Magia legendaria.

Declaración.- los personajes de esta historia no me pertenecen son de la escritora Rowling y la historia pertenece a la escritora Marie jo Putney esta se llama "Magia Robada" yo solo la adapte para "Harry Potter" porque es una historia llena de magia, aventura y amor y a mi realmente me encanto.

Capítulo 1.

Monmouthshire, 1748

Como el conde Gryffindor, Harry Potter viajaba escoltado por carruajes, cocheros y, sobre todo, su mozo. Como el encargado de hacer cumplir la ley del Consejo de los Guardianes, viajaba solo, como una oscura sombra en la noche.

El cielo estaba cubierto de nubes, perfecto para maniobras secretas. Iba vestido de negro y llevaba el pelo negro escondido debajo del tricornio. Y no porque temiera a lord Voldemort, cuyos poderes eran menos impresionantes que sus ambiciones, sino porque un cazador astuto no dejaba nada al azar.

Había dejado el caballo en un prado para poder acercarse al castillo de Voldemort con la mayor discreción posible. Había estado vigilando el castillo desde la distancia y había hablado con un antiguo sirviente que se había marchado porque temía por su alma. El señor estaba en casa, hacía poco que había regresado de un viaje a Londres, donde ocupaba un puesto en el gobierno. Harry se había planteado la posibilidad de enfrentarse a él en la ciudad, pero luego se acabó decidiendo por este lugar más remoto. Si se desataba una batalla mágica, cuanta menos gente se viera afectada, mejor.

El castillo se levantaba encima de una colina rocosa mecida por la curva de un río que llevaba hasta Severn. La construcción original había sufrido reformas y ampliaciones a lo largo de los siglos, pero seguía ubicada en la imponente colina que repelía los ataques. A los soldados les hubiera costado mucho penetrar en el castillo. A Harry, no.

Se encontró con el primer obstáculo en lo alto de la colina. Era un escudo de protección sorprendentemente eficaz. Voldemort debía haber estado practicando. Harry empezó a dibujar una serie de símbolos con una mano. En el campo energético, se abrió un agujero con forma humana. Harry lo cruzó y lo cerró, dejándolo intacto. Aunque habría podido librarse de los vigilantes en ese mismo instante, no quería poner a Voldemort sobre aviso.

El siguiente obstáculo fueron las puertas cerradas. Por suerte, había una puerta lateral que daba acceso al castillo y que quedaba muy escondida por la abundante vegetación. El hechizo que protegía la cerradura no supuso complicación alguna para Harry. Silenció el chirrido de la puerta y la cerró tras de sí sin hacer ruido. Sería mejor dejarla sin pasar el pestillo. Supuso que no tendría que salir corriendo, aunque nunca daba nada por hecho. Los Guardianes encargados de hacer cumplir la ley que hacían suposiciones tenían muy pocas posibilidades de morir en la cama.

Oculto tras la sombra de la pared, utilizó sus sentidos mágicos para estudiar el patio. Había un par de guardias aburridos vigilando desde la torrecilla que había encima de las puertas de acceso al castillo. En una Inglaterra en periodo de paz, aquello denotaba que Voldemort era un hombre suspicaz. Sin duda, el producto de una conciencia culpable.

Antes de entrar, observó la torre del homenaje. A esas horas, la mayoría de sirvientes estaban dormidos en los desvanes o en los establos, un edificio separado que había detrás del castillo. Arrugó la nariz con desagrado cuando percibió la energía de aquella propiedad. Era intensa, corrupta, con la mayoría de sus habitantes presos del miedo o de la brutalidad. Sintió la inquieta y más limpia energía de una joven, quizá de una doncella muy joven. Harry supuso que la pobre pronto tendría motivos de sobra para maldecir a sus padres por haberla puesto a servir bajo el mando de Voldemort. Puede que incluso estuviera literalmente sometida a él. Otra razón más para enfrentarlo antes de que pudiera hacer más daño.

En una esquina del segundo piso, había una habitación iluminada y Harry percibió que Voldemort estaba allí trabajando. Su energía estaba tranquila; no se había dado cuenta que alguien había entrado en su castillo.

