Todos los personajes son de Stephenie Meyer y la historia es de Kasie West. Nada me pertenece.


Capítulo 1

Mis ojos hacen un agujero en la página. Debería saber esto. Generalmente puedo analizar una ecuación de ciencia con facilidad, pero la respuesta no está viniendo a mí. Suena la campana de la puerta. Meto rápidamente mi tarea bajo el mostrador y miro hacia arriba. Un chico con un celular en la mano camina hacia dentro.

Eso es nuevo.

No la parte del celular, pero sí la del chico. No es que los hombres no frecuenten la tienda de muñecas… Bueno, en realidad lo es. Los hombres no frecuentan la tienda. Son un raro avistamiento. Cuando entran, se arrastran detrás de mujeres y se ven muy conscientes de sí mismos… o aburridos. Éste no es de ninguno de esos tipos. Está muy solitario y confiado. La clase de confianza que solo el dinero puede comprar. Mucho dinero.

Sonrío un poco. Hay dos tipos de personas en nuestra pequeña ciudad playera: los ricos y la gente que vende cosas a los ricos. Al parecer, tener dinero significa coleccionar cosas inútiles como muñecas de porcelana (el adjetivo "inútil" nunca debería ser usado alrededor de mi madre cuando se hace referencia a las muñecas). Los ricos son nuestro entretenimiento constante.

—¿A qué te refieres con que quieres que yo elija? —dice el Sr. Rico en el teléfono—. ¿La abuela no te dijo cuál quería? —Deja escapar un largo suspiro—. Está bien. Me ocuparé de ello. —Guarda el teléfono en su bolsillo y me hace señas para que me acerque. Sí. Hace señas. Son las únicas palabras que puedo utilizar para describir el movimiento. Ni siquiera me había mirado, pero levantó la mano y movió dos dedos en su dirección. Con su otra mano se frota la barbilla mientras estudia las muñecas frente a él.

Lo evalúo mientras me acerco. El ojo inexperto podría no darse cuenta de la riqueza que rebosa de este tipo, pero conozco a los ricos y apesta a eso. Su atuendo tal vez cueste más que toda la ropa en mi diminuto armario. No es que parezca caro. Es un atuendo que está deliberadamente tratando de restar importancia a cuánto costó: un par de pantalones de cargo, una camisa rosa arremangada en las mangas. Pero la ropa fue comprada en algún lugar que se especializa en el número de hilos y triple costura. Es obvio que puede comprar toda la tienda si quiere. Bueno, no él; sus padres. No me di cuenta al principio porque su confianza lo hacía ver mayor, pero ahora que estoy más cerca puedo ver que es joven. ¿Mi edad, tal vez? Diecisiete. Aunque podría ser un año mayor. ¿Cómo puede ser que alguien de mi edad sea tan versado en las señas? Toda una vida de privilegio, obviamente.

—¿Puedo ayudarlo, señor? —Solo mi mamá hubiera escuchado el sarcasmo atado en esa simple declaración.

—Sí, necesito una muñeca.

—Lo siento, estamos sin stock. —Mucha gente no entiende mi humor. Mi mamá lo llama ironía. Creo que eso significa "no es gracioso", pero también significa que soy la única que siempre sabe que es una broma. Tal vez si me riera después, al igual que mi mamá hace cuando está ayudando a los clientes, más gente me seguiría la corriente, pero no me atrevo a hacerlo.

—Gracioso —dice, pero no como si realmente pensara que es divertido; más como si deseara que no hablara en absoluto. Todavía no me ha mirado—. Entonces, ¿cuál de estas piensas que podría gustarle a una mujer mayor?

—Todas ellas.

El músculo de su mandíbula se tensa y luego se gira hacia mí. Por una fracción de segundo veo sorpresa en sus ojos, como si esperara que una anciana se encontrara frente a él —culpo a mi voz de eso, ya que es un poco más profunda que el promedio—, pero no le impide decir la frase que ya se derrama de sus labios:

—¿Cuál te gusta?

