-¡El ganador del oro de esta Grand Prix Final es… Yūri Katsuki!

Las cuchillas de los patines se deslizaron por el hielo mientras que estadio vibraba entre la emoción de los aplausos y los gritos eufóricos. Sus manos temblaban suavemente y sus ojos castaños estaban opacados por las lágrimas brillantes que amenazaban con caer. Aún así no se detuvo, patinó hasta llegar al centro de la pista, subiendo al podio con orgullo para levantar su cabeza.

El público clamaba su nombre, los flashes de los fotógrafos iluminaban cada rincón y la medalla dorada en su pecho brillaba con una consistencia que tan sólo había podido soñar antes.

-Lo conseguí… Lo conseguí…-

La voz suave del japonés quedó difuminada entre el entusiasmo de la multitud. Todo parecía tan irreal que no supo con exactitud diferenciar lo que sucedió a continuación. De repente hubo un sonido seco y un dolor atravesó profundamente su pecho. Por inercia su mirada se había bajado a aquel punto, tan sólo para ver como los brillos de su traje se teñían de reojo antes de que sus piernas cedieran a su propio peso, cayendo pesadamente contra el hielo.

Los gritos que habían sido de júbilo se transformaron de terror y todo dejó de tener sentido a la consciencia del patinador.

-¡Yūri! ¡Yūri!-

Una voz sobresalía entre las demás. Un tono que estaba impregnado en la desesperación con la cual lo llamaba Viktor. Podía sentirlo ya a su lado, tomándolo con cuidado entre sus brazos y aunque deseaba poder tranquilizarlo, asegurarle que estaba bien, su cuerpo no le respondía.

¿Qué estaba sucediendo?

El japonés no lograba comprender las palabras desesperadas que proclamaba su entrenador. Sin embargo procuró abrir sus ojos, intentando enfocar en aquel rostro pálido y hermoso que ahora lo observaba con el terror expreso en cada uno de sus rasgos. ¿Viktor estaba llorando?

-No pensé… Que esto sería el final.- logró expresar, aunque su voz había sido tan sólo un suspiro que se llevaba cada una de sus energías.

Aún así el otro parecía no escucharlo, el ruso había negado con su cabeza mientras que deslizaba temblorosamente sus dedos por la mejilla de su pareja, inclinando su rostro hasta que sus labios se hubieran acariciado torpemente.

-¡No digas idioteces, Yūri! ¡Tú no…! No, no, no, no me vas a dejar.- la voz de Viktor se mezclaba entre el sabor salado de las lágrimas y los besos torpes.

Ninguno de los dos escuchaba el murmullo de la gente ni el alboroto que se producía a la llegada de la ambulancia. Tan sólo existía aquel pequeño mundo que se estaba quebrajando entre los pedidos desesperados.

Pero Yūri apenas podía comprender lo que estaba sucediendo y que ese momento tal vez era el último que podría ver aquellos ojos de color tormentosos. Por ello subió su mano izquierda, limpiando lentamente una de las lágrimas que manchaba injustamente el rostro de su entrenador. Intentó murmurarle los sentimientos que tenía por él, aquellos que quemaban su pecho, pero su voz ya no logró formularse.

De repente todo se vio envuelto de un manto oscuro y tan sólo escuchó el grito desgarrador de Viktor Nikiforov llorando su nombre.

Yūri se sintió absorbido por un pasaje lleno de oscuridad. El dolor que estaba impreso en su pecho fue una impresión que se coló hasta sus huesos y en una pequeña sacudida abrupta todo desapareció.

Los ojos color avellana se habían abierto y ya no había rastro de aquel ostentoso estadio o de la figura de aquel enigmático hombre que lo había asistido. Ahora era tan sólo él, un joven japonés en su habitación despertando de una pesadilla. Pero aunque estuviera plenamente consciente de ello su respiración era agitada y sus manos aún temblaban. Podía escuchar atentamente la voz de aquel sujeto que proclamaba su nombre una y otra vez, de una forma que llegaba a dolerle.

"¡Yūri!"

Soltó un gemido lastimero y sus manos cubrieron su rostro, intentando despejar todas las imágenes que acababa de apreciar.

-Fue un sueño, tan sólo un sueño…- se dijo con suavidad una y otra vez, casi en un gemido lastimero. –Una pesadilla…- terminó por murmurar mientras corría los dedos de su parpado, observando el techo de su habitación.

Su cuerpo se giró con cuidado entre las sábanas y sus ojos se fijaron en la ventana que mostraba la suave nieve que estaba cayendo. Un paisaje que lo invitó a considerar lo que acababa de ver y llegar a sonreír casi con sorna. Un sueño donde él era un campeón del patinaje artístico, algo que sonaba totalmente ridículo considerando que no era más que un simple estudiante preparándose para ingresar a la universidad.