Protegiéndose con un hechizo de invisibilidad, cruzó el patio y subió las escaleras de la torre del homenaje. Los guardias de la torre no reaccionaron; si lo vieron, fue sólo como una sombra.

La cerradura de la puerta de la torre era vieja y primitiva, muy fácil de abrir. Se adentró en la absoluta oscuridad del vestíbulo. Después de una pausa para verificar que no había ninguna presencia viva cerca, Harry conjuró una esfera de luz mágica en la palma de la mano. No era muy potente, lo suficiente para iluminar sus pasos por el vestíbulo y luego por las amplias escaleras. A medida que iba subiendo, se le aceleró el corazón porque sabía que el final de la persecución estaba cerca. Aunque actuaba por deseo expreso del consejo para hacer cumplir las leyes de las Familias, la persecución en sí misma saciaba una necesidad más antigua y primitiva.

La luz del interior de la habitación se filtraba por las aperturas de la puerta. El pomo giró con mucha suavidad. Como había supuesto, era un despacho lleno de muebles y muy iluminado. La luz de la lámpara se reflejaba en los adornos de oro de los muebles y en el marco del espejo que había encima de la chimenea.

Harry prestó poca atención a los muebles. Lo que le importaba era lord Voldemort, el hombre que estaba detrás del imponente escritorio que había frente a la puerta. La peluca empolvada y la vestimenta brocada hubieran encajado a la perfección en el palacio real.

Harry había encontrado a su presa.

Cuando entró, Voldemort levantó la cabeza. Su expresión no dejaba entrever sorpresa. Sólo… ¿satisfacción? Imposible.

—Vaya, pero si es mi estimado lord Gryffindor vestido de bandolero —dijo Voldemort, muy seco—. Me estaba preguntando cuándo vendrías a buscarme. Te esperaba mucho antes.

—Cuando recopilo pruebas me Deano mi tiempo —dijo Harry, con frialdad, aunque en su interior habían empezado a saltar las alarmas. No era normal que un mago estuviera tan relajado cuando recibía la visita del responsable de hacer cumplir las leyes del Consejo de los Guardianes—. Aunque, en tu caso, no me ha costado mucho. Últimamente, te has preocupado muy poco por esconder las violaciones de la ley Guardiana que has cometido.

Voldemort se reclinó en la silla y empezó a jugar con la pluma.

— ¿De qué se me acusa?

Harry sacó un documento doblado de uno de los bolsillos interiores de la ropa y lo dejó en la mesa.

—Aquí tienes una lista de lo que sé y puedo probar, aunque estoy seguro que hay mucho más. Has utilizado tu poder con avaricia y egoísmo y, por el camino, has herido a muchos inocentes —agitó la cabeza, sorprendido por la insensibilidad del otro hombre—. ¿Cómo pudiste fomentar la revolución jacobita, sabiendo la cantidad de gente que moriría? ¿Acaso no te dieron lástima esas pobres almas?

—No especialmente. Pocos de los que murieron fueron una pérdida importante para la humanidad.

Harry cortó por lo sano la rabia que las palabras del otro hombre le provocaban. Perder el control sólo conseguiría ponerlo en desventaja.

—Te sugiero que consultes el documento. Si hay algo que quieras rebatir, ahora es el momento.

Voldemort echó una ojeada a los papeles.

—Admirablemente meticuloso —cuando llegó a la última página, arqueó las cejas—. No pensé que descubrirías esto. Buen trabajo. Eres digno heredero de tus antepasados —dejó el documento en la mesa—. Como sospechabas, no es la lista completa de mis actos punibles, pero bastará para tus propósitos.

Aquello no iba bien. Voldemort actuaba como si fuera invulnerable a pesar de que sus poderes mágicos nunca habían sobresalido. En silencio, Harry empezó a estudiar la habitación buscando alguna anomalía peligrosa. En voz alta, dijo:

—Como sabes, la censura tiene dos etapas. Ya has admitido abiertamente que has violado las leyes Guardianas. ¿Estás listo para jurar, sobre tu sangre, que jamás volverás a hacerlo?

Voldemort dibujó una sonrisa irónica.

—No creerás que voy a hacerlo, ¿verdad?

—Y, aunque lo hicieras, no creo que cumplieras tu palabra —respondió Harry, muy seco—. No me dejas otra opción que despojarte de tus poderes por la fuerza.

