—Sus calificaciones están listas— dije mientras blandía un fajo de exámenes bastante voluminoso y lo dejaba caer en mi escritorio. El salón estaba en un silencio sepulcral, como si se prepararan para oír una sentencia.
—Y apestan. Como siempre.— Se podía oír a los alumnos farfullar. Molestos, abrumados, desesperanzados, aburridos. Por mi parte, no me sorprendía en absoluto, puesto que, de todos los grupos que enseñaba, este tenía las notas más desastrozas.— La verdad chicos, no sé por qué , no les gusta leer. No les vendría mal que refresquen esos cerebros tercos suyos con palabras y conocimientos nuevos...En fin.
Enseño Literatura y la verdad no me explico por qué se les hace tan difícil. Mi nombre es Emily, pero prefiero que mis alumnos me llamen Señorita Keight.— ¡Por supuesto que tenemos excepciones!" dije, con un cierto júbilo en mi voz. Algunos jóvenes de la parte de atrás empezaron a notarse ansiosos por que su octavo grado culmine con calificaciones medianamente aceptables. Mi mirada se detuvo un momento en una de las estudiantes de adelante, la señorita Hill. Lydia Hill. 17 años, de lacio cabello negro que le caía sobre los hombros y gafas de montura negra que resaltaban los finos rasgos de su rostro; siempre tímida, callada. Ella tenía las notas más brillantes de toda la clase. Y eso, era digno de admirar en un salón lleno de adolescentes consumidos por los video juegos, las parrandas de fin de semana y los celulares.
Sonreí y además, le hice un guiño exagerado como felicitación. Ella me sonrío, ruborizándose ligeramente después. Los demás parecieron no notarlo. Creo que tampoco están muy al tanto de su desempeño en clase.
La clase terminó sin mucha emoción porqué debían entregar un ensayo sobre La metamorfosis el lunes, algo muy aburrido para un fin de semana.
Al final del día, me encontré con la señorita Hills. Charlamos mucho de camino a la sala de profesores, me confesó que le apasionaban las letras y que aspiraba a escribir un libro. Yo le dije que lo podría lograr sin problemas porque tenía una magnífica habilidad para la redacción. Y entonces, mientras guardaba mis cosas, se me ocurrió una idea.
—Lydia, te gustaría ayudarme... ¿Corrigiendo un poco de estos?— señalé muchos papeles, con los que batallaba para poder cerrar mi bolso. "Podrías venir a mí casa el sábado por la tarde. Si quieres, por s-supuesto"
No sé porqué la llamé por su nombre, pero me sentí idiota con lo que acababa de proponerle.
—Claro! ¿Me podría dar su dirección?
Sin embargo, su respuesta no fue lo que en verdad me sorprendió.
Había escrito mi dirección en un papel y cuando iba a entregárselo, la encontré sentada en uno de sillones de espera. Tenía la blusa desabotonada, no toda, pero lo suficiente para que se le viera el sujetador, la blusa fuera de la falda, las piernas ligeramente abiertas, dejando al descubierto su ropa interior y sus manos daban viajes largos dentro de sus muslos acariciándolos provocativamente, pero sin mirarme.
Tragué saliva. Empecé a sentir calor, a la vez que una sensación de electricidad recorrió mi espalda.
Ellá me miró al momento que le tendí papel, y en sus ojos había un brillo que hizo que me preguntara si aquella era la señorita tímida que vi hace solo unas horas.
—¡Genial! Entonces, ¿Nos vemos mañana a las seis?"
No sabía qué rayos acababa de pasar ni lo que significaba. Estaba nerviosa e intrigada, y el calor se acentuó en la boca de mi estómago.
