Allá la veo a ella. Tan elegante para caminar, meneando sus caderas al son del golpeteo de sus tacos. Unas caderas infartantes y unas nalgas bien trabajadas. Una delgada cintura como la de una avispa y su perfil de toda una mujer. Toda una dama hecha y derecha. La miraba desde mi escritorio puesto que se veía toda su figura a contraluz desde la puerta.
– ¿No creés que es preciosa, capitán?– habló el menor a mi lado, yo giré y agudicé la vista.
–Y que lo digas, Piers. Es realmente una preciosura.
– ¿Has visto el tamaño de sus tetas? ¡Son enormes!– el joven alzó sus manos delante de sus ojos, dibujando dos círculos enormes con sus palmas.
–Más respeto, Nivans. Es una dama. No una guarra de chiquero.
–Perdón, capitán. Tenés razón. Es que… ¡Por favor! ¡Está llevársela a la cama! ¿O me equivoco?– me golpeaba el brazo con el codo y yo lo aparté de un manotazo.
–Tranquilo, soldado. Deberías comportarte, así no se debe tratar a una dama. Hay que ser caballero y ahí, cuando la tengas comiendo de tu mano, cuando la tengas a tus pies, la llevás para hacerla tuya.
–Y luego, a la calle, mamita– hizo un ademán con la mano mientras reía. Le sonreí de lado, una media sonrisa cómplice. Ella giró hacia mi oficina y entró firme y decidida.
Vaya mujer, sabe cómo comportarse ante los hombres. Aunque conmigo no creo que sea así.
–Buenos días, capitán Redfield, ¿Redfield, cierto?– entonó ella a lo primero insegura pero luego decidida.
–Buenos días, bella dama– me levanté de mi silla reclinable y tomé su mano para darle un beso de caballero sobre su dorso– Christopher Redfield a sus órdenes–Ella sonrió apenada, aclaró la garganta y dejó sobre mi escritorio una carpeta con la etiqueta de "informes". Para colmo esto. Ya suficiente tengo con la organización de los papeles y me entregan estas porquerías para firmar.
–Muchas gracias, señorita…– alcé una ceja extendiéndole la mano para volver a besar su dorso.
–Sheva, Sheva Alomar– respondió sonriente, una sonrisa amplia y tranquila. Quedé estupefacto ante sus ojos de castaña, profundos y penetrantes. Labios carnosos, provocadores de un bocado. Mis ojos se entrecerraban para visualizar mejor las líneas de su boca. Sentí ese impulso repentino de los hombres de besarla. De probar aquello que tanto andaba alardeando. Ella se hizo hacia atrás y giró lentamente, sin quitarme ojo de encima ni yo de ella.
¿Qué tanto mirás, morena?
Luego de que se haya ido, Piers saltaba a mi lado, entusiasmado como niño a punto de empezar la escuela.
– ¡¿Lo viste?! ¡¿Lo viste, capitán?! ¡No te despegó el ojo!– gritaba alentándome a algo con esa extravagante mujer. Aunque la idea no me haya desagradado.
–Sí, Piers. La vi. Tiene algo que toda mujer debe tener– musité sentándome de nuevo en mi silla, poniendo los pies sobre la madera de roble que conformaba mi escritorio. Miraba el techo del lugar, con las manos sobre mi abdomen. Recapitulando todo lo que había visto y sacando una conclusión al respecto.
– ¿Encantos?– agregó el menor poniéndose a un lado de mi cabeza.
–No…–agudicé la mirada y respondí seco– estilo.
–Todas las mujeres tienen eso, hombre.
–Pero no un estilo único y que se diferencie de las demás. Usualmente suelen copiar lo que ven para ser vistas y admiradas. Muy pocas veces son realmente así de especiales. En este caso, ella es especial.
–Tenés razón. Ella es especial. Tiene todo lo que debe tener una mujer. Estilo– giraba a mis alrededores– Elegancia, seducción y una figura esbelta. Te apuesto a que no te acostás con ella. Tan galán y seductor que dicen algunas mujeres en la central.
–Te apuesto lo que quieras a que lo logro– me sonreí porque sabía que era capaz de tener a cualquier mujer en mi cama si es que se me da la gana.
–Te apuesto…emm…una barra de chocolate– sabía que iba a pedir eso. Él y su adicción al chocolate. Típico de él.
–Agh, bien. Hecho– estiré la mano para estrecharla con la de él.
–Pero…–peros, peros y más peros.
¿Ahora qué querrá?
–Tendrás que hacerlo dentro de las próximas veinticuatro horas– continuó con una sonrisa triunfadora.