—Hazlo, Gryffindor —Voldemort entrecerró los ojos—. Si puedes.

Harry se quedó quieto un momento. El proceso de destruir los poderes mágicos de otra persona no era agradable para ninguna de las dos partes y se invocaba en muy pocas ocasiones. Además, sus sentidos estaban en alerta máxima porque la reacción de Voldemort ante aquella confrontación era ilógica. Detectó un pequeño hilo de energía que salía de Voldemort hacia un destino desconocido, pero todo lo demás estaba en orden. ¿Por qué estaba tan seguro de sí mismo el otro mago?

Voldemort alargó una mano rodeada de un halo mágico hacia uno de los cajones del escritorio. Atravesando ese halo con la mirada, Harry observó incrédulo cómo el otro hombre sacaba una pistola. ¿De verdad creía que aquella defensa tan rudimentaria bastaría para protegerlo de la justicia?

Con un movimiento rápido para canalizar la energía, Harry destruyó el mecanismo interno del arma y, en ese mismo instante, se vio invadido por el poder mágico más potente que jamás había conocido. Todas las fibras de su cuerpo estaban recibiendo el ataque, se estaban partiendo por la mitad.

Mientras intentaba respirar, vio que caía, que era incapaz de salvarse, y mucho menos de luchar para defenderse. Voldemort había sacado la pistola para distraer a Harry del ataque real. Pero, ¿de dónde demonios había sacado el desgraciado tanto poder? Era increíble, mucho más potente de lo que ese traidor jamás había demostrado. Tanto poder no podía salir de la nada.

Consiguió evocar sus sentidos internos y se sorprendió al ver que el fino hilo de energía que había visto salir de Voldemort se había convertido en un río de fuego. A Voldemort le llegaba un poder puro y limpio y lo canalizaba en forma de abrasadoras olas que envolvían a Harry. Agonizando, cayó al suelo con la sensación de que lo estaban quemando vivo. Notaba cómo sus miembros se retorcían y doblaban como si estuvieran en manos del fuego de un herrero. El pulso le rebotaba en las orejas y casi silenciaba la risa de Voldemort y otro sonido muy extraño y desgarrador.

Intentó invocar sus poderes pero estaba dominado, incapaz de ofrecer resistencia tanto a nivel mágico como físico. Tenía la mente colapsada, derritiéndose bajo las llamas mágicas de Voldemort.

—He esperado mucho tiempo para hacer esto, Gryffindor —dijo Voldemort entre dientes—. Con tu actitud arrogante, creías que podías atraparme, pero resulta que soy yo quien te ha atrapado a ti.

Más energía, veloz como un rayo, siguió abrasando a Harry. ¿Era la muerte? Siempre había pensado que la muerte sería un paso tranquilo, no aquel infierno de agonía y llamas.

El último latigazo de poder transformador lo dejó inconsciente. Luego, afortunadamente, el dolor empezó a remitir. Como supuso que sólo había perdido la conciencia durante unos segundos, intentó ponerse de pie. Pero su cuerpo era distinto, extraño. No se estaba apoyando en los brazos sino en… ¿patas?

Pensando que era un sueño, se obligó a levantarse y descubrió que su visión del despacho estaba curiosamente distorsionada. Ningún sueño podía ser tan real. El aroma a libros, tinta y polvo era muy intenso y le dolía todo el cuerpo.

Se giró y estuvo a punto de caer de bruces. Su cuerpo ya no era suyo. Miró hacia abajo, pero para ver tuvo que girar la cabeza. Aunque pareciera imposible, vio cuatro patas rematadas por cuatro pezuñas enredadas en tejido negro: lo que quedaba de su ropa. Intentando controlar el pánico, miró a su alrededor y vio que Voldemort sonreía satisfecho.

El miedo se apoderó de Harry cuando reconoció la malicia despiadada en la expresión del otro hombre. Se alejó de él, meneando la cola.

¿La cola?

Muy asustado, giró la cabeza y se dio un golpe en la frente con la librería que tenía detrás. Tragándose el dolor, se miró en el espejo que había encima de la chimenea.

Y allí, mirándolo a los ojos, estaba un precioso unicornio blanco.

