Disclaimer: Digimon no me pertenece (todavía).

Notas: Mi niña, me he quedado sin computadora y no quiero que te quedes sin obsequio, así que voy a subirlo en dos partes para tí. ¡Feliz Navidad! Y feliz Día de los Reyes Magos.

Para LylsUniverse; con cariño, tu amiga secreta.


I.

El lunes, en un acto de desesperación, Yamato depositó su bajo en las graderías que rodeaban el campo de futbol detrás de la escuela, sentándose en la última grada y prestando atención descomunal al equipo. Cuando el sol tocaba el campo, el mundo se iluminaba de un fino color oro que hacía que a Yamato le temblara el pulso y le diera por morderse el interior de su mejilla, o arrancarse los cabellos. La vio a lo lejos, alzando una blanca mano para saludar a Taichi, quién lideraba la práctica de su equipo. Cuando su mirada se posó en él (como inevitablemente lo haría) y sonrió, Yamato hizo un movimiento desinteresado y volvió a posar sus ojos en la cancha.

Trató de concentrarse en algo más, como la conversación de sus amigos o las ligaduras de sus manos o, ya qué, en la grama bajo sus pies. Pero era difícil, si la seguían trayendo a la conversación, obligándolo, prácticamente, a pensar en ella.

—Oh, no, ¿es esa Mimi-chan? —Sora preguntó.

Koushiro volteó a ver, frunciendo el ceño.

—¿Y ahora cuál es el problema? — preguntó Yamato, curioso a pesar de su rostro perfectamente pasivo.

—A Taichi-san no le gusta que Mimi-san venga a sus prácticas, porque dice que distrae a todos sus compañeros —explicó el pelirrojo, rascando su barbilla con un dedo—. Naturalmente, Mimi-san ha decidido venir todos los días esta semana.

—Y Taichi lo detesta — Sora lo secundó—. Aunque en realidad, creo que le gusta. Yamato, ¿crees que a Taichi le guste Mimi-chan?

Koushiro volteó a verla, y Yamato también.

—No — dijeron ambos, para su gracia. Y mientras Sora reía tras sus manos, Mimi, quién apenas llegaba, se dejó caer a su lado, sonriendo.

—¿No qué? —preguntó, viendo a Koushiro. Yamato, con el sonrojo vivo en sus mejillas, se puso de pie acomodando su bajo torpemente sobre su hombro.

—Debo irme.

—¡Pero si acabas de llegar!

—Tengo cosas que hacer.

—Yamato...

Adiós, Sora.

Mimi lo saludo con la mano, agitándola.

Bye-bye, Yamato-kun!


La temperatura había bajado al menos diez grados y el martes, las ventanas de su habitación estaban completamente oscurecidas por el hielo. Yamato se despertó más temprano que de costumbre, viendo hacia afuera mientras tomaba su té. Tomó su celular y envió un mensaje de texto, luego se dispuso a terminar el desayuno para él y su padre, algo de miso, pescado y arroz blanco.

«Si sigue así, en unos días nevará...»

Tenía los audífonos puestos cuando ella llegó, el volumen alto. Abrió un brillante ojo azul y sonrió al verla bostezar.

—Llegas tarde —le dijo en forma de saludo.

—Me costó mucho levantarme — Sora dijo, colgando su cabeza en derrota—. Gracias por esperarme.

—Mh-hm.

Se puso los audífonos de nuevo, pasándole a Sora un peine de bolsillo y sosteniendo su espejo mientras ella trataba (con algo de éxito), de darle alguna semejanza de decencia a su cabello. Normalmente él iba en otro tren más cerca de su casa, pero cuando tenía tiempo de sobra, la acompañaba desde la estación.

—Sabes, creí que no vendrías hoy.

Yamato se quitó un auricular, viéndola de reojo.

—¿Por qué no?

—La casa de Mimi queda más cerca.

Evitó su mirada, pero no lo suficientemente rápido como para que Sora no viera su sonrojo.

—Es muy temprano, Sora.

