ESCÁNDALO

"Una tempestad de amor"

CAPITULO 1

Por Josie

"Andamos por la vida sin saber a ciencia cierta qué es lo que deseamos para ella"

29 de marzo de 1756.

Querido amigo Lord Ethan de Folcker:

En este momento me encuentro finalizando los últimos detalles para desembarcar en Puerto Príncipe. Por desgracia el viaje por altamar no resulto como lo había previsto. En el traslado encontramos un barco corsario con bandera de España y nos vimos en la necesidad de evitar que se apoderaran de nuestra embarcación.

Hubo bajas, pero estas fueron de marineros que lucharon a capa y espada por defender la libertad que Su Alteza Real ha pregonado en cada grano de tierra donde se ondea la bandera británica.

Orgulloso y dentro de la humildad que me permito poseer, he de informarle que también participe en defender el barco aunque no estoy contento con el resultado, puesto que los malhechores tuvieron la oportunidad de huir.

Me despido de usted, en espera de recibir pronto noticias de Gran Bretaña.

Lord Terrence G. Grandchester.

Con un movimiento diestro de muñeca dejé escrito mi nombre sobre el papiro, satisfecho de que el vaivén del barco no haya afectado mi escritura. Bajo la ligera luz de la vela releí la carta tratando de descubrir si revelaba mayor información de la que debía. Por fortuna no era así, estaba escrita de forma ambigua.

Doble el papel en tres partes y tomando el candelabro vertí un poco de cera líquida sobre él y plasme el sello que había acompañado a mi familia por generaciones en ella, brindando la protección de que nadie más leería las líneas escritas.

Entonces, un ligero golpeteo sobre la puerta de madera anunció que ya no me encontraba solo.

- Adelante – informé sin moverme de lugar. Seguía frente al escritorio.

La puerta se abrió y el valet que me había acompañado en esta travesía entro al camarote, haciendo una reverencia.

- Milord, el capitán Smith desea su presencia en cubierta.

Habiendo escuchado la invitación, le entregue la carta que había escrito para que llegando a tierra se encargara de enviarla en el primer barco que partiera de regreso a Inglaterra, después salí de ahí para recorrer los aprisionados pasillos que me llevarían a la parte superior del barco.

Un halo de luz acompañó los últimos pasos mientras subía la escalera de madera. Cuando estos iluminaron mi rostro por un momento quedé encandilado por la intensidad del sol. Mis ojos se entrecerraron de forma instintiva y permanecí por varios segundos detenido hasta acostumbrarme a tanta claridad.

Desde la salida de Londres, el buen tiempo había acompañado el viaje al nuevo continente. Maravillado percibí como la tonalidad del océano se había transformado de un gris pardusco a un azul tan intenso que quitaba la respiración con el pasar de los días.

El aire en esta parte del mundo se respiraba fresco, sin el característico olor a hollín que invadía a Londres por el uso de las chimeneas que en temporada de invierno calentaban los hogares de los británicos. Este movía las velas del barco, recortando la distancia que nos separaba de nuestro destino.

- Oh Milord, mi agradecimiento por haber decidido acompañarnos.

Escuché la voz del capitán al lado derecho de mi persona. Para ese instante, mis ojos ya se habían acostumbrado a la luz del sol, por lo que al enfocar la mirada note su rostro curtido que me observaba.

- Muy al contrario, capitán Smith. El honor es para mí.

Nos dirigimos al área donde se encontraba el timón y varios hombres de la tripulación nos saludaron con reverencia. Posicionados, recibí el catalejo que un almirante me proporcionó.

- Puerto Príncipe – señaló el capitán hacia un punto lejano a través del océano.

Desde la distancia de dónde nos encontrábamos apenas era visible la cadena de montañas que atravesaban la isla. Con presteza observé a través de la mirilla y el paisaje que se extendió ante mi pupila me dejó gratamente sorprendido. Los colores de la vegetación eran tan vivos que estaba seguro que ningún otro lugar los podía igualar.

- Una estampa digna de reyes – respondí después de varios segundos de permanecer en silencio.

