ojos eran de color azur y su cabellera castaña, tirando a naranja, lucía unos rizos despeinados. Lo que más le llamó la atención a Dougie fue su nariz tan ancha, parecida a la de un payaso, la cual el niño arrugaba en esos momentos.
—¿Por qué? Es mío, yo lo he visto antes.
El rizoso hizo un puchero dejando sobresalir su labio inferior. Dougie lo imitó, triste.
—¡No! Es mío, me lo han dado a mí.
—Estaba aquí en el suelo cuando llegué, ¿cómo sé que es tuyo?
—Jo, por favor, dámelo...—suplicó el niño parpadeando y a punto de llorar. El pecoso relajó el gesto y observó unos segundos al rubio. Después, agachó la cabeza.
—Es que yo... No tengo ningún juguete...
Dougie alzó mucho las cejas y después frunció el ceño, extrañado. El castaño agachó la vista, avergonzado por haber dicho eso. Dougie no podía creer que aquel niño no tuviese ningún juguete. ¡Él tenía decenas de ellos! ¿Cómo iba a vivir si no?
El rubio se mordió el labio inferior con lástima y observó la cara triste del niño. Torció la boca y parpadeó. Sonrió al pensar que se le había ocurrido una idea genial y cogió al pequeño de la muñeca.
—¿Y si vienes a mi casa? Tengo un montón de juguetes. Podemos jugar a lo que tú quieras.
El niño alzó la vista con la mirada esperanzada y la boca entreabierta.
—¿Lo dices en serio?
—¡Claro! Aunque tendrías que preguntarles a tus padres si te dejan quedarte en mi casa...
—Ah, eso... No importa, a ellos les da igual.—dijo el niño encogiéndose de hombros. Dougie parpadeó varias veces, sorprendido. Al rubio le daba envidia, sus padres no le dejarían hacer eso ni en broma. «Qué padres tan guay tiene», pensó. El pequeño sonrió.
—Pues entonces ven a mi casa, seguro que a mi mamá tampoco le importa.—dijo Dougie echando a andar. El rizoso le siguió con una sonrisa avergonzada, haciendo como que examinaba el soldado para no tener que mirarlo.—Por cierto, ¿cómo te llamas?
El niño clavó sus ojos azules en los del rubio.
—Danny, ¿y tú?
El pequeño sonrió.
—Yo Dougie.
Danny le correspondió la sonrisa.
Y aunque hubiese desperdiciado dinero en una bolsa de fritos y una piruleta que habían quedado destrozadas por el camino y sin soldado, Dougie sabía que aquel viernes seguía siendo el día más feliz de su vida, porque habría perdido un juguete, pero había ganado un amigo nuevo.
Dibujo
Dougie mordía su lengua con la cara contraída a causa del esfuerzo y la concentración. Le dolía parte de la espalda y la nuca al estar colocado en esa postura, pero casi ni se daba cuenta. Toda su atención se centraba en su bloc de dibujo, el cual estaba siendo adornado por maravillosas florituras y explosiones de colores.
El rubio no podía considerar el arte de dibujar como su mayor pasión, pero sí algo que conseguía alegrarle su amarga estancia en la escuela durante la hora de plástica, y más si le ponían nota por ello.
Dougie se acomodó en el banco en el que estaba apoyado para dibujar. El rubio pertenecía a una escuela de primaria que tenía pocos recursos económicos, por lo que cuando hubo una inundación en Londres, la escuela tuvo muchos desperfectos, pero los profesores no podían dejar de dar clase aunque las aulas estuviesen destrozadas (por desgracia para los alumnos), así que tuvieron que juntarse los cursos de cuarto, quinto y sexto de primaria en el gimnasio para dar las clases, lo cual resultaba un tanto incómodo, sobretodo para los estudiantes.
El pequeño se alejó de su dibujo apartando el lápiz a un lado del banco y observando con una sonrisa orgullosa su trabajo. A sus diez años, Dougie había conseguido plasmar perfectamente el paisaje otoñal del Hyde Park en un amanecer cualquiera y sin necesidad de tenerlo delante para tomarlo de base. Sin duda, era lo mejor que había dibujado en mucho tiempo.
