CAPITULO 1º
En realidad Jaime no debía estar ahí. No tenía permiso, pero la curiosidad había podido más que su precaución.
Los altos árboles apenas dejaban pasar los rayos del sol y toda esa parte del jardín estaba en penumbra. Bajo sus pies, la grava del camino apenas se oía gracias al manto de hojas secas que nadie había barrido.
Miró una vez más hacia las ventanas de la casa, y al no ver a nadie, decidió seguir avanzando. El camino iba serpenteando, deteniéndose en una fuente en la que una rana croaba o, algo más adelante, frente a los restos de lo que una vez pudo ser un banco de madera.
A medida que avanzaba, el camino iba estrechándose: la naturaleza había vuelto a lo que fue suyo, y poco a poco, había ido apoderándose del sendero.
De pronto, algo se movió entre unas zarzas cercanas. Jaime se giró con el corazón latiéndole a toda prisa. ¿Quién había ahí?
Trató de calmarse: era obvio que sólo era un pájaro, o algún ratón. No era motivo para asustarse. Se limpió el sudor de las manos en los vaqueros y siguió caminando.
Pasó los pinos, que cubrían de marrón con sus agujas la tierra, y los manzanos, donde vio alimentarse a unos petirrojos. Las manzanas descompuestas desprendían un sabor dulzón. No del todo desagradable, pero si algo inquietante, pensó Jaime.
- ¿Inquietante? ¿A qué venía eso? No había nada de inquietante en unas manzanas pasadas. – Sacudió la cabeza, como si eso fuera a ayudarle a desprenderse de su miedo.
Dio unos pasos más y finalmente llegó a donde quería: entre los árboles se abría un pequeño claro, y en él, dispuestas en circulo, una serie de estatuas de mármol.
Jaime se acercó para mirarlas con detenimiento, eran estatuas si, pero no de las que uno espera encontrarse en un jardín. El estaba acostumbrado a enanitos de piedra, animales, e incluso una Blancanieves de tamaño natural. Sin embargo, esto era muy distinto. Ni siquiera eran las típicas estatuas de estilo griego, había algo en su postura que les hacía muy reales. Como si en cualquier momento fueran a despertar y atacarle.
Un escalofrió le recorrió la espalda, esa no era la mejor idea en la que pensar en un lugar como ese.
Una de ellas le llamó la atención especialmente. Su rostro no estaba tranquilo, era incluso más agresivo que los demás. Los ojos parecían mirar con odio, mientras que su boca entreabierta daba la impresión de estar a punto de saltarle a la yugular.
¿Qué clase de persona guarda este tipo de estatuas en su jardín trasero? – Pensó Jaime. No era precisamente algo habitual.
Se oyó un ruido, detrás suyo. Pero esta vez no podía ser de un animal, era evidente que ese ruido provenía de un ser humano.
Jaime sabía que no debían sorprenderle ahí, por lo que de un salto se metió entre los árboles que rodeaban el claro y se escondió detrás de un tronco desde el que podía ver las estatuas.
Debía guardar silencio e incluso mantuvo el aliento, pero tras unos minutos, nadie apareció. A lo mejor le había despistado. Miró hacia el claro pero ahí no había nadie. Con suerte no le habría visto.
No podía estar más equivocado.
Una sombra pasó por detrás suyo y Jaime salió corriendo de su escondite. Las ramas mas bajas de los árboles le arañaban los brazos pero no le importaba. Sin quitar los ojos de donde había creído ver la sombra fue retrocediendo.
Entonces unas manos frías le sujetaron, sintió un golpe seco en la cabeza y todo se volvió oscuro.
