Esto surgió en clases hace casi seis meses, puede ser exageradamente irreal, pero es así como me gustaría que terminaran Seiichiro y Subaru.
Advertencias: personajes 'un poco' fuera de carácter, temporalizado después de la batalla final, narrado el segunda persona (tú).
Disclamer: Tokyo Babylon le pertenece a las CLAMP.
Verdad.
Reencuentro.
Caminas por el lugar en el que hace meses se despidieron tú y él, al que recuerdas constantemente como el hombre menos común, el asesino y amor de tu vida.
El puente arcoíris te recuerda ese día y ese día te recuerda su muerte y su muerte te trae recuerdos amargos que a su vez te traen las memorias de una amistad efímera, un año lleno de recuerdos incómodos y graciosos con él y tu hermana.
Suspiras dejando un rastro de vaho en el frío ambiente de enero. Las calles están vestidas de blanco y los niños jugando con la nieve te traen el primer momento con él al ver los copos caer.
Vuelves a suspirar mirando atrás una vez más, adentrándote en aquel día debajo de su cerezo.
Los ojos te pican por las lágrimas que quieren salir pero, no te atreves y no quieres; la vida sigue aunque sientas que ya no vives, tu existencia es fantasmal y odiada por ti, porque por tu culpa tu hermana se sacrificó – por ti- y el murió – porque ella te quiso proteger-.
La nieve comienza a caer lentamente sobre la ciudad, trayéndote nostalgia y soledad. Avanzas entre los caminos más escondidos hasta los departamentos donde vives, sin embargo algo llama tu atención antes de entrar…
Una figura alta vestida de negro con una gabardina te es muy conocida, la tienes grabada en la retina, porque es de él.
Si, sabes que no puedes equivocarte, pero al parpadear ya no está, corres hasta la esquina persiguiendo la jugada de tu mente y volteas a ambos lados sin encontrar nada.
Desilusionado regresas y entras para subir al piso en que está tú viviendo vacía tal como lo estás, porque así quedaste cuando todo lo que querías murió.
Te bañas adquiriendo la temperatura del agua caliente, teniendo en mente dormir hasta el día siguiente.
Al terminar te diriges a la pequeña habitación cuando suena el teléfono en la sala del lugar en el que vives. Es otro trabajo, lo sabes sin contestar, nadie más te llama con alguna intención desde que tu abuela murió.
Cuelgas y suspiras, estás agotado, acabas de regresar del último. Sales de casa con la misma ropa y un cigarro en los labios, mismo hábito que él tenía. El asesinato se llevará acabo del otro lado de la ciudad, así que tomas el tren llegando en veinte minutos.
La casa indicada es grande, te costará encontrar a la víctima.
Entras por la puerta del jardín sin ser detectado y comienzas a buscar habitación por habitación hasta llegar al estudio cerca de la entrada principal donde oyes el rasgueo de una pluma y la respiración acompasada de un habitante, mas no es él. El prospecto es ciego.
Subes las escaleras y repites el procedimiento con la misma discreción hasta que encuentras su cuarto, el último, donde se oye una respiración pausada.
-Me da gusto que haya venido- te sobresalta desde atrás una voz desconocida –Yo fui el que te llamó, el hombre en el cuarto te conoce, fue tu nombre el primero que mencionó tras meses de estar inconsciente-.
Lo miras, es un hombre afable con marcas de una vejez prematura, sin embargo sus ojos reflejan juventud.
-No conozco a nadie que esté vivo- contestas a la defensiva con la intención de matarlo, pero una mano te detiene la muñeca.
Quedas impactado, no sólo por la inconfundible voz sino por el exquisito aroma propio de él, la única persona a la que puedes odiar y amar.
Volteaste lentamente encontrando su rostro, quedando completamente sin palabras, sin aliento, siendo tragado por la inmensidad de la oscuridad.
Despiertas aturdido sin asimilar lo ocurrido, extrañándote al estar en una habitación decorada, muy al contrario de la tuya.
Tienes muchas preguntas, las comunes y se suman más, cuando recuerdas porque estás ahí.
Te calzas las botas y abres la puerta sin un objetivo fijo, chocando con un hombre de la servidumbre.
-¡Qué bueno que ya despertó! El señor le espera, por favor acompáñeme- pide sin tener objeción; le sigues hasta el estudio donde te encuentras otra vez con ellos.
Más preguntas aparecen, quieres una respuesta, pero no te atreves a hablar o más bien, no puedes, tenerlo junto a ti todavía te impresiona. Quieres sonreír, quieres llorar, quieres que sus palabras al morir sean verdad.
-Los dejaré solos para que platiquen- dice el dueño de la casona y sale, cediéndoles espacio e intimidad.
El silencio es pesado, sientes que si dices algo él puede irse y no volver, convertirse en humo y desaparecer para siempre.
-Es bueno saber de ti- comienza él sin emoción aparente.
-¿Cómo es que sobreviviste?- dices con el ritmo del corazón desbocado, a veces lento, a veces rápido.
-Cualquiera diría que te molesta que esté vivo- contesta con una leve sonrisa juguetona, recordándote los tiempos donde tu hermana gemela y él te tomaban el pelo.
-Respondiéndote, él joven amo de esta propiedad me salvo al verme flotando cerca de la orilla del canal todavía con vida-.
Al oír su respuesta de tu mente se borra todo lo demás, tan sólo quieres, debes, puedes cuestionar una vez más para que todas tus dudas sean aclaradas.
-¿Es verdad?- sale tu voz vacilante, estrangulada.
El sonríe divertido, seguramente dará una evasiva -¿Cuál verdad?- se para frente a ti, misteriosamente sabe a qué altura está tu cara y te haces para atrás en un intento de no sonrojarte por su presencia y cercanía.
-¿Me amas?- susurras sin posibilidad de escapatoria al tener sus labios a centímetros de los tuyos.
-Sí- cerró la distancia entre ustedes besándote delicadamente, con la única intención de afirmar la valiosa respuesta provocando que tus mejillas se sonrojaran y en tus pensamientos apareciera que ese era tu primer beso.
Continuará...