—Mirad, el nenaza ha pintado su fantástico mundo de Pin y Pon.
Dougie se ruborizó de forma exagerada cuando escuchó las risas crueles de los chicos de sexto de primaria, esos que aprovechaban cualquier oportunidad para meterse con él sin ninguna razón aparente... Bueno, en realidad sí. Dougie era extremadamente bajito, le sacaban dos cabezas y tenía cara de crío que, después de todo, era lo que seguía siendo. Además, poseía un carácter en apariencia débil y sumiso, lo cual lo convertía en el blanco de bromas y de niños que necesitaban demostrar ser los líderes porque en casa sus máscaras se rompían y perdían totalmente esa fortaleza.
—Y encima se creerá que dibuja bien y todo. ¡Este niño es un mierda!
Las carcajadas iban en aumento. Para unos niños de once años, la palabra «mierda» podía ser la más graciosa e hiriente a la vez. Para aquellos era la primera, para Dougie no hacía falta ni decirlo. Se mordió el labio inferior intentando retener las lágrimas que se apelotonaban en sus ojos y alzó la mirada un segundo solo para observar a sus agresores. Cuatro niños de aspecto rudo lo contemplaban con una sonrisa burlona a escasos dos metros de él, sentados en un banco sin atender a su profesor. Dougie observó a Danny, sentado al lado de ellos observando el suelo, cabizbajo. No le dirigía ninguna mirada de desprecio, pero no parecía pensar en hacer nada por evitar los insultos que les lanzaban. Dougie clavó la mirada en el que había sido su mejor amigo para ver si conseguía con el poder de su mente lograr que se percatase de lo que le dolía aquello y le salvase.
Porque lo que más le torturaba no era que sus compañeros se metiesen con él ni mucho menos, sino que Danny ignorase su presencia y no pudiese apoyarse en él en aquellos momentos.
Danny y Dougie habían sido los mejores amigos desde el día del soldadito. Todas las tardes, Danny acompañaba a Dougie hasta su casa y se iban a jugar hasta que caía la noche a su habitación. Cuando el clima empezaba a ser cálido, Dougie se sacaba un balón y se iban a jugar al parque hasta caer derrotados.
Sí, Danny y Dougie habían sido siempre los mejores amigos... Hasta que, cuando cumplió diez años, Danny ingresó en el mismo colegio que Dougie. Los dos pensaron que sería fantástico estar en el mismo colegio, así podrían jugar más tiempo juntos... Pero se equivocaron.
Danny era un año mayor que Dougie, lo cual conllevaba al hecho de que perteneciese a otro curso, por lo que el pecoso se juntaba con los compañeros de su clase, distanciándose cada vez más de su amigo.
Hasta que un día, simplemente, dejó de ir a jugar a su casa. Dougie estuvo esperándolo con un muñeco nuevo en la mano durante toda la tarde.
El pequeño decidió ignorar las risas de aquellos desagradables chiquillos y centró su atención en su profesor, el cual informó en ese preciso momento:
—Vamos, en cinco minutos recojo vuestros dibujos.
Dougie asintió con la cabeza y cogió su lapiz para afilarlo, buscando el sacapuntas en su mochila y poniéndose de pie para acercarse a la papelera junto a otros dos compañeros más. Mantuvo la boca cerrada mientras sacaba punta a su lapiz sin cruzar ninguna palabra con sus compañeros y sopló para quitar las virutas de madera que se había quedado colgando. Después se giró y caminó hasta su banco, tarareando mentalmente una de las canciones del Rey León, una película a la cual le tenía un cariño considerable, pues era la primera que había visto junto a su mejor amigo Danny Jones.
Dougie se detuvo cuando observó que algo no encajaba en su dibujo. Abrió mucho los ojos y palideció, notando dos puños aprisionando su estómago.
Su dibujo.