Medallas de oro, una gran ovación, un estadio gritando su nombre… Eran ilusiones de una mente demasiado ingenua y algo a lo que Katsuki Yūri con sus casi dieciocho años tan sólo podía fantasear.

-Algo imposible…-

La nieve bailaba en caída libre, moviendo sutilmente el árbol sin hojas que raspaba el cristal de su ventana. Un color tan puro e inocente, un color que removía algo dentro de su pecho y que lo hizo presionar su mano en aquella zona donde había sido herido en su sueño.

¿Quién era ese hombre? ¿Por qué lo llamaba con tanta desesperación? ¿Por qué lo había…?

Sus pensamientos fueron cortados abruptamente al darse cuenta de ese detalle en particular. Sus labios habían sido profanados por un desconocido, por un hombre que lo llamaba por su nombre entre suplicas.

-¿Quién es?- jadeó en un intento de reconocer aquel rostro.

Pero a medida que lo pensaba con mayor cuidado las memorias de ese sueño se hacían cada vez más borrosos. No podía ver sus ojos, tampoco el color de su cabello o de su piel, tan sólo podía escuchar esa voz contra sus labios.

-¿Qué estoy pensando? ¡Yo no soy homosexual!-

Se había alterado tanto en la posibilidad que se giró sobre su cuerpo, abrazando fuertemente la almohada y tapándose entre sus cobijas. No deseaba pensar más, no deseaba recordar más aquellas locuras, tan sólo quería seguir durmiendo y que ese dolor en la base de su pecho desapareciera.

Estaba tan metido en sus propias reflexiones y sintiendo lastima por si mismo que no llegó a escuchar como la puerta era abierta. Tampoco notó la pequeña silueta que se paraba en el marco de madera y que lo miraba con reproche.

-¡Yūri! ¡Sigues en cama!-

El suave grito fue acompañado por un movimiento abrupto. Un niño, casi adolescente, había saltado directamente sobre la cama, exactamente en dónde se encontraba el mayor, aplastándolo en forma torpe mientras que ambos cuerpos se terminaban enredando entre las sábanas en una forma confusa.

Yūri había sido tomado por sorpresa, llegando a asustarse por el exabrupto, pero cuando notó de quién se trataba empezó a reír. Intentó correr las telas que estaban entre ellos y abrazó con cuidado a su hermano menor.

-¿Acaso pretendes matarme, Ryusuke?- preguntó intentando sonar molesto, pero terminando por formular una amplia sonrisa. -¿Tan tarde se hizo?- preguntó deslizando su mano a revolver el cabello oscuro del más pequeño, de ese mismo tono nocturno que poseía el mayor.

Ryusuke se había sentado en la cama, doblando sus piernas de una forma cómoda para él mientras lo miraba con su pequeña nariz arrugada.

-Mari one-chan dijo que si no nos apurábamos se acabaría nuestro desayuno… ¡No podemos permitirlo! Hoy hizo mucho sopa de miso…- el joven hablaba de forma frenética, sacudiendo sus manos en el aire mientras mostraba verdadera preocupación en sus ojos color miel.

Yūri conocía bien a sus hermanos, y aunque sabía que muchas veces Mari podía ser algo dura con ellos, tenía consciencia de que jamás los dejaría sin comer. Aunque no podía evitar seguirle el juego a Ryusuke.

-¡Es cierto! No podemos permitírselo, ¿No es así?- con convicción en sus palabras se incorporó de inmediato, tomando los lentes de marco azul para acomodarlos sobre sus ojos. –Ve y cuida de que Mari no acabe mi porción, no me tardo en alcanzarte, ¿Si?-

El niño Katsuki asintió, haciendo una formación militar ante su pedido y posteriormente salir corriendo de la habitación. Yūri logró sonreír ante la ingenuidad y dulzura que desprendía su hermano, pero intentó no pensar demasiado en ello. La interrupción había sido suficiente para que sacara su mente del embrollo de pensamientos por aquel sueño y lo agradecía.

Dejó la cama desordenada para irse al baño. Limpió su rostro y luego de lavarse los dientes volvió a colocarse los lentes sobre sus pequeños ojos. Se permitió verse durante unos segundos el reflejo que le devolvía el espejo y una pequeña sonrisa se figuró en sus delgados labios.

-Tengo que concentrarme en mis cosas… Los sueños son simplemente eso, sueños…- se dijo a sí mismo mientras que tomaba determinación.

Salió rápidamente del baño al notar que ya se había hecho más tarde. Se vistió con su uniforme escolar antes de bajar con rapidez hasta el comedor. Mari lo miró de reojo, aunque sin desacomodar su posición mirando el partido de Besball que transmitían en la televisión. Mientras que Ryusuke ya estaba comiendo de su platillo en la pequeña mesa.