Sora suspiró, y Yamato creyó escucharla decir que estaba equivocado, pero la música había comenzado de nuevo y esta vez, le subió el volumen para no escuchar nada más. Bajaron en la estación, con Sora bostezando mientras Yamato estiraba sus largas piernas. El camino hacia la escuela era corto, apenas diez minutos de la estación, y fue ahí que vieron el familiar automóvil negro que llevaba a Mimi a la escuela. Yamato se detuvo en seco, Sora alzó una mano.

—¡Sora-chan, Yamato-kun! —los saludó, bajando la ventanilla—. ¿Me acompañan?

Yamato quiso decir que no, pero Sora lo pellizcó y antes de que lo supiera, estaba adentro, sentado junto a la ventana. El interior era espacioso, cómodo y cálido, y Mimi parecía una sacada de una revista, como siempre. No participó mucho en la conversación pero, cuando se bajó, les ayudó con sus bolsos a ambas y los sostuvo para ellas.

¡Mimi-chan! —comenzaron los saludos, y Mimi tomó su bolso de la mano de Yamato, haciéndole suspirar por dentro. Siempre rodeada de personas, Tachikawa Mimi era una fuerza natural que Yamato no terminaba de comprender, algo así como un tornado que amenazaba con llevárselo si se acercaba mucho.

—Te veo en el receso —le dijo a Sora y luego, sobre el hombro—, gracias por el viaje, Mimi-san.

Las dos lo vieron alejarse, mientras Mimi miraba hacia su teléfono celular.

—¿Le pasa algo a Yamato? —preguntó, extrañada. Sora suspiró.

—Nada grave —le aseguró—, cosas de chicos, supongo.


—Te vi llegar con Mimi-chan hoy —le dijo Taichi, a la hora del almuerzo.

Yamato, separando sus palillos y ordenando su comida sobre la mesa, ni lo volteó a ver.

—La encontramos en el camino con Sora.

—Mimi-chan es muy linda —Taichi dijo, viéndolo de reojo. Yamato agregó picante a su comida.

—Lo es.

—Escuché que Kururugi-kun la invitará a salir.

Detuvo su comida camino a su boca, poniéndola de nuevo en el plato.

—¿Suzaku? — miró a Taichi, alzando una ceja—. ¿Para qué me lo dices?

—Oh, por nada. Ya sabes, me gusta la conversación ligera.

Sabía lo que Taichi estaba diciendo, y pensó en Sora por la mañana, y la conversación que casi tuvieron en el tren. Su mirada azulada la buscó en el mar de estudiantes en la cafetería y la vio a lo lejos, sentada con sus compañeros de curso, riendo ante un Koushiro que negaba con la cabeza y una Miyako que la abrazaba con dulzura. Y no muy lejos, en otra mesa, Kururagi Suzaku, viéndola con ojos de cachorro enamorado. Cuando Mimi lo vio le sonrió, diciéndole algo que no podía escuchar desde donde estaba.

Yamato abrió la boca, y la llenó de comida. De pronto, todo le sabía a cartón.


La esperó después de clases, cerca de su casillero. Llevaba todo el día dándole vueltas al asunto y al final, tenía que aceptar que no era tan indiferente como pretendía serlo. Taichi le decía que Mimi era linda, como si Yamato no lo supiera. Como si no lo viera siempre que ella pasaba, o cuando sonreía, o cuando trataba de convencerlos de hacer alguna tontería, o comer algo extraño.

Ya-ma-to-kun —lo saludó, cantando—. ¿Qué haces aquí?

Yamato, viéndola hacia abajo, casi se traga su lengua.

—Quería hablarte de algo, ¿crees que...?

—¡Mimi-chan!

Ambos se voltearon, viendo hacia la chica que los miraba, apenados.

—El entrenador nos quiere ver antes, debemos ir ya al gimnasio. Lo lamento mucho, Ishida-senpai.

Él suspiró, y Mimi lo miró con una disculpa en los labios.