Habían vertido un bote de típex sobre el papel.
Dougie corrió hacia su bloc cayendo de rodillas en el suelo e intentando quitar en vano el típex del dibujo. Comenzó a respirar muy deprisa mientras veía con horror cómo aquella sustancia se secaba sobre él, dejando un olor bastante fuerte. A Dougie le empezaron a escocer los ojos, pero no se debía a aquel intenso hedor. Los chicos de sexto de primaria se rieron con más fuerza ante el rostro desconsolado de Dougie y éste les dedicó una mirada de odio a todos y a cada uno de ellos.
Danny tampoco iba a ser menos, pero este no fue capaz de sostenerle el contacto visual más de dos segundos seguidos.
El profesor se acercó a Dougie y tendió una mano.
—Vamos, Poynter. Entrégame el dibujo.
Los dedos de Dougie comenzaron a temblar alrededor del papel que apretaba contra su pecho, esperando que la voz no le saliese excesivamente aguda cuando se excusase.
—Es que... Yo...—no quería decirle que le habían estropeado el dibujo, bastante tenía conque esos matones se metiesen con él... No quería quedar como un chivato y que hiciesen cosas peores. El profesor suspiró.
—¿Otra vez? No entregas los ejercicios de matemáticas y tampoco estudiaste para el examen de conocimientos del medio... Me estás empezando a decepcionar, Poynter.
Dougie bajó la mirada. Si el profesor supiera... Si no entregaba los ejercicios de matemáticas era porque uno de los niños de sexto había descubierto lo genial que era el mechero de su padre y lo probaba en el cuaderno del rubio de dicha asignatura. El examen de conocimiento del medio no pudo estudiarlo porque aquellos niños le obligaron a hacerle los deberes aquel día.
Obviamente, Danny no participaba en esa clase de abusos.
El hombre volvió a suspirar y se alejó de Dougie, preguntando a otro de sus alumnos. El rubio se frotó una lagrimilla traicionera que se le había escapado y se mordio el labio inferior con fuerza mientras veía por el rabillo del ojo cómo se acercaban esos niños.
¿Por qué el profesor de su curso no hacía nada? ¿Es que no prestaba atención a esos chicos?
Quizá había dejado de hacerlo en cuanto comprobó que eran un caso perdido...
—Mirad, la nena se ha puesto a lloriquear.—dijo uno de ellos con la voz absurdamente chillona, intentando imitar el tono de voz de Dougie. Éste se encogió de hombros, sollozando. Soltó una risotada despectiva y posó una mano en el hombro del pequeño, zarandeándolo.—¿Qué? ¿Te vas a poner a llorar aún más, gallina? ¿Eh? ¿Es eso?
Dougie cerró los ojos deseando con todas sus fuerzas que el profesor se percatase de la desaparición de sus alumnos, o que el suyo se diese cuenta de que le estaban tratando mal, o que el niño dejase de zarandearlo...
O simplemente, desaparecer para siempre.
Porque si ya era así de infeliz en clase con diez años, no quería imaginarse tiempo después, cuando las bromas dejasen de serlo. Ese era el problema de las personas; cuantos más años cumplían, mayor era la capacidad para hacer daño a los demás.
Dougie se resignó. Esperó a que aquellos niños se entretuviesen destrozando su dibujo escribiendo cosas grotescas sobre él en el folio y permitió que el niño que le zarandeaba le revolviese el pelo y acto seguido le diese una colleja seca en la nuca.
Y fue entonces cuando sucedió.
El chico trastabilló y tropezó con el banco, arrastrándolo medio metro y causando que rodase hasta caer al suelo de espaldas, por lo que el dibujo cayó al suelo y desorientó a los demás niños, que no se esperaban aquello. Dougie observó sobresaltado y sin comprender cómo había hecho para sufrir una caída tan aparatosa.
Y de pronto, Danny Jones gritó.
—¡Ni lo toques, imbécil!