Harry miró su reflejo horrorizado. No se reconocía; sólo veía a una criatura mitológica con un pelaje pálido, un cuerno plateado y mirada asustada. La cola, que movía de un lado a otro, era larga con un mechón de pelo en el extremo: la cola de un león, no la de un caballo, aunque tenía cuerpo de caballo y una crin larga y suelta. Lo que había chocado contra la librería no había sido la frente, sino el cuerno en espiral que nacía de su frente equina. A pesar de la evidencia que le ofrecían los ojos (que estaban a los lados, no delante), le costaba mucho creer lo que estaba viendo. ¿Habría sido Voldemort capaz de crear una ilusión tan auténtica que pareciera tan real?

—No te lo crees, ¿verdad? —Se rió Voldemort—. Te has convertido en una bestia legendaria, una bestia que me dará más poder del que ningún Guardián haya tenido jamás.

Harry sintió que la amenaza era cada vez mayor. Sabía que había algo muy importante sobre los unicornios y que lo había estudiado, pero su mente no funcionaba como antes. La respuesta que necesitaba estaba más allá de la comprensión.

—Si eres lo suficientemente inteligente para entender tu situación, quizá quieras empezar a rezar, Gryffindor —con una palabra susurrada y un gesto con la mano, Voldemort lanzó un hechizo dominador sobre su víctima.

Bandas de energía pura rodearon a Harry y lo inmovilizaron. Voldemort asintió satisfecho antes de concentrarse en otro hechizo. Sólo necesitó un largo conjuro en voz baja para crear un círculo de luz muy brillante cuya circunferencia los englobaba a los dos.

La confusa mente de Harry comprendió que Voldemort lo había preparado todo de antemano para poder llevar a cabo un complejo ritual de magia, de modo que ahora sólo necesitaría unos cuantos conjuros para acabar de dar forma a un peligroso hechizo. Aquello despertó los recuerdos de Harry sobre la leyenda de los unicornios: si mataban a uno durante un ritual de magia, su cuerno se convertiría en un instrumento de inigualable poder. Voldemort pretendía matarlo y apoderarse del cuerno, para así eliminar a un enemigo y multiplicar su poder en una sola acción.

La rabia invadió a Harry. Empezó a luchar contra los hilos de energía que lo inmovilizaban, pero sólo consiguió que se intensificaran más.

«El cuerno.» El cuerno de un unicornio poseía propiedades mágicas. Giró la cabeza y clavó el cuerno en una de las líneas de energía que tenía alrededor de las piernas traseras. La punta del cuerno le abrió una dolorosa herida en la pierna, pero la línea se rompió. Con movimientos breves y directos, fue rompiendo las demás hasta liberarse del todo. Enfurecido, se abalanzó sobre Voldemort, con el cuerno recto en posición de batalla.

Estuvo a punto de atravesar al muy desgraciado, pero Voldemort se escondió detrás de la enorme mesa y se cubrió con lo primero que encontró. Harry intentó atravesar el escudo varias veces, en vano, antes de darse cuenta que Voldemort estaba susurrando otro hechizo. Tenía que marcharse.

Cruzó el estudio de un solo salto y sintió una violenta agitación cuando salió del círculo mágico del ritual. Sin embargo, sin manos no podía abrir la puerta. Tras unos momentos de confusión, se giró y corcoveó sirviéndose de todo el poder de su cuerpo para dar coces con las patas traseras en la puerta. El pestillo tembló. Mientras se giraba para salir del despacho, vio que había dejado marcas de los cascos en los elegantes paneles de madera de la pared.

En unos segundos, llegó a las escaleras y se detuvo en seco, tanto que estuvo a punto de caer rodando. ¿Cómo iba a bajar las escaleras sin romperse las piernas o el cuello? ¿De espaldas? Intentó analizar todas las opciones, pero seguía teniendo la mente confusa, no acababa de funcionar.

— ¡Maldito seas, Gryffindor! —se oyó la voz furiosa de Voldemort desde el despacho.

Cuando la magia empezaba a apoderarse de él de nuevo, Harry confió en su instinto y bajó las escaleras con tres zancadas, confiando en la suerte y el equilibrio que daban cuatro patas para no caerse. Mientras cruzaba a toda velocidad el vestíbulo hacia la puerta, un grupo de sirvientes medio desnudos entraron en el vestíbulo por una puerta lateral y le bloquearon el paso.