¿Se me permite decir "ninguna"? A pesar del hecho de que este es mi inevitable futuro, la tienda es el amor de mi madre, no el mío.

—Tengo debilidad por los eternos llorones.

—¿Perdón?

Señalo a la versión de porcelana de un bebé, con la boca abierta en un grito silencioso y los ojos fuertemente cerrados.

—Prefiero no ver sus ojos. Los ojos pueden decir mucho. Los suyos dicen: "Quiero robar tu alma, así que no nos des la espalda".

Soy recompensada con una sonrisa que quita todos los tonos duros y arrogantes de su rostro, dejándolo muy atractivo. Definitivamente debería hacerla un elemento permanente. Pero antes de que termine el pensamiento, la sonrisa se ha ido.

—El cumpleaños de mi abuela se acerca y se supone que tengo que elegir una muñeca para ella.

—No puedes equivocarte. Si le gustan las muñecas de porcelana, le gustará cualquiera de ellas.

Mira a los estantes de las muñecas.

—¿Por qué los llorones? ¿Por qué no los dormilones? —Está mirando a una bebé tranquila con un lazo rosa en sus rizos rubios, las manos metidas bajo su mejilla, su rostro relajado.

Me quedo mirándola también, y el contraste con el llorón junto a ella. Aquel cuyos puños están cerrados, los dedos de sus pies retorcidos, sus mejillas de color rosa por la irritación.

—Porque esa es mi vida: gritar sin hacer ruido. —Bueno, realmente no dije eso. Lo pensé. Lo que realmente digo después de un encogimiento de hombros es—: Ambos sirven. —Porque si algo he aprendido acerca de los clientes es que ellos no quieren realmente tu opinión. Quieren que les digan que su opinión es válida. Así que si el Sr. Rico quiere a la bebé dormilona para su Abuela, ¿quién soy yo para detenerlo?

Sacude su cabeza como si erradicara un pensamiento y luego apunta un estante completamente diferente ocupado por diversas muñecas chupadoras de almas. La chica a la que apunta está vestida con un uniforme escolar a cuadros y sostiene la correa de un terrier escocés negro.

—Supongo que esa va a servir. A ella le gustan los perros.

—¿A quién? ¿A tu abuela o —Entrecierro los ojos para leer el letrero frente a la muñeca—, a Peggy?

—Es bastante obvio que a Peggy le gustan los perros —dice, el atisbo de una sonrisa en sus labios—. Me refería a mi abuela.

Abro el armario inferior para encontrar la caja de Peggy. La saco y suavemente agarro a la niña y su perro del estante, junto con el cartel de su nombre, y lo llevó hacia la registradora. Mientras la empaco cuidadosamente, el Sr. Rico señala:

—¿Cómo es que el perro no tiene nombre? —Lee en voz alta el título de la caja—: Peggy y el perro.

—Porque la gente tiende a querer nombrar a los animales en honor a sus queridas mascotas.

—¿En serio?

—No. No tengo idea. Te puedo dar el número del creador de Peggy por si quieres preguntar.

—¿Tienes el número de teléfono del creador de esta muñeca?

—No. —Golpeo el precio en la registradora y aprieto "Total".

—Eres difícil de leer —dice.

¿Por qué está tratando de leerme? Estábamos hablando sobre muñecas. Me entrega una tarjeta de crédito y la paso por la máquina. El nombre de la tarjeta dice "Edward Cullen". ¿Edward de "Ed-ward " o como "Ed-uard? No voy a preguntar. Realmente no me importa. He sido bastante agradable. Este intercambio ni siquiera habría requerido un sermón de mamá de haber estado aquí. Ella es mucho mejor en ocultar su resentimiento que yo. Incluso lo esconde de mí. Se lo atribuyo a años de práctica.

Suena su celular y lo saca del bolsillo.

—¿Hola?

Mientras espero a que la máquina escupa su comprobante, abro el cajón debajo de la registradora y pongo el nombre del cartel junto con los otros que se vendieron este mes. Esto nos ayuda a recordar que muñecas necesitamos reponer.