- Siempre he opinado lo mismo, Milord. Puerto Príncipe es el lugar más hermoso donde La Aurora ha desembarcado sus mercancías.

La Aurora era el nombre por el que fue bautizado el barco que nos traslado a esa parte del mundo. En la mayoría de veces, su función era mercantil, por eso del ataque que la embarcación corsaria había cometido una semana anterior. Bajo nuestros pies se encontraba un enorme cargamento proveniente del viejo continente. Seda, especies, porcelana… cosas que cualquier británico fuera de Gran Bretaña extrañaría y por lo consiguiente capaz de hacer cualquier cosa por conseguirlo, hasta pagar una cifra estratosférica por ellas.

- La plantación de té por la que ha venido para tomar posesión se encuentra en el lado oriente de la isla – informó el capitán sin ocultar el orgullo que le provocaba tener mayor conocimiento que yo de ese lugar.

Asentí, sin dejar de observar a través del catalejo. Trataba que todo aquello se quedara grabado en mi memoria, para en un futuro recordar la sensación que me embargaba en ese momento.

Había cruzado medio mundo en busca de la fortuna que un tío me había heredado a su fallecimiento. Sus abogados habían hecho contacto conmigo en Londres y a pesar de que poseía una cuantiosa fortuna que provenía de familia, me decidí hacer el viaje motivado sobre todo por la aventura y lo desconocido.

- Lord Robert de Grandchester siempre se caracterizo por ser un audaz comerciante – dijo con respeto el hombre a mi lado – No he de sorprenderme sí usted sigue sus pasos.

Torcí la boca de forma inconsciente al escuchar sus palabras. Lord Robert siempre se caracterizo por ser la oveja negra de la familia y siguiendo su sed de aventura se había empeñado en manchar el nombre de la familia al incursionar en negocios con trasfondos no muy claros. Al final, había logrado amasar riqueza inigualable a costa de morir solo y sin descendencia alguna, con excepción de mi persona.

- Entiendo el significado de sus palabras – le entregue el catalejo tratando de guardar distancia – Solo espero no defraudarlo.

- Oh no, Milord. Usted ya ha demostrado ser un digno caballero al enfrentarse con los corsarios como si fuera alguien más de la tripulación – elogió el hombre a mi lado – Y eso nunca se olvida. Siempre estaremos agradecidos de su temeridad y valentía.

- Gracias, capitán Smith – asentí al tiempo que dirigía la mirada al punto borroso delante de la embarcación.

Por la tarde, el barco atracó en el puerto.

Un sinfín de hombres, mujeres y niños de raza negra le dieron la bienvenida a La Aurora. Pocas eran las personas de descendencia europea las que se encontraban en el puerto. Al abordar el carruaje que esperaba mi arribo me di cuenta que los individuos provenientes de África eran los encargados de desembarcar la mercancía que el barco transportaba. Eran esclavos. Situación que me desagrado mucho puesto que tenía la creencia que todos éramos iguales ante los ojos del creador.

La primera noche en Puerto Príncipe la pase en la mejor posada de la ciudad, ubicada frente al mar, a un par de millas del puerto, en el corazón de aquél mundo multicolor que embriagaba los sentidos.

- Disculpe la intromisión, ¿Usted es Lord Terrence de Grandchester?

Un hombre de cabello entrecano y vestido por completo de blanco interrumpió mi cena. Me encontraba en el salón principal de la posada, junto a un amplio balcón que daba a los jardines exteriores del lugar para después desaparecer junto a la arena pálida de la playa.

Dejé la servilleta a un lado y me levante de la silla para estar en la misma situación que el desconocido. Con cautela observé como el hombre se quita el sombrero en señal de respeto. Dejo entrever con su acción una insipiente calvicie.

- ¿Usted es…? - dejé de hablar deliberadamente para hacerlo que se presentara, sin apartar la mirada de su rostro.

- Sir Dave Brighman – dijo con voz ronca, posiblemente afectada por el ron que en la isla se fabricaba. Hasta donde me encontraba podía percibir el incipiente olor a alcohol – Administrador de Santa María de Todos los Cielos – inclinó la cabeza en señal de respeto.

