Ella había muerto.
Los personajes de InuYasha le pertenecen a Rumiko Takahashi.
Ella
había muerto.
Su presencia, su aroma, sus latidos y su
respiración, todo, había desaparecido de un momento a
otro.
Su alma salía de su cuerpo frente a mis ojos, podía
verla¡dios!, podría tocarla si levantaba mi mano solo
un poco…, pero mi inútil cuerpo no respondía, ni un
solo músculo hacía algún mínimo
movimiento, simplemente no podía. Por desgracia, mi cerebro no
paraba, daba vueltas: una y otra vez repetía que por mí
culpa, por mí maldita culpa, ella estaba muerta.
Capítulo I
De
nuevo habíamos discutido, y de nuevo por una tontería
tan estúpida que ya la había olvidado, supongo que ella
también. Cada vez eran más frecuentes nuestras
discusiones que comenzaban por una mínima diferencia de ideas
y terminaban en ataques interminables, "eres un inútil,
nunca estás en casa, parece que me huyes¿acaso ya
tienes amante?", era el delicioso
y acostumbrado entremés de cada desayuno, comida y
cena.
Estaba cansado de discutir porque yo sabía que le
amaba, si, a pesar de todo aún le amaba. Y, tal vez, ella
también a mí. Pero el egoísmo y orgullo de
ambos, esas malditas similitudes, no nos dejaban pedir perdón.
Eso
sí, oh que sí, cada noche dormíamos como si nada
hubiera pasado¡claro!, después de una buena dosis de
sexo, tal vez es lo único donde nos entendíamos.
-Buenos días cariño – susurré mientras me estiraba en la cama, cual gato dormilón.
Un murmullo fue su respuesta, indicándome que algo había hecho para hacerla enfadar. Cerré los ojos y me deje caer en la cama; era demasiado temprano para comenzar a pelear.
-¿Ahora
qué? – murmuré cuando escuché sus pasos, que
se acercaron a mí velozmente.
-¡Un teléfono!
–Casi gritó mientras me restregaba frente al rostro un papel
con algunos números anotados-¡y es letra de
mujer!
-¿Podrías dejar de ser tan paranoica, cariño?
–Resalté la última palabra con antipatía, tal
y como lo hacía últimamente. Porque, ya había
notado, que le había dejado de decir por su nombre para no
relacionarla con aquella chica, ahora desaparecida bajo su máscara
frialdad, de la que me enamoré. – Ese número es de la
inmobiliaria¿recuerdas que pienso cambiar de sitio mi
oficina? -Suspiré. Recordaba perfectamente esa conversación,
había terminado¡oh sorpresa!, en discusión
alegando que pensaba mudarme a un lugar lejos de su alcance, y nuevo,
para conocer más personas, más… chicas.
La
conversación termino antes de comenzar con el sonido del
teléfono, su teléfono. Si alguien tenía que
sospechar de amantes era yo, no ella, yo no recibía llamadas
que al ver la pantalla me hacían temblar y ponerme tan blanco
como un fantasma. Ni huía para tener privacidad.
Privacidad
que por cierto, sólo debería de tener conmigo.
Me
levanté perezosamente, intentando olvidar rápidamente
el trago amargo con el que me habían recibido tan de
madrugada. Me dirigí al baño y observé mi rostro
adormilado en el espejo frente a mí. Mi cabello platino caía
por mis hombros adornando mi cuerpo de una manera
singular.
Sinceramente, y viéndome así como me veía,
no entendía porque ella tendría que buscarse a alguien
más. Digo, pecaré de narcisista, vanidoso y
egocéntrico, pero pocos hombres tenían un cuerpo tan
estético como el mío, entre ellos mi no-adorado hermano
mayor. Y hasta él me envidiaba el cabello, que aunque lo
llevaba no tan largo como él, caía graciosamente sobre
mi espalda proporcionándole un toque estético envidiado
por cualquier mujer.