– ¿Sino te llevo a vos?– lo señalé esbozando una media sonrisa de picardía. Él se le bajó la sonrisa y ahora estaba entre asustado y sorprendido.
–Emmm…no, Chris– giró su cara hacia otro lado, frunciendo el entrecejo. Lo tomé del cuello de su chaqueta y lo acerqué a mí, quedando una proximidad casi nula entre mi boca y la suya.
–Pues me gustaría, Piers– sonreí divertido ante el nerviosismo del menor. Sus ojos miraban hacia todos lados menos a mí. Eso resultaba, en parte, algo de lo que podría aprovecharme luego. Lo empujé y cayó sobre el sillón tras él. Abrí el cajón de mi escritorio saqué un cigarrillo. Tanto pensar en ella me dan ganas de fumar. Tal vez sea la ansiedad de perder ante aquel chico. O tal vez el que no pueda llevármela conmigo y pierda el puesto de galán. O mujeriego como dicen algunas entre murmullos.
Ya era de noche, yo tenía que seguir con los papeles que me dieron, mejor dicho, que ella me dio. Suspiré recordando su cara, era como si ella estuviese frente a mí ahora, toda materializada. Hablándome como me habló cuando nos presentamos. Sacudí mi cabeza, gruñendo molesto conmigo mismo. Yo no la quiero como para algo serio. Será sólo mi pasatiempo en una noche y nada más que eso. Sólo una más del montón.
Sólo una más.
Piers llegaba tranquilo, a paso lento y dos tazas de café en la mano. Solemos tomar juntos café antes de ir a dormir. De hablar de cosas banales, fuera del ambiente laboral. Se sentó frente a mí, pasándome mi taza. Cortado y sin azúcar, como me gusta y él lo sabe. Apoyé todo mi brazo sobre la mesa y con la mano derecha sostenía mi café. Lo miraba y él fue quien empezó la conversación.
– ¿Cómo estuvo tu día, Chris?– tomó un sorbo a su café y soltó un alarido, deduje que se había quemado– Me cago en la máquina de café…–se sobaba la boca. En efecto, se había quemado. Yo reí negando con la cabeza, ese chico sí que hacía reír a cualquiera.
–Agitado y tedioso. Odio esos malditos papeleos. Es lo aburrido de este trabajo– miraba a la nada, dándole un sorbo a mi café. Apenas entré en contacto con aquel líquido gemí adolorido al igual que Piers pero yo di un salto como de susto, y de los buenos. Éste rió en burla por habérmele reído antes. Lo admito, me causó. Más por la cara de Piers al verme así.
–Bueno, Piers. Ya fue la joda, ya basta de reír– me era inevitable el no reírme con él. Piers seguía riéndose, casi que llora de la risa. Confieso que nunca había reído antes, no de esta manera. Y el hecho de que Piers haya sido testigo de mi ataque de risa me hizo sentir un poco más cercano a él. Lo siento casi como un hermano.
–Es que…vos…–rió fuerte, casi que se cae de espaldas. Pudo contagiarme su risa de nuevo, repito, nunca había reído tanto. Me sentí un poco más libre con él. Si me vuelvo más cercano podremos confiarnos cualquier cosa.
–¿Y tu día?– pregunté luego de una sesión de risas, soplando un poco mi café. No quería volver a quemarme, no luego de comprobar lo hirviendo que estaba. Y le di un sorbo pequeño.
–Bien. Tranquilo como siempre.
–Vaya suerte tenés– acoté tomando otro poco de café, frunciendo el entrecejo.
–¿Por qué lo decís?
–Porque no tenés que archivar cada informe durante toda la noche.
–¡Ah! Pero yo puedo ayudarte, Chris– golpeó mi hombro con un golpe suave y una sonrisa dispuesta a dar todo. Yo negué con la cabeza y él preguntó el por qué me negaba a recibir ayuda.
–Porque eso no es trabajo tuyo, Piers. Es mi responsabilidad.
–Pero…yo igual puedo ayudarte. No importa si no es mi trabajo, yo estoy dispuesto.
–Que no, Piers. Y esa es mi última palabra– crucé mis brazos y él bufó imitándome.
–Qué cabeza dura sos, capitán.
–Lo sé– le sonreí divertido y él frunció el entrecejo.
–No me costaba nada ayudarte.
–No pero no quiero que hagás mi trabajo. Es mi responsabilidad, Piers. Ya te lo dije.
–Era algo fácil y que podemos hacer juntos para apurar los trámites. No te costaba nada decir que sí.
Por favor, qué chico más terco.
