Serenatas

En todos lados existe algo llamado favoritismo. En el caso de las ex colonias españolas, el favorito sudamericano era Argentina. Por algo era el Virreinato del Río de la Plata.
Al principio era un amor inocente, como ese que España sabía dar muy bien. Era su hermanito menor, llegando a estar a la altura de Romano.
Más adelante, Argentina desarrolló, volviéndose un joven bastante atractivo. Fue entonces cuando España comenzó a sentirse extraño. El cargo de conciencia debido a sus impuros pensamientos era mucho.
Cuando Argentina se independizó, España comenzó a tener sentimientos encontrados. Estaba triste y enojado por haber perdido al joven, aunque por otro lado estaba feliz, ya que no había lazo que le impidiera sentir esa clase de coas raras que sentía por el argentino.
Al principio podía manejarlo bastante bien, por supuesto, a medida que acumulamos se hace más difícil ocultar las cosas.
Y España había acumulado y mucho. Por eso, cuando se enteró que la República Argentina legalizó el casamiento homosexual, tomó su guitarra y, saltando y gritando de alegría, voló en el primer avión que encontró al país sudamericano.
Llegó una noche de miércoles y se paró bajo un balcón de la Casa Rosada, comenzando a tocar.

-Mi hermoso Argentina, ¡tío! Que estás más bueno que el pan. ¿Qué tal se bajas del balcón y te vienes conmigo a nuestro nido de amor?

Quién haya tenido la desafortunada experiencia de oír esta serenata probablemente se encuentre tratando de arrancarse los oídos en un baño de algún restaurante. Claro, para España esa era la mejor canción que podía cantarle al argentino.
Sin embargo, esa noche no salió nadie al balcón, nadie bajó del balcón y nadie fue al nido de amor de nadie.
Desconsolado, España volvió a su país. Comenzó a faltar a las reuniones, ni siquiera estar con el Bad Friends Trio o con Romano lo alegraba.
Tenía mal de amores y parecía que iba a durar mucho.
Pasó un mes en el que el resto de Europa sospechaba que el español se había ahogado en sus propias lágrimas. El rumor se esparció por todo el mundo. A la larga llegó a oídos de Argentina. A un muy enojado Argentina debido a que un estúpido de acento español no había tenido mejor idea que ir a cantar desaforada y desafinadamente en el balcón de la oficina de la presidenta. Y la serenata iba dedicado a cualquiera menos a la presidenta.
Por supuesto, Argentina no era un desalmando- aunque le hubiese gustado serlo- y decidió responder la gentileza. Así que se tomó un avión, llevando a su querida guitarra consigo.
Llegó a España una tarde de viernes. Se perdió y tuvo que preguntar a más de la mitad de la población si sabían dónde vivía su representante.
A la casa de España llegó a la noche. Suspiró cansado y comenzando a tocar respondió la propuesta ofrecida por España.

-Boludo, dejate de joder con el nido de amor. Dejate de romper con las serenatas. Si volvés a cantar en la Casa Rosada, te voy a romper el ojete.

Al principio no hubo respuesta. Aunque pocos minutos después se escuchó el ruido de la puerta y España saltó encima del argentino.

-¡Ay! ¡Boludo, soltame, la concha de la lora!

Definitivamente, era el comienzo de una relación hermosa…