Dougie se encogió sobre sí mismo, sorprendido. Desvió la vista y vio a su mejor amigo pecoso a su lado, lanzandole una mirada envenenada a su «amigo» tirado en el suelo con los dientes apretados y los puños cerrados. Los alumnos de su alrededor observaron la escena, curiosos.
—¿Eres... eres tonto o qué?—le espetó a Danny con las mejillas coloradas por la vergüenza de estar siendo retado por un semejante. Danny ignoró su pregunta, dando un paso hacia delante.
—¿Me has escuchado, retrasado? Como vuelvas a tocar a Dougie te voy a meter tantos crayolas por el culo que los vas a escupir por la boca.
Los niños empezaron a cuchichear y a reírse por lo bajito. El rubio estaba muy confuso, pero no pudo evitar sonreír cohibido ante la broma de su amigo. Él sabía cómo era; utilizaba esas frases tan malsonantes para parecer mayor, aunque no tuviese ni idea de lo que significaban.
Y aunque a Dougie no le gustasen esas frases, tenía que reconocer que le encantaba que Danny dijese eso.
Le estaba defendiendo. Por fin.
La amenaza no duró mucho tiempo, pues en cuestión de segundos un profesor se colocó al lado del rizoso y le cogió del brazo con el rostro surcado en arrugas del enfado.
—¡Danny Jones, al despacho del director inmediatamente!
Tras el grito, el profesor tiró del brazo de Danny para llevárselo con él. Antes de dejarse arrastrar, el pequeño se giró para espetarle al niño que estaba incorporándose del suelo con un puño alzado en el aire:
—¡Y era el Hyde Park, no el mundo de Pin y Pon, estúpido!
El profesor dio un último tirón y obligó a Danny a caminar junto a él mientras Dougie sentía las orejas calientes y el corazón latiéndole a cien por hora. Ni siquiera le importó que siguiesen destrozando su dibujo a pesar de las amenazas y que el que parecía ser el líder de la manada de orangutanes terminase de levantarse y le hubiese dedicado un gesto obsceno con la mano.
A su mejor amigo le importaba, y no podía estar más feliz.
Los alumnos empezaron a recoger y a salir del gimnasio antes de que sonase el timbre de salida. Dougie recogió sus cosas, se lavó las manos y tiró los papeles arrugados y destrozados que antes habían sido su dibujo, abatido, y salió de aquel sitio, solo que en lugar de caminar hacia la salida cambió de dirección y se apresuró a acercarse a la secretaría. Una vez allí, se sentó pacientemente en el suelo abrazando su mochila y esperó a que Danny saliese.
Cinco minutos después, su amigo salió del despacho frotándose los párpados. Dougie se mordió el labio inferior, nervioso, y se puso de pie, colocándose la mochila en la espalda. Danny alzó la mirada y Dougie sonrió.
—Hola.
El pecoso parpadeó varias veces. El blanco de sus ojos se habían tornado rojos a causa de la llantina anterior en el despacho del director, pues habían llamado a sus padres y le habían puesto una amonestación.
Después de todo, Danny seguía siendo un niño por muy adulto que intentase parecer.
Danny agachó la mirada y torció la boca hacia un lado, formando una pequeña sonrisa.
—Hola...
Dougie se humedeció los labios, aclarándose la garganta.
—Oye... Gracias por defenderme de esos abusones.
Y a Dougie le gustó el hecho de ver que Danny se ruborizaba. Se hubiera reído de él si no fuese porque no lo consideraba oportuno. El pecoso parpadeó una vez y levantó la vista, avergonzado.
—Era un dibujo muy bonito, el mejor que he visto. No tendrían que habértelo estropeado.
El rubio se encogió de hombros.
—Da igual.—mintió fingiendo que no le importaba. No era momento para entristecerse.—Ya haré otro.
Un pequeño silencio precedió a aquella frase en la que los dos niños se miraron los zapatos como si fuesen lo más interesante del mundo. Dougie chasqueó la lengua y decidió romper el hielo.
—¿Qué te han dicho ahí dentro?
Danny se encogió de hombros con una mueca de desagrado.
