La oscuridad de la noche había embargado toda la prefectura de Miyagi. La luna se encontraba en lo alto del cielo, rodeada de millares de estrellas que la acompañaban en su soledad en aquél oscuro cielo.
Era viernes en la noche. Yamaguchi y Tsukishima se hallaban en el patio de la casa de éste último. Ambos se encontraban acostados sobre las viejas mantas con estampado de dinosaurios que el rubio solía utilizar cuando era niño; mientras observaban el cielo estrellado, buscando constelaciones.
La cercanía entre sus cuerpos era la necesaria como para que sus hombros y brazos se rosaran entre sí, haciendo que cada uno sintiera la calidez que emanaba la piel del otro.
Tenían un largo rato observando el cielo en silencio, tratando de identificar las diferentes constelaciones que adornaban el firmamento, hasta que la mirada de Yamaguchi se encontró con una estrella en particular, una estrella que parecía brillar más que las demás. Era jodidamente hermosa a los ojos del moreno.
—¡Tsukki! ¡Mira esa estrella, es hermosa! — señaló el pecoso.
El rubio tardó unos cuantos segundos para poder encontrar la mencionada estrella en aquél mar de luceros en el que el cielo se había convertido a esas horas.
— Es linda, pero he visto mejores — contestó el rubio con aquél tono desinteresado que tanto lo caracterizaba, después de haberse tomado su tiempo observando la mencionada estrella.
— ¿ En serio? — musitó Yamaguchi con curiosidad, poniéndose de costado; fijando sus ojos en el rostro de Tsukishima. El rubio giró la cabeza hacia la izquierda, conectando su mirada con la del pecoso por unos instantes, antes de dejar que sus dorados ojos se pasearan por la cara de su novio. La tenue luz de la luna no le permitía ver el puñado de pecas que yacían espolvoreadas en sus mejillas y que subían por el delicado puente de su nariz, pero era tanto el tiempo que se tomaba admirando, contando y acariciando aquellas pecas, que él no necesitaba verlas para saber donde se encontraban cada una de ellas.
El rubio levantó su brazo derecho y posó su mano en la mejilla de Yamaguchi, haciendo lentos círculos con su pulgar sobre la suave piel de su pómulo. Un leve suspiro salió de los labios del moreno al sentir el toque de los fríos dedos de Tsukishima, mientras esperaba espectante por su respuesta.
— Las estrellas más hermosas están en tu rostro, Yamaguchi. Creí ya lo sabías.
La respiración del pecoso se cortó por unos segundos, y podía sentir como sus mejillas lentamente se calentaban, dando paso a un ligero rubor.
No era la primera vez que Tsukishima hacía ese tipo de comentario, pero Yamaguchi nunca dejaba de quedarse sin palabras al escucharlos. No sabía cuando se acostumbraría a oír a su novio decir cosas tan dulces.
Yamayuchi tomó la mano del rubio que estaba acariciando su mejilla y la guió hasta sus labios, colocando un suave beso en la palma de su mano.
— Tus palabras me hacen muy feliz, Tsukki — susurró Yamaguchi.
— Es bueno saberlo — contestó el rubio con una sonrisa apenas perceptible, antes de inclinarse hacia adelante y posar sus labios sobre los del pecoso en un casto y tierno beso, que luego se convirtieron en dos besos, en tres, en cuatro y en un montón de besos más.
Esa noche, Yamaguchi y Tsukishima se besaron hasta que sus labios dolieron y se hicieron infinitas promesas de amor entre beso y beso bajo la luz de la luna y las estrellas, siendo ellas los únicos testigos de aquella hermosa escena.
Espero que hayan disfrutado la lectura.
Los quiere:
-Excella-