-Es muy tarde, Yūri… Come rápido.-

-Lo sé, lo siento.- se atrevió a susurrar con una sonrisa apenada. Tomando el único lugar vacio que había mientras que tomaba su bol. –Gracias por la comida…-

Mari mantuvo silencio por algunos minutos. Analizando con cuidado la figura de su hermano que lentamente iba engullendo su comida.

-Andas durmiendo más de lo usual, Yūri. Intenta no estudiar de noche, o cuando rindas te dormirás en la mitad del examen.- la forma amena en que la voz de Mari salió sostenía un tono firme, lo suficiente para que comprendiera lo estaba reprochando a pesar de que ya lo hubiera dejado de mirar.

La frase había tomado por sorpresa a Yūri, pero este sabía que su hermana mayor podía ser una persona dura, pero que se preocupa por ellos dos. Desde que había llegado a Tokio escapando del dolor de la muerte de sus padres, era ella la figura más fuerte y protectora que los acobijaba. Por lo que sonrió en agradecimiento a sus palabras.

-Lo haré, perdón por preocuparte.- comentó sin buscar aclarar que no se trataba sobre los exámenes. Tan sólo sonrió y tomó los palillos para comer su arroz.

-Todo sería más sencillo si despertaras de una vez, oni-chan.-

Yūri volvió su mirada a Ryusuke, el niño tan sólo le sonrió con una mueca llena de ternura antes de tomar un trozo de cerco para pasarle al bol de su hermano. En un gesto cómplice.

Por unos segundos el mayor no comprendió lo que le acababa de decir, sin embargo sonrió ante ese suave gesto y comprendió que su familia estaba preocupado por él. Pero no llegaron a desarrollar más la conversación ya que Mari se había incorporado apagando el televisor con el control remoto.

-Luego seguimos hablando, ya es tarde y ambos deben irse.-

El mayor de los varones Katsuki controló su reloj y casi se atragantó con su comida, notando que tenía razón. Tomó unos últimos bocados en forma apresurada antes de levantarse. Se acomodó en forma descuidada la bufanda y se prendió el alargado abrigo azul, arrastrando su maleta al salir de la casa. Ryusuke lo había imitado casi en su totalidad, poniéndose un gorro sobre su cabello oscuro mientras que ya caminaban por las heladas calles de Tokio.

-Este invierno parece que hará más frío que en los anteriores.- comentó Ryusuke, cubriéndose un poco más con su abultada bufanda.

Yūri iba caminando a su lado y asintió ante su comentario. La nieve había vuelto a caer sobre la ciudad, manchando de pequeñas marcelas de blanco las concurridas calles que se llenaba de trabajadores y estudiantes apresurados.

-Debemos apresurarnos.- le indicó al menor, empezando a mover con mayor rapidez sus piernas.

Ambos Katsuki apresuraron sus pasos. Llegar a la estación no había sido difícil y aunque comúnmente podían hacer el trayecto en sus bicicletas el clima los confinaba al tren. Fue casi diez minutos entre dos paradas antes de que tuvieran que bajar y llegar al fin al instituto al cual asistían ambos.

-¡Hey! Cerdo, te tardaste…-

Yūri estaba guardando sus zapatillas en el casillero cuando escuchó aquel llamado. Sus ojos se giraron a ver la pequeña figura de aquel estudiante extranjero, Yuri Plisetsky estaba cruzado de brazos mirando en su dirección. Pero el más grande supo de inmediato que no se refería a él. Ryusuke reaccionó de inmediato y corrió en dirección al ruso, golpeando su hombro.

-¡No soy un cerdo! Y no fue mi culpa…-musitó en frente de él, pero por el gesto producido por el extranjero supo que no le creía. -¡Yah! Vamos rápido antes de que lleguemos más tarde.-

-Con lo lento que corres seguro será la hora del almuerzo hasta que lleguemos.- espetó con una sonrisa divertida Yuri, consiguiendo que el menor de los Katsuki volviera a bufar.

Ambos se habían alejado ya por el pasillo a gran rapidez, ignorando que Yūri aún los miraba con curiosidad. Jamás había logrado comprender aquella curiosa amistad que había formado su hermano con el sarcástico Plisetsky desde que había llegado de intercambio, pero tampoco pensaba opinar al respecto.

Terminó de guardar sus pertenencias y se encaminó a la zona contraria donde habían ido los menores. No sentía apuro pero sí estuvo aliviado al llegar al aula y notar que aún no se encontraba el profesor.

-¡Yūri~! Buenos días.-

Aquella suave voz le captó por completo la atención, sintiendo el rostro enrojecido con suavidad ante el saludo de Yuko, la delegada del curso.