—Sí, encontré una. Tiene un perro. —Escucha por un minuto—. No. No es un perro. Tiene un perro. La muñeca tiene un perro. —Da vuelta la caja y ve la foto de Peggy, ya que la verdadera está segura en el interior—. Creo que es linda. —Me mira y se encoge de hombros como si me preguntara si estoy de acuerdo. Asiento. Peggy definitivamente es linda—. Sí, ha sido confirmado por la vendedora. Ella es linda.

Sé que no estaba hablando de mí siendo linda, pero la forma en que hizo hincapié en "ella" hizo sonar como si lo hiciera. Miro hacia abajo y arranco el papel, luego le entrego un bolígrafo para que firme. Lo hace con una sola mano y comparo la firma a la de la tarjeta, entonces se la entrego de regreso.

—No, no la… Quiero decir, ella también es, pero… Oh, sabes lo que quiero decir. Está bien. Estaré en casa pronto. —Suspira—. Sí, me refiero a después de pasar por la panadería. Recuérdame huir cuando tu asistente tenga un día libre. —Cierra los ojos con fuerza—. No quise decir eso. Sí, por supuesto que me hace apreciar más las cosas. Está bien, mamá, nos vemos pronto. Adiós.

Le paso la muñeca embolsada.

—Gracias por tu ayuda.

—No hay problema.

Agarra una tarjeta de visita del recipiente al lado de la registradora y la estudia durante un momento.

—¿"Y más"?

El nombre de la tienda es "Muñecas y Más". Está preguntando lo mismo que otros antes de él, una vez que entran en la tienda y solo ven muñecas. Asiento.

—Muñecas y más muñecas.

Inclina la cabeza.

—Solíamos tener pulseras de dijes y animales de peluche y tal, pero las muñecas se pusieron celosas.

Me da una mirada que parece decir: ¿Hablas en serio? Obviamente, nunca ha encontrado a nadie como yo en cualquiera de sus salidas para "ir a visitar a la gente común para apreciar más su vida".

—Déjame adivinar, las muñecas amenazaron con robar tu alma si no cumplías con sus exigencias.

—No, amenazaron con liberar las almas de los clientes anteriores. No podríamos dejar que eso sucediera.

Se ríe, lo que me sorprende. Siento que he ganado algo que no muchos han podido, y sonrío a mi pesar.

Asiento con la cabeza hacia la tarjeta.

—A mi mamá le gustan más las muñecas. Se cansó de almacenar los ratones de peluche. —Aparte de que ya no podíamos pagar los extras. Algo se tenía que ir y no iban a ser las muñecas. Y ya que estamos en un perpetuo estado de quiebra (con dinero apenas suficiente para mantenernos a flote), el nombre de la tienda y las tarjetas de visita se mantuvieron igual.

Apunta un dedo a la tarjeta.

—¿Renee? ¿Esa es tu mamá?

Y eso es todo lo que dice: su nombre de pila seguido del número de teléfono de la tienda, como si fuera una desnudista o algo así. Me estremezco cuando reparte tarjetas de negocios fuera de la tienda.

—Sí, señor.

—¿Y tú eres? —Encuentra mis ojos.

—Su hija. —Sé que está pidiendo mi nombre, pero no quiero dárselo. La primera cosa que aprendí sobre los ricos es que encuentran a la gente común como una distracción divertida, pero nunca, nunca quieren algo real. Y eso está bien para mí. Los ricos son otro tipo de especies que observo solo desde una distancia segura. No me relaciono con ellos.

Vuelve a dejar la tarjeta en el recipiente y da unos pasos hacia atrás.

—¿Sabes dónde está la panadería de Rick?

—Está a dos cuadras por ese camino. Ten cuidado. Sus panecillos de arándanos están glaseados con algún tipo de sustancia adictiva.

Asiente.

—Entendido.


¡Hola! Espero les guste y me comenten que tal

NADA ME PERTENECE ni la historia ni los personajes, es una adaptación.