Alcé una ceja sin ocultar la desagradable sorpresa que su presencia me causo, aun así le hice la invitación con la mano para que me acompañara en la mesa.

- Así que usted es el hombre a cargo de la plantación – respondí con voz tranquila, tomando asiento frente a él.

Invariablemente el hombre se encontraba incómodo ante mi presencia, puesto que abrió la boca para excusar su impuntualidad pero poco después volvió a cerrarla al darse cuenta que no tenía nada que decir, al mismo tiempo que una esclava del mesonero se acercaba al lugar donde nos encontrábamos para asegurarse de atendernos como era debido.

Cuando esta se hubo retirado, entonces el hombre mayor hablo.

- Se que no ha sido la presentación más idónea y le pido disculpas, Milord. Desafortunadamente un pequeño inconveniente me impidió esperarlo en el puerto…

- Dirá una botella de ron – interrumpí con severidad y el rostro de mi interlocutor se tiño de rojo – Espero que sus pequeños encuentros con el alcohol no afecten su desempeño en la administración de la plantación de té – acusé, en espera de su defensa.

La cabeza del hombre se movió de un lado a otro, negando con vehemencia.

- Oh no, Milord. Esto no volverá a suceder – respondió lleno de vergüenza – Supongo que mi comportamiento no es defendible, aun así quisiera aclarar este inconveniente…

- Adelante – lo insté a explicarse, centrándome en la comida que tenía ante mí. Sabía que si lo miraba al rostro la mirada de severidad que poseía lo haría callarse.

- Verá… la isla a pesar de encontrarse anclada a miles de millas de Gran Bretaña, posee una alta población de británicos, holandeses y alemanes… para ser preciso nuestra sociedad se encuentra conformada por aristócratas que periódicamente se reúnen para instar la unión y la comunicación entre nosotros…

- ¿Y los esclavos? – alcé la vista. No pude evitar preguntar. Me interesaba en suma manera la situación que vivía esa gente proveniente de África y sobre todo, el saber con cuantos esclavos había heredado la Santa María de Todos los Cielos.

- Ellos tienes sus propias costumbres y tradiciones – respondió nervioso al entender la connotación de la pregunta – Y por supuesto, Milord usted es dueño de dos centenares de esclavos, los cuales trabajan de sol a sol para llenar de esplendor a Santa María – las últimas palabras estaban impregnadas de orgullo.

Algo en mi se asqueo haciendo que retirara el plato.

Los ojos del hombre se clavaron en el plato y segundos después en el rostro, tratando de comprender mi reacción.

Mi cara pétrea no le permitió ver lo que en realidad pensaba de la situación de ser el amo de 200 hombres, mujeres y niños. Desgraciadamente tenía que vivir con ello puesto que una acción contraria de mi persona traería el caos en el orden social de la isla y de las demás colonias británicas que se encontraban en el mar Caribe.

- ¿Por qué la plantación se llama Santa María de Todos los Cielos? – pregunté segundos más tardes, tratando que mi pronunciación de las palabras en español fuera la correcta, al mismo tiempo que intentaba desviar su atención.

Sintiéndose más cómodo el hombre recargó la espalda en la silla.

- Los primeros dueños de la villa eran españoles y su tío, Lord Robert de Grandchester creía que ese nombre le traía suerte a la plantación por lo que nunca hizo el intento de cambiárselo.

Asentí satisfecho de su explicación.

Rota la primera impresión Sir Dave comenzó a informarme de la situación económica de la isla. Comprendí que estaba en el lugar correcto en el tiempo correcto.

Santa María de Todos los Cielos era la plantación más prospera del lugar, a tal grado que La Aurora partiría de vuelta a Gran Bretaña dentro de una semana llena de mercancía proveniente de mi nueva propiedad. Un cargamento que valía oro puro.

Una hora más tarde, ya de vuelta en mi habitación, me dirigí al pequeño balcón que con vista al océano me mostraba lo mejor de aquel lugar. Acostumbrado al excesivo lujo de la mansión Grandchester que se ubicaba a las afueras de Londres, la suite de la posaba me parecía modesta, aun así poseía toda la comodidad que pudiera desear.