-Buenos días, Yuko-chan.- musitó sin darse cuenta que su tono se había suavizado y vuelto tímido.

La joven castaña había formado una sonrisa amplia, de esas que atentaban por completo a la forma de pensar coherentemente en el joven de cabello negro. Para su fortuna el profesor de la clase de historia ya había llegado así que cualquier momento de vergüenza quedó opacado por la monótona clase.

Separador

El timbre resonó en todo el centro educativo, dando por finalizado aquella larga y abrumadora jornada. Muchos alumnos felices abandonaban la institución hablando amenamente en grupos, otros se dirigían a estudiar en zonas más tranquilas, mientras que otros caminaban a sus clubes correspondientes.

-¿Cómo se supone que le entienda a física cuando aún no entiendo todo el japonés?-

Yūri iba caminando con su mejor amigo por uno de los alargados pasillos. Phichit Chulanont era un estudiante que acababa de mudarse a la ciudad de Tokio por trabajo de su padre. Una persona entusiasta, amena y que desde el primer momento había sido amigable con Yūri, consiguiendo que entre ambos se estableciera una solida amistad.

-Sabes que si necesitas ayuda puedo ayudarte con la lectura y el idioma.- le sugirió el japonés con aquella sonrisa amable que lo caracterizaba.

-¡Sería perfecto! Aunque no sé en qué momento…-

Las palabras del tailandés eran ciertas. En aquel periodo donde se acercaban los exámenes de admisión a la universidad la presión y el tiempo libre era algo que no concordaban.

-Veremos cómo hacerlo, no te preocupes.-

Yūri le había asegurado aquello antes de ingresar al aula que correspondía a su actividad del club. Algunos alumnos aún faltaban, pero en los siguientes diez minutos todos los bancos habían sido ocupados con sus respectivos estudiantes con sus instrumentos.

El club de música era tranquilo y ameno. Yūri disfrutaba distenderse allí mientras que afinaba su violín. Concentrado en su labor hasta que la autoritaria voz de la directora Minako lo había tomado por sorpresa.

-¿Y la profesora?- preguntó por lo bajo Phichit, expresando el desconcierto también de Katsuki.

-Silencio, por favor.- expresó la elegante mujer que mantenía un gesto arrugado y contraído. –La profesora Takeshi tendrá licencia por maternidad a partir de hoy. Así que vine para presentarles a la persona que ocupara su lugar por el resto del semestre…- anunció la mujer mientras que apoyaba ambas manos sobre el escritorio antes de anunciarle que podía pasar. –Por favor, sean cordiales con el profesor Nikiforov.-

El murmullo de la clase de volvió un bullicio consistente cuando la puerta se abrió. Eran pasos elegantes, largos pero firmes que acompañaban una silueta perfectamente imponente de un hombre que traía traje y unos pequeños lentes apoyados sobre su nariz.

Desde su posición Yūri había quedado sorprendido al igual que el resto de los alumnos por aquel hombre, pero a diferencia de los demás, no era por su atractivo visual, sino porque al encontrarse con ese rostro sintió que el mundo le daba vueltas. Porque aquellos ojos de un color incomprensible miraron a todos los alumnos para finalmente posarse en él, manteniendo un enlace certero que golpeó directamente en su pecho en un palpitar acelerado.

El profesor lo estaba mirando con sus parpados entrecerrados y con cierta duda, casi con la misma incertidumbre que estaba ahogando al japonés.

¿Se conocían? ¿Por qué de repente tenía deseos de llorar?

-Es un placer, alumnos, mi nombre es Viktor Nikoforov y seré su profesor a partir de hoy.-

Esa suave voz golpeó como miel sobre sus oídos, haciendo que por unos segundos los parpados de Yūri se cerraran y su mano se apoyara firmemente sobre su violín, como si así pudiera opacar un poco el dolor.

"Yūri…"

¿Por qué esa voz estaba pronunciando una vez más su nombre?

-¡Yūri!-

No logró escuchar el grito que había proclamado Phichit porque su cuerpo había caído inconsciente a un costado de su banco.

Continuará…

Nota de autora

Mi corazón no iba a estar tranquilo hasta que al fin pudiera empezar con esta historia. Tal vez pueda ser algo confuso al principio, pero espero que de alguna forma me estén entendiendo en este primer capítulo. Por si acaso, si, Yūri tiene 18 años, al igual que Phichit, mientras que Yuri y Ryusuke (que es un personaje original, por si quedaban dudas) tienen 14 años.

Este fanfic no pretende ser extenso y me gustaría saber qué opinan al respecto, si les gusta, si debo ser más clara o si estoy fallando en algo. ¡Estaría agradecida de sus opiniones!

Sin más que agregar espero subir el segundo capítulo pronto, gracias por leerme. 3