Desde arriba, Voldemort gritó:

— ¡Coged a ese animal, pero no lo matéis!

Harry se agachó y cargó. Todos los sirvientes excepto uno se apartaron asustados. El hombre cogió una silla y blandió las patas frente a la cara de Harry. Un caballo cualquiera se habría asustado. Harry dio un brusco viraje, lo suficiente para golpear la silla y al sirviente con un fuerte y musculoso hombro. La silla cayó al suelo y el hombre salió volando contra la pared, gritando.

Esta vez, cuando Harry llegó a la puerta, sabía lo que tenía que hacer. La madera era mucho más sólida que la de la puerta del despacho y no cedió ante la primera coz, pero Harry notó cómo temblaba bajo el vigoroso impacto de sus patas.

Una docena de furiosas coces bastaron para romper el pestillo. Harry giró sobre sí mismo y salió corriendo. El patio estaba unos cuatro o cinco metros por debajo del vestíbulo. Llegó al suelo de un salto. Las patas y los cascos le dolían después de haber abierto la puerta a patadas, pero el dolor no consiguió frenarlo.

La puerta de entrada era demasiado robusta y mucho más alta que él. Giró a la derecha. Menos mal que había dejado la puerta lateral abierta. Como se abría hacia fuera, pudo salir sin problemas, aunque se golpeó la cabeza con el marco, porque no estaba acostumbrado a las dimensiones de su cuerpo nuevo. Se agachó, salió por la puerta y sintió una momentánea punzada de dolor de las heridas en la piel.

Fuera ya de Castle Voldemort, galopó colina abajo, disfrutando de la potencia y la velocidad de su nuevo cuerpo de unicornio. Era libre…

«Estaba encerrado en una cárcel de magia negra.» La pequeña parte del unicornio que todavía era Harry intentó contrarrestar la emoción inigualable de la velocidad. Tenía que planear, «planear», qué hacer… aunque la bestia que llevaba dentro sólo quisiera sentir el viento en la crin y la tierra debajo de los cascos.

Consciente de lo terriblemente visible que era su pelaje blanco, galopó a toda velocidad hasta un bosque cercano que, hacia el oeste, llegaba hasta Gales. Cuando consideró que estaba a una distancia considerable del castillo, se detuvo y se refugió debajo de un árbol, jadeando más por el susto que por el esfuerzo.

Con cierta ironía, se dijo que tenía permiso para estar asustado ante su estado actual. Al menos, había escapado de una muerte segura. Descubrió que, a pesar de la desorientación mental, todavía podía razonar, aunque muy despacio y con dificultad. No consiguió recordar las lecciones de matemáticas que había aprendido por placer, pero tenía recuerdos de su vida. Seguía siendo, más o menos, él mismo.

¿Sería capaz de romper el hechizo de transformación? Intentó conjurar sus poderes mágicos, pero no pudo. Preocupado, probó a ver si podía realizar un pequeño hechizo. Crear luz mágica era una cualidad natural en él, la tenía desde la cuna. Y ahora, nada. Intentó otros pequeños hechizos con la misma suerte.

¿Cómo iba a vivir una vida sin magia? Se negó a plantearse aquella posibilidad. En algún lugar, habría una solución que le devolvería su forma natural. Sólo tenía que encontrarla.

Se rascó la cabeza en el tronco del árbol que le daba cobijo. Pensar le daba dolor de cabeza, el cerebro de un unicornio no estaba diseñado para los pensamientos racionales. Lo que significaba que, a fin de mantener viva la humanidad que le quedara, tenía que seguir pensando el máximo tiempo posible. La poderosa y disciplinada mente de Harry Potter corría el peligro de verse engullida por el cuerpo animal que habitaba.

La rabia tan abrumadora que había sentido durante la huida del castillo era totalmente diferente a cualquier sentimiento que jamás hubiera experimentado como humano. Siempre había sido conocido por su calma y su capacidad de mantenerlo todo bajo control en cualquier situación. Ahora, esa calma había desaparecido por completo, igual que su cuerpo humano. Movió la cola con inquietud, y luego se reprochó el gesto tan típicamente animal.