–Bueno. Podés ayudarme–dije en un suspiro resignado.
Él sonrió victorioso cosa que me molestó un poco.
Era eso o tenerlo acá durante toda la noche. Y no me agradaría nada. En lo absoluto.
–Gané– murmuró sonriente a la vez que tarareaba. Refunfuñé molesto, no quería poner a Piers en una situación tan aburrida.
Comenzó tan entusiasta a tomar cada carpeta, revisar la carátula y escribir lo necesario para archivarla en una carpeta más grande. Esas enormes que usamos para mantener los archivos intactos y en perfecto estado. La velocidad con la que organizaba me hacía sentir un inútil. Era veloz, ágil y con un sentido de orden impecable. Casi que me dejó sin trabajo para mí porque ya había organizado hasta mi parte. Quedé con los pocos papeles en la mano y la mirada de sorpresa, con los ojos bien abiertos y estáticos. Tomó los papeles que tenía en la mano y los registró en una carpeta con su respectivo título. Luego los puso sobre la mesa, recalcando con el sonido al golpear contra ella, lo torpe que soy con los papeleos. Me sonrió satisfecho y dispuso a sentarse, para charlar un rato supongo. Para pasar el rato.
–No creí que fueras tan rápido para estos trabajos–acoté apoyándome sobre el escritorio y con la vista clavada en él. Piers hizo un gesto con sus labios, juntándolos y meneándolos de lado a lado. Me reí por la concentración que tenía, sus ojos miraban la punta de su nariz y sus labios seguían meneándose.
–¿Qué es tan gracioso?– inquirió él torciendo el gesto de los labios y el puente de la nariz fruncido.
–Nada, nada– negué aún con la risa entre labios. Él me miraba y reía, ahora no entiendo por qué. Tal vez le parezco gracioso o mi risa es contagiosa. Sinceramente no sé. Pero era agradable reír de vez en cuando. Él se levantó llevando una mano a su boca para tapar su bostezo.
–¿Ya cansado?–acoté con una sonrisa hacia él y Piers lo negaba con la cabeza– Pues se te nota que estás bastante cansado.
–Que no tengo sueño, capitán–respondió.
–No me mientas, yo sé que estás cansado. Y eso que no llegaste a mi edad, no me imagino a la hora que te irías a dormir– esto último hizo que soltara una carcajada divertida.
–Estaría tomando pastillas–inquirió yendo a la puerta y quedándose el umbral a mirarme a los ojos. Sus labios dibujaban una sonrisa y yo no pude evitar sonreírle pese a haberme dicho viejo indirectamente.
–No estoy tan viejo– negué con los brazos cruzados.
–No pero te mantenés. Aparentás menos edad y te ves fuerte y joven. Podés tener a Sheva a tus pies si es lo que querés.
–Sí pero creo que sería cruel hacerle eso– me volví a mi escritorio, sentándome en el borde de éste.
–¿Usarla? Bueno, sí pero podrías tratar de enamorarla. Y tenerla como pareja para que ame…te escuche…te diga lo bien que te ves cuando usás trajes o cuando te ponés romántico con una chica–eso último lo dijo entre risas divertidas.
–¿Vos creés que me veo bien con traje?– indagué mirándome a mí mismo. Imaginándome en esa situación. Me costaba bastante imaginarme así pero creía que me quedaba bien. Supongo, si Piers lo dice.
–Sí, Chris. Te ves muy bien. Más si son esos estilos de gala. Te hacen ver como todo un hombre digno de una mujer. Hombre de confianza, elegante y apuesto– sonreía amplio al destacar las mejores características de mi persona. Me hizo sentir bien conmigo mismo, especial y halagado–Bueno, es hora de irme. Tengo que descansar porque mañana va a ser un día agitado.
Asentí y pasé a su lado para abrirle la puerta. Piers agradeció con una sonrisa y se fue saludándome agitando la mano acompañado de un "Buenas noches, capitán"
Quedé parado en el umbral de la puerta, recostándome sobre el marco abrazándome a mí mismo. Pensando en la descripción meticulosa hecha por el soldado a mi mando.
¿Será cierto? ¿Sólo lo dice porque…
–No creo–murmuré pasando dentro de mi oficina para dirigirme a la pequeña habitación que allí tenía. Pisé la suela de los zapatos para quitármelos, me daba flojera agacharme. Y caí libre sobre la colcha, dando un rebote en ella. Quedando como roca sin vida sobre ella. Sumergiendo mi mente en pensamientos al azar, desorganizados y sin lugar donde quedarse. Estaban como perdidos. Y yo también lo estaba.
