1
¿Qué podría necesitar yo tras la muerte de Prim?, ¿qué queda aquí para mí? Ni yo merezco la pena, ¿a quién debería merecerle entonces? Tras la muerte nada prevalece, ni siquiera las llamas, ni siquiera las plumas del sinsajo. Me pregunto qué esperaba que ocurriera después de lo ocurrido semanas atrás…, supongo que pensé que no estaría viva para observar cómo todo se reconstruía, sentada en la misma silla que ocupé cuando Gale fue azotado; soñaba, y realmente creía, que me esfumaría junto al final y nunca sería capaz de sobrevivirle. Gale…, ¿qué estará haciendo ahora? Sí sé lo que está haciendo Peeta, es difícil no hacerlo: vive a escasos metros de mí, ha llenado la entrada de flores y se pasa el día horneando (debo evitar el hambre que me sobrecoge al oler sus creaciones…, hambre de recuerdos pasados). No puedo evitarlo demasiado, aún sigue preocupándose por mí, aunque de forma mucho más discreta (supongo, y supongo bien, que nunca volverá a ser el mismo, a pesar de que quiera). No sé si quiere, yo no; Katniss Everdeen no quiere ser nada, ya ha sido demasiado. La chica en llamas y el chico del pan, uno de los pocos resquicios de un pasado amargo.
Como todos los días, después de la hora de cenar, Peeta Mellark toca dos veces a mi puerta y espera a que yo le abra con la misma expresión vacía y el pelo descuidado. Le abro, aunque intentando esbozar una sonrisa, que se asemeja más a una mueca diabólica y de la cual, como siempre, él se percata e intercepta con sus brillantes ojos azules.
- - Has sonreído, qué raro.- me dice, entrando con una cesta llena de repostería y ese olor a glaseado que tanto me taladra la mente durante las noches solitarias. Su comentario me recuerda a Haymitch sin saber por qué.
- - Lo he intentado.- musito, cerrando la puerta con brusquedad. Él sigue sonriéndome y deja reposar la cesta sobre la mesa de la cocina.
- - ¿Ha venido Sue la Grasienta?
- - No, ¿no eras tú quien venía con la cena hoy?- arqueo una ceja. Odio esa incomodidad que se creó entre nosotros desde que lo rescataron del Capitolio.
- - Sí, no sabía si te lo había dicho.- empieza a rebuscar en la alacena.-Ha dejado casi todo ya preparado. Mejor, porque yo cocinando no soy muy brillante.- bromea. Odio cómo se ríe de sí mismo, odio esa sonrisa que le arrancaría con un beso. Espera, nada de besos Katniss.
- - Eres panadero, ¿no?- me apoyo en el marco de la puerta sin demasiado entusiasmo.
- - No es lo mismo.- sigue respondiéndome con una media sonrisa, sin embargo, distingo algo de pena por mi actitud, pero no le culpo.- No hace falta que estés aquí mientras lo preparo, ni que me hagas compañía, - me lee la mente.- te aviso cuando esté. Pareces cansada.
Mi, en efecto, cansada mirada se cruza con la suya, cálida pero al mismo tiempo impenetrable. ¿Qué está pensando mientras me observa? Los trágicos amantes del distrito 12…, qué nombre tan bien escogido. Mi lengua chasquea débilmente en el interior de mi mandíbula, me gustaría ser capaz de poder expresarme sin tener que soltar improperios a los diez segundos, pero ni los Juegos han sido capaces de ablandar ese defecto, por lo que parpadeo lentamente y me mantengo en silencio, simplemente añado:
- - Estaré arriba.
Peeta asiente y me da la espalda rápidamente, quizá porque prefiere hundir la vista en los elementos del horno que ahogarse más en mi moribunda apariencia. Nunca me había planteado hasta ahora qué imagen proyecto sobre los demás, sobre Peeta…, puede que la misma desconexión que yo sentí hacia mi madre cuando mi padre murió en las minas, espero que no sea así, pero sé que es inútil lo que yo espere.
Subo las escaleras descalza, aunque los pies me pesan como si llevara botas hechas de hierro, lentamente, como si a cada escalón pudiera visualizar a todas las personas que han muerto tras mi paso. Si subir cada peldaño pudiera remendar mi conciencia, un escalón, una muerte, pero sé que es inútil lo que yo desee. Llego al cuarto de baño, el que mis estilistas usaron antes de la Gira de la Victoria, y comienzo a llenar la bañera sin pensar, solamente movida por una pizca de sentido común que me grita que, si no quiero perderme en un letargo permanente como hizo mi madre, debo empezar por cuidar mi higiene poco a poco, aunque no tenga muchas ganas. No quiero plantearme por qué lo hago, o por quién. Es mi vida, punto.
Tarareo melodías del pasado mientras el agua llega casi hasta el borde. Está ardiendo pero me da igual. Me desnudo rápidamente, lanzando los harapos desgastados y malolientes que se suponía que eran mi ropa, y me introduzco entera en la amplia bañera, provocando que el agua se desborde ligeramente. Entrecierro los ojos, dejándome llevar por el calor del agua y el olor a sales, satisfecha con mi decisión. No tardo mucho en sumergirme en el agua, disfrutando con la sensación de hundimiento, y me siento libre durante escasos segundos, sin oír nada, meciéndome en las burbujas que produce mi propia respiración; nadie puede hacerme daño aquí, ni siquiera yo misma.
Debo de haber tardado mucho aseándome, porque cuando estoy enrollando mi cuerpo húmedo en una toalla, oigo los pasos de Peeta subiendo por las escaleras. Como la puerta está entreabierta, observo cómo se dirige en silencio a mi habitación, tal vez pensando que estoy durmiendo, y susurra mi nombre varias veces hasta que se da cuenta que no hay nadie. Sonrío recatadamente cuando veo su rostro de circunstancias al no encontrarme allí. No tarda en llamarme por mi nombre con preocupación, como si creyera que he huido para no volver nunca más.
- - ¡Katniss!- recorre el pasillo con rapidez.
¿Cuándo dejará de preocuparse por mí?, ¿no se da cuenta que me hace sentirme culpable? Yo ya no quiero preocuparme por nadie.
- - Estoy en el baño, no tengo intención de suicidarme por la ventana.- elevo el tono para que me oiga.
Se para en seco y soy capaz de escuchar su inspiración tranquilizadora. ¿De veras desconfía tanto de mi propia seguridad?
- - Estaba dándome un baño, enseguida bajo. ¿Ya está la cena?- comienzo a secar mi cabello con la misma toalla. Sé que Peeta sería incapaz de entrar en el baño o asomarse siquiera a espiar, así que permito que el vapor elimine la humedad de mi cuerpo desnudo. Sonrío de nuevo al ser consciente de que Peeta estará maquinando todas las maneras posibles para pasar de nuevo por la puerta entreabierta del baño sin mirar, para que no piense que es un pervertido o vea que sus mejillas probablemente estén sonrojadas. Tampoco creo con certeza que tenga deseos de ver esté cuerpo tan raquítico.
- - Sí…- carraspea un poco, como había supuesto.- Ya está lista, sería mejor que bajaras rápido, no quiero que se enfríe.
Respondo con un "vale" algo seco y cierro la puerta a modo de respuesta, facilitándole su incomodidad. Al segundo, con una velocidad sobrehumana, pasa por la puerta del baño y baja las escaleras como si yo recién bañada fuera su peor pesadilla; puedo oír sus latidos acelerados, pero no sonrío.