Envuelto en una bata de seda, posee las manos sobre la madera del balcón. Hasta donde me encontraba llegaba el rítmico retumbar de las olas del mar sobre la arena.

Había Luna llena, fenómeno que me permitía percibir con claridad el paisaje del lugar, aunado a los ruidos provenientes de la fauna que habitaba la isla. Miles de sonidos extraños invadieron mis oídos. Sabía que era cuestión de tiempo acostumbrarme a ellos y porque no, identificar de que animal provenían.

De pronto, el sonido de varios pasos bajo el balcón me distrajo de seguir escuchando aquella sinfonía de sonidos. Dos, tres personas fueron las que salieron de la posada en dirección hacia la playa.

La voz de una de ellas llegó hasta donde me encontraba.

- Milady… deberíamos regresar…

Británicas, identifique.

La figura etérea de una de ellas se posiciono en mi campo de visión. En silencio seguí escuchando lo que hablaban.

- ¡No! – Gritó, soltándose del amarre que una de las mujeres tenía sobre su brazo –. Quiero ir a la playa y tu insistencia de que volvamos a la posada no me lo va a impedir.

Su voz aguardentosa me indicó que aquella mujer de cabellos rubios se encontraba en estado impertinente. Aun así seguí observando, intrigado por la situación.

Con lentitud, las tres figuras femeninas se dirigieron hacia el mar. Por su posición me di cuenta que dos de ellas eran doncellas y la de en medio, la rubia para ser preciso era la famosa Milady y se encontraba por completo ebria. Comportamiento por lo más reprochable para una dama.

- Por favor… Milady… - seguían insistiendo para que la joven cambiara de opinión, pero por desgracia la rubia estaba empeñada por conseguir su propósito.

- ¡No! – volvió a gritar y en un solo movimiento escapó de las doncellas, corriendo hacia el agua.

La desconocida se encontraba vestida apenas por un camisón blanco, holgado y largo hasta los tobillos que sobresalía de entre la oscuridad. Los rayos de la Luna hacia que junto con sus cabellos rubios y rizados que le llegaban a la cintura, sobresaltaran a tal grado que le profería un aire virginal a su imagen.

Contuve el aliento al sentir un calor proveniente del centro de mi cuerpo. Asombrado de mi reacción permanecí estático en espera que aquella figura femenina se internará en el mar y regresará de donde había venido. Su hechizo hacia mi persona me indicaba que su poder no era terrenal.

Aun así seguí ahí, sin moverme. Observando lo prohibido.

La joven entró al mar y la fuerza del agua provocó que perdiera el equilibrio, sumergiéndose por completo dentro del cristalino líquido.

Las doncellas preocupadas no apartaban la mirada del océano, en espera que volviera a emerger.

Pocos segundos después así lo hizo.

- ¡Aléjense! ¡Retírense! – fue lo primero que dijo al aclarar su garganta -. Si no lo hacen, me encargaré que mi padre las despida – amenazó de forma implacable.

Temerosas de que cumpliera la amenaza, ambas doncellas comenzaron a alejarse, dejando a la joven por completo a merced del poder del mar. Una situación de lo más peligroso que podría terminar en una desgracia, sumado al estado etílico de la mujer.

Sabiendo que la extraña no debería permanecer sola en la playa, me dirigí a la puerta de mi habitación con el firme propósito de ir al encuentro con ella. Abrí la puerta y no había ninguna persona en el pasillo. Con sigilo baje las escaleras del lugar y salí por una puerta trasera, que invariablemente me llevaría al océano.

Cuando sentí la arena bajo mis pies, con alarma observe que la figura de la joven no se encontraba por ningún lado. Sorprendido comencé a escrudiñar el océano con la mirada, sin comprender a ciencia cierta qué era lo que esperaba encontrar.