¿Qué sabía acerca de los unicornios? Estaban considerados animales legendarios pero, a menudo, las leyendas estaban basadas en la realidad. La tradición decía que los unicornios eran unos luchadores incansables y que era imposible capturar a uno con vida. Corrían más que cualquier otra criatura, y eso era bueno teniendo en cuenta que, como el cuerno era tan valioso, los cazadores les ponían trampas y los cazaban siempre que podían. De modo que, a lo mejor, los unicornios sí que habían existido y la caza furtiva los había llevado a extinguirse. Sea como fuere, ahora él era un unicornio.

¿Habría unicornios hembras? Nunca las había oído mencionar. A lo mejor, el cuerno era una señal demasiado obvia de masculinidad para que la mitología los considerara de otro sexo que no fuera masculino. O, a lo mejor, las hembras de la especie no tenían cuerno y, por lo tanto, no tenían ningún valor para los cazadores, así que habían desaparecido de la leyenda.

Lentamente, volvió a ponerse en movimiento, evaluando su nuevo cuerpo. Se sentía veloz y poderoso. Aunque Voldemort enviara a varios jinetes a perseguirlo, Harry dudaba que algún caballo pudiera atraparlo. Levantó la cabeza y olfateó el frío aire de la noche. Sus sentidos estaban más desarrollados. Las esencias del bosque tenían una densidad muy profunda que jamás había percibido y el oído y la vista se le habían agudizado.

El estómago le hizo ruido. ¿Qué comían los unicornios? Se imaginó un filete de ternera y se estremeció. Nada de carne. ¿Hierba? Inhaló por los ollares y descubrió que las hierbas que tenía a los pies olían bastante bien. Agachó la cabeza y empezó a pastar. No estaba mal aunque, si podía escoger, prefería un buen puñado de avena. Descubrió que comer lo tranquilizaba, y eso también le aclaró un poco los pensamientos.

¿Qué podía hacer ahora? Aunque pudiera llegar a casa de algún Guardián sin que nadie lo viera, dudaba que su colega lo reconociera. Harry se imaginó escribiendo un mensaje en el suelo con una pezuña pero se desilusionó mucho cuando vio que no recordaba cómo escribir. No podía leer ni escribir, una pérdida tan profunda como la de no poder seguir ejecutando magia.

¿Sería posible que algún Guardián con una empatía superior a los demás percibiera su naturaleza humana? Puede que su buen amigo Ronald Weasley o su inteligente mujer pudieran reconocerlo, pero estaban demasiado lejos, en Escocia.

A esa cabeza, que le dolía mucho, no se le ocurrió un plan mejor que quedarse por aquella zona hasta que comprendiera mejor las opciones que tenía. ¿Podría enfrentarse a Voldemort y obligarlo a que deshiciera el hechizo? ¿Cómo demonios iba a hacerlo, clavándole el cuerno? ¡Como si el muy desgraciado fuera a quedarse quieto y dejarse atrapar!

Con el deseo de dejar atrás la desesperación, dejó de comer y se adentró más en el bosque. Aceleró el paso hasta un medio galope hasta que encontró un camino estrecho y poco concurrido. Necesitaba tiempo… tiempo para entender ese cambio, para reunir el poder que todavía le quedara.

¿Tendría tiempo suficiente antes de que la naturaleza de la bestia erradicara cualquier resto humano? Con el corazón acelerado, corrió al galope y se perdió en el bosque.

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Las noches nubladas eran las mejores para cazar. A los dos hombres, vestidos casi con harapos, les había ido bastante bien la noche y ahora ya volvían a casa con los sacos llenos. Cuando escucharon el ruido de unos cascos, se escondieron sin decir nada detrás de los árboles que bordeaban el camino.

En un tono casi inaudible, el más bajo de los dos susurró:

— ¿Qué estúpido sale a caballo a estas horas, Seamus? ¿Y más a esa velocidad?

Seamus se encogió de hombros, y se preguntó si el jinete caería y se rompería el cuello. Dean y él no eran ladrones, pero si un hombre moría delante de sus narices, no iban a desaprovechar la ocasión.