Escuché el golpe de la puerta
principal al cerrarse y conté hasta 10, bueno en realidad 100,
con el sonido del auto de ella encendiéndose y, al poco
tiempo, alejándose por el horizonte.
Me bañé
y arreglé con la monotonía que me brindaba cada día,
mi vida antes era interesante y hasta envidiada, ahora no. Ahora yo
no era más que un peón más en un país
trabajador.
Bajé las escaleras para salir de casa, tomé
las llaves del auto mientras recordaba aquellos días en los
que hacía algo sumamente parecido para ir a divertirme,
algunas veces… ir a las citas con mi esposa, cuando era mi novia
claro.
Dirigí una última mirada a la fotografía
de la estancia en la que salíamos los dos felices dando
nuestros votos matrimoniales.
En el camino al trabajo procuré
no pensar en el tema, la verdad es que era una peste y algo
totalmente inútil el recordar, el martirizarme, hora tras hora
con lo mismo; por lo que pretendía ignorar la
situación.
Olvidar, simplemente olvidar, que ese amor que
sentíamos el uno por el otro cada día se perdía
más y más sin tener fecha de regreso.
La vida
matrimonial que llevábamos era una verdadera tortura para los
dos: existían días en que, de verdad, sentía que
la amaba y otros en los que todo el día la despreciaba y
deseaba verla lejos de mí, ya no tener que ver sus hermoso par
de ojos, ni mucho menos sus labios rojos tan apetecibles. Deseaba que
el hechizo de amor se terminara.
Deseaba que ella
muriera.
---
Costumbre, rutina, hábito,
costumbre
Mi mente no paraba de repetir esas palabras en
cuanto crucé la puerta de mi oficina, no sin antes saludar a
mi secretaría, quien como siempre había llegado más
temprano que yo. Me senté sin ánimos de nada en el
sillón detrás de mi escritorio.
Y suspiré.
Una
y otra vez lo hice hasta que logré ubicar mi mente en el lugar
y tiempo exactos en donde me encontraba. Hasta hacía unos
minutos había olvidado la pelea de la mañana si no
hasta encontrar frente a mí a la mejor amiga de mi esposa
caminando sonriente con un niño en brazos. Estaba seguro que
esa mujer le metía ideas extrañas sobre mí a mi
esposa. Si su esposo –o lo que sea- fuera un mujeriego¿yo
qué culpa tenía? Yo… que nunca le había
dibujado una ornamenta a ninguna de mis novias.
Fruncí en
ceño al notar que me había dejado llevar por
pensamientos de nuevo y solté un gruñido. Necesitaba
algunas vacaciones… pero lejos de mi esposa.
Raramente esa
tarde el día estaba en mi favor –o en contra-, las horas
había pasado rápidamente manteniéndome ocupado y
ya era hora de volver a casa. Supliqué al horizonte que ya se
comía el sol que esa noche pudiera dormir en paz antes de que
alguna otra pelea sucediera.
Caminé a la salida cuando el
sonido de mi celular me detuvo, quedándome paralizado al ver
en la pantalla el nombre de mi esposa. Ella no me llamaba, ya
no.
Contesté con la mejor cortesía que pude pero la
voz del interlocutor no era la voz que yo recordaba, era otra, de una
mujer pero definitivamente no ella.
Escuché claramente lo
que me decía mientras un dolor inmenso crecía en mi
cuerpo, en mi mente… en mi corazón.
El artefacto cayó
a mis pies mientras mis ojos se abrían de par en par. Un grito
desgarrador salió de mis labios antes de volverme
loco.
-Señor… señor –Se escuchaba en un susurro- Ella ha muerto.
¡Hola!
Aquí con éste nuevo fic largo que lleva en mi mente algunas semanas, tengo otro de InuYasha pausado por falta de ideas pero prometo terminar éste.
La historia comienza algo confusa y los personajes con personalidades cambiadas pero como es mi costumbre todo irá saliendo al paso del fic y volverán a ser como siempre.
Aún no sé si contenga lemon, lo más seguro es que no porque no lo veo necesario.
Gracias a Okita por betear mi fic.