—¿Mañana? —preguntó, y a él no le quedó más que encogerse de hombros—. ¿Yamato-kun?

—Suerte en la práctica.

Se fue, y una vez más, Yamato la dejó ir.


El problema ... bueno, el problema eran dos cosas. La primera (y la más irritante para él), era que Mimi estaba en todas partes. Venía de lo más tranquila y, si estaba sentado con Taichi y Sora, le pasaba los brazos por detrás, entrelazando sus manos frente a él, apoyaba su barbilla en su cabeza y si a él le daba por voltear, lo abofeteaba con su pecho (que no es que el lo hiciera a propósito, pero tenía diecisiete años y ella olía muy bien). La segunda era que a Yamato le podría el alma ver la facilidad con que pellizcaba la mejilla de Koushiro, o abrazaba a Jyou, o hacía cosquillas a Takeru y se sentaba en las piernas de Taichi. Todo, tan casualmente, que Yamato se sentía el corazón en la garganta (y un completo ridículo, por siquiera notarlo).

Caminaban juntos hacia la tienda, de alguna manera, y él no sabía qué hacer. Mimi llevaba cinco minutos hablando acerca de algo, y él sólo podía pensar en el frío, en que nevaría, en cómo, si quisiera, sólo tendría que alcanzarle la mano... pero luego Mimi se detuvo, y a Yamato le tomó unos segundos darse cuenta.

—¡Yamato! —chilló—. ¡Mira!

Lo hizo, y cuando volteó a verla de nuevo, estaba sonriendo ampliamente.

—Muérdago, tonto — suspiró, y de repente sus labios tocaban los suyos y por un instante muy breve y no lo suficiente, ella era lo único en lo que pensaba. Después, sin decir más, se separó.

—¿Nos vamos? Llegaremos tarde si no te apresuras.

Ni un rastro de sonrojo, ni siquiera el más mínimo para indicar que el beso había ocurrido. Yamato parpadeó y, con la gracia que aún le quedaba, la siguió.


El jueves, en casa de Koushiro, Yamato sentía que la cabeza le iba a explotar. Era el frío, los exámenes, Mimi, el concierto, Mimi, su proyecto, Mimi, Mimi. El problema, él sabía, no era que le gustara. El problema es que ella no tenía idea. O lo sabía, y lo ignoraba. O lo sabía, y le hacía caso para luego dejarlo ansioso, con el corazón en la boca del estómago o – más veces que no, con medias confesiones en la punta de la lengua.

¿Qué más daba? El momento había pasado.

—¿Por qué estamos esperando aquí?

—¿Por qué estás tan irritado?

—No ha dormido muy bien —Sora contestó, levantando la vista sin tener la gracia de sonrojarse ante la mirada del rubio—. ¿Qué? Es cierto.

—He estado ocupado — contestó a regañadientes, mientras que Taichi, Sora y Koushiro se miraban, poco impresionados.

—O es culpa de Mimi-chan — Sora dijo, riendo tras su revista.

Yamato cambió de colores, Taichi rio abiertamente y Koushiro se atoró en su té. La puerta se abrió de pronto y Mimi, como si la hubiesen invocado, entró en la sala dejando caer su bolso en la mesa.

—¿Qué es mi culpa? — preguntó, alzando una ceja.

—Que Yamato no puede dormir.

—¿Y cómo es eso mi culpa? — la chica continuó, lo suficientemente indignada como para no prestar atención al cambio enfermizo que tuvo el rubio, y la mirada de mortificación que le enviaba a Taichi, quien abrazaba un cojín para evitar reír en sus caras.

—Es porque está enamorado de ti, Mimi-chan — Taichi al fin dijo, entre risas.

Mimi, sentada a lado de Yamato, se acercó a él, tirando sus brazos alrededor de su cuello y sonriendo.

—¿Es verdad? —rió—. ¿Yamato-kun está enamorado de mí?

—Me alegra que lo encuentres gracioso.

—¿Crees que no me gustas? Oh, Yama, eres tan tonto.