—Me han mandado hacer una redacción de mil palabras sobre la buena educación y me han puesto una amonestación. Después han llamado a mi madre para decírselo y que me mandase buscar, pero no le ha importado.
El pequeño se quedó bastante sorprendido. Le hubiera encantado que su madre fuese igual de flexible con esas cosas y que no le importase que le castigasen en el colegio por mala conducta.
Por alguna razón, a Danny aquello no parecía alegrarle en absoluto.
Dougie sonrió de oreja a oreja y le dio un toquecito en el hombro para que se animase.
—Eh, ayer mis vecinos estaban haciendo limpieza en su casa y me han dado el Tragabolas que sus hijos no querían ya. ¿Quieres venir a mi casa y jugamos un rato?
A Danny se le iluminó la cara con una sonrisa y asintió con la cabeza varias veces, emocionado.
—¡Claro! ¿Cojo mis cosas y nos vamos a tu casa?
—¡Vale!
Los dos niños corrieron hasta el gimnasio, cogieron la mochila de Danny y se fueron hasta la casa de Dougie jugando a pisar solo las baldosas de color rojo, como si no hubiera pasado prácticamente un año desde que se hablasen, como si todo aquello no hubiera ocurrido y no tuviese la mayor relevancia en sus vidas.
Como si fuesen a ser niños sin preocupaciones para siempre.
Película
Danny pateó una abandonada lata de Coca-Cola al mismo tiempo que lanzaba un bostezo al aire con las manos en los bolsillos. Después, suspiró y levantó la vista al cielo.
—Pues qué coñazo de película.
Dougie dejó de beber de su refresco al mismo tiempo que se alejaban de aquel cine ubicado en el centro comercial de Londres y asintió con la cabeza, bufando.
—No ha merecido la pena la traca que le hemos metido a nuestros padres para que nos dejasen venir a verla... Si no daba nada de miedo.
Danny bufó y rodó los ojos, esbozando una sonrisa sarcástica y clavando los ojos entrecerrados en Dougie, incrédulo.
—¡Pero si estabas cagado de miedo! Casi caes las palomitas al suelo y me haces comprar otras... Además, si hemos tenido que pedirles que comprasen las entradas a nuestros padres es porque esa película no es apta para menores de catorce años y tú aún no los has cumplido.
Un pequeño rubor ascendió por el cuello de Dougie. El pequeño arrugó la nariz y desvió la mirada, enfurruñado y pasándose un dedo por debajo de la misma mientras seguía bebiendo de su refresco. Danny suspiró y esperó a que su amigo terminase para que le tendiese la lata y así poder beber él.
—Ya no se hacen películas como antes.—comentó el pecoso llevándose el refresco a los labios. Dougie sonrió de lado mientras caminaban. Su amigo seguía haciéndose el adulto con él... Ocho años y habían cosas que aún no habían cambiado. Dejó de beber y lanzó un suspiro satisfecho al aire, pasándole la lata a su amigo.—Hagamos una cosa... La próxima vez en vez de elegir la película dejando caer el dedo en la cartelera del periódico, nos leeremos las críticas antes.
Dougie se rió y apretó la lata entre sus manos para después tirarla a la papelera. Acto seguido, se subió a un bordillo y levantó los brazos haciendo equilibrio sobre él mientras su amigo caminaba a su lado con las manos en los bolsillos, observándolo.
—¿Recuerdas las películas que veíamos de pequeños?—preguntó el rubio sonriendo. Dio un salto y empezó a mover la cabeza levemente de un lado a otro, comenzando a cantar.—Nadie que me diiiiga, lo que debo hacer...
Soltó una risita y se giró hacia su amigo, el cual observaba a Dougie con una ceja arqueada y una sonrisa escéptica. Dougie arrugó la nariz y frunció el ceño, haciendo aspavientos con las manos.
—Sí, joder... La canción del Rey León.
—Ya lo sé, Dougie, pero... ¿De verdad era necesario hacerme pasar este mal rato?