Entonces la vi. Un brazo de ella que clamaba ayuda sobresalió de entre una ola. Sin pensármelo mucho, tiré la bata a un lado y entre al agua. Una calidez de lo más extraña toco mi piel desnuda. Generalmente el agua que bordeaba Gran Bretaña era fría en cualquier temporada del año, pero esta no. Estaba tibia, haciendo más agradable mi incursión repentina en el océano.

Nadando lo más rápido que podía, llegue al lugar donde había visto emerger el brazo. No se encontraba en la superficie, con excepción del manto blanco que había conformado su vestimenta, el cual flotaba sobre el agua movido por el oleaje.

Sabiendo el efecto que un cuerpo inerte tenía dentro del agua, me interné en las profundidades de esta, tratando de encontrarlo. A los pocos segundos tuve suerte, jalándola hacia arriba, lleve el cuerpo hacia la superficie.

No respiraba.

Jadeante, la arrastre hasta llegar a la orilla. La deposite sobre la brillante arena y una maraña de cabellos ensortijados cubrían su rostro y parte del cuerpo desnudo.

Seguía sin respirar.

Conociendo la urgencia de la situación, aparte sus cabellos de la cara. Su belleza pétrea me dejo paralizado por varios segundos. Su rostro mortecino indicaba que ya no se encontraba en el mundo terrenal.

Desesperado, voltee la cabeza hacia un lado y comencé a ejercer presión sobre su pecho, en espera que expulsara toda el agua que había tragado.

Su cuerpo cedía a cada movimiento que hacía. Los senos femeninos, coronados por dos aureolas rosadas y erguidas subían y bajaban al ritmo en que presionaba el pecho.

Entonces llego el milagro. Tosiendo expulso el agua que había tragado, provocando que su espalda se arquera hacia mí como un auto reflejo de supervivencia.

- ¡Tonta! ¡Tonta! – Exclamé al tiempo que mis brazos rodeaban el cuerpo vivo - ¡Tonta! – grite, sin comprender que esa persona en un futuro cercano sería el ser más importante en mi vida.

Pasada la euforia, recosté el cuerpo inconsciente de la joven sobre la arena. La luz de la Luna dibujaba la silueta desnuda al tiempo que embelesado no dejaba de observarla.

Mis ojos recorrieron cada centímetro de su piel descubierta, posándose más tiempo de lo normal en su entrepierna, donde una mata de vello rizado protegía su femineidad. Volví a sentir el calor emerger del centro de mi cuerpo. Tenía que hacer algo antes de que la caballerosidad que me había caracterizado durante mi vida, fuera olvidada por un instante de lujuria.

Alzándola como si fuera una pluma, la levante y me dirigí a la posada. Sería solo cuestión de tiempo que Milady se recuperara de su borrachera y su subsecuente resaca. Por lo pronto, en lo único que podía ayudarla era en proporcionarle un buen lecho para que descansara.

No encontré a ninguna persona en los pasillos del lugar. Mejor para ambos porque en realidad sería una situación embarazosa tratar de explicar el por qué llevaba en brazos a una mujer desnuda y sobre todo, qué hacía yo semidesnudo andando como si nada por la posada.

Sin despertar al valet que dormía en la habitación contigua, entré a la suite. Deposité el cuerpo inerte de la joven sobre la cama y tomando una manta, comencé a quitarle la arena que con la humedad se había adherido a la piel nívea de la desconocida.

Cabe más añadir que fue una tortura para mí hacerlo. Mi virilidad sufrió las consecuencias del acto y habiendo decidido que debía enfocar los pensamientos de mi mente en otra cosa qué tuviera el poder suficiente de distraerme, ya terminada la labor, cubrí la tentación con el ropaje de cama y me dirigí hacia un escritorio que se encontraba a un extremo de la habitación. Tome tinta y un pergamino para plasmar la única idea que se presentaba dentro de mi cabeza.

"Hoy es el primer día del resto de mi vida"

Terrence.

Continuará…


Escrito por:

Josie

Habiendo descubierto que no existe poder más grande que la misma capacidad de expresar lo que quieres, como quieres y cuando quieres sin dejar atrás tu esencia, presentamos…

ESCANDALO

"Una tempestad de amor"


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Josie & Fabs