Felices al fin
Hay muchas historias sobre la novia cadáver –mi amada esposa Emily, que está sentada a mi derecha, en una mecedora construida con huesos grises, tejiendo un enredón azul- pero me temo que dicen vulgares mentiras. O esa es mi impresión, ya que estoy más cerca de mis recuerdos que del folclore popular.
Empezaré por el principio de esa criticable fábula: que mi esposa dormía en un bosque oscuro, que el anillo de compromiso que debiera usar Victoria Everglot se me resbaló y se enganchó accidentalmente en lo que parecía ser la raíz de un árbol muy antiguo, seco y caído. ¡Asquerosas mentiras!
Emily lo mira escribir, en un arrebato de orgullo y su frío corazón se llena de la más sincera ternura.
Yo le pedí que nos casáramos y si bien ella usaba como lecho un roble enorme, similar a un trono, dormía entre dos de las más gruesas raíces. Huía de un matrimonio arreglado por conveniencia, no sólo tropecé mientras repetía mis vacíos votos con torpeza…
Emily suspira y se lleva una mano descarnada a la cara azulada, sabiendo que aunque no puede sonrojarse, de ser posible, la sangre que no posee se le arrinconaría en las mejillas hundidas, esqueléticas. La transformación de su esposo era tan grata como increíble, pero el viejo Elder Gutneicht ya le había dicho que se acostumbraría a su estilo de vida y que incluso (con el tiempo y la descomposición en avance) llegaría a amarla de todo corazón. ¡Ya era capaz hasta de pensar que le había aceptado desde un primer momento!
Como si no hubiera llorado y hecho berrinches las primeras noches compartidas en el ataúd matrimonial, cuando humedecía los huesos de Emily con esas lágrimas que aún no eran de sangre porque se rehusaba cobardemente a morir.
-Ya, ya, ya, mi dulce hombre de traje oscuro.-Susurraba con brisa helada en su oído tibio, a fin de calmar sus más vívidas pesadillas.
Su amado esposo era todo un crío y no se calmó hasta bien entrado el siglo, seca la piel, podrida la carne (reducida a polvo) y los ojos grandes pozos en el interior de una cuenca fantasmalmente blanca.
Ahora la llama de las velas que alumbran su escritura, lo vuelven un poeta sombrío del cual Emily se enamorara cuando era una niñata despuntaba en la adolescencia.
Bebí la copa de veneno en éxtasis…
En realidad, Bonjagles y su banda lo habían acorralado horas antes de la ceremonia, para que no se atreviera a plantar a Emily en el altar. Pero era muy considerado de su parte el engañarse a sí mismo para escribir unas duras memorias tan románticas como las que ella guardaría en su mente (que no fuera ya comida de gusanillos).