Danny ensanchó la sonrisa ante la mirada reciminatoria del rubio, el cual se cruzaba de brazos.
—Claro, como si tú cantases mejor que yo, mamón.
—No me refiero a eso. Es que eres tan... Infantil.
Dougie alzó las cejas, sorprendido, y se detuvo para mirar a Danny con gesto ofendido.
—¿Infantil por cantar canciones de Disney? A ver, defíname «infantil», oh, gran fuente de sabiduría.
Danny bajó un poco la cabeza para mirar a Dougie con una de sus comisuras levantadas, formando una mueca de extrañeza.
—Tío, ya tienes trece años... No puedes ir cantando cursiladas Disney por ahí.
—¡Pero no es una cursilada Disney, es un clásico! Vamos, Danny... ¿De verdad no te la sabes?
—Pues... No, la verdad es que no.
Aquello a Dougie le sentó francamente mal, pero no por el hecho de que dijese que no se acordaba de una canción cualquiera, es que, por muy idiota que sonase, era SU canción. El Rey León era la primera película que Danny y Dougie habían visto juntos y para él había sido muy especial. Todavía recordaba con cariño el momento en el que los dos se subieron al sofá del salón y se pusieron a cantar aquello mismo dando saltos. También recordaba el momento en el que los dos se pusieron a llorar con la muerte de Mufasa como buenos críos que eran.
Dougie se sintió ofendido. Terriblemente ofendido.
O quizá es que no quería admitir que era el único tonto que aún seguía rememorando ese momento como un día realmente feliz.
Dougie se giró y caminó deprisa ignorando las llamadas de Danny, hasta que el pecoso le alcanzó, le agarró del brazo y Dougie se deshizo de su agarre, mirándolo con los labios apretados.
—Venga ya, enano, ¿te has enfadado?
—La madre que te parió, Danny, que tenga un año menos que tú no me convierte en un enano.
—Vale, vale...—dijo el pecoso levantando los brazos en señal de detención y negando con la cabeza.—De verdad, algunas veces eres muy susceptible...
—Es que ya estoy harto.
—¿De qué? ¿De que te llame enano?
Dougie puso los ojos en blanco y se masajeó las sienes. Seguramente, cuando llegara a casa se recriminaría a sí mismo el haber sido tan estúpido. En realidad, lo que le molestaba a él era eso, que Danny no recordase eventos como el de su primera película. Eso le hacía sentir ridículo, como si su amistad solo tuviese relevancia para él.
—Mira, que me dejes en paz.
Acto seguido, Dougie siguió caminando con paso rápido por aquella dirección, solo que esta vez Danny no le siguió. El pecoso le gritó un «Pues vale, gruñón de los cojones. Ya me dirás qué diablos te ha picado.» y se alejó en el sentido contrario. Dougie se detuvo un segundo y entrecerró los ojos, cogiendo aire profundamente y negando con la cabeza. Apretó los labios y se dio la vuelta, dispuesto a alcanzar a Danny y contarle el motivo de su enfado; que a Danny le importaba más parecer mayor que recordar viejos momentos con el que debería haber sido siempre su mejor amigo.
Cuando Dougie se colocó detrás de Danny a escasos metros. Éste había arrancado con furia una pequeña rama de un árbol y caminaba con un dedo pulgar en el bolsillo y con la otra mano extendida, rozando las verjas de los edficios con la rama. Dougie estaba a punto de tocar el hombro de Danny con los dedos cuando escuchó al rizoso hablando entre susurros. Detuvo su acción y agudizó el oído.
—Hasta un gato suena mas feroz... Oh, oh. ¡Yoooo voy a seeeer rey leóooon!
Dougie dejó de caminar y abrió mucho los ojos, observando la espalda de Danny alejándose hasta doblar la esquina y perderlo de vista. El rubio tardó unos diez segundos en reaccionar, sonreír con añoranza y correr a toda velocidad doblando la esquina para abalanzarse a la espalda de su amigo al grito de guerra, emocionado.