El cielo empezó a despejarse y la luna iluminó a una criatura blanca y brillante que galopaba a toda velocidad en plena noche sin brida, silla ni jinete. Seamus contuvo la respiración pero no dijo nada hasta que el sonido de los cascos hubo desaparecido.

— ¿Has visto ese cuerno?

— ¡Era un caballo! —exclamó Dean, con voz temblorosa—. ¡Era un caballo!

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Furioso, lord Voldemort irradiaba una magia peligrosa que hizo que su asistente, Peter, quisiera correr a ponerse a salvo. Aunque él también sabía hacer un poco de magia, no sería suficiente para protegerse si Voldemort lo perseguía. Lo mejor sería no decir nada y esperar a que el señor se calmara.

Tardó un buen rato pero, después de quemar la mitad de los libros que tenía en el despacho, Voldemort recuperó la cordura.

— ¡Maldito Gryffindor! Debería haberme imaginado que un mago tan poderoso como él podría liberarse de mi círculo —soltó una irónica carcajada—. Claro, lo quería a él precisamente por su poder.

—Sí, señor —dijo Peter.

Voldemort lo miró con el ceño fruncido.

—El rey ha solicitado mi presencia, así que debo partir hacia Londres mañana. Eso significa que eres el responsable de capturar al unicornio. De capturarlo, no de matarlo. ¿Me he explicado con claridad?

Los ojos de Voldemort encerraban una amenaza mortal. Peter jamás lo había visto de aquella manera. Sin embargo, si conseguía capturar al unicornio, Voldemort estaría muy contento.

—Lo comprendo perfectamente, señor. Pero… ¿cómo se captura a un unicornio?

—El método tradicional es utilizar a una virgen como cebo y dejar que el unicornio se acerque a ella —dijo Voldemort con impaciencia—. Tú y tus hombres estaréis esperándolo con redes y navajas. Atadlo, si es necesario, así no escapará. No me importa si está herido, siempre que esté vivo y el cuerno esté intacto cuando vuelva dentro de dos semanas.

— ¿La virgen tiene que ser joven y bonita?

—Según la leyenda, sólo tiene que ser virgen puesto que lo que atrae al unicornio es su pureza —Voldemort se encogió de hombros—. Haz lo que tengas que hacer para capturarlo.

No parecía tan complicado.

—Así lo haré, señor.

Voldemort agitó la mano con desdén.

—Y haz que arreglen esta puerta.

—Sí, señor —Peter salió del despacho, agradecido por haber salido de allí de una pieza. De repente, recordó las viejas historias de cómo se capturaban unicornios con mujeres vírgenes pero, ¿dónde iba a encontrar a una en Castle Voldemort? Las pocas sirvientas que vivían allí eran viejas y estaban cansadas o eran mujerzuelas ordinarias dispuestas a abrirse de piernas a cambio de unas monedas o un cumplido.

Excepto Hermione la Loca. Peter frunció el ceño. La chica ya debía haber pasado la veintena, pero supuso que todavía sería virgen. Para empezar, estaba bajo la protección personal de Voldemort, de modo que los hombres con dos dedos de frente se mantenían alejados de ella. Si hubiera sido guapa, quizá alguno se hubiera arriesgado a tomarla por diversión, pero Hermione era más fea que un murciélago; asustaba a su propia sombra y se pasaba el día en los establos. A los caballos no les importaba que estuviera loca, pero todo el mundo en el castillo la evitaba, como si su locura fuera contagiosa.

¿Le importaría a Voldemort que utilizara a su chiflada protegida como cebo? No es que fueran a hacerle daño a la chica. Si no era virgen, Peter tendría que buscar en el pueblo más cercano y no sería fácil convencer a unos padres para que le prestaran a su querida hijita. Sería mejor que Hermione la Loca todavía fuera pura y que el unicornio estuviera lo suficientemente cerca como para percibir su presencia.

Mientras se preguntaba a qué distancia podría un unicornio percibir la presencia de una virgen, se fue a su despacho para hacer una lista de los hombres y el material que necesitaría. Tan pronto como lord Voldemort partiera hacia Londres por la mañana, empezarían a organizar la búsqueda.

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Esta historia me cautivo incluso antes de leer la pagina.

Espero que ustedes también se enamoren de ella.

Besos y abrazos.

Relenna.